Spiagge di Napoli es la cantina que, casi 100 años después, sigue siendo un ícono en el barrio. Una joya gastronómica que ha resistido el paso del tiempo y un refugio donde generaciones siguen compartiendo sus historias.
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En 1926, Giovanni Ranieri cruzó el océano en busca de un destino más próspero para su familia. Italia estaba sumida en la depresión post primera guerra y ofrecía escasas oportunidades. Así, a suerte y verdad, dejó a su familia en Peschici, con el objetivo de hacer una cosecha en la pampa argentina para luego regresar. Sin embargo, el destino tenía otros planes para su vida: encontró un local en el barrio de Boedo, y lo que comenzó como una rústica cantina italiana se terminaría transformando con el tiempo en la emblemática Spiagge di Napoli, que está a punto de celebrar sus 100 años.
Venir a Spiagge es una experiencia que todo amante de los bodegones porteños no puede dejar de lado. Como una suerte de portal imaginario al pasado, esta casona sigue prácticamente idéntica a lo que había ideado Giovanni, ahora en manos de la tercera generación de los Ranieri -y a punto de pasar a la cuarta. El salón está decorado con banderas de Italia y de Argentina. Hay jamones colgando en hilera y un cartel que dice “salón para familia”, que colocó Giovanni hace más de 50 años. Las mesas están vestidas con los típicos manteles a cuadros rojos y blancos. El ritmo está marcado por una cocina que tiene como premisa sacar los platos lo más rápido posible.
Es Ana María Rosario -a quien todos llaman simplemente Rosario- quien está al frente, atenta al quehacer cotidiano. “Siempre fue un lugar de mucho griterío”, dice, mirando alrededor, mientras repasa una historia familiar fascinante y reflota recuerdos de cuando las veredas de la Av. Independencia eran tan anchas que les permitía jugar toda la tarde allí.
Los inicios de Spiagge
Dos décadas después de su arribo al país, Giovanni logró traer a su esposa y a sus cuatro hijos -entre ellos, Mateo, el papá de Rosario. La reunificación familiar se había postergado por la Segunda Guerra Mundial. Lejos de necesitar algún tipo de adaptación al nuevo país que los cobijaba, enseguida la nona Matiuccella -y su séquito- tomó posesión del restaurante y revolucionó a los paisanos asentados en Buenos Aires. Sin saberlo, Spiagge se empezaba a sentar las bases de un verdadero clásico. “Ella arrancó a hacer pastas caseras bien suculentas, que se vendían por kilo, y unas salsas impresionantes”, explica Rosario. “Era una cocina muy basada en la costa del Adriático, que es de donde era la familia”, agrega.
Un momento: ¿por qué, si la familia era de Peschici, el restaurante se llama “playa de Nápoles”, la costa italiana justamente opuesta? “Es probable que haya sido una cuestión de marketing”, contesta riendo. “¡Si lo hubiese llamado ‘playa de Peschici’ no iba nadie!”. Buenos Aires, por entonces, estaba poblado de napolitanos. “Además, Nápoles era el puerto de donde salían prácticamente todos los barcos que venían para acá con inmigrantes”, agrega Rosario. Era tan tana la familia que ella y sus hermanos hablaban italiano en su casa: “¡Aprendimos a hablar castellano en la escuela!”.
Una historia que se sigue escribiendo
Con el tiempo, el menú puramente italiano fue mutando hacia la fusión con la cocina argentina, incluyendo las pastas rellenas y otros platos emblemáticos, como la milanesa. Pero la travesía de Spiagge di Napoli no sólo se nutre de platos abundantes, sino fundamentalmente de historias compartidas. Generación tras generación, la cantina ha presenciado la llegada de hijos, nietos y bisnietos. De cuando el arrullo del tango y las tertulias se prolongaban hasta altas horas, convirtiendo el local en un refugio, a los tiempos actuales: un ritual que sigue sellado por la continuidad de una tradición que ha perdurado casi un siglo.
“Yo creo que sigue siendo la edad dorada de este bodegón porque siempre se priorizó dar de comer rápido, abundante, rico… y como en casa. Ese es el ritual que surge cada día y que hace que sigamos atendiendo a mucha gente, vigentes desde hace casi 100 años”, dice Rosario, sin titubear. El legado permanece intacto; la misma familia que vio nacer al autor de esta crónica mantiene las riendas de la cantina, preservando su identidad.
Los pilares culinarios de Spiagge di Napoli resistieron el paso del tiempo. Las rabas, los fucciles al fierrito con diversas salsas, el “postre de la Nona” y el tiramisú son los destacados en el menú. Entre las rarezas, los caracoles han sido una constante desde el primer día: se presentan en una cazuela con una bordalesa que combina salsa de tomate y picante. Mario, encargado del local, revela que, aunque inicialmente demandado por la clientela más veterana, el plato está despertando la curiosidad de una nueva generación.
La antigua casona que alberga a Spiagge di Napoli es ya un hogar de memorias compartidas. Un reservorio del imaginario porteño, de aquellas épocas de mezcolanzas inmigratorias. A lo largo de los años, la cantina ha ampliado su espacio y su oferta gastronómica, pero su esencia persiste. “Nos encanta ver a los clientes de siempre, generación tras generación, que siguen viniendo a compartir su vida con nosotros; pero también nos llena de emoción ver a los jóvenes sentados en nuestras mesas, conversando y manteniendo vivo esto que creó nuestro abuelo desde la nada”, cierra Rosario.
Datos Útiles
Av. Independencia 3527.
T: 4931-4420.
Abre de lunes a viernes, de 12 a 16 y de 20 a 24. Domingos, de 12 a 16.
IG: @spiaggedinapoli
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