Entre la city porteña, San Telmo y Villa Crespo sobreviven las farmacias más viejas de la ciudad. No son las primeras, pero sí las que se mantienen en pie. Una es parte de un museo, la otra está administrada por monjes, y en la tercera atienden descendientes de tercera generación.
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Las antiguas farmacias estaban más cerca de las herboristerías y los farmacéuticos de los alquimistas. A finales del siglo XIX, los grandes laboratorios no existían como tales y si bien las farmacias y boticas podían distribuir productos de terceros, también eran boca de expendio de los productos que fabricaban en sus propias droguerías.
La más antigua de Buenos Aires que aún está en pie es la Farmacia La Estrella, hoy con su fachada en remodelación. Su primera razón social reconocida fue Demarchi, Parodi y Cía, pero nació antes que eso. Y aunque conquista a locales y turistas con sus muebles tallados en nogal macizo, la de Alsina y Defensa no fue la primera sede. La Ilustración Sudamericana del 16 de marzo de 1893 señala que el fundador fue el farmacéutico piamontés Pablo Ferrari, quien habría llegado a la Argentina convocado por Rivadavia, para hacerse cargo del Museo de Historia Natural de la ciudad que se estableció en el convento de Santo Domingo. Parece que el pequeño museo no colmaba sus expectativas, porque sin renunciar al puesto honorífico que se le había confiado, abrió una farmacia frente a la iglesia, sobre la calle Defensa, que era un punto importantísimo de la ciudad.
En 1834, Ferrari transfirió la farmacia al suizo Silvestre Demarchi, que la atendió personalmente hasta su muerte, en 1854, y la hizo crecer junto a su hijo Antonio. Establecieron una droguería y negocio de productos relacionados tan importante que no daban abasto. Antonio convocó entonces a sus hermanos Marcos y Demetrio y constituyeron la nueva razón social Demarchi y Hermanos. Con el crecimiento de la inmigración, se expandieron a Rosario, Córdoba y San Nicolás de los Arroyos.
En 1860 montaron su propio laboratorio químico y farmacéutico para producir ellos mismos algunos de los artículos que importaban. El Hospital Italiano se abastecía con ellos, y toda la comunidad italiana y suiza confiaba en su protección. De hecho, el gobierno suizo nombró a Antonio Demarchi cónsul general en la Argentina.
En 1871 abrieron una sucursal en Montevideo. Por entonces ingresó Domingo Parodi, que resultó una figura muy importante, puesto que quedó a cargo de la firma cuando la segunda generación de Demarchi, ya mayores, marchó a Italia a jubilarse y descansar. Habían ido ya más allá del rubro farmacia: crearon la primera fábrica de hielo, la fábrica de gas más importante, la compañía de seguros La Estrella, y fueron accionistas del Banco de Italia y Río de la Plata. Antonio Demarchi falleció en 1879.
En 1887, los hijos de Parodi, Alfredo y Enrique, lo sucedieron en la gestión. Domingo falleció en París, al frente de la casa de compras que la sociedad había establecido allí. Enrique, nacido en Paraguay en 1855, llegó a la Argentina para estudiar en 1873 y se doctoró en derecho y farmacia. Arrancó en La Estrella como dependiente de botica y llegó a ser gerente.
El último propietario de apellido Demarchi fue un hijo de Demetrio, tercera generación, que se llamaba Marcos como su tío. Él dejó la farmacia –con sede en Defensa 415– en manos de los señores Soldati, Craveri y Tagliabue y fueron ellos quienes se mudaron frente otra iglesia, la de San Francisco, en Alsina y Defensa, hacia el año 1900. Por eso los vidrios tienen talladas las iniciales S, C y T. Los socios encomendaron los trabajos al ingeniero Domingo Taglioni y los cielorrasos al pintor Carlos Barberis. Ampliaron luego, llegaron a tener óptica, departamento de insumos fotográficos, y más.
A partir de ahí, pasó varias veces de manos. Hacia 1970, la Municipalidad adquirió el edificio cuya planta baja ocupaba la farmacia. Instaló en el primer piso con el Museo de la Ciudad y mantuvo la concesión comercial a una firma del rubro para que la botica más antigua de Buenos Aires siga funcionando como tal. Actualmente, y desde hace seis largos meses, su fachada está en obra y escondida detrás andamios.
Justo en diagonal estuvo muchos años la Farmacia Gibson. No fue la única que se perdió en el camino. También la pionera de Hilario Amoedo, fundada en 1818 en Tacuarí e Independencia, la Franco Inglesa, y últimamente, la histórica Nelson de Florida y Diagonal Norte que pasó a ser absorbida por una gran cadena de farmacias.
Farmacia Suiza
A unas cuadras, en la esquina de Tucumán y Maipú, la Farmacia Suiza sigue vivita y coleando. Existe desde 1890, según reza el cartel en la entrada, pero desde 1907 ocupa su ubicación actual, e integra un grupo de cuatro locales a la calle, de los cuales tres están en las plantas superiores y fueron construidos como casa de rentas por la familia Ortiz Basualdo, que tenían su residencia en lo que hoy es la Embajada de Francia. Todo esto detallan desde la Asociación de Monjes Cistercienses –más conocidos como trapenses, de la localidad de Azul–, donde está el padre Eduardo Gowland Llobet, quien heredó los edificios de su familia, entre ellos, el de la farmacia.
Basándose en los escritos que hablan de la historia del edificio, el padre Eduardo cuenta que el arquitecto francés Louis Dubois fue quien tuvo a cargo la obra con marcado diseño Art Nouveau, así como el Tigre Club y otros tantos edificios importantes de la ciudad. Y agrega que entre 2003 y 2005 el conjunto de edificios de Tucumán y Maipú fue remodelado y luego premiado como “testimonio vivo de la memoria ciudadana” por el Museo de la Ciudad, que depende de la Secretaría de Cultura.
¿Quién tiene el fondo de comercio? “Sus dueños han sido varios a través del tiempo, pero siempre la Farmacia Suiza fue considerada prestigiosa por la calidad de sus servicios y de sus medicinas. Téngase en cuanta que en sus comienzos los remedios eran elaborados ahí, lo cual requería atención personalizada entre boticario, paciente y médico. Además, era habitual que la gente se encontrara en la farmacia los fines de semana, para actualizar noticias y tejer relaciones personales de consejo y confianza”, apunta el padre Eduardo Gowland Llobet. Hoy la dueña es María de los Ángeles Rodríguez, una farmacéutica comprometida con preservar las joyas del mobiliario, repisas y frascos que adornan la farmacia.
Sobre su conservación, el monje apunta: “Requiere una mutua colaboración entre propietario e inquilino. Preservar un ambiente y una decoración de época implica competir muchas veces con los elementos de publicidad actuales que siguen otros cánones e imponen otra estética. Además, implica atenuar en lo posible la barbarie callejera de robos y grafitis. Gracias a Dios, la actual farmacéutica valora el valor histórico y cultural de su farmacia”.
Farmacia Del Águila
Bastante más alejada del Río de la Plata, en pleno Villa Crespo, la Antigua Farmacia Del Águila queda en Corrientes al 5.000 –antes Triunvirato 300–, también en una esquina. Tan linda es que Leopoldo Torre Nilsson la eligió en 1973 para filmar Los Siete Locos, el clásico de Roberto Arlt, con Norma Aleandro. Data del 14 de junio 1895, según consta en sus libros históricos y fue un tal Pedro Trisano, italiano, quien se la vendió a Juan Manuel Domínguez, abuelo del farmacéutico que hoy la atiende. “Mi abuelo no era farmacéutico, sino que había hecho un ‘curso de idóneo en farmacia’ en Salud Pública. Había llegado de Escarabote, un pueblito cerca de Villagarcía de Arosa, en España. Tuvo primero una farmacia en San Fernando, frente a la plaza, pero además le alquilaba a su suegro esa esquina de enfrente”, apunta Arturo Domínguez señalando una diagonal.
Y sigue: “En 1914 se enteró que Trisano ponía esta farmacia a la venta porque se volvía a Italia para alistarse y pelear en la Primera Guerra Mundial, justo cuando muchos de sus coterráneos hacían lo contrario y venían para acá. Así fue como, un poco más tarde, mi abuelo la compró y la armó de nuevo. Trasladó drogas y medicamentos de la farmacia de enfrente… Nosotros sospechamos que la compró en parte ¡porque no quería pagarle la renta al suegro!”, ríe Domínguez, orgulloso del oficio de boticario que pasó de generación en generación, primero a su padre y su tío, y del que también fue parte su madre, farmacéutica, que llegó como empleada y se enamoró del hijo del dueño. Hoy también la atienden Gabriel, el cuñado de Arturo, y su hijo.
“Todo el mobiliario es de 1914. De hecho, el carpintero hizo los muebles a medida, mientras vivía en habitación de servicio en la casa del abuelo, detrás de la farmacia”, detalla Arturo en referencia a lo que Juan Manuel le contaba antes de morir, cuando él tenía 7 años, mientras jugaba metido en las cajas de mimbre en las que llegaban los medicamentos. Agrega que, en aquella época, para estar de turno, era común que los farmacéuticos vivieran en la farmacia. Pero que el sistema de los Domínguez era de avanzada porque, mucho antes que otros, ellos contaban con portero eléctrico para atender a los clientes que tocaban el timbre.
Con simpatía agrega que conservó el boleto de compraventa de la operación. “Dice que la farmacia se vendía “con fama y clientela”. Porque tal era la fama y tal la clientela, que después de sobrevivir a la guerra, Trisano volvió a Buenos Aires y puso una nueva farmacia a una cuadra, en la esquina de Aráoz y Corrientes, donde ahora hay un banco. Es raro que se la hayan habilitado. No se podía poner una farmacia tan cerca”, señala Domínguez y sonríe al recordar “la rabieta gallega” que le agarró a su abuelo, en una época en la que “se cumplían las reglas y se respetaba la palabra”.
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