Los misterios de la campaña electoral part-time de Cristina
Le cuesta encontrar su papel. Cristina Kirchner entra y sale de la campaña presidencial como si fuera un proyecto ajeno. Viene de pasar 10 días en Cuba, visitando a su hija Florencia , apenas conectada a la política por unos pocos llamados de teléfono al día a su candidato Alberto Fernández y, sobre todo, a su hijo Máximo . Abandona a menudo las redes sociales. Sus apariciones públicas se limitan a las presentaciones de su libro de memorias.
El peronismo la observa intrigado, sin acertar del todo cuánto hay de estrategia en el juego de la expresidenta. "Hubo una decisión inicial obvia de dejarle el protagonismo a Alberto para construir su autoridad, pero después nunca se concretó del todo qué lugar iba a ocupar ella en la campaña", explica un dirigente involucrado desde principios de año en el proyecto opositor.
La discusión se reproduce hasta el infinito dentro y fuera del Frente de Todos: ¿se esconde Cristina tácticamente, para después acaparar el poder? ¿O realmente se imagina como una referencia de segundo plano, dispuesta a facilitar el gobierno de un "amigo" con quien llegó a tener diferencias abismales? "Es simple. Ella está superada por la situación judicial, pasa más horas con sus abogados que con referentes políticos. Y la salud de la hija la compromete anímicamente más de lo que muchos creen", responde un hombre que la trata periódicamente. "Está en la campaña hasta donde puede".
Hasta cierto punto resulta inmanejable. La lógica de su paso hacia abajo en la fórmula presidencial apuntó a transmitir moderación, pero no tuvo reparos en mostrar que ella manda más que nadie cuando tocó armar las listas legislativas y las llenó de incondicionales de línea dura. A su candidato lo hirió en la línea de largada. No sale casi en los spots de campaña y solo irá a un puñado de actos oficiales, pero en cada presentación de Sinceramente deja frases que espantan a votantes ajenos a la grieta.
Fue todo rapidísimo. La invención de un candidato, la escritura de una nueva narrativa de mesura, la negociación contra reloj de un ensamble político. La batalla se les vino encima con el proyecto a medio hacer.
Entre los dirigentes del kirchnerismo ampliado se comenta con agobio la dinámica caótica que los lleva hacia las elecciones. Alberto Fernández se propuso ser su propio jefe de campaña, un rol que conoce mejor que el de candidato. Quienes lo frecuentan describen a un hombre estresado por la cantidad de tareas que acumula. Y atribuyen a ese estado algunos errores no forzados de estos últimos días, como su destrato a periodistas que le hicieron preguntas incómodas.
"Si queremos decir que vamos a ser distintos, no podemos descuidar ningún detalle. El rival no te deja pasar una", se lamentaba un integrante del círculo de confianza de Fernández.
Convertirse en candidato de Cristina ya es suficiente desafío para Fernández. Le toca convivir con el conflicto irresuelto de sus disidencias del pasado. La citación a declarar como testigo en la causa sobre el pacto con Irán lo expuso al contorsionismo verbal de defender a su compañera y al mismo tiempo decir que no se retracta de sus opiniones. Difícil de encajar cuando llegó a acusarla de encubrir el atentado contra la AMIA.
Más aún se le está complicando el trabajo de coordinar la campaña. Tiene que ordenar a un grupo de dirigentes demasiado diverso y que tiende a la indisciplina, acaso incrementada por el compromiso part-time de la verdadera jefa política.
Los arrebatos de sindicalistas aliados como el bancario Sergio Palazzo y el piloto Pablo Biró alimentan el discurso del Gobierno sobre el carácter intrínsecamente violento del kirchnerismo. Una noción que Fernández se propone derrumbar.
Las gestiones sigilosas de su equipo de confianza con representantes de multinacionales e inversores extranjeros -les han llegado a sugerir que en un gobierno de Fernández se tomarán medidas para garantizar el libre movimiento de dividendos- chocan con las declaraciones públicas de Axel Kicillof sobre la necesidad de un control de capitales que remite a los cepos de sus días como ministro.
Existe ahí una disidencia de fondo. Los economistas que consulta Fernández y que imagina en su gabinete en caso de ganar -como Guillermo Nielsen o Miguel Pesce- disienten de manera profunda con la mirada profesional del candidato a gobernador bonaerense, asesor favorito de la expresidenta.
Parece un dato clave cuando se analiza un proyecto de poder cuya razón de ser es desbancar a un gobierno cuestionado por sus malos resultados económicos. ¿Se pueden congeniar esas dos visiones -simplificando, la de Alberto con la de Cristina- o lo que empieza a emerger es el prólogo de un choque de poder? Esa duda entretiene a los gobernadores e intendentes del PJ que se integraron con más resignación que esperanza al Frente de Todos.
La explicación recurrente que da el candidato es que no será un títere de nadie y que no volverá a pelearse con Cristina. La incógnita pasa por saber si ella piensa lo mismo.
El equilibrio entre lo que quiere ser y lo que necesita mostrar en campaña ha llevado a Fernández a dar pasos no del todo acertados, a juicio de gente que trabaja para ayudarlo a ganar las elecciones. Un episodio fue la crítica furibunda del acuerdo entre el Mercosur y la Unión Europea (UE). "¿Para qué decir que era una catástrofe para el país, si quizá después necesite impulsarlo y aprobarlo?", se pregunta uno de sus asesores. Pero añade: "Ahora bajará el tono. Si gana, ya habrá tiempo de retroceder".
Tal vez le cuesten más otros gestos de política exterior. Su visita a Lula en la cárcel provocó desconcierto en el gobierno de Brasil, con el que -más allá de la impresión que pueda tenerse de Jair Bolsonaro- tendrá que entenderse si triunfa. Alguna extrañeza causó también en la embajada de Estados Unidos que después de haberse prodigado en gestos privados de conciliación haya dicho en campaña que los argentinos tendrán que elegir entre "el candidato de Donald Trump y el candidato de la gente".
Esta semana hubo un intento de mejorar la coordinación de campaña. Se busca transmitir un mensaje optimista, con mucho uso de la palabra "futuro", para no quedar atados a la crítica a la economía macrista como único argumento. Uno de los temas que más se les está pidiendo a los dirigentes del kirchnerismo es que no transmitan enojo con los votantes macristas. Necesitan correrse del eje del pasado. "No podemos dejar que instalen la idea de que seremos el gobierno de la venganza", le dijo Fernández a un grupo de candidatos. Pero el rival también mueve. Macri, María Eugenia Vidal y Horacio Rodríguez Larreta, aprovechando los deslices kirchneristas, se alinearon otra vez con el discurso del miedo.
Los números que manejan en las oficinas kirchneristas son menos concluyentes que los de hace un mes, con Macri recuperando imagen positiva e intención de voto. La fórmula Fernández-Kirchner mantiene el liderazgo por 5/6 puntos en primera vuelta, dicen. El Gobierno habla de una diferencia algo menor.
Entramos, según los principales analistas de opinión pública, en una etapa de máxima incertidumbre. Se desdibujan los favoritos, la polarización se extrema y empieza a pesar muy fuerte el trabajo profesional de la campaña. Es un punto que preocupa al armado opositor, que se sabe inferior a Cambiemos en ese terreno. Necesita que el candidato retome el centro y que Cristina -detrás de escena- lo ayude a controlar el ejército heterogéneo con el que aspiran a reconquistar el poder.
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