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El quinto embarazo de María Luisa Arteaga de Bunge rompió la monotonía. Porque luego de los nacimientos de Carlos Octavio, Augusto, Roberto y Rodolfo, este último el 8 de enero de 1880, ese mismo año, el 21 de diciembre, llegó la primera mujer: Julia Valentina. No se quedó sola. Al año siguiente, el 24 de diciembre, fue el turno de Delfina Bunge.
Si bien todavía faltaban un par de varones más para completar la camada, el hecho es que ante la incontrastable presencia masculina, las mujeres fueron muy apegadas entre sí. Mientras que, en el mundo del amor, transitaron caminos distintos. Delfina se enamoró de Manuel Gálvez, compañero de su hermano Roberto, quien cursaba en la facultad de Derecho. Lo conoció el 24 de junio de 1905. Ella había ganado un premio de un concurso de trabajos escritos que organizó un medio gráfico de París. Gálvez dirigía una revista sencilla y quería publicar el texto premiado. Por ese motivo fue a lo de los Bunge. Lo atendió Delfina y se dio este diálogo, rescatado por la historiadora Lucía Gálvez, nieta de la protagonista:
- -¿Usted es Gálvez?
- -Sí.
- -Yo quería hablar con su hermana Delfina.
- -Mi hermana Delfina soy yo.
Primero se cayeron bien. Después se gustaron. Luego se enamoraron. A fin de año se comprometieron. Sin embargo, la frágil salud de Delfina complicó todo. Una y otra vez debieron posponer los planes de casamiento. Llegó un momento en que la novia debió abandonar Buenos Aires y partió a Córdoba con su familia, en busca de un mejor clima.
Aun frente a tantas vicisitudes, Delfina tenía un nombre para referirse al amor: Manolo. En cambio, Julia reunía una importante colección heterogénea de candidatos. No había encontrado al hombre que colmara sus expectativas. En Mar del Plata, Córdoba, Buenos Aires o Asunción, donde estuviera, disponía de un club de adoradores. Y si bien las agujas del entusiasmo se movían, a veces más, a veces menos, no había caballero que alcanzara a conmoverla.
La excepción fue el rosarino Ignacio Uranga. Lo conoció el 15 de febrero de 1909, durante las vacaciones en Alta Gracia. Las huellas del encuentro quedaron reflejadas en su diario personal, donde escribió que era "un muchacho espléndido de buen mozo y elegante, que baila admirablemente". El día 18 anotó: "Lo he conquistado. Estoy segura de que lo he conquistado. Antes de ayer, que hubo baile, cada vez que bailaba con él, le presentaba una chica. Él bailaba la pieza que le tocaba y después volvía a mi lado, hasta que por último me dijo que no le presentara más niñas, que él bailaría conmigo o con ninguna otra".
La anotación del diario debería ser tomada con pinzas teniendo en cuenta que ese mismo día Uranga partió. No regresó más. Julia se propuso olvidarlo y siguió sumando nuevos postulantes interesados.
En cuanto a Manolo y Delfina, se reencontraron en Buenos Aires en 1910, cinco años después del compromiso. Se casaron el 21 de abril. Los dos lloraron en el altar y lograron emocionar a muchos invitados. El padre del novio les regaló una espléndida casa en Olivos, en la zona norte del Gran Buenos Aires, que tenía un nombre adecuado, Sweet Home (Dulce Hogar).
El 4 de mayo se convirtieron en los huéspedes exclusivos de la nueva propiedad vecina al río. Pasarían un par de meses allí y luego partirían a Europa para cumplir con los dos años de la luna de miel. ¿Y Sweet Home? Se había decidido que la familia de la novia podría aprovechar la casa en el verano. Sin embargo, dos noticias iban a modificar los planes.
Por un lado, desde Europa, Delfina anunció que estaba embarazada. Por el otro, murió Octavio Bunge, el padre de las chicas. Si bien en diciembre la familia se instaló en Sweet Home, como estaba preestablecido, ya no era lo mismo: faltaba el padre y el ánimo. Decidieron que la doña Luisa, la hija y los demás hermanos prepararían los baúles para embarcarse rumbo a Europa con el objeto de acompañar a Delfina en el parto.
Ya dijimos que Julia cosechaba admiradores donde estuviera y Olivos no fue la excepción. El principal interesado fue Carlos Villate Olaguer —bisnieto del vocal de la Primera Junta Miguel de Azcuénaga y descendiente del virrey Olaguer— heredero de una de las principales propiedades de la zona, que había pertenecido a los Azcuénaga. Era criador de vacas Shorthorn y caballos Shire. Además, poseía campos en Lincoln y en Cañuelas.
Una vez más, las pistas se encuentran en el diario íntimo de Julia. El 1 de marzo de 1911 contó: “Como tengo muchas diligencias que hacer, me veo obligada a ir muy seguido a Buenos Aires. Villate Olaguer, mi último flirt, parece que también tiene que ir todos los días, porque lo encuentro siempre en el tren, ida y vuelta, cualquiera que sea la hora en que lo tome”.
La conducta del pasajero galante variaba, según las circunstancias: "Si estoy sola, me saluda, se sienta enfrente, un poco lejos, y se dedica a mirarme. Si va Mamá o algún otro de mi familia, se acerca a conversar. Es muy entretenido, gentil y buen mozo. Además parece inteligente y culto. Y es joven". Es muy necesario aclarar que pocas mujeres viajaban solas en tren. Cuando lo hacían, nadie ocupaba el asiento contiguo, salvo otra dama en la misma condición.
Un día de lluvia, estando en Buenos Aires, Villate se encontró con Julia y su madre, y las llevó a Olivos en su auto. Como retribución, doña Luisa lo invitó a pasar a la casa y esa fue la primera de muchas visitas que hizo a Sweet Home. Él también actuó como anfitrión de las mujeres: "Tiene una quinta maravillosa —anotó Julia— aquí, en Olivos, con árboles preciosos y grandes invernáculos, que él mismo cuida. Nos manda una flores lindísimas, orquídeas de varias clases. En una oportunidad, nos llevo a mamá y a mí a dar una vuelta por el parque. Es inmenso. Va desde el río a la calle Santa Fe". Se refería a la actual Maipú.
La relación con Carlos Villate Olaguer iba afianzándose, pero con mesura. Mientras tanto, los restantes candidatos continuaban haciendo lo que podían con armas de seducción pocos efectivas. De todas maneras, se acercaba la fecha del viaje a Europa, algo que al vecino no inmutaba, seguramente porque consideraba atravesar el Atlántico para continuar con su galanterías. Las mujeres, por su parte, demoraban la salida por inseguridades de la madre. Cambiaron cuatro veces los pasajes, posponiendo el viaje. El 13 de enero acudió a la casa un pariente político. Se trataba de José Manuel Gálvez, padre de Manolo, quien deseaba entrevistarse con Luisa y su hija. La visita tenía un fin preciso. Ernesto Alemán, uno de los admiradores de Julia, quería saber si las damas no tomarían a mal que él viajara a Europa en el mismo vapor que ellas. Lo lógico hubiera sido que Alemán hablara con el padre de Julia, pero como había muerto, le pareció que lo ideal sería tratarlo con el consuegro de la viuda.
A doña Luisa le pareció un gesto encantador. Pero Julia fue terminante: "Si voy a hablar con franqueza, le diré que prefiero que vaya en otro vapor, y además sería muy difícil que pescara el mismo barco que nosotros, porque cada ocho días cambiamos los pasajes". Punto en contra para Alemán, punto a favor para Villate. Y tenía mucha razón: los cambios permanentes —el plan original era viajar a principios de febrero— complicaría a cualquiera que tuviera intenciones de seguirlas.
Por fin llegó el día de la partida, 5 de marzo de 1911. Luisa y los varones embarcaron de inmediato. Julia, en cambio, optó por quedarse en Olivos y salir una hora después. Cabe especular que se haya demorado despidiéndose de alguien. Ya en el puerto, subió la escalerilla del barco con elegancia, detrás de un hombre que se manejaba con destreza. Cuando llegaron a la cima, el caballero consideró que tenía que ayudar a la joven dama a dar un pequeño salto a la cubierta. Se dio vuelta. Se vieron. Las pupilas de los dos dilataron:
- - ¿Usted?
- - ¿Usted?
Era Ignacio Uranga.
Seis días después se comprometieron en el barco. Se casaron en noviembre, en París.
Antes de morir en 1918, Carlos Villate Olaguer, sin herederos directos, ya que la única vez que estuvo cerca de casarse fue con Julia Bunge, donó su quinta para que se convirtiera en residencia presidencial.
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