¿Qué pretende Cristina Kirchner?
Frente a los cachetazos del cristinismo, el presidente Alberto Fernández ha optado por poner la otra mejilla, mientras las críticas cruzadas se extienden hasta el propio gabinete ministerial
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Si el primer año del gobierno de Alberto Fernández estuvo signado por la desorganización, atravesada por la pandemia y la falta de coordinación en ministerios loteados, hoy más bien debe hablarse de un proceso de desintegración de la coalición gobernante. A las indisimulables luchas internas dentro del Frente de Todos y la incapacidad del Presidente y de la vicepresidenta para resolver sus conflictos, se han sumado en los últimos días dos novedades: las críticas públicas cruzadas entre funcionarios gubernamentales y la virtual pérdida por el Gobierno del control de la calle, ese bien tan preciado y cuidado por Néstor Kirchner.
Es paradójico, y a la vez alarmante, que la escalada de protestas callejeras, con los “acampes” en la avenida 9 de Julio en primer plano, tengan lugar al mismo tiempo que las cifras de la ejecución presupuestaria de la administración pública nacional indican que prácticamente nunca el Estado nacional ha gastado tanto dinero como en el primer trimestre de este año.
Veamos algunas cifras aportadas por el Centro de Estudios Económicos y Sociales Scalabrini Ortiz:
- En los primeros tres meses de 2022, el gasto total devengado creció en un 79% con respecto al mismo período del año anterior.
- Subió el 101% el gasto trimestral en Tarjetas Alimentar, programa que tiene 3.300.000 beneficiarios y significa 13.500 pesos mensuales para las familias con dos hijos.
- Creció el 175% el gasto en el programa Potenciar Trabajo, que llega a 1.233.000 beneficiarios y representa 16.500 pesos mensuales para el grupo familiar con dos hijos.
- Finalmente, los subsidios energéticos aumentaron nada menos que el 183% y alcanzaron en este primer trimestre los 312.379 millones de pesos.
Sin dudas, la situación social es delicada. Pero la escalada de piquetes en los que se mezclan organizaciones de orientación trotskista con otras afines al kirchnerismo renueva las sospechas sobre las intenciones políticas de este último sector.
Las maniobras de esmerilamiento contra Alberto Fernández por parte de dirigentes cristinistas hacen cundir la creencia en que estos no solo procuran separarse de las decisiones presidenciales sin hacerse cargo de que también ellos son parte del Gobierno, sino que van por algo más.
Cada día, voceros del cristinismo le anuncian al primer mandatario la inminencia de un estallido social. “El país volará por los aires dentro de un mes”, profetizó Horacio Verbitsky el 20 de marzo. “La plata no alcanza”, se quejó amargamente Máximo Kirchner, aunque no hablaba de su familia ni de su madre, que solo por jubilaciones de privilegio embolsa mensualmente unos 3,5 millones de pesos, más de cien veces lo que recibe un jubilado con el haber mínimo. “El sueldo, con los últimos aumentos de sueldos, empieza a no alcanzar”, agregó Axel Kicillof. “Esto se va a poner muy feo”, remató el secretario de Comercio Interior, Roberto Feletti, luego de responsabilizar públicamente al ministro Martín Guzmán, por el crecimiento de la inflación.
Frente a los cachetazos de Cristina Kirchner, Alberto Fernández ha optado por poner la otra mejilla. En ese sentido, en los últimos días, el jefe del Estado participó de actos públicos junto a la directora de la Anses, Fernanda Raverta, y a la titular del PAMI, Luana Volnovich, conspicuas representantes de La Cámpora.
¿Hasta cuándo se podrá gobernar con un gabinete parcelado y dividido, donde no pocos funcionarios discrepan con el rumbo del Gobierno?
El primer interrogante que se plantea es hasta cuándo se podrá seguir gobernando con un gabinete parcelado y dividido, donde no pocos funcionarios están en desacuerdo con el rumbo del Gobierno.
Una segunda pregunta es qué busca realmente Cristina Kirchner. ¿Apunta con sus acciones a que Alberto Fernández se dé por vencido y ceda a sus demandas de cambios ministeriales –empezando por la expulsión de Martín Guzmán, Matías Kulfas y Santiago Cafiero– y de desoír los compromisos pactados con el FMI? ¿O aspirará a que el Presidente acabe renunciando?
Es probable que ni la propia vicepresidenta de la Nación tenga del todo claro lo que pretende, obnubilada como debe estar por la ira que le provoca la situación de seguir envuelta en procesos judiciales de los que esperaba zafar por el solo hecho de ostentar el poder político que tiene, y por la derrota electoral del año pasado, que puso en peligro su control futuro sobre su último bastión: el conurbano bonaerense.
Cierto es que algunos errores no forzados del Presidente potencian el malestar imperante en el cristinismo. Uno de los más comentados en las últimas horas fue la desafortunada afirmación de Alberto Fernández sobre los asados, durante un acto realizado en el Museo del Bicentenario donde se presentaron los programas Construir Ciencia y Equipar Ciencia. En lo que pretendió que fuera un elogio al ministro de Ciencia, Tecnología e Innovación, Daniel Filmus, el primer mandatario habló de los “asados maravillosos” que hacía este funcionario y bromeó con el hecho de que hace tiempo que no lo invita a compartir uno. En momentos en que el consumo de carne por parte de los argentinos ha descendido a uno de sus más bajos niveles históricos, y teniendo en cuenta que el retorno a los asados fue un tema de la campaña electoral del Frente de Todos en 2019, pareció un chiste de mal gusto.
Pese a todo, y mal que les pese a algunos dirigentes alineados con Cristina Kirchner, encuestas, como la más reciente de CB Consultora, siguen mostrando al Presidente con mejores niveles de imagen positiva y menores grados de rechazo que la vicepresidenta y que Máximo Kirchner, si se toma cada uno de los principales cuatro distritos del país: Buenos Aires, CABA, Córdoba y Santa Fe.
Aunque se desconozca un plan económico alternativo del cristinismo que no pase por su peculiar propuesta de blanqueo fiscal, con una intención política muy clara, Cristina Kirchner le obsequió al Presidente el libro de Juan Carlos Torre Diario de una temporada en el quinto piso, referido a las dificultades económicas del gobierno de Raúl Alfonsín. Tal vez, el jefe del Estado pudo haber devuelto la gentileza a la vicepresidenta regalándole La moneda en el aire, para que leyera algunas interesantes reflexiones de sus autores, Pablo Gerchunoff y Roy Hora.
Especialmente, una de este último historiador: “Alberto Fernández no solo es un presidente débil, sino un presidente débil ungido por una líder política minoritaria. Nombres como Yrigoyen o Perón proyectaban una sombra que cubría gran parte del escenario político. Eran restricciones legales, más que el veredicto de las urnas, lo que les impedía ser presidentes y lo que los obligó a buscar un colaborador. Pero su ascendiente sobre sus criaturas era enorme. ¿Qué podía ser Alvear al lado de Yrigoyen, o Cámpora al lado de Perón? Cristina está en otra posición. Es la líder política y afectiva de una minoría importante, pero que no por ello deja de ser una minoría”.
También al Presidente le vendría bien leer otra frase de ese libro, en este caso del historiador económico Gerchunoff: “El vector que resulta de las fuerzas que constituyen el Frente de Todos no puede ser otro que el ida y vuelta: un día a favor de los equilibrios macroeconómicos, otro día desdeñándolos; un día a favor de los sectores exportadores, al otro día condenándolos porque afectan al mercado interno; un día negociando con el FMI, al otro día responsabilizándolo de los males argentinos; un día estatizando empresas, al otro volviendo atrás de esa iniciativa”.
La última frase concluye recordando que “Cristina dijo que la Argentina es el país donde mueren las teorías económicas, que Alberto trata de mantener vivas, pero evitando que sus palabras contradigan a Cristina”.