Una concepción tan intervencionista como irracional, afín a las líneas trazadas desde el cristinismo, se ha apoderado del gobierno de Alberto Fernández
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Cuesta imaginar a Corea prohibiéndole a Samsung exportar teléfonos celulares o a Japón impidiendo que Toyota exporte automóviles para cuidar sus precios internos. Así de irracional suena la reciente medida del gobierno de Alberto Fernández de prohibir las ventas al exterior de carne vacuna, con el pretendido propósito de cuidar “la mesa de los argentinos” y combatir la inflación. Las propias dudas que sobre la perdurabilidad de esta decisión transmiten algunos funcionarios deja la sensación de que, detrás de ella, más que convicción, hay una sobreactuación tendiente a exhibir sintonía con el núcleo que lidera Cristina Kirchner.
La decisión del Poder Ejecutivo Nacional de suspender esas exportaciones, en principio por treinta días, llama mucho más la atención no solo por la creciente necesidad de divisas que tiene el país, sino porque exactamente tres meses atrás el presidente de la Nación anunciaba con bombos y platillos, desde México, que este país abría sus puertas a las carnes argentinas. Fue el mayor logro comercial de la visita de nuestro primer mandatario a la nación azteca, luego de que el mercado mexicano estuviera cerrado durante años debido a la fiebre aftosa. ¿Qué pensará hoy su querido Andrés Manuel López Obrador?
No menos sorprendidos estarán los empresarios que, poco después de las PASO de 2019, en la Fundación Mediterránea, escucharon al entonces candidato presidencial Alberto Fernández afirmar que “consumir y exportar no son conceptos antagónicos” y que el “gran desafío” de la Argentina no era otro que aumentar sus exportaciones.
Ni el rechazo a la medida gubernamental por parte de funcionarios de los gobiernos de Santa Fe, Córdoba y Entre Ríos, ni la frustrada experiencia vivida hacia 2006, cuando el gobierno de Néstor Kirchner también restringió las exportaciones de carne, ha podido frenar el virus del populismo que anida en la Casa Rosada. Aquella política generó graves consecuencias para la Argentina:
- El stock de ganado vacuno se redujo en esos años en más de 10 millones de cabezas
- Cerró un centenar de plantas frigoríficas, con unos 10.000 puestos de trabajo perdidos
- Las exportaciones de carne entre 2006 y 2012 se redujeron a la mitad y la producción de carne descendió un 20%
- Por si esto fuera poco, el precio de la carne, lejos de bajar, subió, pasando el kilo de asado de 2,70 dólares en 2006 a 8 dólares en 2012, de acuerdo con datos de la Fundación Agropecuaria para el Desarrollo de la Argentina (FADA). Hoy, ronda los 6,80 dólares al cambio oficial.
Diputados nacionales de la UCR presentaron ayer un proyecto para que el Gobierno dé cuenta de los estudios en los que funda la suspensión de las exportaciones de carne por treinta días y explique sus cálculos y la cuantificación del impacto de la medida sobre el precio de la carne, en particular, y sobre la inflación, en general. También, sus efectos en el mercado laboral del sector y cómo se compensarían los menores ingresos de divisas y de recaudación por la caída de las ventas al exterior. Finalmente, cómo se mantendrá a los mercados compradores de la Argentina.
La conclusión en la que coinciden especialistas del sector y dirigentes de la oposición es que, con esta medida, el Gobierno está matando a uno de los pocos sectores que generan ingresos en dólares genuinos. Algo equivalente a pegarse un tiro en el pie.
La prolongación del cierre de exportaciones de carne vacuna podría provocar que los productores comiencen a liquidar vientres, lo cual podría bajar los precios en el muy corto plazo, pero a mediano plazo solo hará que el precio de la carne sea más alto que en la actualidad.
Lo desarrolló muy gráficamente con un ejemplo el analista internacional Gustavo Segré. Si un frigorífico argentino produce 100 unidades de un producto, de las cuales vende al mercado externo la mitad y, de la noche a la mañana, el Gobierno le prohíbe exportar ese producto, el dueño del frigorífico no tendrá otra alternativa que frenar la producción. Sus costos fijos, que antes se diluían en 100 unidades, pasarían a diluirse en 50. Ese aumento del costo lo trasladará al precio de venta de las 50 unidades destinadas al mercado interno, al tiempo que deberá recurrir a suspensiones o despidos de personal para que sus costos por unidad producida no sigan aumentando.
El otro problema que provocará la decisión del Gobierno es que los importadores que hasta hoy compraban carne argentina no dejarán de consumirla porque nuestro país no la venda, pero buscarán otros proveedores, como Uruguay, Brasil o Australia, con la consecuente dificultad para recuperar mercados que tendrá nuestro país si se prolongara la restricción.
En síntesis, el cierre de exportaciones que ha impulsado Alberto Fernández con la intención de contener los precios de la carne podría generar pérdida de divisas para el país, un corte de la cadena de distribución internacional, un aumento de costos, más cierres de frigoríficos y, en el mediano plazo, mayores subas de precios por la caída de la oferta. Un nuevo virus ha atacado al Gobierno: el virus de la ingenuidad.