Ahora, Cristina tiene más poder
Dijo que después de la carta estaba dispuesto a soltar amarras con ella. El Presidente ya no la necesitaba. Cristina Kirchner se había ido sin que nadie la echara. Fueron pocos los que conocían esa decisión presidencial, pero el entusiasmo fue grande. Duró poco. En los últimos días, Alberto Fernández volvió a elegir la reconciliación con ella. Reconciliación necesaria porque Cristina congeló la relación entre ellos desde mucho antes de escribir aquella carta de lejanía y otredad. Alberto entregó la cabeza de María Eugenia Bielsa; hizo trascender que podría aceptar una mayoría menos estricta para el acuerdo en el Senado del jefe de los fiscales (que es lo que Cristina quiere), y calló ante una mayor carga impositiva (instalada en el presupuesto por la expresidenta y Sergio Massa ) que beneficia y perjudica a amigos y enemigos. La condición de persona imprevisible y audaz, dispuesta a ir hasta más allá del peligro, provoca temor en los políticos clásicos. Alberto Fernández es un político clásico. Con eso le basta a Cristina. Con la amenaza le sobra.
Ni Martín Guzmán ni el Presidente enviaron al Congreso un presupuesto con tanta carga impositiva nueva. El ajuste que ellos sí decidieron aplicarle a la economía pasa, como de costumbre, por dos ejes fundamentales: la licuación de las jubilaciones mediante pobres aumentos semestrales e incrementos considerables en el precio de las tarifas de los servicios públicos, que vienen congeladas desde hace más de un año. Es el ajuste tradicional, mejor o peor hecho, que imponen todos los gobiernos cuando les cae la noche. Son las partidas, además, que realmente importan y comprometen el presupuesto. Es cierto que tanto Alberto como Guzmán están ahora de acuerdo en acompañar el impuesto a la riqueza, una creación de Máximo Kirchner y Carlos Heller, que es otro mensaje contradictorio a los inversores. ¿Para qué invertir en un país que no solo tiene una enorme carga impositiva, sino que además inventa nuevos gravámenes solo porque se quedó sin plata? La Argentina no es un país con malas reglas del juego. Es peor: no tiene reglas.
Los nuevos impuestos benefician a sectores del gobierno que controla Massa, como AySA y Transporte, y a los dueños del juego nacional y popular ( Cristóbal López, obviamente). Los dueños nacionales del juego tendrán una carga impositiva un 50 por ciento menor que los extranjeros. Y tendrán otro 50 por ciento de rebaja para los que hagan "inversiones genuinas", aun en las apuestas online, que crean pocos puestos de trabajo. ¿Quién definirá que las inversiones serán "genuinas"? El Gobierno, por supuesto. Una alianza imprevista se produjo entre Cristina y Massa para que todo eso pudiera suceder. "La relación de Sergio con Máximo fue clave", asegura un diputado kirchnerista que conoce esa negociación. Los diputados de la oposición negociaron las modificaciones (o recibieron la propuesta de hacerlas) de parte de Heller, presidente de la Comisión de Presupuesto y disciplinado militante del más puro cristinismo, y de Fernanda Vallejos, una conocida economista y diputada de La Cámpora. Cristina estaba de hecho en condiciones de frenar la ambición de Massa en Diputados. La oposición se abstuvo y parte de la Coalición Cívica votó en contra del presupuesto. Paula Oliveto, diputada del partido de Elisa Carrió, que participó de las negociaciones con el oficialismo, votó en contra. Conocía demasiado las zonas oscuras del nuevo presupuesto como para limitar su queja a una abstención. A Cristina le hubiese sido suficiente poner a los suyos en contra de los agregados de Massa, Heller y Vallejos para frenar los cambios. No lo hizo. Heller y Vallejos son ella o su hijo (o ella y su hijo).
El kirchnerismo le cerró los ojos al progreso tecnológico de las comunicaciones, el más rápido y deslumbrante que haya conocido la humanidad
El presupuesto incorporó también una desmesurada sobreprotección a los productos tecnológicos que se producen en Tierra del Fuego. Los productos importados deberán pagar en impuestos 11 puntos porcentuales más que los nacionales. La importación en la Argentina ya tiene dos aranceles naturales: el pago del flete para trasladar los productos hacia un lugar muy distante y el precio del dólar, solo comparable ahora con los valores de cuando sucedieron la salida de la convertibilidad y la hiperinflación de fines de los años 80. La virtual prohibición de las importaciones tecnológicas incluye a la telefonía y la computación. El kirchnerismo le cerró los ojos al progreso tecnológico de las comunicaciones, el más rápido y deslumbrante que haya conocido la historia de la humanidad. El gobierno de Macri había comenzado un proceso para sacarles la excesiva protección a los empresarios de Tierra del Fuego. Regresaron al pasado. Todo volverá a ser como era.
Todo cambia, también. Versiones periodísticas señalaron que Alberto Fernández aseguró que apoya al juez Daniel Rafecas como jefe de los fiscales, pero que también está de acuerdo con bajar el número de la mayoría necesaria para el acuerdo en el Senado. Bajarla de los dos tercios actuales a mayoría absoluta. Ninguna fuente oficial confirmó esa versión, pero algunos funcionarios señalaron que podría tratarse de una típica compensación albertista. Rafecas ya anticipó que no aceptará el cargo si se modifican las mayorías. Se explica: si cambiara la mayoría para nombrarlo, también cambiará la mayoría para destituirlo. Los dos tercios se necesitan ahora para ambos casos. El jefe de los fiscales quedaría, así, a merced de simples mayorías parlamentarias. Su independencia resultaría irremediablemente herida. Rafecas está cuidando también su eventual y futura estabilidad en el cargo. ¿Es Alberto el que dijo que declinaría otra vez ante Cristina? Silencio. Alguien tiró una piedra y escondió la mano.
María Eugenia Bielsa tiene el "gen Bielsa"; esto es, se reserva un margen de libertad intelectual por encima de sus adscripciones partidarias. Ese gen existe en todos los hermanos Bielsa. Alberto Fernández la nombró en el Ministerio de Vivienda justo antes de que la pandemia frenara en seco la construcción. Está frenada aún ahora. Bielsa se acaba de ir porque no construyó viviendas durante la pandemia. Se fue, en fin, porque no hizo un milagro. Antes de su actual oficio de escribidora, a Cristina Kirchner no le gustaba esa mujer que hace dos años se sinceró ante un grupo de peronistas santafesinos: "Muchachos, robamos, y eso no se hace", dijo Bielsa aludiendo al gobierno que terminó en 2015. Después de la carta de Cristina, Alberto concluyó que Bielsa era la única "funcionaria que no funciona". Una injusticia. La cabeza de la exvicegobernadora de Santa Fe le fue ofrendada a Cristina.
Ninguna duda sobre esa oferta sobrevivió cuando se conoció al peronista que reemplazó a Bielsa: Jorge Ferraresi, intendente de Avellaneda, que pasó de formar parte del séquito de Duhalde en el conurbano bonaerense a militar en el cristinismo con fanatismo ciego. No es el único. Muchos viejos duhaldistas fueron alumbrados por la misma conversión. Ferraresi es tan cercano a Cristina que algunos políticos se sorprendieron cuando fueron convocados por la expresidenta a su casa particular (muy raras veces, es cierto) y se encontraron con ella acompañada por Ferraresi. Cristina no hace de su casa una unidad básica. Solo entran a ella las personas de su máxima confianza. La designación de Ferraresi fue otra ofrenda de Alberto Fernández a Cristina.
Bajar de Bielsa a Ferraresi es un descenso demasiado profundo. Cuando discurseaba en Puerto Madero, Alberto Fernández solía decir que un presidente elige primero como ministros a los que cree los mejores, luego sigue con los amigos y termina con los que quedan. Nadie explicó por qué decidió ahora empezar por el final.