Para Fabio, irse del país no tuvo que ver con la lógica sino con una necesidad emocional. Luego de años de estudios y trabajo, sentía que se había postergado y que era tiempo de emprender una aventura. "La familia y los amigos lo sabían y creo que por eso no les sorprendió cuando revelé que mi plan era salir a recorrer el mundo sin fecha de regreso. Por supuesto, siempre hay alguno más escéptico que otro, pero lo que recibí no fue más que apoyo", relata el joven ingeniero, de 28 años.
En su entorno laboral la reacción fue la opuesta; la idea de abandonar la estabilidad a cambio de "nada" resultó difícil de explicar y causó impacto. "Pero estaba cansado de un trabajo que la verdad no me ofrecía ningún futuro, aun con mi profesión", continúa.
Fabio jamás olvidará los momentos previos a su partida, días en los que tenía la sensación de que el piso tambaleaba bajo sus pies y en donde la sola idea de salir hacia lo desconocido lo mantenía en vilo, transpirando adrenalina por los poros, emocionado y ansioso, pero feliz.
"Aterricé en Milán. Era la primera vez que pisaba suelo europeo, y en ese momento, a pesar de estar cansadísimo, solo y sin saber muy bien qué hacer, no podía borrar la sonrisa de mi cara: por fin estaba viviendo una aventura", afirma complacido.
Un destino inesperado
Vivir en Polonia nunca había estado en sus planes, simplemente ocurrió. Fabio estaba de paso en Gdansk, una ciudad costera al norte de aquel país y se dirigía a Berlín con la intención de buscar trabajo.
"Pero en esos días en Gdansk me dieron el dato de que había mucha oferta laboral en Varsovia, así que por curiosidad hice un desvío en mi camino. En menos de diez días tuve una entrevista y me contrataron", revela Fabio.
Al empleo lo obtuvo en una de las tantas multinacionales que habían decidido instalar sus oficinas en aquella ciudad durante los últimos años, en un sector llamado "Mordor". "Nadie supo explicarme bien la razón de este nombre, pero supongo que viene dado porque en esta parte de la ciudad jamás se descansa. Muchas empresas - como la mía - trabajan 24x7, dando asistencia desde aquí a otras partes del mundo. Entonces, igual que la ciudad de los horcos en la película de los anillos, aquí tampoco se toman una pausa", argumenta.
Casi sin darse cuenta, Fabio se había unido a la rutina de la vida en Varsovia, un rincón del planeta con una historia rica, una ciudad que había sido destruida casi por completo durante la Segunda Guerra Mundial y reconstruida años después. Sus numerosos monumentos de alto valor artístico y representativos del estilo gótico, barroco y renacentistas, tuvieron que ser en su mayoría totalmente restaurados.
"Tiene una población cercana a los dos millones de habitantes, pero que terminan siendo el doble si contamos a todos aquellos que vienen de las pequeñas ciudades satélites a trabajar a diario. Hay muchos extranjeros que, como yo, no manejamos el polaco, pero hay una especie de licencia concedida al inglés como segundo idioma y casi toda la juventud polaca lo habla, no tanto así la gente mayor", explica.
La vida en el nuevo hogar
Al poco tiempo, fueron varios los aspectos de Varsovia que a Fabio le llamaron la atención. Entre ellos, que no existieran los típicos kioscos argentinos, almacenes, cafés ni farmacias, y que todos los locales fueran franquicias. "Por suerte, un día haciendo las compras en alguno de los monstruosos supermercados, levanté la vista y descubrí un paquete de yerba", cuenta sonriente.
Entre sus paisajes, también le impactó el profundo respeto de las personas por sus ancestros fallecidos reflejado en los numerosos cementerios esparcidos por toda la ciudad, cuidados y visitados asiduamente, colmados de flores y ofrendas. "Y cuando alguien pierde algo en la calle y la persona ya no está a la vista, el que viene atrás no lo levanta para quedárselo sino para colocarlo en un lugar más visible, por si su dueño vuelve a buscarlo. Por eso en invierno las calles están repletas de gorros, guantes y bufandas colgando de árboles, rejas o carteles", afirma.
En apenas algunos meses, Fabio ya se sentía a gusto. En Varsovia se encontró ante una sociedad con una buena calidad de vida, conformada por una prolífera clase media con amplio acceso a la compra de vehículos o propiedades, así como a la posibilidad de viajar . "La comunidad vive en un clima de respeto, cordialidad y seguridad envidiable. Se puede salir a la calle a cualquier hora sin miedo de ser asaltado. El único problema del que he sabido viene de la mano del racismo, aunque jamás lo he vivido en carne propia. La calidad de vida acá no se ve afectada por factores económicos, sino por la calidad del aire - el peor de Europa-, la calidad del agua, la falta de luz solar, la dependencia de la voluntad del clima, que conducen al aislamiento y la depresión", asegura.
Para Fabio, sin embargo, relacionarse fue sencillo. Lo recibieron con curiosidad y entusiasmo, y no tuvo dificultades para generar un grupo de amigos sólido. "Pero entre la gente mayor hay quienes aún miran con sospecha por la calle, entrecerrando los ojos, como diciendo y este qué hace acá", dice algo divertido, para luego mencionar la fuerza del alcance de las heridas abiertas del comunismo."Tanto es así, que hay quienes hasta hoy sueñan con demoler el edificio más emblemático de la ciudad: el Palacio de la Cultura. Construido en esa época, antiguamente era el faro comunista y hoy se convirtió en el epicentro cultural, albergando bares, cine, discotecas, museos, bibliotecas y más", continúa.
Tal vez por su historia, Fabio comprendió que la espontaneidad no formaba parte de los fuertes de la cultura polaca, aunque también culpa al clima, que no acompaña y que conduce a que todo se planifique con anticipación, dejando afuera la costumbre de alzar el teléfono para invitar a alguien a último momento. "Y me resulta llamativo el lugar de la mujer. Si bien se las respeta muchísimo (ellos explican que se los demuestran con las flores que se les regalan o con la cortesía al ceder un asiento), de ellas se espera que cocinen, limpien y críen a los niños. Los roles están asumidos así y tengo mis dudas del alcance de ese respeto, siendo este un país tan católico y conservador. En la misma línea, el matrimonio es la meca de muchos jóvenes polacos, es lo que la sociedad espera de ellos y muchos se lanzan a cumplir con ese mandato cuanto antes. Las relaciones amorosas suelen nacer con ese fin", opina.
Respeto, paciencia, cordialidad
Con el correr del tiempo, las reflexiones de Fabio acerca de las diferencias culturales se intensificaron y lo llevaron a crear anotaciones bajo el lema "para aprender". Respeto, paciencia y cordialidad fueron algunas de las palabras iniciales. La puntualidad del transporte público, por ejemplo, resultó ser uno de los primeros aspectos que lo maravillaron, casi como si se tratara de magia. "Si el cartel dice que la línea 189 pasa a las 16:17, podés estar seguro de que a esa hora va a pasar", exclama sorprendido.
"También me llamaron la atención las calles siempre limpias, que los peatones esperaran en el semáforo incluso cuando no vienen autos, que los coches cedan el paso a los peatones pacientemente y que los conductores no elijan prenderse a la bocina durante los embotellamientos, que hay muchos. Nunca escuché gente insultándose de un auto a otro. Y en los supermercados y otros espacios se paga con máquina de autoservicio y no se controla si el cliente abonó por todo lo que lleva; no hace falta, aquí nadie se va a llevar un producto sin pagarlo", relata con admiración.
Así mismo, Fabio intentó aprender la capacidad de confrontar el frío como un local de toda la vida. "Aquí me ha tocado vivir con una temperatura de 16 grados bajo cero, demasiado para un catamarqueño. Durante el invierno los lagos se congelan y vi gente en el agua semi congelada dándose un chapuzón. Lo intenté una vez, un día de 9 grados, logré meter los pies un poco más allá de los tobillos y aguanté menos de 30 segundos por el dolor que sentía", dice y se ríe.
De regresos y más aprendizajes
Fabio no tiene planes de regreso a corto plazo, aunque la idea ronda por su mente y le trae cada vez más interrogantes. "Me pregunto con qué país me encontraré al regresar en algunos años y cómo estarán mis amigos: en otros lugares, con otro empleo, con la familia agrandada", confiesa.
"Pienso mucho en el tiempo transcurrido y si para mi familia este período sin vernos les parecerá tan largo como a mí, porque en esta forma de vida el tiempo pareciera ir más lento. Me pregunto si para mi regreso mis sobrinitos serán todavía niños, si mis hermanos tendrán más canas o estarán más pelados. Mi madre envejecerá, sin dudas, pero tengo la esperanza de que nuestras miradas y sonrisas al vernos sean las mismas de siempre", expresa por lo bajo.
Seguramente, Polonia haya sido el destino más inesperado que hubiera podido imaginar y, sin embargo, Fabio no siente más que agradecimiento por las enseñanzas que le deja cada día. "Acá lo primero que aprendí es a quitarme el calzado antes de entrar a un hogar, costumbre que al principio me parecía ridícula pero que, con la nieve y el barro del invierno, terminé por comprender", revela divertido.
"Siento que conocer gente de otras culturas es puro aprendizaje", continúa con mayor seriedad. "Lo más bonito es entender que, a pesar de las diferencias obvias, en el fondo somos todos iguales y compartimos ideas, sueños o miedos. Acá aprendí que el lenguaje es una barrera que la empatía siempre sabe superar. Y creo que la gran lección que me llevo de esta experiencia es sobre la paciencia y el respeto. Sin embargo, y a pesar del bienestar que se vive en esta parte del mundo, para mí nada puede reemplazar el sol y la espontaneidad de mi tierra. Ojalá pudiéramos incorporar a nuestra cultura un poco del respeto y del orden que aquí abundan. Asado de domingo con vino tinto, respeto, y una vida digna para todos, eso es lo que sueño con vivir algún día bajo el sol argentino", concluye.
Destinos inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com.
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