¡¿República qué?!, fue lo primero que respondieron algunos al escuchar que Pablo se iría a vivir con su mujer a República Checa. Definitivamente, la noticia provocó sensaciones agridulces. Si bien la familia y los amigos comprendían que se trataba de una experiencia que no debían desaprovechar, el destino les resultó lejano. Extrañar, un costo elevado e inevitable.
"A mi suegro no le causó mucha gracia la idea de que me llevara a su hija a Praga sin siquiera estar casados, pero yo ya tenía el anillo hacía rato, así que unas semanas antes de mudarnos nos escapamos a Mendoza y le propuse casamiento", revela Pablo, entre risas.
Viajar juntos había estado siempre entre sus planes, aunque jamás imaginaron la posibilidad de irse a vivir a un país tan diferente. "Fantaseábamos con tomarnos un año sabático para viajar por el mundo, pero sabíamos que lo más cercano a eso era conseguir trabajo afuera y, al no ser ciudadano europeo, la única forma de hacerlo era si la empresa me relocalizaba. Por suerte, se presentó la oportunidad y no lo dudamos, a pesar de que el lugar nos resultara toda una incógnita", cuenta.
Hacia un nuevo destino
Antes de partir, sus emociones se balancearon entre la ilusión, la adrenalina y la preocupación. A Pablo le inquietaba que su mujer no se adaptara. En un principio, él tendría que ganarse el derecho de piso en una oficina extranjera, viajar con frecuencia y dejarla sola buscando trabajo en un nuevo hogar, que sabía que se sentiría algo ajeno.
"Pero no fue así", rememora, "Ella tenía la energía y las ganas de adaptarse. La primera semana empezó como niñera, dos semanas después la aceptaron para trabajar en free-tours y, finalmente, ahora lo hace en su área para una gran empresa global", continúa.
Desde el comienzo, República Checa les resultó un país maravilloso, un lugar en el mundo que los sorprendió gratamente de maneras inesperadas, con sus postales de cuentos de hadas y su atmósfera gótica. "Yo venía armado de paciencia, preparado para lidiar con todas las cuestiones burocráticas, sumado al hecho de ser un extranjero en un país en donde no entiendo el idioma, pero todo fue mucho más fácil de lo esperado. Me acuerdo de la vez que fuimos a comprar un sillón, por ejemplo. Me llamó la atención que me dieran como opción rentar un camión para mudarlo yo mismo, con solo una firma. Nunca había manejado un camión antes", afirma sonriente.
Las distancias, los vínculos y los regresos
Aquel sueño de recorrer Europa ahora estaba al alcance de su mano. Al encontrarse en un continente con distancias cortas, se les presentó la posibilidad de visitar diversos lugares y conocer nuevas culturas cada fin de semana. Tan solo debían manejar dos horas desde Praga para estar en otro país. "¡Y fui al mundial de Rusia con mi hermano!", exclama Pablo, feliz.
A fin de adaptarse mejor a su nueva realidad, desde el comienzo ambos coincidieron en que lo fundamental sería no cerrarse y estar dispuestos a explorar el entorno y sus costumbres para generar nuevos vínculos. Aun así, hasta hoy sienten que la familia y los amigos de toda la vida son lo más importante."Las cosas buenas solo tienen sentido si se pueden compartir con aquellos que uno ama. Pero creo que no se trata de la cantidad de tiempo compartido únicamente, sino de la calidad. Y nosotros tenemos la suerte de estar muy conectados y recibir un par de visitas al año. Me quedan muchos recuerdos de los lugares distintos que pude conocer con mi familia desde que vinimos a Europa", cuenta Pablo.
Para el matrimonio, los breves regresos a su tierra traen consigo una gran cuota de felicidad y otra de nostalgia, y afirman que pueden percibir la cotidianidad de la cultura argentina apenas arriban. "Cuando llegamos, queda en evidencia todo lo que nos perdemos al estar lejos, sobre todo las pequeñas cosas del día a día. Me entristece no ver crecer a mis sobrinas, perderme los asados con mis amigos, o no poder estar más presentes para aquellos que necesitan que le prestes el hombro mientras tomás unos mates", reflexiona.
"No luches contra la cultura"
Desde que viven en Praga, Pablo tuvo el privilegio de trabajar con personas y empresas de todo el mundo y atravesar experiencias enriquecedoras."Varios autores profundizaron mucho sobre cómo las diferentes culturas abordan el trabajo, el tiempo y los negocios, y el impacto que el lenguaje tiene en la forma en que percibimos el mundo, pero estos conceptos realmente cobraron vida una vez que los experimenté. Las barreras culturales existen y son un verdadero desafío. `No luches contra la cultura´, me aconsejaron antes de venir aquí. Pero hice como con la advertencia sobre el invierno checo: solo compré guantes cuando estuve a punto de congelarme", revela.
Como argentino, Pablo cree que nuestra cultura tiende a forjar seres emocionales y apasionados y que estas características pueden ser un desafío a la hora de entablar discusiones relacionadas con el trabajo. "Lo positivo es que somos percibidos como personas creativas, lo cual tiene sentido. Con semejante nivel de incertidumbre, la creatividad se convierte en un mecanismo de supervivencia que utilizamos para reinventarnos constantemente. Para los checos, que tienen miles de años de historia y saben exactamente en qué segundo pasará el tranvía todos los días, los argentinos somos como punks impuntuales que hablan demasiado y tienden a tener problemas con la autoridad y las normas", dice, convencido de que un equipo multicultural logra mejores resultados que un equipo monocultural.
Pablo siente que compartir otras visiones y comportamientos lo ayudó a poner todo en perspectiva y a mejorar como persona. "Por supuesto, creo que no podemos cambiar nuestra esencia, pero vale la pena tratar de contagiarse de los buenos hábitos y costumbres ajenas", expresa.
Aprendizajes y emociones universales
Hace dos años que Pablo y su mujer viven en Praga y, aun a pesar de la distancia, la experiencia les está resultando extraordinaria. Día a día, comprueban que no es lo mismo salir de viaje y observar una sociedad basados en preconceptos y desde lo superficial, que sumergirse en su rutina, sus formas y sus hábitos.
Para Pablo, salir de la zona de confort y exponerse a otras culturas puede ser frustrante, pero vale la pena el desafío. "Uno tendrá la oportunidad de aprender lo mejor de los demás, pero, lo más importante, aprender sobre uno mismo", afirma.
A pesar de que República Checa no sea un destino tradicional, ambos aseguran que haber aceptado aquel destino fue una gran elección. En suelo europeo aprenden, día a día, sobre la gran concentración de culturas tan diversas en un terreno relativamente pequeño, junto a todo lo que aquello significa: diferentes historias, guerras, ídolos, costumbres gastronómicas, entre tantos otros aspectos.
"Yo nunca voy a lograr a entender lo que se siente haber nacido bajo el régimen comunista, de la misma forma en que mis jefes quedarían atónitos si sintieran cómo tiembla el estadio cuando entra el equipo a la cancha en la Bombonera. Si uno encara estas culturas con humildad, te das cuenta de que debajo de las costumbres y el lenguaje, se esconden los mismos sentimientos y las mismas motivaciones, que son comunes para todos los seres humanos: necesidad de amor, reconocimiento, protección y progreso. Es una pena que hoy en día se estén volviendo a levantar los muros que no hace tanto se derribaron, cuando juntos hacemos un mejor equipo", concluye.
Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com .
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