Desde sus días de facultad, que Carolina Piqueras soñaba con otras tierras. A sus amigos y familiares les decía que alguna vez saldría de viaje para emprender una travesía diferente hacia otro tipo de aprendizajes sobre el mundo, las personas y la existencia. Pero a pesar de sus declaraciones, nadie le creía demasiado, ¿a dónde iría?, ¿qué haría?, una vez recibida seguro que la vida misma la acomodaría por los caminos usuales de la normalidad. Sin embargo, los años pasaron, sus anhelos permanecieron intactos y decidió que era tiempo de volar.
Las semanas previas fueron extrañas. La joven nunca había sido del tipo de persona que demostrara demasiado sus sentimientos y aún recuerda cuando faltaban cincuenta días para irse. Entusiasmada, confeccionó un cuadro con una cuenta regresiva, que había colgado en el cuarto que compartía con su hermana, "sentía una emoción tremenda cada día al arrancar el papel que me decía que faltaba menos, pero a ella le pasaba todo lo contrario. Creo que esos simples números en mi habitación le indicaron a mi entorno que iba en serio y no había vuelta atrás. Ellos tenían sus miedos, pero yo me sentía ansiosa y feliz".
Así, en diciembre del 2014, entre rostros incrédulos y abrazos intensos, llegó la despedida en Ezeiza. "Mi mamá y mi hermana siento que comprendieron mejor. Mis hermanos nunca fueron de opinar demasiado, pero mi papá….. creo que, hasta el día de hoy, y después de casi cinco años, sigue con la esperanza de que solo sea un capricho, un deseo pasajero y que en algún momento vuelva. Aun así, hubo apoyo".
Atravesada por sensaciones efervescentes, Carolina arribó en Barcelona y vivió los primeros once meses junto a sus tíos en Vilassar de Mar, donde se sintió acompañada por sus primos, que la incluyeron en su grupo de amigos y le abrieron el camino en el pueblito en donde residían.
Sin embargo, para ella el 2014 no significó el año de su partida. La verdadera aún estaría por venir.
Hacia un nuevo hogar
Todo cambió cuando después de veinte meses, Carolina decidió dejar la vida que había construido en Barcelona. Allí ya compartía un departamento, trabajaba en publicidad y tenía una gran cantidad de amigos. "Me fui rumbo a Australia a trabajar de Au Pair", cuenta, "Ahí, mis amigas argentinas se sorprendieron menos, pero a mis padres ya no les gustó tanto la idea. Yo nunca había hablado de aquel país y los desconcertó".
Emocionalmente Carolina seguía igual, sin demostrar demasiado sus sentimientos. Fue así que vivió otra gran despedida de aquella nueva vida que ya se había normalizado y cambió de rumbo una vez más. "La verdad es que no estaba nerviosa ni ansiosa. Tenía casa, trabajo, y pensaba en disfrutar la playa y hacer uso de mi inglés. Y cuando llegué fue como si conociera desde siempre a la familia para la que trabajé y me sentí parte. Tuve que abandonar tan bella región por un tema de visados, y entonces me tocó elegir rápido cuál iba a ser mi próximo destino".
Como Licenciada en Publicidad, la lógica le decía que debía buscar oportunidades que le abrieran las puertas por ese camino, pero lo cierto es que en el último tiempo había descubierto su verdadera pasión: trabajar con niños, una vocación que perfeccionó en Auckland. Allí completó un profesorado de maestra de inglés, que finalmente la introdujo a su destino inesperado: Tailandia.
"¿Por qué Tailandia? No lo sabía", asegura entre risas, "En esta ocasión, cuando les dije a mi familia y amigos me creyeron de inmediato, pero no entendían qué iba a hacer ahí. La despedida en Nueva Zelanda (lugar al que me había mudado junto a la familia donde era Au Pair) esta vez sí fue muy triste; tener que dejar a los niños que había estado cuidando me costó más que dejar mi vida en Argentina atrás. Pero lo hice y me fui a ejercer mi vocación de maestra en una escuela en aquellas otras tierras".
Nuevas costumbres
Al llegar a Bangkok, lo primero que llamó la atención de Carolina fue el atractivo de la ciudad. La maravilló encontrarse con una sociedad cosmopolita y muy desarrollada en ciertas zonas, junto a otras signadas por una atmósfera muy tradicional. "Además, hay una gran variedad de culturas y nacionalidades que me fascina", observa.
Luego de aquel impacto inicial, quedó sorprendida por la extrema amabilidad de las personas, que a pesar del poco inglés se hallaban siempre sonrientes y dispuestas a ayudar. "Esto es algo que me encanta hasta hoy. Muchas veces tengo que usar lenguaje de señas o Google Translator para comunicarme, pero siempre entre risas y sonrisas eternas", continúa. "Y me gusta mucho el respeto que tienen por su religión -el budismo- y hacia los mayores: así sea un nene de nueve años hablando con uno de once o doce, o una persona de veinte con una de cincuenta, van a tratar a la mayor de `pi´ seguido por el nombre, haciendo énfasis en que es mayor y hay que tratarlo con más respeto. Los niños en general son muy educados y, para mi sorpresa, muy afectuosos".
Rápidamente, Carolina logró habituarse al nuevo paisaje, al cariño y las amplias sonrisas. Y con el tiempo, develó otras nuevas costumbres, como aquellas que al comienzo le resultaron extrañas a la hora de comer. "Cuando vas a un restaurante o una casa todo es para compartir", afirma, "Te traen una jarra con agua filtrada (no se puede tomar la de las canillas), vasos con hielo, un plato limpio para cada uno y los cubiertos ya los tenés en la mesa en una caja; la comida que se piden se pone en el centro y todo se comparte. La verdad es que al principio me costó acostumbrarme y entender cómo era su sistema, pero ahora siento que está muy bueno y que de esta manera no te quedás sin probar nada, y la comida se siente como más familiar y amena. Y siguiendo la línea de la comodidad, acá se sacan los zapatos no solo antes de entrar a las casas, sino que también en el trabajo, en algunos negocios y, por supuesto, en los templos. ¡En el colegio en el que ejerzo la entrada es un mar de zapatos y sandalias! Pero estar descalzo al trabajar es un placer".
Pero como ningún lugar es el paraíso, en la vida cotidiana de Carolina emergieron otros aspectos evidentes y preocupantes, como el alto nivel de contaminación y basura acumulada, a pesar de los intentos actuales de la comunidad tailandesa por cambiar ciertos hábitos. "El consumo de plástico y de materiales a los que solo le dan un uso y después lo desechan es terrible. Al no tener agua potable en sus casas, vacían una enorme cantidad de botellas que luego las tiran, y en cada supermercado al que vas te dan miles de bolsas. La verdad que es un tema delicado", asegura, "También es preocupante la irresponsabilidad al manejar. Ves motos donde van dos o tres adultos juntos sin casco y hasta familias - con nenes chiquitos y bebés-, todos en una moto diminuta y, si hay alguien usando casco, suele ser el conductor".
En su nuevo hogar, sin embargo, la joven pronto sintió que aquel rincón del mundo era un lugar de paz, y que allí su corazón había comenzado a templarse para darle paso a una nueva Carolina más sensibilizada y conectada con sus emociones. Maravillada con su revelación se instaló en la ciudad de Trat, provincia de Trat, en la frontera con Cambodia, un lugar desconocido para la mayoría, un pueblo muy tranquilo habitado ante todo por tailandeses dedicados al cultivo de frutas y verduras, la pesca y el turismo. "No conozco a más de seis extranjeros acá. Tiene tres islas que no son de las más conocidas, pero sí muy lindas y que dejan bastantes ingresos. Tailandia en general no es para nada inseguro y el clima es ideal para aquellos que les gusta el calor".
Calidad de vida, calidad humana
Hoy, Calorina considera que en casi todos lados existen oportunidades de trabajo y de rehacer una vida, algo que antes, incluso en Barcelona, le había costado comprender por el simple hecho de que había llegado determinada a trabajar únicamente como publicista, tal vez influenciada por las presiones sociales de aquello que está mejor visto. "Una vez que abrí mi mente y entendí que no existe empleo bueno o malo, mejor o peor, con más o menos estatus social, me comenzaron a llegar muchas oportunidades (o las empecé a ver). Creo que trabajo hay en todos lados, solo depende de cómo lo miremos y cuál sea nuestro propósito: hacer carrera, ahorrar para invertir, viajar o formar una familia, o simplemente para subsistir", opina.
"En Tailandia la calidad de vida desde mi punto de vista es muy buena. No hay nada de inseguridad, voy en bici a todos lados y la dejo sin cadena y nada pasa. Sí siento un poco de temor cuando ando en la calle por los otros conductores. La calidad humana creo que está en cada uno. Los argentinos somos muy afectuosos, abiertos, simpáticos, y nos gusta que la gente se sienta bienvenida y cómoda cuando están con nosotros. Así que dejé Argentina con las expectativas altas, y ninguno de los países en los que viví me decepcionó, pero no creo que se pueda comparar. En Tailandia son muy amables, educados, respetuosos y siempre están riendo, pero aun así no tienen esa chispa del argentino".
Los regresos
Carolina regresó en dos oportunidades a su suelo natal y vivió dos experiencias opuestas. Aún recuerda la primera vez cuando antes de partir se encontró parada en el aeropuerto de Auckland al borde de las lágrimas y abrumada por sentimientos encontrados. Sus abuelos y su perro habían fallecido en su ausencia y había interrogantes que no deseaba afrontar. Así, mil y una emociones la atravesaron durante todo el viaje, donde mantuvo conversaciones internas que involucraron las preguntas que le podrían llegar a formular: ¿Qué iba a hacer? ¿Por qué se había ido de Barcelona? ¿Qué había conseguido hasta ese momento con tanto viaje y cambio de país? ¿Cuál era su plan a futuro?
"Y no tenía la respuesta para la mayoría de ellas. Fue tanta la negatividad y las malas energías que traía, que tres días después de haber llegado me rompí la pierna izquierda (tibia y peroné), me operaron el día del aniversario de mis papás, tuve que extender mi estadía en Argentina y llegué a pensar que no iba a volver a caminar más. Atravesé momentos de soledad que solo incrementaron mis pensamientos negativos. Uno cree que al volver va a tener miles de planes, pero pocas veces pasa. Entendí que soy yo la que está de paso, y que los demás tienen sus rutinas, que a veces, por más que quieran, no pueden darte el tiempo que te prometieron. Ese primer regreso lo describiría como desastroso. Pero esa visita me llevó a estar donde estoy hoy", revela.
Con otra perspectiva y nuevos aprendizajes, la segunda visita fue agradable. Sin accidentes ni fallecimientos que afrontar, Carolina pasó por Argentina antes de su nuevo comienzo en Tailandia. Esta vez, sentía que tenía un plan y que tenía respuestas a la mayoría de las preguntas que le iban a hacer; estaba segura de sus propósitos y lo que iba a conseguir. "Llegué con otra mentalidad, sabiendo que no iba a ver a mis amigos todos los días y que iba a disfrutar de mis seres queridos. Esta vez me costó más irme tal vez también porque iba camino a un continente totalmente desconocido, con un idioma del cual no tenía idea, a trabajar como maestra frente a cursos numerosos con edades que iban de 3 a 19 años, y sin experiencia".
Los aprendizajes
Casi cinco años atrás, Carolina dejó su tierra de origen con el anhelo de conocer el mundo sin saber que, en el fondo, había emprendido un viaje hacia ella misma. En su travesía de autodescubrimiento, finalmente dejó que los sentidos y las emociones tocaran su alma para abrirse a la posibilidad de vivir una vida que la conmueva.
"Pero para ello tuve que dejar de guiarme por lo que los demás consideran que está bien o mal hacer según la edad que uno tenga, y a seguir mis instintos. En ese camino aprendí a calmarme y bajar la ansiedad, y a entender que si uno trabaja duro todo se logra, que hay que esforzarse porque las oportunidades no llegan solas, sino que hay que salir a buscarlas. Claro que mi familia siempre fue un gran sostén en mi vida, pero salí a perseguir mis sueños y no me conformé con estar más o menos cómoda; hasta no encontrar el balance entre trabajo y pasiones, no paré. Hoy puedo decir que amo mi vocación, los días se me pasan volando, disfruto cada segundo que estoy en el colegio, y tengo muchas oportunidades para viajar", sonríe emocionada.
"Así mismo, mi experiencia me enseñó acerca de otras religiones y culturas, idiomas y lenguajes, a entender que está bien ser diferente y que en la variedad está la riqueza. Que no hace falta tener plata para ser feliz, la felicidad son momentos y se puede encontrar a la vuelta de la esquina. En mi caso la esquina estaba un poco más lejos, pero hoy, a la distancia y con perspectiva, me doy cuenta de que no era feliz en donde estaba porque siempre esperaba más, pero no hacía nada para conseguirlo. Ahora no espero nada, pero acciono y hago mucho, y eso se ve. Creo que el cambio está en uno; no hace falta irse del país para apreciar lo que tenemos. No supe verlo antes, pero también sentía que mi lugar no estaba ahí, que había algo que me faltaba. No voy a decir que viajar te hace feliz y te saca los miedos, porque todo eso depende de cada persona. En mi caso sé que me descubrí, que dejé brotar una parte de mí que antes no tenía y que todavía tiene mucho por recorrer. Hoy me despierto feliz en Tailandia, con ganas de ir a trabajar, siempre planificando mi próxima escapada - aunque sea al pueblo vecino-, y viendo la felicidad en las pequeñas cosas de la vida", concluye.
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo no brinda información turística ni consular. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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