Fernando Scheps Serra posó su mirada en el cielorraso de la habitación, agudizó la vista en la penumbra y divisó los contornos de aquel destino con el cual venía fantaseando, ¿cuán difícil podría ser conseguir un trabajo en Suiza?, se preguntó percibiendo la respiración acompasada de su mujer, Verónica, que dormía a su lado. En algún sitio habían leído que visualizar el lugar al que aspiraban llegar era una excelente idea y que para ello debían, por ejemplo, pegarlo en el techo del dormitorio, arriba de la cama, a fin de generar energías positivas en torno al objetivo anhelado.
"Ya había enviado varios currículums a un portal de empleos de dicho país y me habían llamado de una empresa que me entrevistó un par de veces, teníamos mucha ilusión y esperanza, por lo que imprimimos el logo, lo fijamos a la altura de las almohadas y nos propusimos focalizarnos en aquella figura y lanzarle buenas vibras. El método no nos funcionó", recuerda Fernando entre risas.
Hacia un destino inesperado
A Vero la había conocido en el jardín de infantes y, desde entonces, entre ellos se había desarrollado una historia caracterizada por las idas y vueltas, dignas de una novela de amor. De pequeños no solo compartían la salita, sino que vivían en el mismo barrio de Olivos, separados por unas pocas cuadras. "Podría decirse que siempre tuvimos algo así como un amor platónico. Años más tarde, mi mujer encontró una carpeta de la primaria donde le había escrito: Vero, sos un panqueque con dulce de leche", continúa riendo.
En la secundaria sus caminos educativos se bifurcaron y, sin embargo, la vida se encargó de cruzarlos en diversas ocasiones de su adolescencia para, finalmente, unirlos como pareja hasta casarse y formar una familia. "¡Pero lo que jamás imaginamos es que esto último iba a suceder en Suiza!, aunque mi esposa tuviera a su hermana (y única familia directa restante), María, viviendo allí".
Fernando había formalizado su relación con Verónica apenas un tiempo después de que ella regresara del casamiento de su hermana en Europa, por el año 2009. A partir de entonces la vida de ambos entró en una rutina aceptable, pero que en el fondo los incomodaba. Vero, contadora recibida de la UBA, trabajaba en un estudio en capital y, él, consultor informático, trataba de subsistir con muchísimo esfuerzo. A pesar de ello, y con hasta catorce horas de trabajo diarias, los resultados no eran los esperados.
"Corría el 2011, cuando decidimos empezar a mirar hacia otros rumbos. Mi mujer tenía pasaporte español y yo el polaco, por mi abuelo, y pronto Suiza comenzó a copar nuestros pensamientos. Vero, sin embargo, fue algo reticente y me dijo que debía conocer el país antes de lanzarnos a semejante aventura. Canjeamos todas las millas que veníamos acumulando desde hacía seis años y nos fuimos a pasar las fiestas a Suiza, a la casa de María y su marido, Sebastian. Recuerdo que lo primero que me impactó fue el extremo orden y la limpieza absoluta", rememora.
Volvieron el 5 de enero del 2012 y ese mismo día Fernando comenzó a pulir su currículum y a investigar los posibles caminos para conseguir un trabajo en Suiza. Fue ese mismo verano el que lo encontró visualizando en el cielorraso el logo de la empresa que lo había contactado, ilusionado por una esperanza que no fue.
"No me contrataron, la imagen voló del techo y nos sentimos muy mal y cabizbajos por un par de días, pero sabíamos que había que esforzarse más, seguir y no rendirse. Eso hicimos incansablemente hasta que me contactaron de otra empresa con la noticia de que estaban buscando a alguien con mi perfil, me acuerdo que tuve cinco entrevistas telefónicas a lo largo de una semana con distintas personas. Jamás lo olvidaré, era mediados de marzo de 2012 cuando recibí el llamado de la gerente de Recursos Humanos: `¿Hola Fernando´, me dijo, `Queremos ofrecerte venir a trabajar con nosotros. ¿Podés estar acá en un mes?´ Con una sonrisa gigante y mi corazón latiendo a mil por hora, lo único que me salió decirle fue ¡Gracias! y preguntarle si creía que era un problema empezar en un mes y medio. Acto seguido llamé a Vero, no podíamos creer lo que estaba pasando. Teníamos 31 años y nuestro sueño de volver a empezar había golpeado nuestra puerta. Fue difícil dejar a mi familia y a los amigos, pero sabíamos que era el camino correcto. ¡Nos íbamos a Suiza!".
Nuevo hogar, nuevas formas
Un mágico día de abril del 2012, la pareja arribó a la tierra de los relojes y los chocolates y lo primero que hizo fue registrarse en la municipalidad para conseguir los permisos de residencia correspondientes, les habían advertido que pronto se comenzaría a limitar la entrada de extranjeros, "algo que efectivamente sucedió al poco tiempo", asegura Fernando.
En un comienzo se instalaron en Bremgarten, un pueblo en las afueras de Zurich, un lugar en el mundo que parecía salido de uno de aquellos puzzles de paisajes soñados con los que solían cruzarse de pequeños: el lago cercano, el río Reuss, las casitas de techos a dos aguas en perfecta armonía con la naturaleza frondosa, insertas en una superficie con diversos e imponentes relieves. Y fue en aquel rincón de ensueño donde finalmente un tiempo después se casaron.
En el viaje anterior, Fernando había asimilado con placer el primer gran impacto de la pulcritud, tan evidente en cada esquina; las reglas y las formas suizas, en cambio, fueron un asunto complejo de procesar, en especial en el ámbito laboral. "Culturalmente, el suizo es una persona muy reservada, no le gusta el contacto físico con extraños, los abrazos o las palmadas, como se estila en Latinoamérica, y sigue las reglas al pie de la letra. Esto último es una de las razones por las cuales todo funciona en forma tan ordenada, la gente respeta las normas", cuenta Fernando, quien disfruta narrar acerca de las diferencias culturales en su cuenta de twitter (@viviendoensuiza).
Al argentino siempre le había llamado la atención que, a pesar de tratarse de un país con apenas 41.290 km2, las regiones en Suiza estuvieran divididas y que en cada una de ellas se hablara un idioma distinto: alemán, francés, italiano y el romanche. "Nosotros vivimos en la parte alemana y el idioma fue un tema desde el comienzo, todavía estamos tratando de aprenderlo. Está el alemán de Alemania y después está el suizo alemán, y entre ellos hay muchísimas diferencias. Si ponés a un alemán a hablar con un suizo de nuestra región, les cuesta entenderse entre sí".
Pero más allá de los idiomas, para Fernando y Verónica fueron aquellas dificultades que ya habían notado en relación a las formas de ser de los lugareños, lo que les complicó sus sinceras ganas de entablar vínculos cercanos con los habitantes locales. En la búsqueda de una vida social activa y que les facilitara su inserción en la comunidad, hallaron a una sociedad acostumbrada a marcar sólidas distancias personales.
"Acá es mucho más difícil hacer amigos auténticos con quienes compartir las emociones más íntimas. No hay tanta espontaneidad y mientras uno intenta hacer crecer una amistad con un suizo, la formalidad y el protocolo se imponen de maneras no acostumbradas para un argentino. Hay un dicho que dice que una vez que un suizo se transforma en un amigo es un amigo de fierro para toda la vida. Lo que nadie te dice es que formalizar esa amistad llevará probablemente muchísimos años", sonríe Fernando, "Pero hemos tenido diferentes experiencias con distintas personas y notamos que el suizo que viaja es más tolerante y tiene la mente más abierta a diferentes culturas, mientras que aquel que no ha salido tanto del país es más cerrado y considera que todos se deben adaptar culturalmente a ellos. Personalmente, creo que hay que encontrar un balance, los seres humanos de distintos lugares del mundo se pueden complementar perfectamente, aprender uno de otros y crecer como individuos".
La basura, los impuestos y la calidad de vida
A fin de habituarse al día a día del orden suizo, la pareja se enfrentó al reto de incorporar las costumbres europeas en relación a la basura. Dividir el cartón, el papel, el vidrio, el plástico (en sus diversos tipos), el aluminio y la basura orgánica e inorgánica, resultó ser un desafío casi estresante que, una vez asimilado, se transformó en un vicio positivo. "Te das cuenta hasta qué punto ayudás a la ecología del mundo y te volvés un fanático del reciclado porque el beneficio es inmediato".
Otra sorpresa llegó de la mano de los impuestos. Al cabo de un año, el matrimonio comprobó que habían destinado aproximadamente un 30% de sus sueldos brutos anuales al Estado, algo que, sin embargo, tuvo sentido: "Ese dinero siempre se ve en acción", asegura Fernando, "Las calles y las plazas se mantienen arregladas, todo el sistema de transporte es fenomenal, tanto trenes como buses, aunque también son muy caros. Para los locales existe una tarjeta que se llama Halbtax, que permite pagar la mitad en todos los medios de transporte (excepto aviones), por lo que un turista debe abonar más. No tenemos muy en claro a qué se debe, sería bueno que los visitantes también pudieran acceder a una tarifa más amistosa. Para ir a trabajar a Zurich tengo un costo ida y vuelta de unos USD 20 por día, son unos 35 kilómetros aproximadamente y el viaje dura veintiún minutos con un tren directo, cada tramo. El trabajo de Vero, en cambio, queda a diez minutos en auto".
En relación a la economía y la calidad de vida, la pareja siempre supo que podía aspirar a un pasar confortable. Pronto descubrieron que el sueldo mínimo rondaba en los 3500 francos suizos promedio (el franco es casi equivalente al dólar estadounidense), y que este permitía acceder a un alquiler y a una vida medianamente buena en un país de unos ocho millones de habitantes, con un 25 % de población extranjera y un estimado del 2% de desocupación.
"Y acá todo lo que involucra mano de obra de una persona tiene un costo alto porque se paga bien. Por supuesto que algunos rubros pagan mucho mejor que otros. Por ejemplo, los banqueros en Suiza ganan considerablemente más", explica Fernando, "Pero, así como uno puede cobrar muy bien (Suiza está rankeado como uno de los países mejores pagos del mundo), también el costo de vida es muy alto. Comer afuera es muy caro y, a pesar de que vivimos acá ya hace más de siete años, no podemos acostumbrarnos a pagar USD 200 una cena. No me voy a olvidar nunca: el año pasado quisimos ir a un lugar especial en Zurich para nuestro aniversario y nos sorprendieron con una cuenta al final de USD 350. ¡No me entraba en la cabeza que esa cena hubiera costado casi lo mismo que un iPad!".
"Por otro lado, el país otorga un seguro de desempleo a todas aquellas personas que cumplan con el permiso pertinente y que hayan trabajado previamente por un período mínimo de unos doce meses en esta tierra. Al quedarte sin empleo, el plan te permite cobrar el 70% de tu mejor sueldo o el 80% si tenés al menos un hijo. Este salario te lo paga el Estado por un lapso de un año y medio. Durante ese tiempo no es que te podés ir de viaje por el mundo, sino que te asignan a una persona para tu caso y tenés que presentar reportes todos los meses a fin de reincorporarte en el mundo laboral nuevamente. Te transformaste en un costo para el Estado y son muy conscientes de eso. ¿Se imaginan si existiese un sistema semejante en Argentina?", cuestiona Fernando.
Los regresos
Fernando y Verónica se consideran muy afortunados: desde que dejaron su tierra natal tuvieron la posibilidad de volver a su amado país todos los años, así como la dicha de recibir con los brazos abiertos a familiares y amigos en su hogar en Suiza, todos momentos en los que sus corazones se recargaron de pura energía para seguir adelante con su proyecto: la construcción de un gran presente y un futuro prometedor, en pos de una mejor y más estable calidad de vida.
Para ellos, semejante aventura hubiera sido imposible de sobrellevar de no haber sido por la tecnología. "La comunicación virtual instantánea es lo que nos mantiene cerca y nos permite aguantar más hasta el anhelado abrazo en la vida real. Suena contradictorio alejarse de tantos amigos y familia en busca de un futuro mejor, pero creemos que hacerlo porque deseamos aspirar a más para nuestra vida y la de nuestro hijo, Fran, es lo correcto y vale la pena", afirma Fernando conmovido.
"Algunos piensan que hemos perdido hasta el derecho a votar por habernos ido del país, pero nosotros no dejamos de ser argentinos, amamos a nuestra patria y tratamos de mantener nuestras costumbres en Suiza, así como de compartirlas con locales y otros amigos europeos. Muchas veces nos hemos puesto a pensar qué necesitaría Argentina para mejorar, y llegamos a la conclusión de que todas las soluciones parten de los niveles iniciales de la educación: características como creerse más vivo que el otro, no querer respetar las reglas y querer inventar nuevas simplemente porque uno no está de acuerdo con las que hay, o no respetar al prójimo, son algunos de los aspectos básicos que creemos que, de cambiar, podrían modificar drásticamente el futuro del país".
Otros aprendizajes
Han pasado siete años y Fernando todavía mantiene viva aquella imagen suya, recostado en un lejano dormitorio argentino. Allí, adherido al cielorraso, un logo de una empresa suiza surgía ante sus ojos, prometedor. Era el símbolo de una primera esperanza que se transformaría en una experiencia trunca, pero que le obsequiaría grandes enseñanzas relacionadas al esfuerzo en la vida: más allá de las estrategias energéticas y las bondades de los pensamientos positivos comprendió que, para alcanzar los objetivos, los pasos principales debían estar siempre asociadas al trabajo, la constancia y al hecho de no esperar que los cambios lleguen de arriba o por casualidad; uno debe siempre pelear e ir por ellos.
"Y ese anhelo lo tengo también para mi país y me da impotencia no poder ayudar como quisiera a los amigos y la familia", confiesa Fernando, quien también colabora activamente con la Fundación SI Argentina, "Observo cómo con ciertas actitudes acá en Suiza todo funciona y creo que al compartir mi experiencia tal vez pueda aportar con mi granito de arena, porque considero que siempre podemos aprender e incorporar nuevos hábitos para mejorar como personas y como sociedad. Aun así, con mi mujer somos conscientes de que no podemos construir el `arca de Fer y Vero´ y tratar a su vez de `salvar´ al mundo. Los cambios nacen de adentro y dependen de cada uno, pero hay que tener la convicción, ya sea que uno se quede en su propio país o se vaya. Irse es una decisión muy personal y no es para todos".
"Con nuestra experiencia siento que la enseñanza es diaria y constante: seguimos tratando de aprender alemán y nos esforzamos por adentrarnos aún más en la cultura suiza para integrarnos mejor. Es un trabajo permanente, pero con humor, empeño y buena onda creo que de a poco lo estamos logrando. Por lo pronto, estamos eternamente agradecidos al país que nos ha acogido ya hace tantos años y queremos contribuir positivamente en él, de la misma manera que deseamos seguir ayudando a nuestra querida Argentina desde nuestro nuevo lugar en el mundo", concluye con una gran sonrisa.
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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