Hacía tiempo que Tania y Matías fantaseaban con la idea de irse a vivir a otro destino. Deseaban abrirle las puertas a una nueva realidad que les permitiera un transcurrir menos ajustado y absorbido por las rutinas agotadoras; romper con aquella cotidianidad que les coartaba la posibilidad de acercarse a otros sueños, siempre latentes, aunque ahogados.
Sin dudas el anhelo era potente, pero la familia querida, su amplio y amado grupo de amigos, los paseos al río, sus juntadas a matear, tocar instrumentos, y los asados junto a los afectos de una vida de la que no era necesario huir, los hacía dudar. Por otro lado, habían sido padres de su primera hija y consideraban que no era lo mismo partir jóvenes y solos, que hacerlo con una pequeña, que se encontraría alejada de sus primos, sus tíos y sus abuelos.
¿Por qué dejar atrás una vida relativamente cómoda y colmada de amor?, se preguntaron, y la respuesta no tardó en llegar. Porque lo que los unía a sus seres amados era un lazo indestructible y la vida, finita e incierta, era solo una. Su deseo de abrirse al mundo era profundo y querían continuar aprendiendo de él, más allá de las fronteras conocidas, y supieron que para ello debían accionar antes de que, entre hábitos y obligaciones, los años se esfumaran.
Fue así que, casi a manera de juego, Tania comenzó a buscar trabajo por Internet en dos países que habían captado su atención: Alemania y Nueva Zelanda. Como bióloga especializada en microbiología, y con años de experiencia en un importante laboratorio, supuso que tal vez no le sería tan complicado. Y no se equivocó. "Aunque siento que tuve mucha suerte", opina al respecto. Especializarse en su profesión había rendido sus frutos y quedó seleccionada para dos puestos, uno en cada país. Ambos conocían Alemania y se decidieron a dar un salto de fe hacia lo inédito: volar a Nueva Zelanda.
"Antes de irme estaba triste", confiesa Tania, "Los tres meses previos fueron de trámites y ventas y nos fuimos a vivir a lo de mi hermana, que estaba embarazada. Fue un tiempo de compartir mucho con los abuelos y transitar emociones encontradas. `Tenemos tanta gente que nos quiere y nos vamos´, pensaba. Pero me dije: `Es solo a probar por unos dos años´. Aun así no fue fácil, como era un país desconocido daba mucho vértigo, aparte iba a volver a trabajar después de un tiempo de no hacerlo y bajo otras reglas. Sentí miedo, nostalgia, pero felicidad por emprender una aventura".
Un 31 de diciembre de 2015, Matías, Tania y la pequeña Suray llegaron a Auckland dispuestos a entregarse a la maravillosa posibilidad de vivir nuevas experiencias, dejarse sorprender y aprender de ellas.
Un nuevo hogar con extrañas costumbres
La responsable de Recursos Humanos los recibió aquel domingo de vísperas de Año Nuevo en ojotas. "¿Necesitan que les preste un auto?", les preguntó. Sorprendidos aceptaron la oferta y, previo a dirigirse a su departamento temporario, pasaron por la empresa para buscar un vehículo. "¿Y los papeles?", la interrogaron, "¿Qué papeles?". "Creo que ese fue el primer gran impacto", cuenta Tania, "Habíamos llegado a un país con costumbres diferentes en donde todo se basa en la confianza. Te prestan un auto y no hace falta papeles, porque no hay papeles, ni nadie en la calle los pide. Un tiempo después, cuando pudimos comprar el nuestro, los trámites de traspaso los hicimos en cinco minutos, llenando un formulario por Internet. Nada de burocracia".
La primera semana llovió cada día, algo que naturalmente acompañó su estado inicial de nostalgia inevitable. Pero pronto descubrieron que así era allí, un lugar en el mundo donde llueve y el sol brilla con la misma facilidad, motivo por el cual los verdes surgían casi fosforescentes ante sus miradas maravilladas, dispuestas a familiarizarse con los nuevos y hermosos paisajes emergentes, mientras buscaban casa.
"Vivimos en Auckland, que es una ciudad grande de más de un millón y medio de habitantes, pero que está esparcida a lo largo, por lo que hay muy pocos edificios y las distancias son amplias para llegar de un lugar al otro", describe la joven de 37 años, "Me impactó mucho la naturaleza. Todo es muy verde y hay parque, campo, selva, y mucha agua en el medio de la urbanidad y en las afueras. Es raro encontrarse con una ciudad donde se convive con la naturaleza. Vivimos en una zona peninsular en los suburbios, a dos cuadras de la playa, con islas enfrente. Al centro accedemos en ferry o en media hora con el auto".
De todas partes del mundo
Otra de las grandes sorpresas para Tania y su familia surgió de la mano de la diversidad cultural. Creían que, ante la mirada de los demás, ellos serían los inmigrantes, hasta que se dieron cuenta de que estaban rodeados por ellos y que su condición era natural. "Acá no te hacen la pregunta típica de qué te trajo a este país, que te suelen hacer en otros destinos. No lo hacen, porque no es nada extraordinario para los locales", revela Tani, "En mi área de trabajo somos cuarenta personas y solo tres nacieron aquí. El resto provienen de lugares cercanos y remotos en nuestro imaginario. Se escucha una enorme variedad de acentos. Pensé que mi situación iba a ser algo así como: `Uy, a esta chica cómo le cuesta hablar´, pero por suerte no", continúa entre risas.
Sin embargo, el matrimonio supo rápidamente cómo diferenciar a los locales de los inmigrantes. No tardaron en comprobar que los kiwis – como se suele denominar a los habitantes nacidos en Nueva Zelanda – iban llamativamente desabrigados a todas partes (incluso en invierno), descalzos o con ojotas, y que se acostaban a dormir muy temprano. "Nos tuvimos que adaptar un poco, aparte porque yo me iba a trabajar a las 5 de la mañana y volvía a las 14:30 para buscar a mi hija del jardincito al que iba por un par de horas flexibles. Acá se acostumbra a cenar tipo 17:30 y después de comer se puede observar cómo van en familia a la plaza, todos en pijama. ¡Al principio me parecía muy gracioso! Se duermen más o menos a las siete de la tarde".
Pero aun a pesar de ciertas costumbres peculiares y evidentes, el matrimonio también comprendió que, justamente debido a la enorme diversidad, en aquel país no era posible generalizar y que, la única etnia de costumbres propias muy marcadas era la de los nativos maoríes, provenientes originalmente de la Polinesia, pero establecidos en Nueva Zelanda varios siglos atrás.
Las oportunidades, la calidad de vida, calidad humana
Matías, recibido en Comercio Exterior, comenzó su búsqueda laboral un tiempo después de su llegada. Durante las primeras semanas aprovechó para hacer algo que no le fue posible experimentar en Buenos Aires, tal como lo hubiera deseado: pasar tiempo de calidad con su hijita, que aún no había cumplido los dos años. Con ella visitó la naturaleza y las playas en horarios de mañana y fue él quien la acompañó en su adaptación en la guardería, un espacio que la niña adoró desde el comienzo.
Él valoró, disfrutó, se acercó y conoció a su hija como nunca antes, y una vez que las mujeres de su vida estuvieron asentadas en sus nuevas rutinas, se dispuso a trabajar, algo que logró conseguir sin dificultad. "Hay oportunidades para todos en líneas generales, sin importar el país natal", afirma Tania, "Puede variar un poco según la empresa, pero a nosotros nos tocaron entidades abiertas a la diversidad. En la mía ves gente cumpliendo roles importantes de orígenes diferentes. Un puesto no dependerá de tu color de piel o tu país de origen. Y la calidad de vida es alta, el sueldo mínimo permite cubrir todas las necesidades; en Auckland es bastante común que la gente tenga su lancha y su casa en la playa, porque estamos rodeados de agua y acceder a ese tipo de bienes es más usual".
En poco tiempo, todos los miembros de la familia entablaron nuevos vínculos de amistad de todas partes del mundo. En cada uno de los entornos que construyeron a lo largo de los meses, que se transformaron en años, hallaron una excelente calidad humana. "Ni hablar de los modales y el respeto en la calle", dice ella, "Y los kiwis son particulares, todos te saludan en el barrio aunque te desconozcan, pero tal vez en un lugar más íntimo como la puerta del jardín ni lo hacen, porque les cuesta romper la barrera de superar la charla de ascensor. Después entran en confianza y son de lo más abiertos. Son espontáneos y te invitan a la casa sin haber arreglado previamente, algo que me llamó la atención, dado que vienen de una cultura inglesa".
La importancia de la educación y la salud respetada
Suri, como la llaman sus afectos, comenzó el colegio a los cinco años al igual que todos los niños en Nueva Zelanda. En su nuevo país las escuelas se dividen por zonas y los chicos asisten a la de su barrio, lo que genera que ella se encuentre con sus amiguitos en la plaza o que tan solo precise cruzar la calle para visitarlos en sus hogares. "A las 15, que es la hora de volver del colegio, los ves a todos con monopatín, yendo solos, y a la mitad de ellos descalzos caminando, en especial en verano. El colegio es público y es muy raro que alguno busque otro tipo de educación. Así, el que proviene de una familia adinerada y el menos pudiente, conviven", asegura Tania.
Y, aunque ya habían tenido experiencias buenas en relación a la salud, tres años después pudieron vivenciarlo a través de uno de los eventos de mayor trascendencia en la vida de un ser humano. Tania fue madre de Nina en el mismo hospital público que la presidente de Nueva Zelanda y comprendió plenamente lo que significa vivir en un sistema de contención y de parto respetado.
"Nina nació en un cuarto cálido, que no era tipo quirófano", explica, "Si el embarazo no es de riesgo los meses de gestación lo acompaña una partera, al igual que el nacimiento. Vos podés elegir si querés dar a luz en tu casa, o en habitaciones especiales que no están dentro de una clínica y donde no hay médico, sino partera, o si querés hacerlo en un hospital, donde el cuarto igual es lindo. Todo está cubierto por el Estado y nadie considera `hippie´ o mala ninguna decisión. Cuando nace el bebé te hacen los papeles en el momento, sea que estés en tu casa o en el hospital. Y si hay dificultades en el hogar y te trasladan, a las mujeres se las trata con respeto siempre, contrario a lo usual en Argentina y otros países, donde en esas situaciones suele haber maltrato. Opciones hay muchas y en todos los casos se contempla que sea la mejor para el bebé y la madre en lo físico y emocional. Este es un país desarrollado y está absolutamente comprobado que un nacimiento respetado suele evitar muchas complicaciones, a diferencia de uno en donde se imponen los médicos, las drogas y otras cuestiones. Mi primer bebé en Argentina fue por cesárea, con la segunda quise un parto normal y siempre lo avalaron y me motivaron para que así fuera".
Los regresos
La primera visita a la Argentina tuvo lugar dos años después de partir, en el marco de circunstancias especiales. Llegaron con una beba de seis semanas, con Tania atravesando el puerperio, con su físico y sus emociones naturalmente abocadas al nuevo miembro de la familia. "Pero resultó hermoso compartir aquellos días. La ayuda, el soporte familiar cuando tenés hijos es invaluable", afirma conmovida.
Las visitas posteriores fueron muy intensas para toda la familia. "El tema es que siempre que vamos nos enfermamos todos. Por el cambio de agua, especialmente. No porque en Buenos Aires sea mala, sino por el acostumbramiento del cuerpo, que cambia su inmunidad. Y después está el tema del jet lag, que es fatal. Cuesta mucho acostumbrarse, en especial a las nenas, que son chiquitas todavía. Nina se despertaba a las tres de la madrugada para jugar".
Con cada regreso, Tania no puede evitar tener la sensación de que todo sigue igual, que su vida cambió enormemente en unos años y que, al volver, su entorno continúa en el mismo ritmo. "Y veo el desgaste en los paisajes urbanos. Con el paso del tiempo poco fue modificado y naturalmente todo se gasta. Y me sorprende la constante queja, pero que después la gente sale a comer afuera en masas", se ríe, "Pero, sin dudas, la alegría de reconectarse con el país de uno, la familia y los amigos no tiene precio. Volver al lugar donde uno creció y ver al tipo del peaje escuchando cumbia a todo volumen, me saca una sonrisa. Son características muy propias. Sin embargo, en los regresos también entendemos y validamos nuestra decisión de vivir en Nueva Zelanda. Aunque confieso que mi cabeza elucubra planes para traer a mis familiares y amigos conmigo".
Aprendizajes
Hoy, Tania y su familia sienten que están en el lugar correcto del mundo, un destino en donde cada día se disponen a disfrutar de la naturaleza y a vivir una vida libre, despreocupada, y de profunda unión con su núcleo familiar.
En tierras lejanas, ella aprendió acerca de la maravillosa capacidad humana de adaptarnos y abrir nuestro cerebro como una esponja. "A diez días de mi llegada estaba trabajando y recuerdo lo difícil que fue. El primer día tuve reuniones en un idioma extranjero, con una dinámica nueva y fue un desafío enorme y, sin embargo, mi cabeza se amoldó y hoy no me lo imagino diferente. Los seres humanos tenemos una capacidad de aprender sorprendente y deberíamos darnos la posibilidad de nunca dejar de hacerlo. Es nuestro mayor tesoro".
Así mismo, y como nunca antes, ella aprendió acerca de la diversidad cultural y a superar prejuicios que creía que ni poseía. "Me di cuenta de que, en mis códigos, consideraba que ciertos comportamientos de otras culturas estaban mal y no era así, sino que simplemente eran otros códigos. Lo mismo me sucedió con respecto a las apariencias. Creo que sin darme cuenta venía con un chip retrógrado; lo pude comprobar, por ejemplo, al encontrarme sorprendida por ver a una mujer de una isla del Pacífico, toda tatuada y con un pañuelo en la cabeza en un cargo muy alto en mi empresa. Pero, al escucharla y observar sus capacidades, entendí que tenía que borrar mis preconceptos del cerebro. Abrazar esto fue fantástico y grato, un impacto positivo. Y, sin dudas, ver a tantas personas de países tan ajenos entre sí comunicarse armoniosamente me parece increíble".
Cuatro años atrás, Tania y Matías partieron con el deseo de ver otras realidades del planeta para aprender de él, una búsqueda que sienten que florece cada día.
"La convivencia multicultural nos invitó a abrir nuestra mente y a soltar prejuicios, algo que creo vital y necesario en este mundo. Nos ayudó a dejar de frustrarnos con aquellas cosas que esperábamos siempre de la gente y no llegaban, y a darnos cuenta de que esa es una reacción que suele acontecer cuando no se acepta la diversidad. Salir del mundo conocido nos desafía a modificar comportamientos que vienen predeterminados de antes, y cada día nos invita a absorber lo positivo de otras culturas. Mi experiencia, al final del día, también me reafirma una frase de Hesse que me envió mi hermana: La vida de cada Hombre es un camino hacia sí mismo, el intento de un camino, el esbozo de un sendero", concluye con una sonrisa que transmite paz.
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Destinos inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com .
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