A Diego Ezcurra la idea de abandonar su suelo natal y una carrera exitosa en Argentina no le atraía en absoluto y, sin embargo, se despidió de sus clientes con infinita tristeza. A sus amigos y familiares ni les quiso comentar acerca de la decisión que había tomado, se encontraba desolado y sentía que era incapaz de hablar del tema. Ellos se ofendieron con justa razón y con el tiempo les pidió perdón a todos. Emigrar para él resultó ser un proceso frustrante y, aun así, sabía que era el camino correcto.
Por aquella época, en el 2001, Diego manejaba su propia empresa, Ezcurra Transferencias Embrionarias. Trabajaba en colaboración con cinco centros de reproducción bovina y realizaba más de tres mil transferencias por año. A pesar de su éxito, a sus 43, la gran crisis azotó su realidad y, después de haber invertido tanta energía, sintió que había llegado al tope de su carrera profesional. "Hasta entonces el negocio florecía y las perspectivas eran sumamente alentadoras, ¡al punto que habíamos planeado nuestro futuro para el 2020!", rememora hoy el argentino recibido de Médico Veterinario en la UBA, capacitado en transferencias de embriones y con un posgrado en Animal Science de la Universidad de Davis, California.
Todo cambió aquel fatídico año, cuando entre el corralito y la devaluación, su plan 2020 entró en aguas tumultuosas. A pesar de las dificultades financieras el trabajo sobraba, por lo que había decidido arremangarse, esforzarse cuatro veces más y seguir adelante hasta que, sin previo aviso, recibió dos ofertas laborales: una en Hamilton, Nueva Zelanda, y otra cerca de Boston para trabajar en el departamento médico de SERONO, una compañía líder en reproducción humana que hoy ya no existe. Las oportunidades eran excelentes y auspiciaban un futuro mejor, pero Diego tenía sus dudas y se resistía a la idea de abandonar su país amado.
El clic despertador arribó de la mano de su hijo, Matías, que por aquel entonces tenía 14 años: "Papá, ¿por qué no aceptás la propuesta de Estados Unidos? Si nos quedamos acá solo hay una posibilidad: esperar que el país se recupere; en cambio, si nos vamos son tres: si te gusta el nuevo trabajo te quedás, si no te gusta podés contactar a tus conocidos de reproducción animal de allá, que te van a recibir con los brazos abiertos, y si no te querés quedar nos volvemos a la Argentina y tus clientes estarán felices", sentenció, y Diego quedó boquiabierto. Su hijo tenía razón.
Finalmente, junto a sus socios, decidió vender la compañía. Sin remedio, llegaron aquellos días de dolor ante el desarraigo inesperado, impregnados de un temor inevitable provocado por la incertidumbre y el volver a empezar en una tierra lejana, en un área de trabajo inexplorado. "Mi mujer es de fierro y siempre me apoya, Matías y mi hija menor Flor, que tenía 11, estaban de acuerdo, pero la mayor, Catalina, estaba en quinto año y de novia, y se sintió muy infeliz con la decisión. Aquel no fue un buen año, transitamos un mal momento en nuestra historia familiar".
Aun así, en un día inolvidable, los Ezcurra dejaron su lugar de origen y partieron rumbo al Estado de Massachussets a comenzar un nuevo capítulo de su vida.
Nuevo hogar, nuevos desafíos
Diego recuerda con nitidez aquel vuelo hacia su nuevo destino. Sentía que su cabeza le estallaba, saturada de sentimientos encontrados. Le costaba comprender la determinación que había tomado, aquella de abandonar una carrera exitosa para embarcarse en un área diferente, en un país en el cual no había deseado quedarse en los años noventa, en la época de su posgrado. Y, sin embargo, otras emociones emergieron potentes, que se balanceaban entre la adrenalina ante lo nuevo y una creciente esperanza.
Los recibió Eduardo Kelly, el hombre que le había ofrecido el empleo, junto a su esposa, Daniela. Ambos les brindaron un apoyo incondicional para que se sintieran cómodos y contentos en la transición y, aun así, los primeros dos años se caracterizaron por ser muy duros, aunque de gran aprendizaje.
"En el trabajo fue empezar de cero en reproducción humana, en un ambiente en el cual no conocía a nadie y en inglés, un idioma que había estudiado por quince años, que creía que dominaba. Tuve que agachar la cabeza y tragar saliva cuando se burlaban de mi pronunciación, y en las conversaciones en grupo me perdía: reía cuando se reían y me ponía serio cuando ellos lo hacían. La verdad es que, con mucha humildad, me bajé del caballo en el que estaba sentado en mi empresa para volver a empezar", confiesa.
Diego no fue el único que tuvo que batallar con el cambio, la familia entera padeció instancias complejas de adaptación. Para sus hijos, adolescentes insertos en una cultura distante, los contratiempos no resultaron sencillos de sobrellevar. "Pero Florencia, mi mujer, se encargó de absolutamente todos los problemas de la casa y de los chicos para que yo solo tuviera que lidiar con el trabajo. Venir a Estados Unidos y ser latino no es fácil, sobre todo cuando aterrizás en un lugar muy británico como lo es la región de Boston, en Nueva Inglaterra".
Nuevos hábitos, nuevas reglas
La familia había pasado de residir en Santa Fe y Libertad, CABA, a vivir en un pueblo de 22.415 habitantes llamado Hingham, localizado a treinta kilómetros de Boston, a quince minutos del mar y dos horas de la montaña. Se maravillaron al comprobar que su hogar yacía en el medio del bosque, al lado del parque nacional Wompatuck; lejos del caos de la ciudad, cada mañana despertarían en pleno contacto con la naturaleza.
De a poco, conocieron más acerca de la historia de su comunidad, una pintoresca zona con algunas casas históricas del 1600, uno de los primeros pueblos colonizados por los Pilgrim Fathers y que supo albergar a Abraham Lincoln en sus inicios.
"Al comienzo las diferencias en las costumbres me resultaron muy llamativas. Me impactaron la seguridad, el orden y el respeto de la gente hacia los espacios públicos y hacia los demás", afirma Diego, "Las reglas son estrictas y se cumplen o se paga el precio por no cumplirlas.Por ejemplo, llegué con la viveza criolla de exceder el límite de velocidad y me paró la policía - a la que se respeta muchísimo - y me pusieron una multa de cien dólares por el exceso en sí y cien por cada milla que pasé del límite. Además, me incrementaron el seguro del auto en un 10 % durante cinco años. En total, la avivada me costó entre tres mil y cuatro mil dólares. Como imaginarán, nunca más pasé el límite, la sociedad educa a seguir las reglas con premios y castigos", asegura.
"Otra cosa que me llamó poderosamente la atención fue que después de realizar la declaración de ganancias e impuestos del primer año, ¡me llegó un cheque del estado de Massachussets por veinte mil dólares de retorno! Aparentemente había pagado demás, casi nos desmayamos", ríe, "Por otro lado, me sorprendió que nos sacaran casi el 35% en impuestos, pero pronto comprobamos que esto volvía en servicios para la comunidad de todo tipo y color".
Calidad de vida, calidad humana
En Argentina, Diego se tomaba quince días de vacaciones; trabajaba 350 días continuos, cubría unos 100mil kilómetros por año en auto y volaba muchos más al viajar a países limítrofes por negocios. En su patria, sentía que se hallaba en un constante correr detrás la mayoría de los clientes para cobrar un trabajo que no se pagaba a menos de noventa días.
Su nuevo empleo en la región de Boston, en cambio, quedaba a siete minutos de su casa. Al tiempo, descubrió que le pagaban cada catorce días y que, además, tenía los fines de semana, más treinta días de vacaciones y feriados. Unos cuatro meses de tiempo libre con los que antes no contaba; ahora podía disfrutar junto a su familia, rodeados de una naturaleza colmada de toda clase de animales: ciervos, ardillas, coyotes, mapaches, zorros, castores, tortugas, pavos y más. "Nos vienen a visitar al backyard. Vivimos sin cercas, alambrados ni el miedo continuo de que nos asalten por la calle. No digo que todo Estados Unidos sea así, solo que somos afortunados de haber caído en un lugar maravilloso".
"Este país te da la oportunidad de trabajar duro e ir para adelante; el lugar a donde llegues dependerá únicamente de vos", continúa el argentino, quien luego de realizar un master en Embriología y Andrología Humana, y tras años de esfuerzo, llegó a ser nombrado Director Médico Global de Fertilidad de la compañía, "Hoy me trasladé al área comercial y manejo todos los clientes de Fertilidad. En Nueva Inglaterra es increíble, a pesar de tener 62 años, recibo permanentemente ofertas de trabajo de todo tipo. Acá la gente gana bien y gasta lo que tiene y también lo que no tiene a base de créditos. Con nuestra cultura de trabajar duro, gastar menos, ahorrar mucho y no comprar lo que no podés pagar, se puede salir adelante muy rápido. Para ellos no es tan importante tu origen o títulos, sino lo que podés hacer y producir", asegura.
"Siento que acá tenemos todo lo que teníamos en Argentina, menos su gente. Tomamos mate todo el día, comemos alfajores, hacemos milanesas, empanadas y flan con dulce de leche; vivimos muy tranquilos y en paz en un ambiente ordenado y seguro", afirma sonriente. "Los locales son buenas personas, pero la mayoría difícilmente te de algo a no ser que también les des algo a cambio. Esta sociedad, en general, no está basada en la familia, son muy individualistas y les resulta complicado demostrar calor humano en su vida diaria, inclusive con los hijos. Son gente muy respetuosa en todo sentido, muy patriotas y te piden perdón por cualquier cosa. Es un sistema en el que los abogados tienen mucho control, hay una cultura del juicio. Lo bueno es que hay personas de todas partes del planeta y te podés juntar con quien vos querés y pasarla genial".
Regresos y aprendizajes
Para Diego, los viajes a la Argentina significan abrazos, besos, y reencuentros en donde abundan las conversaciones divertidas atravesadas por "las pavadas típicas" y las cargadas que en su hogar en Nueva Inglaterra no existen. "Visitar mi país me encanta, pero también me da mucha pena. Veo a una nación que tenía un potencial humano enorme y floreciente, pero que por malas administraciones perdió el rumbo y repite errores. Es un país rico que vive sumergido en un caos que te quema la cabeza", opina.
Dieciocho años han pasado desde aquel día en que la familia Ezcurra decidió tomar coraje, dejar su universo conocido y embarcarse hacia una nueva aventura. Diego jamás olvidará las emociones que lo invadieron al dejar su tierra amada, se hallaba inmerso en la frustración y, como guerrero caído, sentía que había recibido un golpe duro y desgarrador para su alma. Sin embargo, hoy considera que, si se hubiese quedado, posiblemente habría pasado a mejor vida. "El cambio me costó, pero era necesario. Vivía muy estresado y ya había tenido varios accidentes de auto", revela.
En todos estos años, el Médico Veterinario tuvo la oportunidad de viajar por el mundo, crecer, aprender otra profesión, dar conferencias y conocer grandes eminencias en un área que le apasiona. Sus tres hijos tuvieron la posibilidad de estudiar en la Universidad de Massachussets y, luego de terminar sus carreras, hoy viven de sus trabajos en la paradisíaca isla de Maui, Hawaii. "En mi casa tengo las dos banderas y nos sentimos felices de haber podido criar a nuestros hijos con la flexibilidad de la cultura argentina, pero con la sensación de haber tenido la fortuna inmensa de recibir otra oportunidad para conocer otra realidad en la vida. Pudimos ofrecerles un nuevo camino a nuestros hijos y a nuestros nietos", dice conmovido.
"Gracias a esta experiencia aprendí que hay posibilidades en todas partes del mundo y que el éxito personal y profesional están en un 99% basados en lo que hayas transpirado para conseguirlo. Aprendí que podemos hacer cualquier cosa y progresar si ponemos energía positiva y le damos duro al yugo. Comprendí que la gente no es tan distinta en ninguna parte del planeta, sino que allí en donde hay leyes estrictas y una educación adecuada, los habitantes respetan al prójimo. Considero que un país serio te educa para que te sientas un habitante valioso para la sociedad", continúa.
"Siento que Argentina es un país genial con gente muy capaz que no puede desarrollar todo su potencial. Es una verdadera lástima, porque amo a mi tierra; muchos de los compatriotas que encuentro por el mundo son muy exitosos y altamente valorados por su inventiva y capacidad de trabajo. Estoy orgulloso de ser argentino, aunque triste por la falta de cambio. En una de las calles más importantes de Boston, Commonwealth Avenue, está la estatua de Domingo Faustino Sarmiento, que acá también es importante y lo consideran prócer de la educación. Ojalá algún día podamos ingresar por ese sendero, el de la educación, que nos conduzca hacia el trabajo honrado y el respeto hacia las leyes y autoridades para convertirnos en una gran nación", concluye profundamente emocionado.
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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