Llevaba un pasar agradable, pero algo faltaba, sentía que su vida era chata, y que eso no podía ser la vida; todo cambió cuando Australia apareció en su camino...
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A mediados del 2015, Magdalena Gómez di Nardo se encontraba de viaje por el norte argentino cuando un sentimiento extraño comenzó a crecer en su interior. Oriunda de Tandil, provincia de Buenos Aires, hacía tiempo que había dejado su suelo natal para mudarse a la capital, decidida a estudiar y trabajar. Fue entonces que le dio inicio a una prolongada etapa que duró diez años, una bella rutina en donde le tocó amigarse y enemistarse, una y otra vez, con la distancia que la alejaba de su familia, y con las sensaciones agridulces del ritmo cotidiano de la ciudad.
Ella era una típica oficinista del microcentro porteño, que se bajaba en la avenida Alem, caminaba con su cartera y su comida organizada, y se sentaba en su agradable escritorio. Fichaba de 9 a 17 para luego vivir una vida bastante predecible dentro de su clara fortuna: "Habitaba en una casa hermosamente decorada junto a mi expareja, viajaba a Tandil de vez en cuando, hacía ejercicio, frecuentaba amistades, y me tomaba mis vacaciones legales. Pero me faltaba algo, sentía que mi vida era chata, y que eso no podía ser la vida. Anhelaba experimentar emociones que todavía mi cuerpo desconocía, pero que se comenzaron a manifestar en aquel viaje al norte".
Un lunes de agosto, Magdalena se sentó en su escritorio y prendió su computadora tal como lo hacía cada día, cuando una asfixia la invadió para darle paso a una revelación definitiva. "Estaba sosteniendo una vida muy linda, pero que no me llenaba", confiesa, "Me costó darme cuenta y aceptarlo, en especial porque me sentía una desagradecida. Sin embargo, mi voz interior me decía que había algo más y por fin la estaba escuchando".
Así, de un momento a otro, la joven decidió irse a Australia, un destino que desconocía, con la idea de realizar una temporada de trabajo de ocho meses, período que se extendió hasta el presente y que ya lleva cuatro años. "Había llegado a un punto en que necesitaba empezar todo de cero, hasta el idioma. Y cuando uno tiene ese sentimiento comienza a empaparse de historias similares, donde cada una es particular, pero que coinciden en esa urgencia de salir a tocar la puerta de la felicidad".
Para Magdalena, comunicarlo en su entorno no fue sencillo, siempre había sido del tipo de persona que ama a su familia y su lugar de origen, tanto como la cultura porteña y las oportunidades académicas de la ciudad, algo había sabido aprovechar al máximo. "Me llena aprender y Buenos Aires me lo dio más que ningún otro lugar", dice sonriente. "Mi entorno se lo tomó como pudo. Por supuesto que es una noticia que impacta; nadie se la esperaba".
Con su decisión tomada, Magdalena por fin sintió que había emprendido un camino auténtico hacia su verdadera esencia. La incertidumbre comenzó a ser su motor.
Nuevas emociones, nuevo hogar
Aún asediada por la culpa, la joven sacó su pasaje en cuantas cuotas le fue posible hacia su destino final, Melbourne. No contaba con ningún beneficio económico más que la liquidación laboral que le habían otorgado al momento de renunciar, dinero que tan solo le alcanzó para permanecer sin trabajar por un mes. "Me fui con poca plata", afirma, "Mi familia es de clase media, con momentos muy afectados por los avatares de la economía nacional. Siempre se trabajó y también se remó. Yo, gracias a eso, aprendí acerca del esfuerzo desde chica, así como a administrarme".
Ya con su ticket en mano todo comenzó a cambiar. En ella floreció una sensación de valentía, de coraje, de esperanza y de vida inédita para su rutina hasta entonces portadora de un enorme vacío existencial. "Quizás suene trágico, pero quien sintió algo parecido seguro sabe de lo que hablo".
Magdalena jamás olvidará aquel momento en Ezeiza, cuando traspasó las barreras de migraciones que la separaron de su familia para llevarla hacia su dirección inesperada. "Sentí hambre de mundo, que estaba conquistando el sueño de viajar sin que sea por vacaciones y dejarlo todo atrás", rememora con emoción. "Tampoco me olvido de la primera charla que tuve en el avión con una desconocida. En ella, entendí que cuando uno mueve una ficha de su rompecabezas diario y percibe que algo que no cierra, cambiar es la mejor decisión que uno puede tomar. ¿Qué más tiene que pasar para accionar? El miedo paraliza, pero vivir una vida infeliz atemoriza más aún, y gracias a ese miedo ponemos primera y damos un giro para el lado que sea, como sea".
La llegada a Melbourne resultó desconcertante, Magdalena estaba perdida. Por la diferencia horaria de trece horas, se sintió mareada, había partido un 22 de diciembre y pronto cayó en la cuenta de que en pocas horas sería Navidad. "De todos modos, solo quería acomodarme en la cama del hostel que tenía reservado por tres días, dormí mucho y me desperté unos minutos pasada la medianoche del 25 de diciembre. Ahí estaba, sola en Australia y no pude creerlo; de pronto comprendí plenamente que tenía que encarar una nueva vida lejos, sin amigos, familia, trabajo, idioma, ni contención".
Ese 25 de diciembre, Magui gestionó su estadía sin cargo en aquel hostel por un mes, a cambio de trabajo. Ese tiempo lo dedicó a desprenderse del chip de oficinista de microcentro que había calado hondo durante tantos años, así como a asimilar el hecho de que se encontraba lejos de sus seres queridos, y que se había separado de su pareja. "Fue un período que resultó un curso acelerado con fuertes aprendizajes, donde pude vislumbrar las consecuencias de tomar ciertas decisiones de vida".
Otros hábitos, otras costumbres
Pasadas las primeras semanas de desconcierto, y sin saber que Melbourne era considerada una de las ciudades favoritas para vivir en el mundo, Magui comenzó a develar poco a poco la belleza de aquel rincón del planeta. "Es tan acertado que sea una favorita", expresa feliz, "¿Cómo no enamorarse de esta ciudad?"
Ante ella, emergió una tierra extremadamente amable, con un ritmo de vida tranquilo, estable y sin quejas; una comunidad siempre dispuesta a cumplir las reglas sin cuestionamientos. Se halló en un mundo absolutamente opuesto al que estaba acostumbrada y, sin embargo, le tomó escaso tiempo experimentar la sensación de sentirse como en casa. "Melbourne es amigable, cada esquina lo es. Se respira en su arte callejero, en la música de fondo y sus bares originales, en el tranvía atravesando la ciudad y su arquitectura tan moderna; en la diversidad cultural y sus terrazas llenas de gente con cervezas en mano a plena luz del día. Es ordenada, adorable, artística y multicultural", describe.
"Acá se puede observar a una cultura aborigen muy presente, y a la gente tan educada y distante, aunque siempre dispuestos a depositar su confianza aun en la palabra de alguien desconocido", continúa, "Y todos son amantes de los tiempos de ocio que, bajo mi punto de vista, a veces abre puertas a hábitos no muy positivos. No hay noche en que la gente no salga de trabajar y se tome una cerveza, un vino, o algo; todavía me llama la atención cómo beben hasta el límite desde el mediodía en las jornadas libres. En mi caso me doy cuenta de que no puedo pasar mis días de esa manera. Pero siendo mujer, me impactó cómo no repercute en la seguridad, que es maravillosa. Me he encontrado varias veces en situaciones en donde tengo que combinar un tren y un tram de noche en una estación rodeada de parques, después de trabajar, y no temer. Tengo a dos policías de la estación que esperan a que me suba al tranvía. Se acercan y te preguntan a dónde vas, y te ofrecen la compañía. A mí me sigue sorprendiendo".
Sin embargo, para Magdalena uno de los impactos diferenciales surgió de la mano de la organización urbana y social, tan disciplinada, en un lugar conformado por múltiples nacionalidades. Una ciudad en donde hasta las protestas son sumamente prolijas y poco eufóricas, pero en donde el mensaje es escuchado. "El método de educar al ciudadano bajo multas es eficiente, pero a su vez lo percibo un poco abusivo. Como cualquier lugar, tiene sus pros y sus contras. Esto, los australianos parecen no cuestionarlo".
En cuanto a los paisajes, las playas, las montañas y la nieve -que nunca imaginó conocer en Australia - fueron de las tantas postales que conmovieron profundamente a la joven, tanto como la energía efervescente que pudo vivenciar en su ciudad durante el Australian Open, evento en donde tuvo la oportunidad de trabajar. En sus diversos empleos, Magui tuvo la posibilidad de reconocer en Melbourne a un tipo de sociedad con el foco puesto en el servicio al cliente. "Uno se sienta en una mesa a tomar un café y antes de traerte el menú, te sirven un vaso de tap water. El agua en los locales es gratis y podés tomar lo que quieras, así como el protector solar, que está al alcance de todos al igual que alcohol en gel. Hay mucha consciencia al respecto", asegura.
"Por otro lado, me llamó mucho la atención el gran protagonismo que tiene la industria gastronómica, rubro en donde supe ubicarme laboralmente, a pesar de ser totalmente nuevo para mí. Empecé trabajando en un café en el hall de un edificio de oficinistas. Luego, lo hice como ayudante de cocina en un restaurante griego, y ahora soy cocinera en un reconocido restaurante argentino; siempre cerca de mis costumbres, siempre aportando desde donde pueda con mis influencias. Es hermoso ser argentino estando afuera del país, la gente de acá está muy interesada por nuestra cultura. En varias ocasiones llegan al local preguntando por gente de nuestra nacionalidad, y otras, veo a asiáticos pidiendo mate del menú. Esas imágenes son encantadoras, a mí me sacan una sonrisa".
Calidad humana, calidad de vida
Magdalena todavía recuerda cuando en sus épocas de camarera debía descifrar el idioma al momento de tomar una orden. Le pedían OJ con avo toast (jugo de naranja con tostada con palta), o le decían G’day (buen día), See you in the arvo (te veo en la tarde), y ella permanecía perpleja, repasando mentalmente su inglés básico tan ajeno a ese mundo. Y, sin embargo, más sorprendida quedaba por la paciencia y tolerancia de las personas. "Por eso, y tanto más, mi experiencia respecto a la calidad humana es muy positiva, aunque los locales no tienen la calidez que tenemos; el abrazo, una palmada, un beso, tan normales para nosotros, aquí no lo son. Acá hay un `Hello, how you doing?´ tan distinto y distante. Si alguien lleva años viviendo en un lugar donde identifica lo que digo, me puede entender. Si no fuese por mis amistades latinas, yo no recibiría un abrazo de esos donde se apoya corazón con corazón. Y a veces, hacen mucha falta".
En cuanto a la calidad de vida, la joven no tardó en comprender que se encontraba en un sitio en donde la vara se ubica muy alta. "Es lo que aquí esperan, porque básicamente acá todo funciona, entonces podés planificar con mucha anticipación. Por otro lado, hay mucha flexibilidad laboral y uno se siente menos sujeto trabajando en relación de dependencia. El trabajo de uno aquí vale, se valora, te reconocen, crecés y, además de aprender, te permite tomar otro tipo de decisiones a largo plazo. Acá tengo la posibilidad de viajar mucho, de conocer lugares con los que soñaba desde mi escritorio en microcentro", asegura, "La contra de todo esto es el hecho de estar sujeto a una fecha de vencimiento como lo es una visa. Te armás un universo muy lindo, pero que sabés que caduca, salvo que decidas tomar el camino de obtener la residencia, que puede durar años".
Los regresos y las amistades
Desde su partida, Magdalena retornó en dos ocasiones a su tierra de origen. Visitas de casi un mes en donde pudo ver a su familia agrandarse y achicarse; sentir el impacto profundo que generan este tipo de eventos cuando se los vive desde la distancia. "Hace poco, atravesé una muerte en mi familia y, hasta llegar, es como si se te fueran acumulando abrazos hasta el día en que aterrizás en Ezeiza. Ahí, se desatan un sinfín de emociones que te desbordan. Por diversos motivos mis llegadas a Buenos Aires han sido así. La primera vez sucedió algo similar, pero lo que predominó fue la vida: me fue a buscar un bebé y yo no entendía nada. Era mi primer sobrino y fue increíble".
Para Magui, regresar a la familia y amigos siempre resulta hermoso, aunque agotador. Implica sobreexigirse para hacer de todo, cumplir con todos y recuperar tiempo de amor en unas pocas semanas. "Después llega el efecto rebote al volver, donde es inevitable sentir algunas carencias afectivas. Pero eso sí, lo que se genera estando lejos es una gran intensidad en los nuevos vínculos. La amistad es tan valiosa y tan profunda cuando conectás con alguien en tu nuevo hogar, que hace que tu día a día sea bello. Acá se comparten historias pasadas, porque una vez que te vas a vivir afuera de tu país no parás de encontrarte con gente que estuvo en tu misma situación y te das cuenta de que todos somos víctimas de casi las mismas emociones. ¡Solo hay que tomar decisiones!"
Acá o allá, Magdalena comprendió la importancia de mantener la llama encendida con todos su vínculos cercanos y lejanos. Para ella, son su motor, su sostén.
Los aprendizajes
Tras varios años allí, hoy Magui ya no vive en Australia, una tierra que, sin embargo, le ha dejado muchos aprendizajes:
“Creo que haberme animado a tomar la decisión de dejar todo lo que durante muchos años mantuve, dejarme llevar por las emociones, fue de lo mejor que me pasó en la vida”, reflexiona, “Aprendí que vale la pena arriesgar. Desde mi escritorio no me imaginaba nada de esto, porque bajo las condiciones en las que me encontraba en ese momento era muy complejo vislumbrar las soluciones. Aprendí que la respuesta está en uno, en salir del círculo vicioso fomentado por la culpa del mundo ordinario que conocemos, y animarse a tomar decisiones que nos saquen de esas situaciones que en el fondo nos angustian. Aprendí que se vive una sola vez y que este tipo de riesgos son contagiosos: basta con leer historias que nos inspiran -algo que hacía antes de venirme- para creer aún más que es posible. Esta experiencia me enseñó que la plata no debe paralizarnos y que las oportunidades deben ser nuestro motor. Soy consciente de que no todos nacimos con las mismas posibilidades, pero creo que lo que verdaderamente nos frena son los miedos a lo diferente, la culpa, que se traducen en excusas y autoconvencimientos de que estamos en el lugar correcto, aun sabiendo que tal vez no sea así”, continúa.
"El mío fue un camino de los tantos posibles, pero hay mil formas de cambiar. Si hay algo que no funciona en nuestro día a día, uno es el dueño de modificarlo, nadie lo hará por nosotros. Siento que, incluso si nos animamos a cambiar tan solo pequeñas cosas de nuestra cotidianidad, esto puede abrirnos las puertas a realidades diferentes. Para mí, el foco tiene que estar en esa voz interior. Solo depende de uno", concluye con una gran sonrisa.
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo no brinda información turística ni consular. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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