"¿Uruguayos o argentinos?", les preguntó el buen hombre con una tonada caribeña y una amplia sonrisa. Al parecer, el inconfundible acento rioplatense caía muy bien en aquel rincón del mundo. En el aire, Daniel y Julieta pudieron respirar la alegría de un clima que parecía acunarse entre una primavera y un verano eterno. Sin dudas, en aquel viaje impulsado por el placer y la curiosidad, las Islas Canarias habían emergido cálidas y amables, dispuestas a cambiar el rumbo de su destino.
Hacia un nuevo hogar: Las Islas Canarias
Hacía quince años que Daniel Iriondo vivía en Ushuaia junto a su mujer, Julieta Acosta. Ambos poseían buenos empleos, pero la ausencia de sol y verano, sumado a la monotonía del trabajo, cada año pesaban más: "Una cosa es la nieve, hermosa, cuando estás de vacaciones, otra es padecerla invierno tras invierno, más si uno no es nativo del lugar", asegura el hombre criado en Tigre y San Fernando, Buenos Aires.
La aflicción llegó a su extremo en el 2016, cuando ambos quedaron desempleados. Sin más excusas, el momento de replantearse el futuro había arribado. Con sus hijos ya adultos (dos varones del primer matrimonio de Daniel y dos mujeres del de Julieta), el mundo les había abierto sus fronteras. "¿Nos quedamos en casa o nos vamos?", emigrar, de pronto, surgió como una posibilidad definitiva: "Comenzamos a filtrar destinos con buen clima, cerca del mar, buenos servicios, compatibilidad de idioma y costumbres, economía sana, y seguridad, aunque es justo decir que Ushuaia se destaca bastante en este último y también en algunos otros puntos".
Fue así que, en las siguientes vacaciones orientadas a los destinos seleccionados, las Islas Canarias, su clima y sus sonrisas, fueron las elegidas. Irse, sin embargo, fue doloroso. Una angustia intensa invadió al matrimonio al ver la casa vacía, con cada pared pintada de su color preferido, despojada de cada mueble y adorno, vendido todo en una feria americana de fin de semana. A Daniel le tocó, a su vez, despedir a una madre acostumbrada a sus andanzas, pero un tanto enojada por la lejanía de su elección: "Sintió que la abandonaba. La familia de mi mujer, en cambio, entendía el espíritu aventurero de mi esposa. Nuestros amigos, por otro lado, se sorprendieron: veían muy audaz que empezara una vida de cero a mi edad, aunque sospecho que algunos envidiaron la iniciativa".
A pesar de la complejidad del adiós, no había vuelta atrás. Alquilaron su casa en una buena suma que les permitió rentar algo al otro lado del océano, y Daniel se puso en piloto automático hasta llegar a su nuevo destino y a la calidad de vida soñada. A sus 60 años, las Islas Canarias lo esperaban.
Llegar y vivir en Canarias
La pareja conocía de mudanzas agotadoras, pero el traslado hacia otro continente resultó agobiador. A pesar de que ambos contaban con la ciudadanía italiana, Daniel aterrizó ansioso por obtener la residencia – una odisea estresante – a fin de encontrar una actividad que les permitiera generar ingresos. "Esto me atormentaba y me hizo cometer errores", confiesa hoy al respecto.
Dominado por esta ansiedad traicionera, en junio de 2017 compraron un fondo de comercio de una cafetería y bar en una buena zona comercial de la ciudad de las Palmas, negocio que no prosperó como esperaba.
"Invertimos en ese comercio mucho más de lo previsto a fin de subsanar los problemas ocultados por la vendedora, situación muy estresante que casi termina con nuestra pareja", revela. "Tal vez, con 30 años menos hubiera salido adelante con el emprendimiento, pero lo cierto es que descubrí que no me gustaba ni era lo mío, que pasados los 60 no tengo ni ganas, ni tiempo, ni deseos de invertir en semejante faena. Por ello, decidimos venderlo. En paralelo, el alquiler en pesos de nuestra casa en Ushuaia, con la devaluación argentina, pasó a cubrir apenas el 25% de nuestro alquiler canario".
El matrimonio concretó la transacción en el 2019, saldó sus deudas y ganó una sensación de libertad incomparable. Hoy, en tiempos de COVID, el argentino siente que fue bendecido al haber logrado la venta de un rubro afectado en extremo, antes de la pandemia.
El entorno canario y sus costumbres
A primera vista, Daniel sabía que las Islas Canarias, un archipiélago y región autónoma española, tal vez no impactaban como el Caribe o Ibiza, pero algo en ella lo había conquistado aquella primera vez, cuando viajaron de vacaciones. Sin el glamour característico de algunos destinos del Mediterráneo, la isla de Gran Canaria – lugar de residencia del matrimonio – se presentó más agreste y rústica.
"Esta zona es bastante poblada y cuenta con mayor infraestructura. La isla es volcánica, seca y desértica en sus costas, y más húmeda y verde en sus cumbres montañosas. Luego de dos años aquí, me sigue sorprendiendo la variedad de paisajes y debo decir que aún no termino de conocer la isla totalmente, a pesar de esforzarme en ello", observa.
Pero a medida que los meses impregnados de ilusiones y desilusiones avanzaban fueron otros aspectos, relacionados a la historia y su gente, que conmovieron al argentino. Supo que antaño, en tiempos carentes de aviones, las islas representaban puntos perdidos en el medio del océano, apenas recordados por algunos servicios marítimos. Bajo este marco sus habitantes solían autoabastecerse para subsistir: "Y unos sesenta años atrás, todavía tenían una gran agricultura con cultivos en terrazas regados por acequias, hoy está casi todo abandonado. Mucho de lo que se consume llega desde el continente europeo".
"Lo que me parece notable es el vínculo de los canarios con Sudamérica. Desde la conquista, las islas fueron escala obligada en la ruta y muchos se sienten más latinos que peninsulares y no dejan de expresar su admiración por Argentina, por la descarada fama que tenemos de incumplir reglas y, por supuesto, por el fútbol", dice sonriente. "Me causa mucha gracia cuando intentan utilizar nuestra palabra clave, `boludo´: la aplican, pero no comprenden que, según el tono, el lugar, y en qué circunstancias se la diga, significa algo diametralmente distinto".
"Y acá no hablan como los españoles peninsulares que conocemos, ¡hablan como los caribeños! Pero, en realidad, es a la inversa: los caribeños hablan como los canarios. Hace más de 100 años muchos emigraron hacia los países del Caribe- especialmente a Cuba y Venezuela - buscando una mejor calidad de vida. Entendernos no es tan fácil como parece. Aunque nos comunicamos, siempre buscan que uses las palabras que ellos utilizan a modo de ratificación", continúa. "En otro orden, lo que personalmente encuentro un tanto negativo es que – al igual que en otros pueblos tropicales - se toman todo con demasiada calma, no se desesperan por el trabajo y tienen una impuntualidad que compite con la nuestra".
Calidad de vida, calidad humana
Sin dudas, y por sobre todo, Julieta y Daniel habían llegado a las islas tras la búsqueda de una mejor calidad de vida. Para ellos, esto representaba un conjunto de ideas claras a la distancia, pero cuyas líneas se difuminaron al observarlas desde la cercanía. Aquel comportamiento tan universal de manifestar impresiones opuestas sobre una misma cuestión - condicionados por la identidad originaria que afecta las perspectivas - se evidenció en sus charlas con los residentes canarios.
"Desde el punto de vista argentino la calidad de vida acá es muy buena, todo funciona, todo está limpio y se mantiene, es muy seguro y tranquilo, y el clima es insuperable. Para los locales, en cambio, es distinto: se sienten y son tratados como el último orejón del tarro español. No obstante, reciben muchos subsidios, no hay IVA, los pasajes aéreos y marítimos entre islas o a la península están subsidiados en un 75% para los residentes y el transporte de carga marítimo en un 90% para la producción canaria", explica. "Las oportunidades laborales se reducen a puestos vinculados con el turismo o el comercio. Prácticamente no hay industrias. Encontrar un trabajo de calidad o para profesionales no es tarea fácil".
"Sin embargo, la variedad de paisajes, la temperatura agradable constante y el aire de mar, afectan de la mejor manera a la comunidad, siempre amable, amigable y conversadora. A veces me preguntaba: ¡De qué hablan tanto!", continúa Daniel entre risas. "Como argentinos nos sentimos muy bienvenidos. Todos tienen o tuvieron un pariente o amigo en algún lugar de Sudamérica, o fueron de vacaciones. Somos más cercanos que otros emigrados que llegan a las islas".
Los regresos
En cada regreso a suelo natal Ezeiza aguarda moderado, con la atmósfera característica de aquellos aeropuertos que funcionan ante todo como destino final, sin demasiado tránsito. En la autopista que lo acerca a la gran capital, Daniel distingue desde un bus o un taxi como el paisaje, entre desolado y urbanizado, impacta en sus emociones. Las postales lo entristecen, inevitablemente: ve autopistas deslucidas, basura acumulada, autos destartalados y cables aéreos por doquier. Por momentos, respira pobreza y resignación.
"No puedo evitar compararlo con el arribo a otros países, donde buscan impactar al viajero: aeropuertos grandes hiper comunicados con los centros urbanos mediante un transporte público cómodo, autopistas en perfecto estado, todo en un entorno cuidado para llegar a ciudades impecables y cascos antiguos bien mantenidos, respetando su valor histórico. Cuando uno tuvo la oportunidad de viajar, estas comparaciones angustian. Volver trae sentimientos agridulces", confiesa.
"Regresé dos veces en dos años, la primera porque operaban a mi madre, quien falleció estando yo presente, gracias a Dios. Estas vivencias son las que te hacen sentir la distancia y plantearte si estamos donde deberíamos, al lado de la familia", continúa conmovido. "El segundo viaje fue con mi esposa. Nos quedamos dos meses, que nos parecía muchísimo, pero resultó poco. Estando lejos valorás lo que no tenés, incluso a sabiendas que quizás sea peor de lo que estás viviendo. Pero es la esencia de nuestra argentinidad: nacimos para sufrir, por más ascendencia europea que tengamos muchos, por más que hayamos optado por vivir en el extranjero; somos argentos, tenemos nuestras costumbres, nuestros códigos, nuestra forma de comunicarnos, de entendernos y de sobreentendernos y eso pesa….. y mucho".
Los aprendizajes
Volver a empezar a los 60 años parecía una locura y, sin embargo, Daniel Iriondo tuvo el valor de intentarlo. Junto a su mujer, dio un salto de fe inusual y, sin dudas, inesperado para su entorno.
Hoy, más de dos años ya han pasado. Y en su camino de luces y sombras hacia una mejor calidad de vida, Daniel tiene la convicción de que fracasar es no intentarlo y que cada nueva experiencia siempre va acompañada de grandes enseñanzas:
"En esta travesía de migrar aprendí que viajar te abre la cabeza, te inspira, te hace comprender que hay mil formas distintas de hacer lo mismo, muchas veces mejores que las que conocemos. Aprendí que tener amigos y familia cerca, al alcance de un abrazo, compensa muchas de las carencias que buscamos reemplazar yéndonos a un `mejor lugar´. Comprendí que las cosas no son tan fáciles afuera, sobre todo para un tipo de cierta edad como yo, quizás a los 20 o 30 no solo tenés más oportunidades por la edad, sino que sos más flexible; estás dispuesto a hacer lo que yo ya no estoy. Entendí hasta qué punto los países serios y medianamente serios tienen reglas que la inmensa mayoría respeta y hace respetar".
"Aprendí a no olvidar que allá, a fines del siglo XIX, mis abuelos y bisabuelos vascos y lombardos, dejaron atrás a sus padres a los que nunca volvieron a ver, vinieron en tercera clase desde Donostia y Génova, pasando mil penurias en viaje hacia nuestro país, donde formaron sus familias y progresaron en una tierra que les brindó mucho, pero también les cobró demasiado", reflexiona emocionado. "Por eso a los jóvenes les recomiendo que viajen y vean, escuchen, sientan, aprendan, copien, prueben y luego, con el conocimiento adquirido, decidan. Hoy es fácil, un avión te lleva y otro te trae, ya no es un viaje sin retorno como el que hicieron nuestros abuelos".
"Gracias a mi destierro, entendí que me encantaría volver. Cada día leo los diarios buscando alguna noticia alentadora que me empuje a decidirlo, pero la verdad es que pasa lo opuesto, y me deja la tremenda sensación de que jamás sucederá. ¿Tan difícil es dejar la soberbia y preguntarles a otros cómo hicieron? ¿Acaso no podemos tomar de cada nación lo bueno y aplicarlo? ¿Qué estamos esperando?"
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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