Aquel 12 de febrero quedó grabado en su memoria para siempre. Inmerso en un estado emocional confuso, mezcla de nostalgia, heridas del alma y esperanza, Pascual Di Pietro observó el cuadro y quedó maravillado ante el paisaje que lo rodeaba. Allí, en un rincón remoto de la tierra, su rostro dolía de frío, pero su alma le sonreía a una postal que le recordaba a la azúcar impalpable, blanca y bella. Le dijeron que hacía 24 grados bajo cero y simplemente no lo pudo creer, la temperatura extrema y la gruesa capa de nieve parecían haber detenido el tiempo indefinidamente, un hechizo ideal para reencontrarse con su ser y reflexionar.
Prácticamente había escapado de su provincia en circunstancias extremas, castigado por una época que pronto descubriría que le costaría extirpar de sus malos sueños. El empleo que había abandonado era bueno, una jefatura en Sol Jet de Austral Líneas Aéreas, allí solía viajar a destinos como el norte argentino y Bariloche y, entre otras actividades extracurriculares, llevar medicinas y ropa que le encomendaban pasajeros de Buenos Aires, a fin de mermar los padecimientos de las zonas pobres y golpeadas.
Sin embargo, a pesar de su amor a la patria, sabía que irse era el único camino posible. No hacía mucho había permanecido detenido luego de un operativo y ya no sabía qué podría pasar. Dejó suelo argentino con un profundo pesar y casi sin despedirse. A su madre le dijo que se iría a Francia a estudiar el idioma, con la idea de regresar para el Mundial del 78.
Llegó a París un enero, pero al tiempo decidió que su pasaje final sería Suecia, país que mantenía una afable posición humana hacia los refugiados de América Latina. "Mi tristeza al dejar mi terruño, Tucumán, fue infinita", rememora hoy, 42 años después, "Pero estaba ante un destino inesperado alentador y mis expectativas al pisar Escandinavia crecieron fuertes. Ante mí emergió Estocolmo, mi nuevo hogar".
Los primeros impactos de un nuevo hogar
Todo le resultaba asombroso en su nueva tierra. Ante la mirada curiosa de Pascual, la Estocolmo de aquellos años se presentó pequeña, casi como un pueblo. Lo primero que hizo fue buscar trabajo y disponerse a estudiar sueco con dedicación plena, cortesía del Servicio Social Sueco. Lo emplearon como repartidor y fue allí que comenzó a transitar algunos impactos culturales desconcertantes para el sentir de un joven argentino de casi treinta años. "Me encontré con gente muy amable, pero muy cerrada", cuenta sonriente, "Fue muy difícil hacer amistades, lo padecí. El clima condiciona los estados de ánimo, por aquel entonces era ir de casa al trabajo y del trabajo a casa, y nada más. Es un país que, con su actitud distante, preserva los espacios personales, la intimidad y la privacidad".
Para Pascual, los vínculos íntimos surgieron de la academia de sueco, aunque allí naturalmente asistían personas de otras partes del mundo. Junto a ellos menguó su soledad doliente, descubrió la maravillosa experiencia de compartir historias de vida tan dispares, aunque llamativamente similares en sentimientos. Las circunstancias que los habían apartado de su suelo natal podían diferir, pero las emociones del emigrado no.
Los meses iniciales pasaron casi en cámara lenta, por aquellos días pudo observar el cambio de estaciones, el deshielo y el florecimiento de una naturaleza dormida. El corazón de Pascual se colmó de agradecimiento, los primeros tiempos habían sido demasiado duros para su espíritu desgarrado. Entonces llegó julio, y junto a él una nueva sorpresa: calles desérticas y negocios con las persianas bajas; parecía que cada habitante había decidido tomar vacaciones en alguna costa soleada y que Estocolmo había cerrado sus puertas hasta nuevo aviso.
Trabajo, hábitos y costumbres
Pascual estudió sueco durante un año en la Universidad de Estocolmo, algo que le abría las puertas a una carrera universitaria, si así lo deseaba. El joven, que había cursado Geología en Tucumán, encontró que no existían acuerdos ni correlatividades entre los países capaces de convalidar sus estudios, a diferencia de hoy en día.
"Seguía trabajando para la comuna de Estocolmo como repartidor, algo que hice durante cuatro años", recuerda complacido, "Dejé atrás la idea de la geología y me puse como meta retomar mi amor por todo aquello que tiene que ver con el turismo. Ahí siempre estuvieron presentes las palabras de mi madre, que me decía que tenía `alma de valija´. Y es verdad, viajar me llena de satisfacciones y conocimientos sobre otras culturas y costumbres".
Pero hasta alcanzar su sueño, la vida llevó a Pascual por senderos insospechados. Trabajó como ayudante de personas mayores, algo que le permitió perfeccionar el idioma y, en 1984, lo contrataron como cocinero en una guardería infantil; el argentino no tenía un curso culinario hecho, pero se destacaba por hacer ricas tortillas de papas y buenos bizcochuelos. "Nunca me olvido que una vez hice tantos macarrones que tuve que utilizarlos durante una semana. Uno así aprende...", ríe.
Mientras se cansaba de lavar ollas, preparar platos e imaginar en qué andaría su Tucumán querida, Pascual decidió inscribirse en su primer curso para ser cocinero. Agotado de la guardería, consiguió un empleo en la boletería del subterráneo, lugar que le permitía leer y estudiar inglés e italiano en los "tiempos muertos", lenguas que deseaba reforzar siempre con la mirada puesta en el turismo.
Fue en el año 89 que finalmente llegó su primera oportunidad. "Después de enseñarle español a un grupo de compañeros de trabajo, organicé un viaje con quince de ellos a la Argentina", relata con orgullo, "Visitamos Buenos Aires, Tucumán, Salta, Jujuy, Cataratas y Bariloche. Fueron treinta días de mucho impacto, tanto para ellos como para mí, momentos en los cuales pude observar las diferencias entre las culturas como nunca antes. Hay cosas que había asimilado luego de años de vivir en Suecia, pero que se me hicieron más evidentes y me volvieron a asombrar", continúa.
"Por ejemplo, acá en Estocolmo no existe la espontaneidad, ¡las cenas se organizan con dos meses de anticipación! Y un detalle llamativo es que cuando te invitan a comer a la casa se suele llevar una planta o flores; muchos años después me enteré que era para no deberle nada a la persona que te invitó. Todavía el systembolaget -la licorería estatal - tiene el monopolio en Suecia: el alcohol no te lo venden en los supermercados. Por supuesto, al llegar a las casas uno se saca los zapatos y cuando te invitan a otros hogares, o incluso a una fiesta, llevás el calzado de entrecasa en una bolsa y dejás los zapatos de calle en la entrada. Los horarios de las comidas principales son a las 12 y a las 18.30. Acá se respeta el horario establecido de todas las actividades, se respeta el tiempo ajeno, y nadie llama por teléfono después de las 22. Para mí no fue fácil adaptarme a todo esto, más viniendo de un lugar como Tucumán, en donde uno habla con todo el mundo y de todo", confiesa.
Tras su experiencia con el turismo sueco en Argentina, Pascual regresó emocionado y decidió que era tiempo de buscar trabajo como guía en Estocolmo. Luego de especializarse en la materia y obtener un título habilitante, comenzó a viajar por Suecia junto a grupos de españoles, una aventura que lo acercó a conocer el país de norte a sur, y a quererlo como nunca antes. Las lesiones del pasado no habían desaparecido, pero estaban cicatrizando.
"Y en 1989 para mi sorpresa me contactó la señora Susana Rinaldi para que la represente en Escandinavia. Fue así que durante años la acompañé en cada una de sus visitas. Se hicieron espectáculos como `El tango se encuentra con el jazz´ con la orquesta de jazz de Estocolmo y `Tango con vientos ´, con la orquesta de vientos que en esos momentos dependía del subterráneo, hoy Blåssinfoniker. Relacionarme íntimamente con el arte argentino me reveló que uno puede estar muy cerca, aun estando lejos".
Alma de valija
Pascual recuerda a las décadas del 80 y 90 como una época en la cual tuvo la oportunidad de cambiar de trabajo en numerosas ocasiones, la edad y el origen nunca fueron un impedimento. Sin embargo hoy considera que, a pesar de las grandes bondades de un país organizado, regulado y con un pensamiento comunitario, al final del día todo se reduce a la propia actitud ante la vida: "hay que buscar, crearse, inventarse, y reinventarse".
A sus estudios previos, Pascual le sumó un curso de Hotel y Restaurante Manager, que lo llevó a realizar su trabajo final en Egipto, en donde permaneció durante dos meses en el hotel Mexicana de Sharm, El Sheikh. "Asimismo, trabajé en cruceros, paseé a suecos por las islas griegas, el Mediterráneo y los fiordos noruegos. Anduve por países como Siria, El Líbano, Túnez, Marruecos, Jordania. Para trabajar en aquellas regiones tuve que estudiar parte del Corán y las costumbres árabes como para poder conocer los códigos y transmitirlos correctamente a los pasajeros suecos, quienes no dejaban de asombrarse. Acá son protestantes y ahora la Iglesia está separada del Estado".
"Por otro lado, mi empleo también me condujo por Cuba, Costa Rica y Nicaragua (donde viví momentos musicales inolvidables en Granada). A Cuba viajé por 5 años, una experiencia que me abrió los ojos a una realidad que muchos desdibujan, a un pueblo que tiene que pelearla para sobrevivir, aunque algunos políticos digan que allí hay acceso pleno a la salud, la escuela y la vivienda. Fue una experiencia impactante después de años de vivir en un país como Suecia".
Los regresos
Durante años, cada vez que el avión tocaba suelo tucumano, Pascual no podía contener sus lágrimas al ver los cañaverales. En su emoción indescriptible habitaba la felicidad del reencuentro, pero también se escondía algo de ese dolor clavado como espina en el corazón. "Con el paso del tiempo, y viajando ahora de dos a tres veces por año a Tucumán, parece que esas heridas producidas por el desarraigo y el destierro forzoso van sanando de a poco".
"La familia cambia y los afectos cambian. Muchos de los amigos de entonces ya partieron y otros están tan mayores que no se los encuentra en el caminar por las calles tucumanas", expresa profundamente conmovido, "A la vida llegan nuevos vínculos, y la familia... la familia se reduce a aquellos que están pendientes de cómo está uno, cómo se siente; se restringe al círculo de los que cultivan el cariño, a veces tan difícil a la distancia".
Los aprendizajes
Hoy, a sus 73 años, Pascual Di Pietro celebra con admiración a aquel joven que alguna vez fue capaz de torcer su destino. Un hombre desgarrado de su tierra, que aun a pesar de cargar con una profunda aflicción en el alma, tuvo el coraje de levantar la frente, renacer y reinventar su vida.
Pero incluso a pesar de los años transcurridos en la lejanía, el argentino lleva a su bandera natal en el corazón con una lealtad inquebrantable. En su ciudad tucumana brinda charlas para incentivar al turismo y fue distinguido por las autoridades oficiales por su sentida labor de acercar la cultura sueca a la argentina.
"La verdad es que la vida es un continuo aprendizaje. Se aprende cada día y, a veces, del lugar menos esperado. Hace unos años decidí trabajar para que se conozca Tucumán. Allí me nombraron representante de Cultura y Turismo, ad honorem. Los últimos tiempos los estoy dedicando a devolver a mi patria la experiencia de todo lo que aprendí por fuera de mis fronteras originarias.En la circularidad de la vida, hacerlo le da sentido a todo lo transitado. Nada tiene valor si uno no lo vuelca al servicio, a dar para que otros tomen lo necesario y se enriquezcan a fin de mejorar sus vidas y enaltecer sus almas", concluye con una gran sonrisa.
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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