En Buenos Aires manejaba un taxi sin rumbo; un anuncio de su hijo de 14 años cambió su destino para siempre.
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“Go home”. Durante las primeras semanas en Israel la sentencia retumbaba en la cabeza de Sergio Pederiva, al tiempo que rememoraba, una y otra vez, la emblemática película de Spielberg, E.T. ¿Cómo había llegado hasta allí? Se encontraba a más de 12 mil kilómetros de su tierra de origen, rodeado de costumbres extrañas y sin comprender una palabra de lo que le decían.
Como si fuera aquel adorable alienígena, sintió que había aterrizado en otro mundo, sus emociones estaban desbordadas y las dudas habían cobrado protagonismo, ¿sería capaz de pertenecer? Junto a su familia, había dejado Argentina en busca de un futuro mejor y, sin embargo, Sergio, que por aquel entonces tenía 48 años, era dueño de un sinfín de interrogantes y un manojo de tristeza, típico de quien ha abandonado su entorno, su rincón en el mundo durante años, el lugar que lo vio nacer y crecer.
Pero ahora se encontraba allí, en una extraña Israel de composición multiétnica, hogar de una gran variedad de tradiciones y valores. En las calles de su nuevo suelo pudo observar a algunas mujeres caminar con sus velos, junto a otras que vestían a la moda occidental; judíos ortodoxos conversar con musulmanes, a chinos y etíopes, rusos y yemenitas; panes con decenas de formas, especias coloridas, frutas y verduras en el mercado, y un sinfín de olores tan diferentes, todos amalgamados.
“Fue un impacto fuerte y no sabía si iba a encajar”, rememora Sergio. “Pero en este suelo multicultural teníamos la esperanza de construir un futuro mejor para mis hijos, por lo que decidí firmemente salir adelante”.
Un taxi sin rumbo en Buenos Aires y un anuncio que lo cambiaría todo
Cuando promediaba el año 1995, Sergio habitaba en una realidad argentina que lo agobiaba de maneras preocupantes. Su situación empeoraba a pasos agigantados y le resultaba sumamente complejo encontrar un trabajo como diseñador gráfico que le permitiera cubrir las necesidades de una familia con tres hijos: Sebastián, de 20, Matías, de 14 y Anabella, que tenía 12 y al año siguiente debía incorporarse al secundario. “Así que, para mantener a la familia, andaba por Buenos Aires dando vueltas con un taxi alquilado, pero sin encontrar un camino para poder orientar el presente, con vistas a un futuro promisorio”, cuenta Sergio con cierta melancolía.
Los días transcurrieron erráticos, hasta una tarde en la que Matías trajo una noticia que les cambiaría el destino para siempre: un compañero dejaba la escuela porque la familia se mudaba a Israel. “Ese fue el disparador para que mi esposa planteara la posibilidad de que hiciéramos lo mismo. Al ser ella judía, comenzó con las averiguaciones acerca de cómo podríamos concretarlo y qué había en ese país tan alejado de la Argentina”.
Sergio miraba a su mujer de reojo, sin considerar que algo bueno pudiera salir de todo aquello. Para su sorpresa, al cabo de dos meses se halló participando de una serie de reuniones en la agencia judía, donde les explicaron qué era Israel y cuáles eran los requisitos para viajar.
“Nos dijeron que los pasajes serían gratuitos, con el compromiso de permanecer en Israel un mínimo de tres años. Al arribar al aeropuerto Ben Guiron recibiríamos algo de dinero y nos asignarían una suma mensual durante seis meses. Asimismo, nos contaron que debíamos tomar clases de hebreo (gratuitas) durante los tres meses iniciales. Decidimos aventurarnos; la ciudadanía la obtuvimos de manera automática, yo incluido, a pesar de no ser judío”, continúa Sergio.
Su entorno querido quedó impactado, ¿por qué Israel? Desconfiaban del destino y, sin embargo, su apoyo fue incondicional. Fue así que, entre lágrimas y abrazos, en agosto de 1996, Sergio, su mujer y sus dos hijos menores partieron hacia un rumbo desconocido. Sebastián, su hijo mayor, se unió a ellos un año después.
Acomodarse en Israel, un pueblo discutidor pero unido
Arribaron en Kiryat Yam, situada al norte de la bahía de Haifa, y se instalaron en un pequeño departamento alquilado. Solo traían algunas valijas, unos pocos dólares, mucha incertidumbre, pero una gran convicción de empezar de nuevo.
Con un acuerdo matrimonial de aceptar toda posibilidad laboral que se presentara, para su alegría la rueda de la vida comenzó a girar rápido y, al cabo de unos meses, ambos tenían trabajo y sus hijos ya concurrían a la escuela. Al año, lograron mudarse a una vivienda con mayores comodidades, amueblado en gran parte gracias a las ofrendas de almas solidarias.
“Cambié de trabajo un par de veces, tras la búsqueda de la mejor opción, todas actividades alejadas de lo que había hecho en Argentina”, revela Sergio. “Al desconocer el idioma me era imposible escribir una carta en hebreo, mucho menos leer y no comprendía ni la cuarta parte de lo que hablaban”.
“En cuanto a las costumbres, al comienzo me asombraba (y me sigue asombrando) la rapidez que tienen para resolver un problema, algo que aprendí a hacer también”, observa. “Me llamó la atención que es una sociedad muy discutidora, ¡es constante y muchas veces a los gritos!, pero también es muy común que el pleito finalice con un apretón de manos o un fuerte abrazo”.
“Y son tan solidarios como efusivos, en especial cuando ven a alguien en peligro: acá la vida está en primer lugar. Si Israel necesita de su pueblo, todo conflicto humano interno desaparece para unirse por el bien común. Sin embargo, debo aceptar que me molesta un poco que no sean respetuosos en ciertas situaciones. Puede pasar que se esté charlando con alguien y, sin aviso, de pronto esta persona comience a conversar con alguien más”.
Calidad de vida en Israel: “Es la de un país del primer mundo”
Un buen día, alguien le preguntó a Sergio si tenía conocimientos técnicos, ya que había una vacante de trabajo en Tel Aviv. Sin demasiadas esperanzas viajó para entrevistarse y se sorprendió cuando le comunicaron que el puesto era suyo. Dejó su trabajo de camillero en un hospital y durante los siguientes tres meses abordó cada día un tren que recorría los 90 kilómetros de ida y otros tantos de vuelta, hasta que finalmente decidieron mudarse al centro del país.
Al cabo de siete años, conscientes de que hipotecaban de alguna manera algo de su vida hasta más allá de los 70, el matrimonio logró comprarse un departamento en Ashdod, donde residen desde el 2003: “Nuestros hijos se adaptaron de manera extraordinaria, tanto en lo laboral como en lo social. Hoy, cada uno de ellos tiene casa propia, son profesionales y los dos mayores formaron su familia y ampliaron nuestro grupo, al regalarnos siete nietos y dos hermosas y excelentes mujeres israelitas”.
“Las oportunidades en Israel abundan, solo hay que dedicarse a buscarlas y aprovecharlas. Más allá de los conflictos bélicos intermitentes, la calidad de vida es muy buena, es la que se tiene en un país del primer mundo, con obras, grandes emprendimientos tecnológicos y servicios innovadores, un ambiente laboral competitivo y exigente, y un buen servicio de salud. La calidad humana está muy desarrollada: puedo decir que he recibido más apoyo de parte de los israelíes que de los sudamericanos que habitan en este suelo”.
El conflicto bélico: “Está en el ADN del ejército proteger la vida”
Desde el comienzo, Sergio supo que había elegido vivir en un país en guerra desde el mismo momento de su creación y, sin embargo, pronto descubrió que las circunstancias jamás detuvieron a su nación adoptiva: “Israel nunca se detendrá en su constante progreso, que lo ubica entre los primeros del mundo”.
“Nuestra ciudad, Ashdod, está siendo bombardeada”, manifiesta con calma. “Hoy al mediodía le dieron a un edificio de tres pisos. Cada tantas horas suenan las alarmas y hay que guardarse en lugares seguros, como puede ser el `miklat´ - totalmente blindado -, las escaleras del edificio o los cuartos blindados que algunos departamentos poseen”.
“Estamos tratando de cuidarnos los unos a los otros y lo vivimos lo mejor que se puede, sin entrar en pánico. Quienes lo pasan peor son los niños y los animales, pero, por fortuna, tenemos un ejército muy preparado y equipado para hacerle frente a esta situación. Y, pese a ciertas opiniones contrarias, es un ejército muy solidario: está en su ADN proteger la vida, pero con los terroristas no hay negociación posible. Creo que es sumamente importante, como lo debería ser en todos los aspectos de nuestra existencia, informarse antes de juzgar y hablar”.
“No hay como Israel”
Más de 25 años pasaron desde aquella tarde en la que su hijo, Matías, sin darse cuenta torció el rumbo de sus vidas. La expresión “Go home” y la sensación de sentirse un visitante ajeno se desvanecieron; hoy, Sergio se siente totalmente adaptado e integrado a Israel.
“No tengo demasiado contacto con la comunidad hispanoparlante, salvo algunos amigos. Desde un principio trabajé con israelíes y hasta con árabes. Durante el tiempo que cantaba folklore lo hacía para los latinoamericanos que están agrupados en OLEI (Organización Latinoamericana en Israel), integrada, principalmente, por argentinos y uruguayos”, asegura. “A la Argentina regresé una vez, en el 2007, once años después de mi partida, y la sociedad que encontré me resultó muy extraña y me quise volver lo antes posible. Conservo un par de amigos y algún familiar, con los que mantengo contacto a través de las redes, pero siento que ya no tengo motivos para volver”, continúa el argentino, quien hoy tiene 72 años.
“En Israel encontré lo que veníamos a buscar: calidad de vida, un buen futuro para nuestros hijos. ¿Cómo lo logramos? Muy simple, no vinimos con aires de gerente y nos adaptamos a cada uno de los trabajos que nos ofrecieron, aunque significara sangre, sudor y lágrimas. Esta actitud rindió sus frutos gracias al sistema que acompaña”, reflexiona.
“Acá aprendí que la unidad nacional es lo más importante para salir adelante. En este país la corrupción no está al orden del día. Cualquier acto ilegal, sin importar de quien venga, termina en juicio y cárcel. Aquí es imposible andar salteando impuestos o cuentas públicas; si se quiere ser verdaderamente libre, en Israel hay que ser esclavo de la ley. Vale la pena porque el dinero se invierte en todo tipo de obras, sobre todo tecnológicas. Acá no existe que por la inauguración de un puente monten un circo con la presencia del presidente o cuanto personaje político haya a mano.... La policía, por otro lado, está para proteger al ciudadano y no esquilmarlo con coimas”.
“Hoy digo con total orgullo que soy un ciudadano israelí, con todos los derechos y obligaciones que me corresponden; siento que vivo en libertad y nunca he sentido discriminación por no ser judío. Doy gracias a Dios por permitirnos seguir trabajando, tener una familia hermosa y gozar de buena salud. Cada vez que regresamos a Israel después de algún viaje decimos: no hay como Israel ( אין כמו ישראל). Acá somos felices y a ninguno se le ocurriría dejar este país, porque es nuestro lugar en el mundo”.
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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