Débora Malca nació de un choque cultural, y con él, un espíritu explorador habitó su cuerpo desde el comienzo. Su padre, oriundo de Corea del Norte, se casó con su madre, argentina, en los años 70, y en tierra austral criaron a sus cinco hijos, siendo Débora la pequeña de la familia.
A los dieciséis decidió que era tiempo de conectar con parte de sus orígenes y se propuso estudiar coreano con la idea de aventurarse por aquellos horizontes lejanos. Fue a los veinte, que transformó aquel sueño en una realidad cuando, sola, dejó la Argentina por primera vez para ir a estudiar a la Universidad de Yonsei.
Aquel 2009 en Seúl, significó un desafío inédito impregnado de aprendizajes que marcarían su camino: "Recuerdo mi llegada a Corea, en el aeropuerto, sin nadie que me reciba, con mis valijas mirando una cartelera que mostraba mensajes sobre los destinos y horarios de los buses en coreano", rememora. "Cambiaban tan rápido que, con mi conocimiento básico del idioma, no llegaba a leer. Ahí fue cuando me di cuenta de que estaba incomunicada y no tenía idea de cómo iba a llegar hasta mi hospedaje. Sucedió antes de tener el actual poder de la tecnología en nuestros celulares. Sin traductor, Google Maps o Whatsapp en mi teléfono, estaba sola en Seúl".
Estudiar y vivir en Corea resultó ser una experiencia inolvidable, un viaje en el cual Débora creció como mujer y cambió su visión del mundo. A su regreso, el suelo natal emergió extraño, con las calles oscuras, sin las luces y los colores que tanto la estimulaban en cada rincón de Seúl. A partir de entonces, la joven no cesó de preguntarse: "Si mi experiencia en Corea me abrió la cabeza acerca de la existencia de sociedades que viven otras realidades, ¿de qué más me estoy perdiendo?"
La curiosidad por volver a salir a expandir sus estructuras mentales comenzó a propagarse en su interior con fuerza. Decidida hasta concretarlo y convencida de que deseaba explorar algo muy diferente, se capacitó y logró ser contratada por la línea aérea líder musulmana.
Débora tenía 24 años cuando, en el 2015 y acompañada por su fiel soledad, partió rumbo a Dubái, en los Emiratos Árabes Unidos.
Primeros impactos de un nuevo hogar
Dubái, uno de los siete Emiratos que conforman los Emiratos Arabes Unidos, en un principio surgió fascinante y multicultural ante la mirada atenta de Débora. Arribó a un edificio, propiedad de la aerolínea, que alojaba a todos los tripulantes de diversas nacionalidades. Lo primero que pudo observar en planta baja fue a sus pares vestidos con sus uniformes, acompañados por el mínimo equipaje, a la espera de las combis con destino al aeropuerto. Un paisaje que se convertiría en la postal más cotidiana.
Su primer departamento se ubicaba en el barrio de Al Nahda, en un edificio llamado Al Khalifa y tenía una particularidad: estaba localizado en la frontera entre Dubái y Sharjah, lejos del centro: "Me encontraba tan al límite de los dos Emiratos, que el mall que estaba a tres cuadras de mi departamento era mitad de Dubái y mitad de Sharjah. Cada vez que quería ir allí, tenía que tener mucho cuidado porque la vida en Sharjah es bastante diferente".
En las calles de su metrópoli, Débora descubrió a una Dubái absolutamente cosmopolita, en donde el 80% de los habitantes que la rodeaban eran extranjeros. Comparable con Singapur o Shanghái, el contraste con el Emirato vecino - ortodoxo y conservador - se hizo notar cada día más: "Los usos y costumbres en Dubái son mucho más flexibles que en Sharjah. La ley en los Emiratos Arabes Unidos está regida por la islámica, llamada Sharia, y quiere decir que está ligada a las normas religiosas del islam. En líneas generales, el Sharia dicta la manera de vivir de los países que la aplican y detalla la conducta, las prácticas de culto, la prohibición de ciertos comportamientos y la moral por la que deben vivir los ciudadanos", explica Débora. "Si bien el Sharia regula las formas, la rigidez varía, especialmente entre Dubái y el resto de los Emiratos".
Con el paso de las semanas, la joven tripulante distinguió el lujo que a primera vista podía percibirse en aquel entorno diseñado para atraer a turistas, importantes compañías y empresarios internacionales; ante sus ojos desfilaron marcas y centros comerciales ostentosos, arquitectura exuberante y ultramoderna, y una vida nocturna atractiva. "Si bien la ley requiere que las mujeres cubran sus hombros y sus piernas, no usen escotes o transparencias, me impactó que en Dubái, por un lado, se exige que se respete el código de vestimenta, pero por otro, está permitido que te vistas como quieras si salís bailar, sin restricciones en cuanto a hombros, transparencias, escotes, shorts, vestidos o largo de polleras. La única condición es que no entres a un supermercado, por ejemplo, en tu camino a la discoteca. Adaptan las leyes para convivir con un contexto cosmopolita, a fin de transformar a Dubái en una ciudad atractiva para los extranjeros".
Normas, prohibiciones y secretos
Pero, aun a pesar de cierta flexibilidad, Débora estaba afectada por aquel otro Emirato riguroso de Sharjah, en donde pronto supo que regía la prohibición del consumo de alcohol y que, no cumplir con las normas, podía significar meses de prisión y una multa de 1,000 a 2,000 Dirhams, alrededor de 270 a 550 dólares.
"Los códigos en Sharjah, especialmente para las mujeres, no son negociables", revela Débora pensativa. "Si iba en esa dirección ni se me ocurría usar shorts o musculosa. Me acostumbré a polleras largas y a llevar una pashmina para cubrirme. Si no lo hacés, como mujer te vas a sentir muy incómoda por las miradas y es probable que algún local se te acerque de manera autoritaria, porque es considerado una falta de respeto. Y si tenés la mala suerte de cruzarte con la policía, algo poco común, habrá consecuencias. La idea de ser detenida, multada o arrestada, especialmente siendo mujer, es algo que te hace pensar dos veces a la hora hacer cualquier cosa que no esté permitido por la ley".
En Dubái, por otro lado, no todo se presentó tan permisivo como aparentaba. Débora pronto develó que la homosexualidad se hallaba "prohibida" y penada por la ley, y que el contacto físico o las demostraciones de cariño entre los diferentes sexos no estaba permitida: "Solo podés tomar la mano de un hombre si estás casada. Sí es común que los varones entre sí se abracen y se saluden tocando sus narices. Los emiratíes, a su vez, tienen privilegios frente a los extranjeros, y las mujeres tienen menos derechos que los hombres -según ellos- por naturaleza. De esta forma, ser mujer y ser extranjera te pone en una posición bastante vulnerable frente a la ley".
Así, entre la vida cotidiana, la nocturna y el barrio, el paisaje de Débora podía mutar entre rasgos occidentales y costumbres férreas. Pero, a pesar de las variaciones, hubo aspectos que surgieron inamovibles, como la vestimenta de las mujeres locales, ataviadas con los trajes típicos llamados abaya, siempre negros, y que se llevan por encima de las prendas comunes -como una remera y un jean-, sumado a un khimar con el que se cubren el cuello y la cabeza: "En Dubái, hay muchos extranjeros que no cumplen con los códigos de vestimenta en lugares públicos, pero está permitido".
Y un tiempo después de su llegada, Débora se mudó a un departamento ubicado en el centro de Dubái, a tres cuadras del edificio Bhurj Khalifa, el más alto del mundo, con 828 metros de altura.
Fue en su nuevo hábitat, que la argentina pudo experimentar las contradicciones de la ciudad con asombro y mayor claridad: "Recuerdo que una noche salí a tomar algo con amigos. Llamé al ascensor y, al subir, me encontré con dos chicas hablando en árabe vestidas con abaya y khimar que, entre risas y emoción, comenzaron a desvestirse.Abajo del traje negro tenían vestidos cortos y zapatos de taco aguja súper glamorosos. Llegamos a planta baja y salieron caminando listas para pasar una noche divertida, como lo podríamos ver en cualquier ciudad moderna del mundo. Esto es algo que no se podría vivenciar en lugares como Sharjah, en donde, para empezar, no hay discotecas o bares".
Otro de los impactos llegó de la mano de las playas, que lejos de ser una actividad turística, podía presentar situaciones incómodas. Tanto allí, como en las piscinas, Débora se encontró ante mujeres que no se quitaban sus abaya para meterse al agua, a pesar de que la ley permite el uso del traje de baño en Dubái. "Hay otras que utilizan las burkinis, que las cubren por completo, pero son las menos. Como cualquier argentina, en mi caso usaba bikini, pero la realidad es que, en las costas públicas es muy probable que pases momentos poco gratos, porque hay muchos hombres que no están acostumbrados a ver a mujeres en bikini, ni tienen el pudor en respetar tu espacio o no invadir tu privacidad".
Calidad de vida, calidad humana
Para Débora, su experiencia en relación a la calidad de vida y humana fue positiva pero desafiante. Pronto supo que su situación respecto a otros extranjeros no era la usual, por el simple hecho de haber sido contratada por una de las empresas del gobierno, que fue creada para ser la aerolínea número uno a nivel mundial.
"Si comparamos con las vivencias de otras personas de los países satélites que llegan como fuerza de trabajo en el área de construcción, por ejemplo, la balanza está muy desequilibrada", asegura la joven. "Algo característico de Dubái es que las corporaciones de los Emiratos traen a muchos hombres de naciones como Bangladesh, Pakistán e India. Desafortunadamente, hay una práctica común en donde el empleador retiene el pasaporte de sus empleados extranjeros, algo que deriva en condiciones muy vulnerables. A los ojos del mundo, Dubái es una ciudad lujosa y moderna, pero hay otra realidad muy dura para los aquellos que dejaron su país con la promesa de un trabajo bajo tentadoras condiciones".
Por su profesión de tripulante de cabina, los días en Dubái hallaron a Débora volando varias veces por semana a Europa, Asia y África con diferentes personas en cada ocasión. En una compañía compuesta por unos 20 000 cabin crew, los rostros casi nunca se repetían. A su vez, los días de descanso pocas veces coincidían con los de sus colegas amigas, por lo que aquella soledad que siempre la había acompañado en sus viajes, permanecía fiel a su lado la mayor parte del tiempo.
"Cuando sí coincidíamos era maravilloso", sonríe. "Disfrutábamos yendo al centro de Dubái a almorzar frente las aguas danzantes, de a salir a tomar algo, o pasar el día en la piscina de hoteles o en playas con acceso exclusivo para empleados de Emirates. Fueron épocas en donde me encontraba conociendo a mucha gente, pero al ser culturas, religiones e idiomas tan diferentes, en mi experiencia fue difícil hacer crecer amistades íntimas que vayan más allá de las salidas. Por el hecho de vivir tan lejos de Argentina, y por convivir con tantas nacionalidades (en Dubái hay unas 200), me resultó bastante solitario y complejo encontrar con quién conectar de verdad. Amo vincularme con personas, pero a nivel emocional; me cuesta mucho mantener relaciones en donde del otro lado no comparten sus sentimientos y sus pensamientos, creo que esto es fundamental para hacer crecer amistades y solo lo logré con dos amigas: Jenny, de Canadá, y Yoko, de Japón", reflexiona.
"Y cuando volaba a una ciudad y quería salir a recorrer, muchas veces lo hacía con otros tripulantes, pero no dejaban de ser extraños. Recuerdo cuando conocí la Muralla China junto a personas con las cuales no tenía conexión profunda. Estando en la cima, y mientras miraba lo lejos que había llegado, lo hermosa que era la vista con el cielo azul y toda la naturaleza que cubría de verde las montañas, pensé: `cómo me gustaría compartir esto con alguien´. Viajar a múltiples destinos me enseñó el valor de hacerlo con personas que quiero. Hoy tengo la suerte de emprender cada travesía con Davy, mi marido, que es francés, y ama viajar y disfrutar de experiencias compartidas tanto como yo".
Regresos
Para Débora, cada regreso a su país de origen venía acompañado de una emoción que lo abarcaba todo. Volver a ver a la familia y a los amigos de la vida la ilusionaba, pero al retornar, percibía con cierta tristeza las dificultades de transmitir lo que sentía al vivir en un país musulmán y viajar por el mundo: "Por más que cuentes como es algo, no es lo mismo que vivirlo, que experimentarlo en carne propia", dice al respecto. "Cuando vivís afuera, habitás en un universo paralelo".
Fue así que la argentina se enfrentó a una encrucijada: cuando estaba en Dubái o en tránsito se sentía sola, pero, al volver, también la invadía la soledad de la incomprensión. A pesar de su emocionante pasar, algo comenzó a suceder al final de cada vuelo, cuando se sentaba en silencio para el aterrizaje: Débora miraba por la ventana, veía las nubes y sentía que no estaba donde tenía que estar. Desde sus veinte, la soledad la había acompañado en las travesías como compañera poco amenazante, pero ahora era distinto: se sentía sola de una forma que la angustiaba, y se descubrió estancada como nunca antes.
"Cada vez que retiraba las bandejas me decía: ` estás para más´", confiesa. "No es fácil ser tripulante por muchas razones, en especial en estos tiempos de pandemia, aunque Emirates se mantiene positiva respecto a la normalización de sus vuelos, a pesar del escenario. Celebro a la gente que realmente ama este trabajo, pero no era mi caso, ser tripulante no me apasionaba".
Finalmente, Débora regresó a vivir a su amada Argentina. Lo hizo perdida porque, a pesar de haber logrado el objetivo de expandir su mente mientras descubría el mundo, no se sentía plena: "Me llevó un año equilibrar mis emociones. Poco a poco, me establecí de nuevo en Buenos Aires y empecé a trabajar para Google, donde potencié mi amor por la tecnología y por el marketing digital".
Aprendizajes
Muchos libros y montañas rusas después, Débora logró focalizarse y comprender que de nada le servía vivir la aventura más emocionante del mundo si no tenía en claro quién era, hacia dónde iba y lo más importante: de qué manera estaba colaborando con el planeta.
Hoy tiene la certeza de que, aquel espíritu explorador que habita en su ser desde su nacimiento, forma parte de su esencia. El tiempo no tardó en demostrárselo, aunque esa es otra historia: "Gracias a cada acierto y error en mi camino, hoy me siento alineada conmigo misma y con el mundo. Me enamoré, hace cinco meses me casé y en el 2019, después de mudarme a Ginebra con Davy, fundé Alkimia, mi agencia y academia de marketing digital para jóvenes emprendedoras. Tengo la libertad de trabajar desde cualquier parte del mundo, mientras tenga mi computadora y conexión a internet. Comprendí que mi felicidad no está en enfocarme exclusivamente en mis metas: lo que me hace sentir plena es inspirar a otras mujeres para que puedan hacer realidad la vida que sueñan a través de sus propios emprendimientos. Esa es mi misión con Alkimia", cuenta feliz.
"Algo que aprendí en mi experiencia en Dubái es la bendición de tener libertad. Las mujeres del mundo árabe están atadas a construcciones religiosas y sociales que están normalizadas por la ley. Lógicamente, para ellas la vida que tienen es la norma, pero la libertad de poder elegir tu fe y el tipo de vida que querés tener es algo preciado, algo con lo que fui bendecida solo por el hecho de haber nacido en otra sociedad y otro contexto: es una de las muchas bendiciones que nunca quiero dar por sentado", continúa Débora, quien es licenciada en Relaciones Internacionales y tiene un posgrado en Marketing.
"Y lo que descubrí, después de descubrir el mundo, fue a mí misma, a mi pasión y a mi propósito. Aprendí a conectarme conmigo, a tomar responsabilidad de lo bueno y lo malo que pasa en mi vida, a no depender de un factor externo que me diga cuál es el camino que tengo que tomar y, por sobre todo, y a pesar de apreciar y agradecer a mi fiel soledad, comprendí que la verdadera felicidad siempre es compartida", concluye emocionada.
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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