Se instaló en el país, se topó con la corrupción, vivió en una “casa chorizo”, se enamoró de la Argentina y asegura que obtener la visa es más difícil que en los Países Bajos
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La vida en los Países Bajos no era mala, pero con el pasar del tiempo el malestar de Bernard Krijbolder creció hasta que un buen día comprendió que era tiempo de desplegar sus conocimientos y volar hacia otro rincón del mundo. Shanghái entró en escena, pero un amigo con grandes conocimientos acerca de aquel territorio se lo impidió. Indonesia fue la nueva opción, pero, finalmente, posó su mirada en América Central y del Sur, algo que tampoco significó un camino simple.
Renunciar a sus planes no estaba en su diccionario y fue así que, tras mantener tres conversaciones con el cónsul general argentino en Ámsterdam, le otorgaron una visa por un año, sujeto a condiciones y un examen médico. Bernard aún no lo sabía, pero la visa siempre sería su gran problema argentino.
“Le conviene ir a Chile, las condiciones de ese país son mejores”, le sugirió el cónsul tras entregarle el ansiado documento, a lo que el neerlandés respondió que ese era el mejor consejo para ir a la Argentina.
Tras aquella opinión surgieron otras dos, también negativas, pero Bernard estaba listo para volar hacia su nueva aventura: “El boleto estaba comprado, los muebles habían sido almacenados, había arreglado con las autoridades fiscales, reservado un hotel en Buenos Aires, registrado en la municipalidad de La Haya; el tiempo de pensar había terminado”.
Argentina: la vida como un tango
El 1 de julio de 1995, día de su cumpleaños número 47, Bernard se halló parado con una maleta en Ezeiza. Un taxi, que resultó ser ilegal, lo trasladó al hotel Lancaster, en la Avenida Córdoba. Sin imaginarlo, su vida de tango había comenzado: “Esa vida que refleja el carácter argentino, una mezcla de nostalgia, dolor, rechazo, molestia, amargura, decepción, injusticia, ironía, más nostalgia, sarcasmo genuino y una convincente pasión. Un resumen perfecto de lo que viví como inmigrante en Argentina, además de numerosas y hermosas experiencias”, observa el neerlandés.
En los paisajes porteños, Bernardo buscó y halló algo de los pueblos indígenas y de los mestizos llamados criollos, pero pronto le dijeron que los habitantes de ese suelo habían descendido “de los barcos”: la mayoría eran españoles, italianos, judíos, aunque también pudo encontrar un gran contingente de asiáticos, alemanes, franceses, rusos, armenios, sirios y libaneses; y sí, una cuota de británicos, suizos y holandeses: “Y si bien encontré diferencias políticas y socioeconómicas significativas, incluso conmovedoras, descubrí que los argentinos son grandes maestros en sobrevivir y se encuentran en una forma de nacionalismo que se ve más a menudo en los estados-nación jóvenes”, observa.
Con el correr de las semanas, Bernard halló en las calles de Buenos Aires personas amigables y accesibles, gente hospitalaria y de gran corazón. Pronto comprendió que esa característica podría fácilmente hacerse carne en él y que Argentina era candidata a disputarse el puesto de “segunda patria”.
Pero, a medida que los meses pasaban, y mientras intentaba desplegar sus labores como consultor de empresas independiente, la aguda corrupción se coló en él escenario, una corrupción que, tanto él como la mayoría de los argentinos, comenzó a detestar: “Fue una montaña rusa, así como una apasionante vida”.
La oportunidad de oro de vivir en una “casa chorizo”: “Me familiaricé con la sociedad argentina de manera penetrante”
Eran los años del presidente Carlos Saúl Menem, del 1 a 1 y, a pesar de sus habilidades para los negocios, a Bernard le costó encontrar su lugar. Quedó impactado por el alto costo de vida que significaba para él, un extranjero, vivir en aquella ciudad; en poco tiempo pudo dar cuenta de la cantidad de personas que se habían beneficiado con las políticas locales, pero cómo la gran mayoría había sido aniquilada económicamente: la tasa de desempleo era del 18,2% y el 30 % de la población había caído en la pobreza.
“Me impactó conocer gente que tenía tres trabajos, con largos viajes incluidos”, asegura. “Como hombre solo, no fue un comienzo feliz ni prometedor en un país extranjero”.
Bernard se preguntó si debía quedarse, en especial cuando se enfrentó a la primera situación de corrupción durante las primeras semanas, al momento de buscar su documento de identidad, instancia en donde dejó consternado al funcionario en cuestión al exponerlo en voz alta en una sala llena de gente.
En las primeras semanas deambuló solitario. Había buscado una escuela para aprender castellano y, a través de aquella institución, encontró su primer alojamiento: “Podía elegir entre alquilar una habitación en el barrio chic de La Recoleta, o en Caballito, más alejado del centro, en una centenaria `casa chorizo´. Elegí este último, en la calle Puán 551, cercano a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. El propietario, Juan Carlos Dima, era un ingeniero químico que se quedó sin trabajo debido a la privatización de la industria de la energía nuclear, que alquilaba algunas habitaciones a estudiantes y turistas extranjeros”.
“Resultó ser una oportunidad de oro, porque me familiaricé con la sociedad argentina de manera penetrante. Con la política y los políticos, con los márgenes de la pobreza en las villas miserias (donde el argentino promedio nunca va), con el asado, para mí la lujosa variante argentina de un barbeque, con generosas cantidades de carne compradas en grandes bolsas de plástico cerca de los frigoríficos. Juan Carlos era un hombre especial y una historia diferente”.
Aprender el idioma, integrarse a un círculo y soñar por primera vez en castellano
Era invierno en Buenos Aires cuando, a los tres días de mudarse a lo de Juan Carlos, Bernard tuvo una fuerte neumonía, seguida de una intoxicación. “No te preocupes”, le dijo su anfitrión. “Se pueden comprar antibióticos sin receta en la farmacia de enfrente”. Y así, el extranjero comprendió que allí podía llevar adelante una vida improvisada.
Y cuando necesitó dinero para pagar su primer alquiler, Bernard quedó horrorizado al contemplar cómo la máquina tragaba su tarjeta de débito sin retorno, entonces Juan Carlos le prestó 100 pesos (dólares) para pasar el fin de semana hasta que la pudiera recuperar: “Confianza en lugar de desconfianza”.
La época en lo de Juan Carlos había sido emocionante, pero era tiempo de que Bernard hallara un lugar propio, que finalmente encontró en la calle Fray Justo Santa María de Oro 2419, 3er piso, cerca de la concurrida Avenida Santa Fe, en el animado barrio de Palermo, más cerca del corazón de la ciudad.
Apenas estuvo instalado supo que era tiempo de ponerse serio con el tema laboral. Imprimió tarjetas de presentación con la leyenda “consultor de empresas” y se dispuso a salir al mercado argentino: “Ahora existía”. Mientras tanto, su español mejoraba considerablemente, entre las clases, la lectura de diarios y la atención puesta en programas de televisión de entrevistas con tintes intelectuales “y otros menos pomposos, como Polémica en el bar de Gerardo Sofovich, Hola Susana! y el almuerzo con celebridades de Almorzando con Mirtha Legrand”, agrega.
“Para practicar también encontré un café-restaurante de ancianos `gallegos´ emigrados durante la Guerra Civil española, Bar del Carmen, cerca del Palacio de Justicia, que se había hecho famoso como el hogar permanente del mundialmente famoso tanguero, bandoneonista. Aníbal Troilo, con muchos abogados y periodistas como habitués”.
Bernard fue integrado a aquel círculo y, al cabo de dos meses, conocía ampliamente el funcionamiento de la sociedad argentina y hablaba suficiente español para el uso diario o para preparar una conferencia sobre marketing de servicios. Y, al fin, después de un año, soñó por primera vez en castellano.
Las amistades, el fútbol y el arte: “El entusiasmo del público argentino lo supera todo”
Ya integrado, comenzó la época de los viajes. Bernard hizo contactos, conoció Chile, Mendoza y Córdoba, donde se presentó en la Cámara de Comercio y la compañía de seguros, anexo a la funeraria Caruso. Con el tiempo, el neerlandés llegó a conocer muy bien aquella ciudad.
Ya de regreso a Buenos Aires, los amigos leales ingresaron en su vida: “algo fundamental en una sociedad dominada por las relaciones”. De la mano de su nueva gente, y mientras ponía sus esfuerzos en el trabajo, Bernard tuvo la oportunidad de relajarse y entender que el fútbol, para los argentinos, era incluso más importante que la comida.
“Y el interés por el arte y la cultura me resultó muy llamativo, es mucho más fuerte que en los Países Bajos. Conocí muchos artistas y tuve la oportunidad de asistir a gran cantidad de eventos sociales”, cuenta. “Y en aquella época, en esa Buenos Aires, la película también estaba viva, los argentinos surgieron como unos cinéfilos desenfrenados. Asimismo, me llamó la atención la posibilidad diaria de asistir a representaciones teatrales gratuitas. Por ejemplo, estuve presente todos los martes en los Martes de Tango con la Orquesta Nacional de Música Argentina, todas las semanas en el Teatro San Martín, etc. Increíble, qué ambiente y demasiado para mencionar. El entusiasmo del público argentino lo supera todo. Y, después de esas actuaciones, me pedía un jugoso bife de chorizo en mi restaurante de parrilla favorito, Desnivel, en la calle Defensa en el barrio de San Telmo”.
“Aquí viene primero la familia, luego la familia, luego la familia y finalmente, quizás amigos muy íntimos”
Bernard había puesto sus esfuerzos en el campo de la importación y la exportación, pero, por razones económicas y fiscales, aquello no prosperó para él. Su mirada se posó entonces en el ámbito de los seguros, del que pronto se transformó en un gran conocedor.
Con el tiempo desarrolló una red, donde tuvo extensas conversaciones con directivos importantes, entre ellos el Sr. Manuel Lamas, presidente de AAPAS, la organización nacional de asesores profesionales de seguros. Bernard comprendió que una gran aseguradora argentina no equivalía automáticamente a una fuerte: “Muchos cayeron en esos años”.
“Bernard, eres exactamente lo que necesitamos en Argentina en este momento. Con la formación, el conocimiento y la experiencia adecuada. Pero te digo que nunca lograrás nada aquí”, le dijo cierta vez una de las personalidades dentro del rubro de la gran banca. Ante la mirada atónita de Bernard y la pregunta de por qué sería eso, le respondió: “Porque no sos argentino. Aquí viene primero la familia, luego la familia, luego la familia y finalmente, quizás amigos muy íntimos. Es por eso. Es doloroso”.
Las reuniones con diversas empresas continuaron y allí surgieron propuestas por parte de él que no fueron aceptadas pero que, más tarde, supo que fueron copiadas. Mientras tanto, su vida continuó desarrollándose al ritmo del tango, a veces sobresaltado por incidentes como recibir dinero falso o amenizado con un homenaje al Prof. Dr. René Favaloro, o un bocadillo de arenque con la Asociación Holandesa en el Día de la Reina: “Nunca hubo un momento aburrido en la primavera de 1997″.
“La inmigración en Argentina es más difícil que en los Países Bajos”
Cuando llegó el momento de renovar su permiso de residencia, Bernard llegó entusiasmado a Migraciones. Pero, para su enorme sorpresa, le informaron que no era posible extender su estadía. “No tiene sentido”, replicó él tras comprobar que había habido un error con el tipo de visa que él había tramitado, respecto a la que ellos tenían registrada. “La única opción es salir del país pronto”, lanzaron. El corazón de Bernard se comprimió y una revelación emergió ante él: no quería irse, ahora, por fin, tenía vínculos íntimos e importantes en aquel país.
Un amigo, descendiente de una de las familias patricias más elitistas, le dijo: “¡Bernard, tus problemas terminaron!” Pero no fue tan sencillo. Bernard entregó una carta, firmada por un nombre influyente y “¡con saludos peronistas!” a un funcionario de la Casa Rosada y concertó una cita con la secretaria para reunirse el 24 de mayo a las 10 hs. Una vez allí, la secretaria dijo: “El Dr. está almorzando”. No había problema. ¡Tenía tiempo de sobra para seguir esperando! Pero la cita no se concretó, aunque hubo una promesa de un llamado a las 18 horas del día siguiente.
“Exactamente a las seis en punto sucedió un milagro: me informaron que el Dr. había escrito una carta en su nombre al entonces director de Migraciones”, cuenta Bernardo. “Armado con esa carta y otra carta de recomendación de AAPAS, corrí a la sede central nacional de Migraciones y me paré frente a la oficina del director, pero aparentemente no estaba presente, o no tenía ganas de recibirme”.
Nadie quiso escuchar a Bernard. Con la carta aún apretada en el puño se volvió completamente loco e hizo un pequeño alboroto: cinco minutos después le extendieron la visa hasta enero de 1998. Sin embargo, quedó anotado en el expediente que la futura renovación del permiso de residencia estaría condicionada a la constitución por parte de él de una sociedad anónima, con un capital registrado de al menos 1 millón de dólares, constituida y desembolsada: “Me salía humo de los oídos. Ahora estaba definitivamente establecido que la inmigración en Argentina era más difícil que en los Países Bajos”.
Argentina: el país guardián de una de las mejores experiencias de la vida
Dos años y tres meses habían pasado desde ese inolvidable 1995 que lo vio llegar. Tras sus repetitivos conflictos para renovar su visa, Bernard finalmente dejó la Argentina, a los 50 años. Al país había llegado con una vasta experiencia en el ámbito financiero europeo y con la esperanza de ayudar en empresas y organizaciones del suelo austral. Los éxitos fueron esquivos y, aun así, aquellos tiempos argentinos permanecen en el corazón de Bernard marcados a fuego.
Su vida argentina, como un tango, lo impregnó de nostalgia hacia una tierra desigual e intrigante y ahora, a sus 74 años, atesora celosamente todos los acontecimientos vividos, que perpetúa a través de sus charlas con sus viejos amigos de las pampas, sus visitas, y en donde imagina el presente a través de los diarios argentinos.
De todas sus experiencias, Bernard jamás olvidará la relación que desarrolló con la AAPAS. Junto a ellos, consiguió un pequeño lugar en la historia de la industria aseguradora argentina en 2009, con la publicación de la obra de Manuel Lamas, “Asesores seguros. La intermediación de seguros en Argentina”. Bernard resultó ser un elemento fundamental en la elaboración del plan estratégico de la asociación. Su vasto currículum ocupó algunas páginas del libro. Todos los integrantes de ese comité y muchos otros miembros de AAPAS tuvieron la oportunidad de apreciar las cualidades profesionales de Bernard, su amplia trayectoria cultural -habla siete idiomas-, su aprecio por el tango y su calidad humana.
La dedicatoria a Bernard dice así: “A mi querido amigo Bernardo Krijbolder, con el reconocimiento a sus valiosos aportes profesionales, presentado a AAPAS con total generosidad”.
En 2010, Bernard se retiró de la industria de seguros y de su vida profesional actuando como moderador y orador principal en el Congreso Mundial de Intermediarios de Seguros BEUSEG 2010 organizado por AAPAS en Buenos Aires.
Aunque sus recuerdos son agridulces, un tango colmado de nostalgia, dolor, rechazo, molestia, amargura, decepción, injusticia, ironía y sarcasmo genuino, Argentina se impregnó en él gracias a su intensa pasión, lo que transformó al país del sur en el guardián de una de las mejores experiencias de su vida.
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Argentina Inesperada es una sección que propone ahondar en los motivos y sentimientos de aquellos extranjeros que eligieron suelo argentino para vivir. Si querés compartir tu experiencia podés escribir a argentinainesperada@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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