Los de la zona saben. Y esos pocos entendidos que llegan especialmente. Todos saben. Todos callan. De lo del castillo no se habla. Al menos a viva voz. No hace falta. Si está allí, medio disimulado. Constatan mejor los que pasan abordo del tren. Aunque no muchos saben. Se lo pierden. El castillo no está a la vista. Acorde con el barrio. Un barrio trasmano. Si no se es vecino, o se tiene que hacer algo específico en la zona, por ahí no se pasa. Y ese es todo un valor para los lugareños. Si hasta dan pelea las calles empedradas. Los cines no, perdieron la batalla. Ya no hay salas en el barrio. Los grandes dan testimonio de aquellas matiné en continuado del Gran Bijou. Y conocen muy bien lo del castillo.
Todos saben. Todos callan. Saben y callan los nacidos y criados, y también los que hace mucho viven allí, esos que emanan pertenencia y le confieren al barrio un aire pueblerino. Imponente estación de coquetísimo edificio inglés y cuatro andenes, iglesia, plaza, calle principal. Y el castillo. Oficialmente debe ser presentado como el Palacio de los Bichos. Y es tal su galanura y status que hasta figura en el escudo del barrio.
Imponente estación de coquetísimo edificio inglés y cuatro andenes, iglesia, plaza, calle principal. Y el castillo.
Todos saben. Todos callan. En Villa del Parque lo custodian como a esa joya preciada. "Que no vengan a molestar mucho. Tenemos castillo. Y en el castillo viven fantasmas. Y punto". Espectro de la novia con tocado, mantilla y cola inmaculadamente blanca. Él, el novio, de riguroso frac negro. Dicen que son ellos. Los vecinos son celosos de ese solar histórico marcado por la tragedia de esa fatídica noche de bodas iniciática y final. Vaya contradicción. Los de afuera se impresionan. Los del barrio lo reverencian. Y los que habitan en el castillo, esos que dan testimonio en esta crónica, están orgullosos de esa biósfera. Ellos saben. Y no callan. ¿Por qué callar? Si conviven con esos vecinos espectrales que se dejan percibir cada día. A su modo transitan este edificio. Y los que allí viven, de manera digamos terrenal, no son avaros. Comparten. Comparten la estadía con esas almas. Naturalizan la posibilidad.
"Que no vengan a molestar mucho. Tenemos castillo. Y en el castillo viven fantasmas. Y punto".
¿Quiénes viven allí?
Todos saben. Todos callan. Algunos hablan. Justamente ellos, los que se entienden en el castillo con esos seres de otro plano. Almas protectoras, dicen. Epifanías de una boda. Y de sus muertes.
"Mayormente los viernes se ven siluetas caminando. No sé si son de mujer u hombre. Las veo por los pasillos del edificio, siempre de día y adentro, nunca por los jardines", confiesa María Esther Rojas, encargada del edificio ubicado en Campana al 3200, en el corazón de la porteñísima barriada de Villa del Parque. La veterana construcción con más de un siglo de historia fue reconvertida en 11 departamentos tipo loft. Allí viven cerca de treinta vecinos que les hacen frente a los particulares fenómenos paranormales que se multiplican desde la planta baja y en esos cinco pisos que rematan con un torréon y cúpula. Puertas que se abren solas, timbres que suenan por qué si, macetas que se mueven con sorprendente autonomía. Y ellos, los espectros, monarcas del lugar.
"Cuando me ofrecieron el spa, lo primero que pregunté fue cuán real eran las versiones y qué era lo que realmente sucedía aquí. Si se trataba solo de fantasmas, si eran energías, y si lo que sucedía tenía que ver con la mala suerte, el desamor o la desdicha. Los vecinos me dijeron que no sucedía nada de eso, sino que se trataba de energías, de una mística, que no había nada a qué temerle", reconoce Gabriela Salvatierra, quien vive en uno de los lofts y en otro montó Lumilen, su centro de estética.
"Soy muy racional, me dedico a mi actividad de abogado penalista. No soy un tipo que tenga estas creencias. Sin embargo, se trata de venir a vivir al castillo y comprobarlo", explica el reconocido abogado penalista Christian Poletti, quien frecuenta asiduamente los espacios de televisión para hablar de causas propias o referirse a acontecimientos de actualidad. Esa racionalidad que enarbola el jurista se dio de bruces cuando su tocadiscos vintage comenzó a funcionar solo, ante la mirada atónita de él y de sus hijos.
En la cúpula, con una vista notable de la ciudad y el sol que acompaña desde el alba hasta el crepúsculo, vive el parapsicólogo Antonio Las Heras, acaso el vecino estrella del castillo. Las Heras es doctor en Psicología Social, seguidor de la escuela de Carl Gustav Jung, y director del Instituto de Estudios e Investigaciones Jungianas de la Sociedad Científica Argentina. Para alguien con su especialidad, vivir en el Palacio de los Bichos es una verdadera experiencia, como un chico en un parque de diversiones: "En la comisaría de la zona había registros de intrusos que llegaban al edificio abandonado en los años ´50 y que se terminaban yendo espantados a las pocas horas. Ellos mismos iban a la comisaría a contar que veían figuras que se metían en las paredes, que oían sonidos lastimeros, arrastrares de cadenas. Durante años, al castillo lo intrusaban, pero nadie duraba", recuerda el profesional estudioso de lo paranormal.
Bodas de sangre
El Palacio de los Bichos comenzó a construirse en el año 1897. Su nombre se debe a que en su frente se encontraban distribuidas figuras de animales. Con los años, la gran mayoría fueron robadas. Solo dos permanecen en el interior del edificio a resguardo de daños y hurto. Gárgolas, relieves y esas referenciales imágenes de animales definieron la estética externa de la mansión. En aquellos tiempos, la zona, considerada rural, se encontraba alejada de Buenos Aires. Caminos de tierra la conectaban con el centro y con los poblados de Belgrano y Flores.
Se comenta que la obra fue encargada por un inmigrante italiano de apellido Giordano, quien le regalaría el castillo a Lucía, su hija, para que allí pudiese vivir una vez casada. Los materiales fueron traídos de Italia imprimiéndole a la construcción, en manos del ingeniero Muñoz González, una solidez descomunal. Algunas versiones dan por tierra estos argumentos y sostienen que el palacio fue construido con la finalidad de convertirse en un prostíbulo. Ante la oposición de los lugareños, la actividad "non sancta" no habría prosperado. Sin embargo, la mayoría de las fuentes históricas de la ciudad coinciden en que el castillo fue pensado para que lo habitase la hija del adinerado que lo mandó a construir y su marido. No pudo ser.
Corría 1902. La boda de la hija del señor Giordano se había desarrollado con total normalidad. La fiesta fue organizada en la mansión pegada a las vías. Una buena excusa para acercar a los afectos y conocidos hasta esa propiedad tan alejada donde residirían los novios ya conformados en matrimonio. Los invitados recorrían el flamante castillo en medio de la bacanal bien regada por las bebidas espirituosas. Cerca del amanecer, la pareja abandonó el lugar ante la ovación y los buenos augurios de los presentes. No faltó el "¡Vivan los novios!", previsible e ineludible. El carruaje tirado por caballos partió ante el saludo de los casi doscientos presentes. La calle estaba embarrada. Hacía tres días que llovía. La bruma le otorgaba una atmósfera fantasmal al castillo. Desde los jardines, su cúpula no se llegaba a divisar. La proximidad de la locomotora, tampoco. Esas vías pegadas al palacio que, aún hoy, son la columna vertebral del barrio, vinculaban, en aquellos tiempos, el puerto porteño con la Cordillera de los Andes. Se trataba de la línea que más cerca llegaba al océano intuido detrás del cordón montañoso, de ahí su denominación: Ferrocarril Buenos Aires al Pacífico.
Aquella noche, la locomotora que tiraba 40 vagones hizo sonar su pitido. El cochero no escuchó. La algarabía, los gritos, anularon sus reflejos. Y, quizás, el alcohol. La locomotora arrastró varios metros el carruaje. Los caballos se desprendieron y resultaron ilesos. El chófer y su acompañante sobrevivieron a pesar de las fracturas expuestas. Los novios, que iban en el asiento trasero, murieron en el acto ante la mirada de los invitados de la boda. Familiares y amigos consternados no podían entender lo acontecido. El padre de la novia estalló en un ataque de nervios incontenible. Dicen que se tiró sobre el cadáver de su hija destrozado debajo de la locomotora. En pocas horas, la mansión quedó vacía. Restos de comida, manteles manchados y copas a medio llenar desparramadas. Por allí, pisoteado, un ramo. Ese tocado lanzado al aire para dar suerte amorosa a alguna de las solteras.Tardaron semanas en limpiar el lugar. El Palacio de los Bichos quedó inutilizado por décadas. Il Signore Giordano no pudo superar jamás la muerte de su hija y de su flamante yerno. Al tiempo, abandonó la Argentina para transitar el peor de los duelos en su Italia natal.
Más que una leyenda
Con el correr de los años, una frondosa vegetación fue tapando los jardines y muros de la mansión, mientras los cuentos sobre las ánimas que merodeaban el lugar iban cobrando fuerza y convirtiendo el castillo en un sitio misterioso. Los vecinos agigantaban la leyenda. ¿O tan solo contaban lo que sucedía?
El parapsicólogo Las Heras conoce el lugar desde niño, dado que vivía con su familia en el cercano Villa Devoto. Más de una vez, al pasar con sus padres, soñó con comprar el castillo y vivir en él. Profecía autocumplida, diría Sigmund Freud. Su historia arranca cuando, luego de ver el aviso en un diario que anunciaba la venta de lofts en el castillo, se acercó al lugar buscando cumplir aquel deseo de la niñez: "Visité la obra y pedí a la empleada de guardia que la gente de la inmobiliaria se comunicara conmigo. Me llamaron rápidamente y me citaron para conversar en la oficina. Antes de cortar aquella comunicación telefónica, me preguntaron si yo era el parapsicólogo que salía en los medios. Les dije que sí y se entusiasmaron aún más con mi visita. No entendí por qué. Cuando me reúno en la oficina, los socios de la inmobiliaria, que eran los que habían llevado adelante las obras de la reforma, me hicieron un pedido especial: ´Doctor, ayúdenos, ese castillo está embrujado. Hace dos años que tenemos esto en venta, hay un movimiento inmobiliario bárbaro en la zona, pero acá no pasa nada. La gente nos deja la seña y luego dan marcha atrás. ¿Usted se anima a liberar ese edificio? Si usted nos asegura eso, le damos el departamento que quiera y le regalamos una de las dos líneas de teléfono que tiene el edificio´. Esta gente estaba acogotada. Habían pedido préstamos para la reforma, porque estaban convencidos que se vendería rápidamente", recuerda Antonio Las Heras. A su juego lo habían llamado. Para ese entonces, hasta la empleada que lo había recibido en la obra le reconoció que escuchaba aullidos. Los constructores también habían percibido sombras, pero aquella constatación no era un plus para promover la venta. Todo lo contrario. De inmediato, Las Heras se puso en contacto con gente cercana que podría realizar la tarea encomendada: "Tenía discípulos muy aventajados en magia blanca y armonización. Hablé con ellos y les planteé la situación. Esto implicaba instalarse en una obra que ni siquiera tenía agua corriente en los pisos. Nos quedamos a vivir acá. Pasábamos las noches en bolsas de dormir y nos duchábamos en un gimnasio cercano. Para mis discípulos y para mí fue una experiencia maravillosa. Yo me había formado en parapsicología con dos jesuitas, todas las experiencias que ellos contaban formaban parte de mi teoría, pero nunca lo había experimentado".
La tarea duró varios días. Los suficientes para confirmar lo sospechado: "Con mis discípulos vimos las figuras fantasmales varias veces. Eran figuras antropomorfas, luminosas, lechosas, que pasaban cerca nuestro, atravesaban la pared y se iban. Cuando eso sucede, uno siente un frío seco. Además, se escuchaban llantos", recuerda Las Heras. Terminado el trabajo, la inmobiliaria comenzó a vender las departamentos. Tarea cumplida. Uno de los primeros propietarios fue el recordado futbolista Carlos Javier Mac Allister. Al parapsicólogo le reservaron la cúpula, donde aún continúa viviendo.
Convivencia
Los entendidos se acercan hasta la puerta y se toman fotografías. Los vecinos transitan la cuadra con la familiaridad de lo cotidiano, pero no dejan de mirar hacia arriba, casi como una reverencia al coloso o en busca de la confirmación de algo. Eso que allí dentro sucede. "Tengo un gato y una perra que neutralizan todo. Los animales son muy especiales, clavan la mirada y buscan. Uno nota que ven algo", explica la vecina Salvatierra. Para la encargada, los primeros años no fueron fáciles, aunque el tiempo hace lo suyo también en estas cuestiones: "Llevo 12 años trabajando acá. Durante los primeros tiempos tenía terror, pero después te vas acostumbrando. Siento algo, me doy vuelta y los veo pasar. También se escuchan sonidos. Uno cierra la puerta y al rato se escucha un ruido como si se estuviera abriendo sola", reconoce María Esther Rojas.
Christian Poletti está encantado con su loft, al que tuvo que acondicionar para que también pudiesen pernotar alguno de sus cinco hijos. Aunque, tanto él como su familia deben convivir con diferentes manifestaciones: "Tengo el fantasma de la puerta de la cocina que da al balcón. Esa puerta abre cuando quiere. Te vas a dormir, chequeás que esté cerrada con llave, y, al otro día, aparece abierta. Suele abrirse en medio de la noche. Me pasa casi cotidianamente. Mi hija Sara, de 17, vive ahora conmigo. Desde que se mudó, ella también es protagonista de algunos hechos: hace tiempo, vivió la experiencia de ver algo en el pasillo. Alguna vez, tuvo que filmar, con los compañeros del colegio, un video con un dron que subía por el costado del castillo. En determinado momento, el dron perdió sustentabilidad. Al mirar la filmación, algo extraño se percibe justo en ese momento. Acá no hay maleficios ni nada raro, pero suceden este tipo de cosas".
Para Gabriela Salvatierra la placidez de vivir en esta comunidad no se ve alterada a pesar de los hechos paranormales: "Uno siente que alguien pasó, pero no podés entender si te distrajiste o fue un fantasma. Eso sucede. A la señora del segundo, que es amiga mía, le golpeaban la puerta y, cuando abría, no había nadie. En el piso de arriba no hay gente por la cuarentena y, sin embargo, se escuchan pasos. Se sienten taquitos".
Curtido, "amortizado", como él sostiene, desde la época en la que realizó la armonización de la mansión, Las Heras reconoce que ya no vivencia tantas experiencias como antes: "A mí no se me volvieron a aparecer, pero, hace cinco años, estando de viaje, la encargada María Esther notó una sombra cuando acomodaba mi departamento. Me contó que vio una columna amorfa blanquecina que atravesó el ventanal y se dirigió a la terraza. Algo habitual es que dejemos macetas en un sitio y aparezcan en otro. En parapsicología decimos que esas apariciones fantasmales las provoca la misma gente de la zona en su creencia que allí hay fantasmas. Fantasmas de los vivos".
Más allá de las supersticiones, los casi treinta vecinos del castillo pueden dar cuenta de algún acontecimiento fuera de lo común. Todos coinciden en la regularidad de las experiencias, así como en la paz que se percibe cada noche. "Los que viven acá están muy contentos", confirma la encargada. El abogado Poletti disfruta del lugar y hasta se enorgullece de los cambios climáticos que merodean el edificio: "Abajo puede haber una calma chicha y en mi balcón un viento descomunal, fuera de lo común. Viví en un barco y nada se compara al viento del castillo, algo hay". Creer o reventar. El abogado, en un atardecer sombrío, salió a ese balcón en medio de la oscuridad de un departamento sin luces encendidas. Una mujer, que se aprestaba a tomar fotografías desde la calle, al ver la figura espectral recortada terminó desmayada sobre el asfalto de la calle Campana. Sugestiones.
La vecina propietaria del spa confiesa que puede ingresar a su departamento y permanecer a oscuras sin ningún temor, una batalla ganada por la confianza del lugar transitado: "Vivir y trabajar acá es especial, pero no por nada negativo, sino porque se maneja una energía diferente. A las puertas que se abren y se cierran, ya las ignoro. No voy a estar investigando a cada momento. Además, no me asusta lo que sucede", se resigna Salvatierra, una de las propietarias que brega, como el resto de sus vecinos, para que se declare al edificio de Valor Patrimonial. Esta resolución haría justicia debido a la arquitectura exquisita de la propiedad y por el interés turístico, histórico y cultural que despierta. El parapsicólogo Las Heras cree que "esos fantasmas son la posibilidad de habitar el lugar que encontró aquel matrimonio trunco". Una revancha hacia el destino y los mortales.
En Campana al 3200, Villa del Parque se ufana de contar con el castillo propio, ese Palacio de los Bichos que nació trágico, para dar vida a una leyenda. Los habitantes del emblemático edificio se enorgullecen del lugar y no permiten que se ponga en duda todo eso que ellos viven cotidianamente. "Jamás me dio miedo vivir acá. Alguna vez, nos han tirado muñecos vudú en la fuente, cosas oscuras. Nosotros no nos enganchamos en eso. Además, tenemos la protección de nuestro vecino Antonio quien, desde ahí arriba, todo lo puede. La de nuestro edificio es una comunidad muy linda, con vecinos muy agradables. Nosotros no creemos en cosas malas ni raras, pensamos que, cada tanto, el castillo te hace saber que está todo bien, que te está mirando", concluye Christian Poletti. El, al igual que sus vecinos, saben que puertas adentro, la lógica es otra. Mientras tanto, por la calle Campana, un transeúnte se detiene a tomar una fotografía, mientras una señora de cabellos nevados cruza de vereda, por las dudas. Todos saben. Todos callan. Menos ellos, los que conviven con los fantasmas de esos novios que consumaron el matrimonio de manera espectral y decidieron habitar su castillo para siempre.
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