Victoria Ocampo: el romance y casamiento en 1912 que vendría con sorpresas
El primer martes posterior a la Semana Santa de 1907, el exquisito hotel Bristol de Mar del Plata, en la actual Entre Ríos y Peatonal San Martín, se hallaba muy concurrido. En esos días comenzaba el éxodo de los veraneantes que solían pasar unas catorce o quince semanas de vacaciones, más aquellos que aprovechaban los feriados religiosos para disfrutar unos días del mar y el sol. Las crónicas de aquel tiempo hablan de trenes atestado de pasajeros.
Sin embargo, algunas familias aprovechaban un poco más los últimos días de la temporada. Así llegamos a la tarde del martes 2 de abril, cuando, una joven de 16 años volvió a ser aclamada en el Bristol por la elegancia de voz y el talento de su recitado. Victorita -tal su apodo- Ocampo, que estudiaba dicción con una actriz parisina de renombre, Marguerite Moreno, ya era una celebridad en Mar del Plata por estas presentaciones amateurs en el Bristol. El cronista de LA NACION escribió: "Posee un temperamento propio, gran entonación dramática, dicción perfecta y una voz admirablemente timbrada. Es imposible oírla sin emoción cuando imprime a los versos los acentos del dolor y la amargura o cuando describe escenas trágicas". El periodista se animó a vaticinar que la joven "será muy pronto una verdadera artista".
Lejos de coincidir, el ingeniero Manuel Ocampo, padre de Victoria y de otras cinco mujeres (Clarita murió joven), fue determinante: “El día que una hija mía suba al escenario, en ese mismo momento, de un balazo me vuelo la tapa de los sesos”, les dijo con severidad.
Por su parte, Victoria advertía que la combinación de belleza y marcada personalidad eran un combo atrayente para los caballeros. Pero, por más esfuerzos galantes de los solteros, no había quien la conmoviera. Solía hablar de estas cuestiones con su amiga Delfina Bunge. Pero ese mismo año, unos ojos la hipnotizaron.
El secreto de tus ojos
A fines de septiembre de 1907, Victoria Ocampo (ya había cumplido los 17) sintió el flechazo. Fue una tarde en la que jugaba al tenis en la quinta de los Aguirre en San Isidro. Le escribió a Delfina: "He visto unos ojos irónicos e inteligentes. Me gustan. Ahora, ¡cuidado! Es posible que yo misma haya fabricado esa mirada y que los ojos a quienes la atribuya no la tengan. Desconfío de mi imaginación. De cualquier modo, es peligroso mirar dentro de esos ojos. Siempre he adorado los lindos ojos".
Volvió a verlos el 18 de noviembre. Al día siguiente, le escribió a su amiga: "Ayer volví a ver a los ojos. No conozco otros iguales. Cálidos por el color, fríos por la expresión. De forma perfecta. Ignoro si el dueño lo es".
Ese día, con la sangre guaraní que le corría por las venas -entre sus ascendientes había conquistadores y nativas-, se olvidó de las formas, se desentendió de las normas de etiqueta, fue osada y tomó la iniciativa. Le dijo:
-Resultan graciosas esas miradas de olímpico desdén.
Y el joven de los ojos respondió:
-Serán de olímpica admiración cuando la miro a usted.
El admirado era Luis "Monaco" Estrada. Pertenecía a una familia muy distinguida con ascendientes notables desde los tiempos del virreinato, Liniers entre ellos. Muy buen mozo, morocho, de ojos azules, mejillas hundidas y sonrisa pícara que agradaba. Todos valoraban la inteligencia de este simpático abogado y deportista. Cuando Victorita lo conoció, él tenía 26 años. Incluso la confidente Delfina Bunge había mostrado algo de interés por Monaco antes de iniciar su noviazgo con Manolo Gálvez, su futuro marido.
Estrada y Victoria se eligieron, aun cuando parecían incompatibles. Ella no quería un celoso que la enjaulara en su mundo. Él no aprobaba sus ansias de independencia. En una de las cartas a Delfina, le comentó sobre Monaco: "Sufre de un amor propio desmedido".
Recordemos que estas observaciones partían de una mujer de 18 años que se mostraba inconforme con los parámetros sociales de su tiempo. Ella, que poco antes de conocerlo había dicho: "Si alguien extraordinario no se presenta, prefiero ser solterona", percibía que no podía controlar sus impulsos frente a Monaco. En septiembre de 1908, un año después de conocerlo, le dijo a su amiga: "Yo deseaba saber cómo era enamorarse de veras. Parece que mis deseos se cumplen".
Al principio, la relación no pasaba más allá de un cruce de cartas y pequeños regalos o, en contadas ocasiones, de una conversación casi banal. Recién a fines de 1911 se puso de manifiesto para todos el interés sentimental que los unía. Monaco solicitó la autorización paterna para visitar a Victoria en su casa. Don Manuel Ocampo se encerró con el joven en su escritorio, con intención de averiguar cuáles eran sus intenciones. No bien supo que la relación terminaría en el altar, permitió que el candidato siguiera frecuentando la casa. Eso sí: los chicos podían conversar a solas, pero siempre delante de un pariente que los observara a corta distancia. Para Manuel Ocampo era todo un alivio que su hija se encarrilara en la vida.
Durante aquellas tardes de visita, Monaco le preguntó a Victoria si alguna vez había besado a un hombre. Ella le respondió que no, consciente de que le estaba mintiendo. Advertía que por la forma de preguntar, Estrada quería cerciorarse de que su novia no tenía pasado amoroso. Por ese motivo, Victoria le ocultó el inocente beso que se dio en París con Maurice Rostand –hijo del autor de "Cyrano de Bergerac"– durante un viaje familiar a Europa y en tiempos en que ya flirteaba con Monaco.
Por fin, en la primavera de 1912, Luis y Victoria fijaron fecha para el viernes 8 de noviembre de ese año.
Para la novia, el casamiento tuvo mucho que ver con la necesidad de al menos un poco de libertad, ya que así podía desprenderse de los prejuicios que asolaban a las mujeres que aún no habían contraído matrimonio. Ahora podría asistir a otro tipo de reuniones, participar de conversaciones adultas y asistir a las funciones de ballet, donde estaba muy mal visto que una señorita mirase la ropa ajustada, los cuerpos y los movimientos en muchos casos provocativos. Siendo señora, ya no había censura.
Despedidas de solteros
Monaco organizó su despedida de soltero dando una comida en el Jockey Club de la calle Florida para cuarenta y dos comensales. Pocos días después, el lunes 4 de noviembre se celebró la despedida de soltera, consistente en un té en casa de Victoria, ubicada en Viamonte 550 entre San Martín y Florida, a metros del convento de las Catalinas. “La reunión estuvo animadísima”, comentó una cronista social. Las anfitrionas fueron Ramona Aguirre, la madre de de la novia, y Francisca Ocampo de Ocampo, conocida en la familia como la tía Pancha que, en realidad, era tía del padre de la homenajeada y, para más datos, dueña del terreno donde levantó Villa Ocampo en San Isidro. Una necesaria aclaración: varias biografías afirman que la dama murió en 1887. Sin embargo, participó del casamiento de su sobrina nieta, así como también en otras actividades sociales de la familia, hasta que murió el 25 de julio de 1918.
El té de despedida reunió a la élite femenina de aquel tiempo. Además de sus cuatro hermanas (Angélica, Francisca, Rosa y Silvina), de su madre y de tía Pancha, acudieron cuarenta y nueve invitadas, entre quienes se encontraban las hermanas De Carril (Adelina, que iba a casarse con Ricardo Güiraldes, y Delia, quien sería pareja de Pablo Neruda), Agustina y Clara Marcó Roca, sobrinas del general Julio Argentino Roca, y también Justa y Haydée, hijas del general Luis María Campos y nietas del general Justo José de Urquiza. Para la ocasión, la novia eligió un elegante vestido de brocato blanco con leves bordados de color rosa.
La boda
Tres días después, en la casa donde se llevó a cabo el concurrido té, se celebró la boda civil. El 7 de noviembre de 1912 por la tarde, Luis Bernardo del Corazón de Jesús Estrada Gondra se casó con Ramona Victoria Epifanía Rufina Ocampo Aguirre. Los testigos del civil fueron su hermano Juan Bautista Estrada, su primo Eduardo Estrada y su amigo Joaquín Samuel de Anchorena, futuro intendente de Buenos Aires. Los de la novia, Martín Ocampo, Diógenes Urquiza y Antonio Aguirre. La ausencia de damas se explica porque en esos años, y aún mucho después, la mujer no podía firmar como testigo en un instrumento público. En esa oportunidad, la novia lució un sencillo traje de gasa blanca con una faja o cinturón liberty rosa.
Al día siguiente, también por la tarde, en la casa de la tía Pancha, en Florida y Viamonte -en la misma manzana de los Ocampo-, monseñor Miguel de Andrea consagró el matrimonio de la pareja. La madrina de la boda fue Augusta Gondra de Estrada, madre del novio; mientras que el padre de la novia actuó como padrino.
Se improvisó un altar y una banda ejecutó la marcha nupcial más clásica, la de Mendelssohn, para acompañar el ingreso de Victoria, tomada del brazo de su abuelo Manuel Ocampo. El vestido, de liberty y gasa, era cruzado por un manto de encaje de Bruselas, sujeto por pequeños ramos de azahares. Apenas unos ciento ochenta invitados se dieron cita en la casona, porque las familias habían optado por tener una fiesta íntima. En el comedor, cientos de copas de espumante amenizaron el festejo.
Esa tarde, a Victoria le llamó la atención el olor a naftalina que emanaba del traje de Monaco. A su amiga Delfina Bunge, en cambio, le resultó encantador el altar de rosas blancas y le divirtió la palidez del joven, quien había abandonado su postura gallarda de soltero, aun frente a sus compañeros del rugby, y enfrentaba el matrimonio con aspecto de pollo mojado.
La novia se encargó de entregar porciones de la tradicional torta con fetiches entre sus amigas. Marta Leloir obtuvo el anillo y se cumplió el designio, aunque sin mucho apuro: se casó siete años después con Guillermo Udaondo. El clavo, que hacía que su poseedora pronto encontrara novio, tuvo su efectividad. María Luisa Peró contrajo matrimonio con Adolfo María Campos Urquiza en 1916, a los cuatro años de la boda de Victoria. Mientras que el dedal, que simboliza soltería, quedó en poder de Carmencita Hunter. Y así fue, nomás.
Mientras todos se divertían, Victoria fue a cambiarse y regresó con una vestido estilo sastre de paño gris, ancho sombrero color topo y un coqueto tapado de paño azul con pieles. A las ocho de la noche, cuando comenzaban a retirarse los invitados, Victoria y Monaco ya estaban en camino a la quinta de San Isidro de la tía Pancha donde pasarían tres semanas de luna de miel para luego embarcarse en el Cap Finisterre y seguir con los paseos por Europa, un par de años. Durante aquel viaje, asistió con su marido y un primo de él al teatro, donde tuvo oportunidad de ver actuar al gran Nijinsky. Y se enamoró del primo de su marido.
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