Dejó su carrera en el cine para dedicarse a la cocina y revolucionó las redes con las recetas más locas
Vicky Murphy dejó su trabajo para dedicarse a la cocina a tiempo completo, se dio a conocer en las redes sociales como “Tu Betabel” y acumuló más de 100 mil seguidores; ahora sacó su primer libro y habló con LA NACION sobre la importancia de repensar el por qué nos gusta lo que nos gusta
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¿Por qué comemos lo que comemos y nos gusta lo que nos gusta? ¿Por qué algunos desayunan tostadas con manteca mientras otros empiezan el día con caldos de carnes y verduras varias? No todo el mundo se hace este tipo de preguntas cuando se enfrenta a un gran plato de milanesas con papas fritas o a un buen guiso de lentejas. Pero Vicky Murphy -más conocida como Tu Betabel- si, y no solo cuestiona la comida, sino que la desafía. Aunque esta provocación a las costumbres culinarias comenzó como un simple descubrimiento personal, lentamente se transformó en un emprendimiento de cocina que mutó a perfil de Instagram y, ahora, se materializó en un libro que busca transmitir todo lo que la autora aprendió (y desaprendió) sobre la cocina.
Deconstruyendo el paladar trasciende lo que es un tradicional libro de recetas. Porque, según queda explícito en el prólogo, “es una invitación a una reflexión o una propuesta”. Es un llamado a repensar desde las cosas más básicas, como el por qué a las mujeres se les sirve porciones más chicas que a los hombres, hasta a animarse a probar combinaciones que, para muchos, son impensadas e incluso asquerosas.
A lo largo del camino de deconstrucción que debió hacer para pararse donde está ahora, Vicky debió enfrentar muchos prejuicios, tanto propios como sociales. La transformación en la persona audaz y desafiante que es hoy en día -esa que se anima a mezclar frutillas, pepino y ají para preparar una sopa fría picante- fue el resultado de muchas vivencias: su vida en Cuba mientras estudiaba cine, en donde la necesidad y el contacto con personas de todo el mundo la obligaron a probar cosas nuevas; el deseo de dejar atrás los rígidos regímenes pensados para bajar de peso; la fogosa curiosidad sobre el origen de las cosas y un inminente deseo de comenzar a cuestionarse si, a través de la comida, se podía cambiar el mundo.
Cuando comer deja de ser solo llevarse alimento a la boca
No son muchas las personas que, a la hora de definir qué prefieren comer, se ponen a pensar en el trasfondo de esa decisión. Simplemente comen y listo. Sin embargo, detrás de las preferencias al momento de elegir los alimentos hay un enorme bagaje cultural y social que, una vez analizados, convierten a la declaración del gusto en un hecho más trascendental de lo que parece a simple vista.
“El gusto está atravesado por un montón de cosas como la clase social, el género con el que fuiste socializado, si sos una persona racializada o no, lo cultural, la región en la que vivís, los saberes de la ciencia y médicos del momento, las tradiciones de los familiares. La historia personal también da cuenta, pero está inscripta en un marco sociocultural del que no se puede escapar. Nuestro gusto se construye con todo eso. Siendo conscientes, podemos desandar el camino”, explicó Vicky durante su charla con LA NACION.
Esa idea atraviesa por completo Deconstruyendo el paladar porque, como indica el nombre, su objetivo es poner en jaque todos esos preconceptos y llevar al lector a plantearse un gran “¿y por qué?”. Invita a cuestionar por qué el sabor dulce está vinculado a lo femenino, por qué no podemos desayunar berenjenas al escabeche, por qué no mezclamos más seguido lo dulce con lo salado o por qué a las mujeres se les enseñó durante tanto tiempo que comer es sinónimo de culpa.
Vicky, tanto en su libro como en diálogo con este medio, sostiene que el paladar es una construcción social y que, a fuerza de cuestionar qué y cómo comemos, se puede llegar a erosionar otros preconceptos que, en el día a día, quizás son percibidos como “lo natural”.
¿La comida puede cambiar al mundo?
Sentada en el living de su casa con una taza de café en la mano que fue rellenando a lo largo de la extensa entrevista, Betty -apodo que sus seguidores le pusieron de forma cariñosa- no pudo evitar soltar una carcajada cuando escuchó la pregunta: “En el libro decís que creías que el cine podía cambiar el mundo, ¿tenes esa misma visión sobre la comida?”.
“En el libro dice ‘y si no es cambiar el mundo, al menos mi forma de relacionarme con él’. No soy tan mesiánica”, corrige, con una siempre presente sonrisa. A pesar de que admite que pensar en modificar a la humanidad es “naif” y que es más apropiado “para cuando tenes doce años”, segundos después revela que esa esperanza sigue latente. Aunque prefiere referirse a ella como “impulsar transformaciones sociales”.
“La forma de alimentarnos es una forma de relacionarnos con el mundo porque nuestros alimentos siguen viniendo -y esperemos que sea así por mucho tiempo- de la tierra que es, digamos, la base material. En la forma en que nos relacionamos en cómo se produce ese alimento y cómo se trata la tierra, vamos a estar cambiando para bien o para mal el mundo de forma pragmática, práctica, medible y real”, detalló.
Y continuó: “En esto que llamamos ‘el mundo social’, yo no creo que por comer de una forma u otra la sociedad va a ser mejor o peor, pero si me parece que podemos pensar críticamente ciertos consumos por los prejuicios y preconceptos que tenemos asociados a los alimentos. Y que en ese sentido nos puede volver, en algún momento, seres más empáticos con otros”.
A modo de ejemplo, recalcó: “Qué es basura y qué no es una construcción cultural. Si nos da asco comer ciertas cosas porque las consideramos como un desecho, la gente que come así probablemente nos produzca cierto rechazo. Si ampliamos el concepto de que cáscaras, raíces, tallos, etcétera, no son basura y pueden ser comida y lo incorporamos, probablemente nuestra idea sobre aquella otra persona que come así cambie. En ese sentido, llamame ilusa, siento que se puede transformar la forma de vincularnos con el mundo o con los demás”.
Si vamos a cuestionar, cuestionemos todo
El armado del libro comenzó en el 2019 y el proceso no solo incluyó el pensar las recetas, prepararlas y sacar las fotos, sino que también obligó a su autora a preguntarse qué es lo que quería transmitir. Claramente era un producto pensado para obligar a poner en disputa muchos conceptos y, para lograrlo, Betty decidió que era necesario ir un paso más allá: no iba a apuntar únicamente a sacudir la idea del gusto, sino que también iría en contra del hecho de que, a lo largo de los años, la cocina (junto a los recetarios) fueron vistos como cosa de mujeres.
“Hay una corriente de estudios de la comida con perspectiva de género que analizan como libros de cocina, según las recetas y cómo están escritos, formateaban un tipo de mujer u otro”, explicó. ¿Cómo? En detalles tan simples como expresar todo con pronombres femeninos o, al momento de hablar de “alimentos livianos”, referirse especialmente a las mujeres. Para Vicky fue importante prestarle atención a esos aspectos que, aunque diminutos, hacen toda la diferencia. En ese punto, el feminismo jugó un rol de lo más importante.
“No es que le puedo aplicar el feminismo a la cebolla verdeo en sí, pero sí a las ideas que hay alrededor de ciertos alimentos, de las formas de comer, de las cantidades que corresponden que coman según el género asignado, qué tipo de alimentos se come según tu género, en qué contexto. Como pasa en las películas de que ‘ay, la minita se pelea con el novio y se mata con el helado’, pero el chabón se mata en el bar con la birra o el whisky. Eso también es parte de la cocina de alguna manera, no de la receta en sí, pero esas idean son las que hacen que después una persona elija una receta u otra. Y yo hice un trabajo muy consciente de preguntármelo: ¿cómo es escribir un libro de cocina con perspectiva de género?”, manifestó, con un picante sentido del humor que no logró ocultar del todo una cierta indignación.
Lo que nació como moda, pero llegó para quedarse
Un factor que cabe destacar es que Deconstruyendo paladares es una recopilación de recetas y tips para mantener una alimentación a base de plantas (mal llamada vegana, ya que este último implica una postura política) y sin gluten. Que, aunque podría decirse que se ubica entre las tendencias más candentes del momento, en la sociedad argentina rechazar un pedazo de carne a la parrilla es una revolución en si misma que no deja de asombrar a gran parte de la población.
Popular en muchos sectores del mundo hace años, este tipo de alimentación que evita el consumo de cualquier derivado animal fue toda una novedad en nuestro país. Mantenida como una corriente muy under y “de nicho” por mucho tiempo, gracias a las redes sociales se expandió velozmente y hoy en día es común encontrarse restaurantes con cocina 100% plant based o ver menúes de bodegones tradicionales que ofrecen opciones veganas.
Para Vicky, esta forma de comer -que adoptó antes de que fuera tendencia- ya dejó de ser una simple moda. “En la medida en que empieza a haber inversión desde grandes sectores económicos en esto que podríamos llamar nicho -lease Burger King ofreciendo la hamburguesa vegana, que las marcas internacionales de carne vegetal empiezan a cotizar en bolsa y que uno de los restaurantes del Hotel Hyatt de Buenos Aires hoy por hoy sea todo plant based- es una especie de señal de que llegó para quedarse. Eso significa inversión desde comunicación, plantas para la producción, formas de envasar, bioquímicos pensando en la conservación. Se empieza a volver una industria”, argumentó.
En un mundo que no para de transformarse a pasos agigantados, la alimentación no se quedó atrás. La forma de comer, los gustos, las tradiciones y las formas de generar la materia prima no quedaron fuera del alcance de una generación que llegó para sacudir todo lo preestablecido. Ahora, más que nunca, comer ya dejó de ser solamente comer y se transformó en una decisión activa, en una pregunta que no siempre tiene respuesta y en una costumbre que es cuestionada una y otra vez.
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