Una noche en el Impenetrable, entre estrellas y yacarés
En la estancia La Fidelidad, una periodista se adentra en el futuro Parque Nacional para descubrir su fauna y sus secretos
Lejanos, retumban con eco en la penumbra estruendos de escopeta. No sé qué es lo que me inquieta más: si la proximidad, a metros nomás, de cientos de pupilas iridiscentes, que en el ritual de la noche parecen replicarse en el cielo con una estampida de estrellas, o la eventualidad de que una bala perdida, del otro lado del Bermejo produzca una fatalidad.
Las chances son bajas, pero no hay duda de la presencia depredadora de los cazadores furtivos. Del otro lado del monte y del río, ocultos en Formosa, practican la caza mayor, en la entrada al Impenetrable, el ecosistema seco más grande de América del Sur.
Sus presas son toda fauna protegida o en peligro de extinción. Pero del otro lado del río, donde nadie abriga el sueño de crear un nuevo Parque Nacional (PN), los controles no abundan. No están "Chiquito" (Carlos Aguer, 2 metros de altura y 100 kilos de peso) ni Miguel Geringuelli, los guardafaunas apostados en La Fidelidad (LF), uno de los enclaves más ricos en biodiversidad y mejor conservados del norte argentino.Desvelo de ecologistas son 250.000 hectáreas de monte virgen entre Chaco y Formosa. Aunque sólo la extensión chaqueña (150.000 h, ya expropiadas) espera convertirse en el primer PN por suscripción popular. Para ello, se deberán pagar $ 65 millones a los herederos del dueño de LF, el italiano Manuel Roseo, asesinado en 2011 por una banda que intentó hacerse de esas tierras.
Días atrás, sin otra disuasión que la palabra, "Chiquito" y Geringuelli les confiscaron a cinco cazadores todo un arsenal. La asimetría entre la autoridad que no está armada y el transgresor que sí lo está es un estrés diario. Pero la sinrazón del hombre insiste en diezmar su propio terruño: por cada cazador desarmado, otros cinco depredan a sus anchas.
Exterminan por deporte poblaciones de pecaríes, de tapires, de guazunchos, pumas y ocelotes. Ni charatas ni gavilanes se salvan de las miras telescópicas. El colosal yaguareté queda a salvo, ya que es hoy una presencia incierta. Sólo el rastro de una huella en una playa abriga la esperanza de que el máximo predador del continente americano, eximio nadador y audaz contorsionista, haya sobrevivido a las fronteras agrícolas y a la codicia del hombre. Su supervivencia en LF será también un indicador fiable de la salud o enfermedad de ese ecosistema.
Pero ahora, en la espesura nocturna, otros moradores me desvelan: podrían ser luciérnagas. Aunque tienen ojos grandes como huevos, que centellean en colores. Varían del amarillo al azul y al verde, según el ángulo en que les reflecte la luz. Los enfoco con una linterna. Con sus ojos fisgones sobresaliendo como telescopios apenas del agua, una tropilla de yacarés overos nos observan incrédulos: ¡hemos violentado sus dominios a la hora del descanso! Saben que llegamos hasta ese claro del monte para quedarnos, dispuestos a pernoctar a la vera del río, bajo el influjo de estrellas.
Emiliano Ezcurra, director del Banco de Bosques, mi guía y partenaire en esta aventura, propuso el interfluvio que hilvanan los tres brazos del Bermejo, que desde un terraplén es un bastión natural sin igual para avistar fauna al amanecer.
No esperaba encontrarme con caimanes, de tres metros de largo, en esa pausa. Descansan en el mismo río, el Teuco o Bermejo, en el que horas atrás nadé, convencida de que aquello que me rozaba era un surubí. No estoy ahora segura de eso.
La temperatura extrema confabulada con la peor seca en 50 años exigía esa tregua. A los yacarés ya los había observado en su comportamiento cuando Ezcurra me condujo hasta las dos lagunas verdes, cubiertas de repollito, donde suelen retozar con espíritu gregario.
Al vernos, se sumergieron raudos como submarinos en el fondo. Al rato, su curiosidad pudo más. Sin agitar un ápice el agua, taciturnos como las yararás y cascabeles, que esta noche suplico no pisar, ahora también nos escudriñan incólumes. Pensar que minutos antes habíamos descartado el pozo de los yacarés como lugar de acampe para minimizar riesgos... Está claro que dormiremos en armonía con ellos y con cuanto bicho se pasee por ahí.
El acompañamiento de Ezcurra disipa cualquier temor. Los sonidos de la noche son como mantras para la relajación y la contemplación. Llevamos dos días de convivencia intensa. La noche anterior dormimos en el campamento de biólogos y naturalistas que estudian las especies de LF. El único imponderable entonces fue el merodeo de una chancha que buscaba alimento cerca de mi lecho.
Ex activista de Greenpeace, ideólogo de la protesta contra las pasteras de Evangelina Carrozzo en la Cumbre de Viena, e impulsor de los Jaguares, la patrulla en motocross de GP que lucha contra los desmontes, Ezcurra es una "enciclopedia" en temas de forestación y naturaleza agreste. Es, además, un detective de huellas, un rastreador nato.
Como si de un parque Kruger argentino se tratara, con una 4 X4 y a pie, no dejamos rincón sin rastrillar: entre cactus titánicos y bosques de algarrobos, itines, lapachos, quebrachos, palo santos y mistoles (madera que por las condiciones secas extremas creció despacio y por eso es dura), seguimos los rastros de tapires y pecaríes labiados. Hay que esquivar panales de avispas y luego sí: sacian su sed y chapotean con sus crías en la laguna Breal. La trompa en curvatura de tapires es una maravilla genética. El enclave es un oasis, una suerte de spa del reino animal, por turnos y azaroso.
Será cuestión de esperar para otear corzuelas, charatas, aguarás guazúes, carpinchos y zorros grises. Cuando la vegetación se torna intrincada, nos abrimos paso con un machete. Pero hay rincones a los que es casi imposible llegar. Doblegan nuestro afán por descubrir guaridas. Hay también figuritas difíciles como los osos hormigueros y el tatú carreta, cuya armadura casi prehistórica Ezcurra pudo abrazar una madrugada. El túnel subterráneo, cavando con sus garras a pesar de sus movimientos torpes, a un costado del camino, podría conducirnos hasta él. Pero el solitario tatú, esta vez, sólo se dejará ver en imágenes. Las que documentan las 34 cámaras trampa, escondidas en lugares estratégicos y activadas por sensores de movimiento.
En el campamento, el naturalista Lucas Damer revisa ese material. Todos están allí, especialmente de noche, sorprendidos quizá por el sonido del obturador al registrar su paso: el gato montés clava su mirada en la cámara. Los ocelotes se pasean ágiles, como maratonistas. Las crías de monos carayá no se despegan de su madre y los carpinchos, hurones y coatíes muestran que el paraíso en versión sabana todavía existe en nuestro país. Pero, para desasosiego de muchos, no hay aún rastros fotográficos del enigmático yaguareté.
Yo me siento como en un capítulo de Daktari . Es bueno que haya un lugar así donde las futuras generaciones puedan apreciar lo mismo que yo veo. Las 20 ONG que impulsan el PN han logrado recaudar sólo $ 12 de los 65 millones.Hay premura y ansiedad entre los ecologistas, ya que el 22 de diciembre vencerá el plazo para la compra de LF. Aunque Ezcurra me cuenta que el fondo norteamericano Fidelity estaría dispuesto a completar la donación.
Última incursión antes del regreso a Resistencia. Nos topamos con una tropilla de burros que dice mi guía que es preciso erradicar: "Son animales exóticos. Arrasan con todo y transformarán esto en un páramo".
Hoy tienen franco Alesio Soraide y Gustavo Ayala. Son dos ex cazadores furtivos, convertidos en baqueanos de biólogos. Igual, nos lanzamos a recorrer el cauce en la parte seca del Bermejo. Su caudal está bajo, calmo y en sus anchos márgenes hay todo tipo de huellas. Parece una playa en enero al atardecer. "Vamos por acá, que está seco", le indico a Ezcurra. Quiero seguir en línea recta las huellas, como flores de lis, paralelas al curso del río. "Mejor, no. Vayamos por arriba. El terreno puede estar flojo", me contradice mi cómplice.
"¡No seas amateur!", me despacho en confianza, cuando poso un pie y el otro, y en un segundo mis piernas se hunden 60 centímetros en un barro arcilloso. No me puedo mover. Tampoco salir. Estoy absolutamente inmovilizada. Clavada como una lanza en ese lecho salitroso. Puedo entender ahora la desesperación de las vacas en suelos así cuando tienen sed. Entender también qué es la soberbia porteña: "Puedo salir sola". "No, no vas a poder".
Sentada por imposición en el barro, hervida en sudor, observo la infinidad de huellas perderse en la vera del río, allí, lejos, donde yo no podré llegar.
Acepto el límite que me impone esta naturaleza hipnótica y cruel. En ese límite está el misterio de esas miles de criaturas, tal vez hasta del rey yaguareté, que hoy no podré ver. Quizás en otro viaje con un gomón en el Bermejo pueda tener revancha. "Ezcurra-le grito-. ¿Me ayudás a salir?"
Donación georreferenciada para La Fidelidad
La participación popular es clave en la conservación. En su web, Banco de Bosques promueve la donación particular de parcelas para que La Fidelidad pueda ser Parque Nacional.