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No se conocían, pero cada uno había planeado esas vacaciones con mucha anticipación. Ambos deseaban conocer de primera mano ese lugar del que tanto les habían hablado. Tuvieron que reservar la estadía cuatro meses antes. Como las entradas para un recital, las plazas para pasar unos días en aquel lugar paradisíaco en medio del mar Caribe se agotaban en cuestión de horas. Y quiso el destino que esa semana, Mariana y Sebastián coincidieran en sus rutas,
“Desde el primer exacto segundo en que la vi, todo su cuerpo me dejó impactado. Los dos estábamos de vacaciones con amigos y coincidimos una noche en ese famoso hostal. Fue amor a primera risa y, justo antes que ella embarcara el bote de salida, me robó un beso. A medida que nos conocimos me enamoró con su sabiduría, su inteligencia, su gracia, su sentido del humor, su honestidad, su exoticidad, su humildad y su valentía”.
La selva y el mar como testigos de un amor
Quedaron en contacto. Como adolescentes, estaban extasiados con la felicidad que habían compartido aquellos días que marcarían el resto de sus vidas. Un año después de aquella experiencia, Mariana se animó a la aventura. Como había renunciado a su empleo no tenía obligaciones laborales que cumplir. De modo que regresó a Colombia y se instaló durante tres meses con la idea de encontrar un lugar donde vivir por un tiempo más. “Las primeras semanas de ese viaje estuvimos juntos, nos enredamos, nos fundimos, nos entrelazamos. Ella volvió a la localidad de San Miguel, en la provincia de Buenos Aires, Argentina a vender todo, cerrar todo, despedirse e irse a vivir al Caribe”.
Ya instalada en el sur del Caribe, en medio de la selva, y a 20 metros de la playa, Mariana y Sebastián continuaron con la relación. Los encuentros eran intermitentes, iban a la casa del otro y pasaban tiempo juntos. “Así que viajando nos vimos por primera vez, viajando nos dimos nuestro primer beso, viajando nos conocimos íntimamente y viajando nos hicimos novios”.
“No queríamos ser parte del sistema”
El siguiente paso fue intentar la convivencia. Mariana dejó su casa paradisíaca en el mar y se instaló en Medellín, donde vivía y trabajaba Sebastián como ingeniero ambiental: hacía mapas de contaminación de gases, de ruido y de material particulado. “Vivimos juntos un poco menos de seis meses, hasta que decidimos que no queríamos dedicarle más tiempo a ser parte del sistema. Entregamos el departamento, vendimos todo, renuncié a mi trabajo, nos despedimos y empacamos nuestra vida en una camioneta Tata Sumo”.
En diciembre de 2019, la pareja salió de viaje de forma permanente. Comenzaron por Argentina y con la intención de conocer el mundo sobre las ruedas del vehículo. Hasta que la pandemia los dejó varados al sur de Neuquén: durante nueve meses estuvieron en medio de la montaña, completamente solos. Leían, cocinaban al fuego, hablaban por incontables horas, se encontraban en silencios profundos, aprendían y se descubrían lejos del ruido y la civilización.
“Me dijo que sí”
“Ahí me empezó a picar el bicho de querer compartir toda una vida con ella. Una vez tomada la determinación, empecé a organizar la pedida de mano formal con los anillos en filigrana traídos desde Santa Cruz de Mompox (municipio donde había comprado los aritos con los que le pedí ser mi novia), buscar y reservar el velero, comprar su vino y espumante favorito y en medio del Río de la Plata con el atardecer junto a nosotros me dijo que sí, quiso ser mi esposa”.
Sebastián confiesa que la vida de casados es bastante parecida a la de novios pero con anillo. Es que durante los últimos años ya vivíamos 24/7 juntos. “Aprendimos a convivir con toda la fluidez y nos hacemos muy felices en ese proceso. Estamos muy contentos por haber firmado nuestro unidos por siempre y felices de llamarnos mutuamente esposos”.
Solventan el viaje en parte con ahorros. También se anotaron en diferentes voluntariados, es decir, intercambiaron su tiempo y trabajo por alojamiento y comida. También han vendido alfajores, cuidado hoteles y alimentado animales exóticos. “Es incomprensible cómo dos vidas con una oportunidad en mil millones de encontrarse coincidieron. Parece que hubiésemos compartido más que una sola vida juntos: desde el primer momento pudimos generar un lazo, o mejor, identificar un lazo que había unido nuestros destinos mucho antes de esta vida”.
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