Curiosidades: la historia de la gran bestia hallada en Luján en 1787
En 1784 arribó a la ciudad de Buenos Aires el tercer virrey, sucesor de Vertiz y de Cevallos. Nos referimos a don Nicolás Francisco Cristóbal del Campo Cuesta de Saavedra Rodríguez de las Varillas de Salamanca Solís García de Olalla y Sánchez Salvador, marqués de Loreto. El título pesó más que su nombre, y por eso para la historia quedó como el virrey Loreto, en vez de ser el virrey Del Campo. Pero además, por ser pelirrojo, los vecinos lo apodaron "Bicho colorado".
Coleccionista de libros raros, pinturas, estatuas y monedas antiguas, era un hombre de mal genio y vivía peleándose con el resto de las autoridades del Río de la Plata, por el solo hecho de que no soportaba que se infringieran las leyes, lo que nos hace suponer que el hombre debería estar enojado unos 365 días al año.
Entre los casos más resonantes de su gestión, se recuerda el que ocurrió con uno de sus funcionarios, Manuel Cipriano de Melo, quien recibió un permiso especial de la Corona para importar treinta insignificantes pesos en mercadería para uso personal. Una mañana aparecieron cuatro barcos de bandera portuguesa en el puerto.
Cada uno de ellos traía objetos comprados por don Manuel Cipriano, por un valor de cuatro mil pesos. Y se anunciaba la llegada de un convoy de veintiséis embarcaciones más, cada cual con cuatro mil pesos de mercaderías para Melo, quien había transformado su autorización de treinta pesos, ¡en treinta barcos!
Loreto fue el primero en presidir la Real Audiencia, cargo que hoy equivaldría a la presidencia de la Corte Suprema. Su principal objetivo fue convertir al virreinato en el granero del mundo. Por ese motivo, fomentó tanto la agricultura como los frigoríficos de antaño, es decir, los saladeros.
Partieron importantes contingentes a las salinas y consiguió llenar de sal a Buenos Aires. Por otra parte, fue el virrey que promocionó la instalación de silos en nuestra tierra. A diferencia de los actuales, aquellos depósitos eran subterráneos y aprovechaban la humedad de la tierra.
Los molares del oso gigante
El 3 de abril de 1787, Loreto recibió un sobre que contenía dos enormes molares. Pertenecían a la dentadura de un oso gigante, cuyos restos fósiles habían sido descubiertos por un sacerdote en la zona de Luján. Más precisamente, los huesos los descubrió un vecino que corrió a avisarle al alcalde de Luján Francisco Aparicio, quien a su vez le transmitió el hallazgo al fraile dominico Manuel Torres y éste le escribió al virrey una carta, la de los molares, explicándole de qué se trataba.
Con buen criterio, Torres y Loreto organizaron la recolección de los restos del animal prehistórico cuya especie llegó a medir unos seis metros de altura. Con sumo cuidado, los huesos fueron llevados al fuerte de Buenos Aires. En 1788, siete cajones fueron embarcados rumbo a España, acompañados de un dibujo del esqueleto y de instrucciones para armarlo. En septiembre de ese año la reliquia llegó a Madrid. Nunca antes se había tenido noticias de un perezoso de semejantes dimensiones.
El rey Carlos III, fascinado con el hallazgo, le encargó a Loreto que en caso de encontrar uno vivo, lo enviara encerrado a Madrid. Y aclaró que en caso de no pudieran mantenerlo enjaulado, que lo disecaran. Tal vez, Su Señoría opinaba que en América era posible encontrar fauna del Jurásico con vida.
El taxidermista valenciano Juan Bautista Bru hizo un magnífico trabajo de reconstrucción y completó su tarea con nuevas ilustraciones.En cuanto al nombre de la bestia, fue aportada por los franceses. Lo llamaron megaterio, a partir del griego mega (grande) y theríon (bestia).
Hoy el conocido megaterio del virrey Loreto sigue siendo considerado uno de los hallazgos más importantes en la historia de la paleontología. Nuestro fósil lujanense puede ser visitado en el nutrido Museo Nacional de Ciencias Naturales de la ciudad de Madrid.
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