La experiencia de salir a disfrutar de un trago o una comida está ligada, hoy en día, a la estética de los lugares elegidos, por eso los diseñadores de estos espacios se convierten en los mejores aliados
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Si la comida entra por los ojos, como decían nuestras abuelas, el lugar donde elegimos comerlas, hoy en día, parece que también. Parte de una experiencia indivisible es la recuperación de espacios para disfrutar de cualquier salida. Así, el ambicioso proyecto de la puesta en valor de uno de los edificios históricos de la zona sur del Gran Buenos Aires, no podría ser diferente. La idea nació hace tres años cuando el director actual de la empresa en cuestión decidió impulsar su revitalización para dedicarlo a rescatar la cultura de un emprendimiento que este año cumplirá su 130 aniversario. Rescatar esos años que marcaron huella en el ritmo del barrio: los habitantes de la zona aún siguen escuchando un sonido muy familiar, la chicharra que a las 12 en punto de cada mediodía suena para anunciar el cambio de turno de la fábrica de cerveza de la zona. Imposible no saber de ella: “Esta casa- que nosotros llamamos La Casa de Quilmes -es el corazón de la cervecería. Funcionó desde 1890, y entre estas ollas de cobre paseaba Otto Bemberg (el alemán que creó la maltería) tocándolas con sus manos.
Dejó de funcionar en 1998 cuando pasaron la operación al edificio de enfrente donde hoy se cocinan algunos productos. Hace tres años se puso en marcha la renovación empezando por una gran obra civil, pues se trata de una infraestructura más que centenaria. Había que reapuntalarla y acondicionarla para poder recibir visitas, además de respetar el origen y estilo de la época” cuenta Laura De Bona, gerente de Estrategia y Comunicación de la empresa. “La cervecería es un símbolo nacional que, sin dudas, deja huella en la vida de las personas”, agrega.
La cocina del pasado y el alma del lugar
Pensar en la restauración -que incluyó la recuperación de la vieja sala de casi 500 metros cuadrados, más la adaptación de un nuevo sector destinado a la gastronomía- quedó en manos del estudio de diseño de Eme Carranza, autora del interiorismo y el desarrollo de marcas de bares y restaurantes con una fuerte identidad visual: Cochinchina, Tora, Boticario y Nino Gordo, entre otros, son ejemplo de la importancia del espacio al momento de pensar en la gastronomía.
“La expresión ‘puesta en valor’ define el trabajo que hicimos. Para eso, lo primero fue identificar los elementos icónicos que son el alma del lugar, para enaltecerlos y tomarlos como fuente de inspiración. Al mismo tiempo, surge siempre la necesidad de incorporar lo nuevo. Esta es una fábrica de cerveza ubicada en una construcción que a lo largo del tiempo sufrió algunas modificaciones. Hicimos una profunda investigación, consultando archivos de registro y entrevistando a los maestros cerveceros ya jubilados que nos contaron cómo era entonces el lugar, y qué cosas habían cambiado. Indagamos en los métodos de cocción de la época y hasta los uniformes que usaban los empleados, las etiquetas, todo”, detallan del proyecto.
“Fue un viaje al pasado, y ésa es la idea: que el visitante pueda sumergirse en el espíritu de este clásico. Fue un desafío absoluto llevar adelante la obra. No hay otro lugar así en el país. Cuando entré por primera vez, ese brillo y majestuosidad estaban escondidos. De a poco fuimos limpiando, sacando y puliendo cada detalle, siempre siguiendo técnicas artesanales. A diferencia de los proyectos que nacen de cero, fue un descubrir en el hacer, ver qué se podía rescatar y que no, qué cosas ya eran peligrosas por el paso del tiempo” recuerda Emme Carranza.
Las ollas de cobre de hace 130 años
Entre las piezas más significativas del acervo histórico de la fábrica Quilmes figuran las ollas de cobre donde se cocinaron hasta 1998 miles y miles de litros diarios. Se trata de cuatro recipientes que hace 130 años llegaron en barco desde Alemania. Con capacidad para producir 50.000 litros cada una, tienen seis metros de profundidad y fueron armadas con martillos de bola, a mano. Las mismas- dos maceradoras y dos hervidoras – se usaron hasta 1998, explica De Bona, cuando mudaron las instalaciones y fueron reemplazadas por otras de acero inoxidable. Los visitantes podrán asomarse a ellas y experimentar distintas situaciones temáticas, desde tomarse selfies, sentir el aroma del lúpulo y repasar el proceso de elaboración mediante imágenes proyectadas en el interior.
“Ya no se fabrican más”
Los pisos de mármol de ese sector también son originales y, destaca la diseñadora, mantuvieron intacta su nobleza. “Ya no se fabrican más, entonces tuvimos que tratar de reproducir los faltantes con artesanos, piecita por piecita, cortándolas y colocándolas de a una. Se restauraron los vitrales existentes y tomándolos como inspiración se crearon nuevos, como el del fondo de barra que ilustra la importancia de la cebada, materia prima de la bebida”, recuerda del proceso creativo Carranza.
Además, “Aplicamos murales, un lenguaje visual que no existía pero que incorporamos con la intención de mencionar a las personas que formaron parte de esa historia. Para tratar las ollas trabajamos con artesanos especializados porque estaban oxidadas y, en algunos casos, con abolladuras y desgastes propios del uso, pero la imponencia del cobre hace que sea el primer punto a dónde van los ojos” agrega Carranza, que para el espacio gastronómico aprovechó estructuras y materiales existentes en el lugar. Para llevar adelante la cocina de la flamante propuesta, la empresa convocó al cocinero Lelé Cristobal, quilmense y propietario de Café San Juan.
Los fans de esta bebida ahora podrán recorrer la antigua fábrica donde el empresario alemán Otto Bemberg cocinó y tiró el primer chop producido por esta marca que llegó a convertirse en un factor clave dentro de la comunidad de empleados y vecinos cuya vida ha estado siempre, de algún modo, atravesada por su presencia, entre ellos el parque y club cervecero, además del barrio de viviendas para los empleados, con dispensario y escuela propios.
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