En 1945, Jorge Luis Borges le dedicó El Aleph a Estela Canto, una joven literata casi 20 años menor; la particular historia de amor del escritor y la traductora que “decía lo que pensaba”
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—Georgie, pienso vender el manuscrito cuando estés muerto.
Estela Canto, traductora, novelista y cuentista, custodiaba desde hacía décadas el borrador del cuento “El Aleph”, escrito a mano por Jorge Luis Borges en 1945, cuando era su novio. Esa tarde, sentada en la cafetería St. James, le confesó a su viejo amor la intención de rematar aquellas hojas cuadriculadas añejas, con tachaduras y con la particular caligrafía de su autor, que hasta entonces había guardado como reliquias en su casa.
Borges, recuerda ella, lanzó una carcajada.
—Caramba, ¡si yo fuera un perfecto caballero iría ahora mismo al cuarto de caballeros y, al cabo de unos segundos, se oiría un disparo!
La escena es parte del libro Borges a Contraluz (reedición Planeta, 1999), escrito por Canto en 1989. Para entonces ya había vendido el manuscrito. En mayo de 1985, cuando el autor de Ficciones aún estaba vivo, ella lo había subastado en la elegante casa Sotheby‘s de Londres. El Ministerio de Cultura de España hizo la mayor oferta: 25.760 dólares.
“El cuento está dedicado a Estela. Todos los cuentos se los dedicaba a alguna chica, en ese momento, a Estela Canto. Él estaba enamorado. Ella era joven, linda, una mujer interesante, buena lectora”, destaca Alejandro Vaccaro, biógrafo de Borges y presidente de la fundación El Libro.
Según el especialista, Borges a Contraluz, mezcla de ensayo y de memorias, es “el mejor documento que hay para expresar lo que vivió él por esos años”, entre 1944 y 1951. En sus páginas, su autora no solo narra su relación con el escritor, sino también recopila algunas de sus cartas de amor y analiza cuentos como “El Aleph” y “El zahir”. Ella estuvo presente durante la producción de ambos. Incluso, dice, tipeó la versión final de “El Aleph” en máquina.
“[Borges] Me quería. Yo lo admiraba intelectualmente y gozaba con su compañía. El amor de Borges era romántico, exaltado. No era sentimental, sino lírico. Pero yo no podía amarlo”, escribió en su libro Canto, quien murió en 1994. A lo largo de su vida se destacó principalmente como traductora -junto a su hermano Patricio formó un prestigioso dúo de traducción-. También escribió en un matutino del Partido Comunista con Andrés Rivera y Juan Gelman, y publicó cuentos y artículos en las revistas Sur y Los Anales, compartiendo ediciones con Borges y con su amiga Silvina Ocampo.
Fue justamente en el departamento de Ocampo y su marido, Adolfo Bioy Casares, donde Canto conoció a “Georgie”. Era agosto de 1944. Ella tenía 26 y él, 45, y ambos participaban de reuniones de literatos en aquel dúplex con bibliotecas que, según Canto “parecían tener todo lo que se había escrito en el mundo”, ubicado en la esquina de Santa Fe y Ecuador.
Canto escribió, sin ahorrar en detalles ni impresiones, sobre su primer encuentro:
“En medio de estas personas prominentes, yo me sentía envarada y joven. Ya roto el primer hielo, cuando las conversaciones se habían generalizado, aparecieron Borges y Bioy Casares, que hasta el último momento habían estado trabajando en la redacción de Seis problemas para Isidro Parodi, una saga de cuentos policiales que escribían juntos, en el piso bajo del tríplex. Yo había oído que Borges no era exactamente buen mozo, que ni siquiera tenía un físico agradable. Sin embargo, estaba por debajo de lo que yo había esperado. Por mi parte, yo no le impresioné a él ni bien ni mal. Cuando Adolfito nos presentó, me tendió la mano con aire desatento e inmediatamente dirigió sus grandes ojos celestes en otra dirección. Era casi descortés. E inesperado. En aquellos días yo daba por supuesto que los hombres tenían que impresionarse conmigo”.
Durante varios meses, se siguieron cruzando en la casa de Bioy Casares y Ocampo sin que ninguno de los dos mostrara especial interés en el otro.
“Escuchábamos a Brahms, Porgy and Bess, música popular: Silvina y yo solíamos bailar, creando en ocasiones nuevos pasos, ya que los hombres del grupo -Eduardo Mallea, Manuel Peyrou, J. R. Wilcock, José Bianco, Ricardo Baeza- no sabían o no querían bailar. Nos reuníamos en el piso de arriba y muy rara vez alguno de nosotros bajaba. En ese santuario que era el estudio de Adolfito, Borges y el dueño de casa escribían Isidro Parodi (...) Por lo general Borges se retiraba directamente, sin molestarse en subir a despedirse. Al parecer, siempre tenía prisa. Rara vez se quedaba a charlar después de trabajar con Adolfito”.
Pero una noche, él y Canto coincidieron a la salida del edificio y Borges se ofreció a acompañarla a su casa. Al llegar “Georgie” le propuso seguir la caminata. Sin rumbo, pasearon hasta la madrugada. “Supongo que hablamos de nuestros amigos y de algunos escritores. Me acuerdo claramente de que yo mencioné mi admiración por Bernard Shaw y cité el fin de Cándida y la muerte de Louis Dubedat en El dilema del doctor. A él le gustó que yo pudiera citar en inglés y, a partir de entonces, el inglés se convirtió para nosotros en un segundo idioma, al cual él recurría en momentos de angustia o de exaltación lírica”
En adelante, la relación entre los dos amantes de la literatura se volvió intensa. Borges deja constancia de su amor en una carta que le envió a Cano ese mismo año, donde, entre otros temas, menciona el proceso de producción del cuento “El Aleph”. Ella la reproduce en su libro de la siguiente manera:
Lunes diecinueve.
Querida Estela:
Una vasta gratitud por tu carta. A lo largo de las tardes el cuento del lugar que es todos los otros avanza, pero no se acerca a su fin, porque se subdivide como la pista de la tortuga. (Alguna noche hablamos de eso, ya que es uno de mis dos o tres temas.) Me agradaría mucho que me ayudaras para algún detalle preciso, que es indispensable y que no descubro. Catorce páginas he agotado ya con mi letra de enano. No sé qué le ocurre a Buenos Aires. No hace otra cosa que aludirte, infinitamente. Corrientes, Lavalle, San Telmo, la entrada del subterráneo (donde espero esperarte una tarde; donde, lo diré con más timidez, espero esperar esperarte) te recuerdan con dedicación especial. En Contrapunto, Sábato ha publicado un artículo muy generoso y lúcido sobre el cuento La muerte y la brújula, que alguna vez te agradó. Se titula La geometrización de la novela. Sospecho que no tiene razón. ¿Qué escribes, qué planeas, Estela?
Tuyo, con impaciencia y afecto,
Georgie
De todas las cartas compiladas por Canto en Borges a Contraluz, la más demostrativa es la que dice: “Querido amor, te amo; te deseo toda la dicha; un vasto, complejo y entretejido futuro de felicidad yace ante nosotros. Escribo como algún horrible poeta prosista; no me atrevo a releer esta lamentable tarjeta postal. Estela, Estela Canto, cuando leas esto estaré terminando el cuento que te prometí, el primero de una larga serie. Tuyo”.
La historia de amor de Borges y Canto inspiró una película, “Un amor de Borges”, dirigida y guionada por Javier Torre, que se estrenó en septiembre del 2000.
El manuscrito que Borges no regaló
Borges, en verdad, no le obsequió el manuscrito de “El Aleph” a Canto. Las hojas que hoy se exponen en la Biblioteca Nacional de España simplemente quedaron varadas en la casa de los padres de ella una tarde, luego de que el escritor la visitara para pedirle que lo ayudara a tipear la versión final del cuento.
“Él vino con las hojitas de cuaderno cuadriculadas, había una hojita también de la biblioteca donde él trabajaba como tercer auxiliar en Boedo. Lo trajo, con las tachaduras y las cosas y todo... Bueno, entonces, vino, se sentó ahí y me empezó a dictar, me lo dictó a máquina para llevarlas a Sur, porque eso era lo que tenía importancia; lo otro, “El Aleph” así, escrito por Borges, en ese momento no tenía ninguna importancia, por eso lo dejó ahí”, recordó Canto durante una entrevista televisiva.
La pareja duró unos siete años. Luego comenzó a desarmarse de a poco. “Estela decía lo que pensaba. Borges era un caballero victoriano, más formal. Ella le decía cualquier cosa. Cuando ellos tuvieron su relación, Borges le propuso matrimonio. Ella le dijo: ‘Bueno, pero no olvides que soy una discípula de Bernard Shaw. No podemos casarnos si antes no nos acostamos’. Y Borges se pegó un julepe majestuoso. Como caballero victoriano que era, no concebía que podía acostarse con una mujer antes de casarse”, detalla Vaccaro.
La última carta que Borges le escribió también fue incluída en el libro:
Querida Estela:
No hay ninguna razón para que dejemos de ser amigos. Te debo las mejores y quizá las peores horas de mi vida y eso es un vínculo que no puede romperse. Además, te quiero mucho. En cuanto a lo demás..., me repites que puedo contar contigo. Si ello fuera obra de tu amor, sería mucho; si es un efecto de tu cortesía o de tu piedad, I can’t decently accept it. Loving or even saving a human being is a full time job and it can hardly, I think, be successfully undertaken at odd moments. Pero... ¿a qué traficar en reproches, que son mercancía del Infierno? Estela, Estela, quiero estar contigo, quiero estar silenciosamente contigo.
Ojalá no faltes hoy a Constitución.
Georgie
Mientras en un principio era el escritor quien buscaba a Canto, con los años, y a medida que él ganaba renombre internacional, los roles se invirtieron. “Borges la esquivaba un poco después, porque ella le generaba una cierta incomodidad. Ella decía todo lo que pensaba. Y lo buscaba un poco”, sigue Vaccaro.
La ex pareja comenzó a verse con mayor frecuencia durante los últimos años de vida del escritor. Para entonces, su relación consistía en citarse en alguna cafetería de la Ciudad para charlar como dos viejos amigos. “Nuestra amistad duró, con altibajos, hasta los últimos días de 1985. En noviembre de ese año lo vi por última vez, antes de irse de Buenos Aires a dar la forma final a su vida, cerrar el círculo, rubricar su destino y morir”, detalló Canto en su libro. Borges falleció el 14 de junio de 1986, en Ginebra.
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