Los misterios del cerro cordobés no están en el cielo, como muchos creen, sino dentro de la Tierra
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“Están por allá”, dice el baqueano y por más que me esfuerzo no consigo ver nada. El baqueano es mi hermano, que vive en Capilla del Monte, y yo soy el miope que lo visita. En un día tan claro como este, en que el sol enceguece más de lo que ilumina, debería ver algo. Pero no. Ese allá se me hace impreciso (achino los ojos para hacer foco y aguzo la vista en mi típico gestito blue steel, pero nada); sin embargo, para aquel que conoce el cerro es un lugar tan concreto como el punto rojo que señala el GPS. “¿Ves?”, dice mi hermano, tan barbado que ya tiene el aspecto de una criatura del monte: “Están por allá” y el sujeto tácito refiere a ellos, los que difícilmente se dejen ver.
Los souvenirs que se venden en La Toma o en la peatonal encarnan la forma de los mil y un chirimbolos que el turista pueda llevarse de recuerdo (muñeco, platito, taza, cuadrito…), pero el tema es invariable: los que no son de esta Tierra. El visitante desinformado creerá que Capilla es una zona caliente para el avistaje de extraterrestres, pero el conocedor dice que no, que los de acá son intraterrestres: los habitantes de Erks, una ciudad secreta en las entrañas de la Tierra, y que el acceso es un allá preciso en el Uritorco. El cerro preside las sierras chicas cordobesas y en la época de los comechingones era conocido como Cerro Macho, un imponente falo de virilidad geográfica. Ya entonces miraban extasiados la luz fenomenal que cruza el cielo y, si para ellos era el rastro del espíritu de sus muertos, ahora se cree que es la vía de acceso a Erks, una autopista lumínica.
¿Es posible que acá abajo vivan seres de otras partes del universo?
Según los herméticos, existen tres ciudades subterráneas: dos están debajo del Tíbet y la tercera, acá mismo. Pero nadie pudo encontrar su entrada secreta, salvo un griego misterioso que visitaba los cañadones y que, al decir unas palabras mágicas, lograba que las piedras se abrieran y dejaran ver la luz. El citadino racionalista insiste en asignar una explicación lógica (¿una aurora boreal en la parte austral del mundo?), pero el baqueano dice que no, que él mismo vio la luz cuando se proyecta hacia el cielo, acaso indicando a un extraviado cómo volver a casa, y que escuchó el ruido bajo sus pies como si pasara un subte, que no es más que eso, un tren debajo de la tierra.
Etéreos y espigados, hechos de luz más que de materia, los habitantes de Erks se cruzaron con algunos de los nuestros en las noches estrelladas. ¿Es posible que acá abajo vivan seres provenientes de distintos lugares del universo? Están por allá. Mientras tanto, por arriba, una industria artesanal del regalito me los ofrece en muñecos de peluche o arcilla y yo traigo uno a casa, vestido en un traje espacial violeta: como siempre que visito Capilla, soy incapaz de verlo, pero quiero creer.
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