En una ex fábrica de chocolate en Villa Crespo, Studio Ai trazó un edificio que retoma las bondades de la casa chorizo. Eso comparten estos vecinos. Puertas adentro, cada uno homenajea esa tradición a su particular –y bella– manera
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Martin: alemán y arquitecto de profesión, vive con su mujer, Mariana, curadora de arte, argentina y criada en Suecia. Equiparon su departamento con aires de loft en el segundo piso con elegantísima sencillez, priorizando que se luciera la arquitectura y abrazando la amplitud de los espacios.
“Conocí el edificio cuando recién lo estrenaron y siempre me gustó”, cuenta Martin Jasper. Su estudio de arquitectura, Jasper Architects, quedaba por la zona, y cuando tocó mudar la sede, visitar los talleres ubicados en la planta baja de la torre diseñada por Studio ai (la ‘Fábrica de Chocolate’, para los amigos), fue una movida natural.
Quedó encantado con el lugar, y en esa misma visita, se ‘dio una vuelta’ por los departamentos. Éxito absoluto, en las mejores salas del país: no solamente mudó su estudio, sino que también eligió vivir ahí. Ahora su oficina es vecina de la sede porteña de Studio Ai (que tiene otras en Brooklyn y Tokio), y su casa queda a un ascensor de distancia.
Cuando no está de viaje –su estudio tiene sede también en Berlín y Viena– comparte con su mujer este semipiso con amplio living-comedor con cocina integrada, dos dormitorios y patio con parrilla que equiparon honrando la arquitectura con un diseño encantadoramente simple.
Lucas y Cony: fueron los primeros en mudarse al edificio, hace seis años. Él es licenciado en Letras y guionista; ella trabaja en una compañía de marketing. Colorido, sutilmente sectorizado y con la osadía justa, el departamento en el que viven con su hijo, Pedro, se distingue por su carácter.
“Siempre que pudimos elegir dónde vivir, optamos alejarnos del departamento clásico. Nos tira el estilo PH”, dice Cony. Ella y su marido, Lucas, vinieron a ver el edificio sin terminar, hace seis años, y fueron los primeros en mudarse.
Chabela Miranda fue la interiorista que trazó los lineamientos generales de este semipiso, similar al de Martin en su distribución, pero sin escalera. “Nos dio dos ideas que jamás se nos hubieran ocurrido: la columna para dividir el living y el color: contra ese azul, los muebles –en su mayoría de tonos tierra– se recortan de otra manera. El que sabe, sabe”.
El hogar fue mutando. “La biblioteca, que hoy se integra tan orgánicamente con el estar, fue tema de debate. Hace dos años, cuando nos enteramos de que íbamos a ser padres, tuvimos que liberar el escritorio para convertirlo en el cuarto de Pedro. Durante medio embarazo, EL tema de conversación, más que los pañales, fue qué íbamos a hacer con los libros”
Christian y Belén: son arquitectos y alquilan desde hace dos años un monoambiente potencialmente divisible, pero que prefirieron dejar abierto para aprovechar la luz. Mezclando muebles de diseño, algunos sobrantes rescatados de sus obras y muchísimo ingenio, le dieron a su casa una onda personalísima que está en constante movimiento.
Cuando Christian y Belén vinieron a ver esta unidad, ese usaba como depósito. Siendo ambos arquitectos –ella trabaja hace años en un estudio y él tiene el propio, Muthe–, no necesitaban grandes decorados para darse cuenta de que estaban ante una joyita, y así alquilaron, sin mucha deliberación, su primer departamento juntos.
Belén ya había vivido sola y traía pocos muebles –la mayoría elegidos con asesoría de Christian–, pero el grueso de la ambientación la decidieron juntos, pensado siempre en la funcionalidad. “No hicimos nada a medida: son cosas que si te mudás, después te quedan de clavo. Todavía tengo enrollados unos blackouts de una casa anterior que no me encajan en ningún lado”, ejemplifica Belén. Más que la firma o la gran marca, lo que distingue el lugar es la inventiva: lectura del espacio, diseños propios, sobrantes de obras que incorporaron con suma naturalidad y, ante todo, dedicación y constante movimiento.
Texto: Bárbara Orlando