Tiros, polo y boliches: cómo fueron los 13 días de furia del príncipe Harry en la Argentina
En 2004, el hijo menor del príncipe Carlos y Lady Di visitó una granja de polo en Lobos, pero lo que debió ser un viaje de placer terminó en escándalo
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Dicen que llevaba gorrita, algo bastante llamativo porque a La Porteña, el clásico boliche de Lobos frecuentado por jóvenes de familias bien y amantes del polo, nadie iba con ropa casual.
Si la idea era ocultar su identidad, había fracasado: unos chicos se habían enterado en un haras que él iba a estar ahí y se lo comentaron a otros chicos y ellos a otros y de repente los murmullos en torno al misterioso visitante sonaban tan fuerte como la música que se escuchaba esa noche.
Envalentonadas, algunas chicas se fueron acercando hasta él y los que lo rodeaban. Y no queda claro si fueron ellas o la música o la cerveza, pero de pronto Henry Charles Albert David Windsor, el príncipe Harry, nieto de la reina Isabel II del Reino Unido, hijo menor de Carlos de Inglaterra y Diana “Lady Di” Spencer y tercero en la línea de sucesión al trono británico, se trepó a uno de los bafles de aquel local bailable y empezó a bailar torpe, desenfadadamente, como si no hubiera mañana, mientras una marea de adolescentes rompía olas bajo sus pies.
Era una imagen difícil de olvidar.
Espíritu adolescente
En noviembre de 2004, cuando aterrizó por primera -y, hasta ahora, única- vez en la Argentina, el príncipe Harry ya era un dolor de cabeza para la corona británica.
Desde su adolescencia, el hermano menor de William había demostrado que se sentía más cómodo en las fiestas descontroladas del West End londinense que en los pomposos eventos palaciegos que organizaba su abuela Isabel, la soberana del Reino Unido y jefa de Estado de otra quincena de países.
Casi todo lo que hacía llegaba a las tapas de los tabloides británicos, siempre hambrientos por las controversias de la familia real. Así se supo que cuando asistió a Eton College, el tradicional internado inglés donde se educó su hermano y una veintena de primeros ministros británicos, hizo trampa en varios exámenes con la ayuda de sus profesores.
Su precoz consumo de marihuana y alcohol también preocupaba a la corona. Con solo 16 años, el príncipe Carlos pidió que lo llevaran a conocer una clínica de rehabilitación para intentar convencerlo de los peligros del abuso de sustancias. Sin embargo, resultó apenas un paseo: Harry permaneció allí menos de un día.
En octubre de 2004, a la salida de uno de los boliches que frecuentaba, casi se agarra a trompadas con un paparazzi, un rubro que el príncipe detestaba no solo por la constante invasión a su privacidad sino por el rol que estos fotoperiodistas jugaron en el accidente que le costó la vida a Lady Di, su madre, en 1997. Según la versión brindada por un vocero real, el fotógrafo “se cortó un labio” cuando Harry intentó alejar la lente de su rostro.
Cuando los tabloides volvieron a hablar del mal temperamento del pelirrojo, su padre decidió adelantar un viaje que tenía planeado para él a la Argentina, donde tendría la oportunidad de trabajar en su técnica de polo, uno de sus deportes favoritos, junto a algunos de los mejores jugadores del mundo.
Tal vez, Carlos y su entorno pensaron que Harry encontraría en el deporte y los bucólicos paisajes de las estancias de Buenos Aires un antídoto al desenfreno al que se había entregado desde la adolescencia.
La realidad, descubrirían, suele ser un poco más complicada.
El príncipe Harry en Lobos
Con 20 años recién cumplidos, Harry aterrizó en la Argentina el 12 de noviembre de 2004 para pasar seis semanas en el país. Rápidamente se instaló en la estancia El Remanso, a 20 kilómetros de Lobos, que había sido comprada recientemente por Christopher Hanbury, un amigo personal de Carlos.
“El príncipe Harry se encuentra en una visita estrictamente privada, como parte del año que se ha tomado libre antes de ingresar en la Academia Real Militar de Sandhurst -señaló por entonces a LA NACION una vocera de Clarence House, la oficina del príncipe de Gales-. Lo único que podemos decir es que trabajará en una granja de polo, donde sumará experiencia en el manejo de caballos, algo que le fascina, como buen jinete y aficionado”.
Durante sus primeras horas en el país, el comportamiento de Harry no fue muy distinto al de cualquier otro turista. El sábado al mediodía fue con cinco guardaespaldas al café y bar El Escritorio, de Lobos, donde tenía una mesa reservada, aunque se fue cuando vio que el lugar estaba demasiado lleno. Más tarde, compró artículos de cuero en dos marroquinerías y cenó por la noche en un popular tenedor libre especializado en parrilla. Incluso probó mate con los locales.
Quienes tuvieron la chance de conocerlo mencionaron que Harry era una persona de trato amable y sencillo, que metía una que otra frase en español durante las conversaciones aunque, mayormente, se valía de la ayuda de un traductor. “Fue un excelente flaco, súper tranqui”, reconoce a este diario una persona que lo trató durante su estadía y prefiere permanecer anónima. Pero cuando bajaba el sol, aparecía otra faceta del príncipe.
Noche salvaje
Por la noche, Harry fue llevado hasta La Porteña, el boliche de moda de la zona. Habría sido la primera de varias salidas. La usina de escándalos volvía a ponerse en marcha.
Malena fue una de las chicas que vio al príncipe Harry en la discoteca. “Decía que estaba contento de estar en Lobos porque estaba muy tranquilo, acá viene mucha gente súper importante y nadie los molesta”, recuerda en diálogo con LA NACION y ofrece un ejemplo concreto: “Fue a la esquina de mi casa a comprar unos tacos de polo, cortaron la calle, pero nadie le dio bola y después una noche, cuando vieron que era un lugar muy tranquilo fueron al boliche y sí, estaba mamado. Con unos amigos, se subieron al bafle, era el único que estaba de gorra en el pueblo, nos dábamos vuelta para ver quién era, se re notaba”.
“En Lobos medio que nos conocemos todos -afirma por su parte Catalina, que también asistió esa noche-. Acá siempre fue un ambiente megapolero y por una conexión nos habíamos enterado de que estaba Harry. En esa época sabías donde se ubicaba cada grupo en el boliche, en la primera o segunda barra. Se llena más de gente y vemos en el grupo de poleros uno con gorra y buzo, nadie salía vestido así acá. Estaba como bien blanco y era el mismísimo Harry. En un momento se sube al bafle y nos pusimos todos a bailar debajo de él”.
Leyenda oscura
A partir de ese momento, empezaron a circular historias de que Harry había vuelto a sus andanzas. Las versiones extraoficiales contaban que había empezado a visitar con mayor frecuencia los locales nocturnos y que bebía hasta casi perder el conocimiento.
En su segunda semana en el país, cuando sus escoltas se negaron a llevarlo a uno de los boliches que visitaba, Harry se escapó encima de una moto robada, lo que obligó a cuatro agentes de Scotland Yard a perseguirlo por los caminos de tierra que conducían a Lobos.
Desde el Palacio de Buckingham negaron las versiones. “Las alegaciones sobre el príncipe Harry son totalmente falsas. Pasó gran parte del tiempo en el rancho e hizo algunos viajes a pueblos de la zona para realizar algunas compras”, señalaron los voceros.
Pero los agentes de la policía bonaerense que participaban de la custodia contaban otra historia. “Un día me llama el jefe departamental de la zona y me dice ‘no lo podemos controlar’”, cuenta a LA NACION el abogado Martín Arias Duval, por entonces subsecretario del Ministerio de Seguridad de la provincia, a cargo de León Arslanian-. Se le escapaba a la custodia, se metía en bares, estaba bastante descontrolado”.
En este contexto, Arias Duval debió tomar cartas en el asunto: “Tuve que llamar a la Embajada Británica y decirle a un funcionario ‘llévenselo o cálmenlo porque no podemos garantizar su seguridad’”. Luego de casi dos semanas, la aventura argentina de Harry estaba por llegar a su fin.
El tiro del final
En la madrugada del miércoles 24 de noviembre, los guardaespaldas de Harry escucharon disparos cercanos y, ante el temor de un atentado, respondieron con tiros al aire. Una investigación posterior descartó la hipótesis de un ataque y apuntó a cazadores furtivos de liebres.
El nerviosismo solo empeoró cuando un preso “confesó” ante un fiscal de San Isidro que tenía información de que algunos de sus compañeros de pabellón planeaban secuestrar al príncipe. En la provincia de Buenos Aires aún resonaban los ecos de la ola de secuestros extorsivos que siguió a la crisis económica de 2001. Aunque estos crímenes habían bajado del pico de 60 secuestros alcanzado en 2002 durante el gobierno de Carlos Ruckauf a 18 en 2004 bajo Felipe Solá, todavía eran una causa de alarma.
A pesar de que en Buckingham le restaron importancia, The Guardian reveló que ese mismo miércoles el príncipe fue trasladado hasta la Embajada Británica en Buenos Aires. Arias Duval ve en este episodio una excusa diplomática: “Era una salida elegante, para no admitir que el príncipe estaba fuera de control y se la pasaba borracho”.
Finalmente, se optó por un regreso anticipado a Reino Unido de Harry a quién, según los tabloides británicos, se había unido en esos días Chelsy Davy, su flamante novia sudafricana.
La partida se concretó pasado el mediodía del jueves 25 de noviembre. Harry llegó a Ezeiza en una camioneta blanca y accedió a la sala de espera VIP, donde aguardó la partida del avión de British Airways que lo llevaría a Londres.
Por ese mismo aeropuerto, pero dos años antes, había pasado una licenciada en Teatro y Relaciones Internacionales de la Universidad de Northwestern que había llegado a la Embajada de Estados Unidos en Buenos Aires para hacer una pasantía en el área de prensa. Su nombre era Meghan Markle y 14 años después se convertiría en su esposa.
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