Ariel Giaccaglia es sanjuanino y visitó, en moto, más de 50 países. Hace 30 años decidió “profesionalizar” su pasión y se convirtió en guía de mototours por todo el mundo
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Desde que tiene uso de razón, no sabe si a los dos o tres años, Ariel Giaccaglia (61) soñaba con tener una moto. Podía pasar horas sentado en el cordón de la vereda contemplando el motor, las ruedas o los cilindros. Incluso hasta podía imaginar la sensación de libertad y de felicidad de tomar el manubrio y salir sin rumbo en la moto de su papá.
Por eso, apenas entró en la adolescencia le pidió a su mamá ese regalo. La respuesta fue un rotundo “no”, pero tanto insistió que, al fin, logró su Suzuki 125cc. Corría 1979 y, aunque no tenía “un peso partido por la mitad”, organizó su primer itinerario: San Juan, Calingasta, Barreal, Uspallata, Las Cuevas, Potrerillos y Mendoza, para luego regresar al punto de partida.
“¡Fue el viaje de mi vida…! Nadie andaba en moto en ese entonces, era un adelantado. En dos años le hice 150 mil kilómetros”, evoca, como si fuese ayer, este sanjuanino de pura cepa que hoy lleva en su haber más de 2,3 millones de kilómetros en dos ruedas. La mayoría los transitó a partir de mototours que empezó a organizar allá por los ‘90 y que se convirtió en su modo de ganarse la vida.
Desde entonces lleva recorridos más de 50 países, muchos de los cuales visitó en varias ocasiones durante los últimos 30 años. Países de Europa, Sudamérica, Norteamérica y norte de África, además de la Argentina entera, fueron su destino en incontables oportunidades.
En aquel debut inolvidable con su mochila, su farol a kerosene y su bolsa de dormir, el poco dinero que había ahorrado sólo le alcanzaba para el combustible. Incluso, la comida necesaria para el viaje la llevó en un tupper.
-¿Cómo se decidió en convertir su pasión en trabajo?
-Primero organicé excursiones para mis amigos, en las que llevaba una planilla de Excel pegada con cinta en el tanque de nafta. Allí enumeraba los lugares a visitar, alojamiento, restaurantes y estaciones de servicio, entre otros ítems, todo muy detallado. Uno de mis amigos me dijo: “Con esto tenés que hacer guita”... y empecé a pensar en la idea. Fue este amigo quien me armó una página de Internet en varios idiomas, algo innovador en esa época. Así, fui el primero del país en ocuparme de este negocio.
-¿Qué sucedió en adelante?
-Algo poco habitual para un cuyano, el privilegio de tener contacto con la realidad del mundo y de trabajar cada día con más entusiasmo. Vuelco el corazón en esto sin pensar en el negocio y, así, el resultado es el mejor negocio del mundo. Los cupos se agotan enseguida, tenemos lista de espera y la gratificación es tan enorme que no podría describirla. Eso sí, yo también cristalizo mi propio sueño en cada aventura, porque cada viaje es diferente, la gente es distinta y yo nunca soy el mismo.
-¿Cuál es el cupo máximo que recibe para cada excursión?
-No más de 10 motos, de modo que solemos viajar hasta 20 personas. Ojo, esto lo hago hoy después de un tiempo de llevar hasta 100 motos, una locura que no tiene sentido porque a nadie le gusta esperar horas para cargar combustible, por mencionar un ejemplo. La gente merece una atención personalizada, por eso siempre digo que lo único que deben hacer es manejar con responsabilidad. Del resto me encargo yo. Soy CEO, mecánico, fotógrafo y secretario. Jamás llamo a una agencia de viajes, soy quien llama a cada lugar para hacer las reservas, por eso me conocen en todos los hoteles, donde suelen recibirnos con los brazos abiertos.
-¿Tanto trabajo físico y logístico no lo agotan?
-¡No! Cada día me gusta más. Muchos suelen preguntarme si me canso y respondo que no, lo disfruto muchísimo y, como dije antes, cada viaje es diferente. Fui nueve veces a Machu Picchu y seguiría yendo, lo mismo me pasa con Córdoba, San Luis, La Rioja, Catamarca, Ushuaia, Chile…
-Entiendo que comparte esta pasión con su familia.
-Afortunadamente. Eso completa mi felicidad. Hemos hecho muchísimos viajes en familia. Mis hijos Pablo y Federico también son amantes de este mundo, aunque no tan aventureros. Mi esposa es clave, me acompaña cuando se anotan mujeres y es quien se ocupa de transmitirles a ellas esta pasión.
-¿Anécdotas?
-¡Uf! Imposible enumerarlas… En general son hermosas porque la gente nos valora, nos ve como gladiadores, como grandes aventureros de las rutas. Tengo amigos por todas partes. En Maca, un pueblo remoto del Valle de Colca, Perú, conocí a Rosa, una persona típica de esa zona que atiende un kiosco de mala muerte, paupérrimo. Se me ocurrió tomarle una foto. Al año siguiente regresé, le llevé una copia en papel y se puso a llorar. El marido me confesó que era la primera vez que veía una foto suya. A partir de allí le tomaba fotos y se las obsequiaba al año siguiente. Hasta que un día el hombre se enojó: “¿Por qué le saca fotos a mi esposa?”, me cuestionó. Pero con el tiempo se le pasó, y hoy suelo llevarles alfajores, dulce de leche o algún objeto gaucho y ellos hacen lo propio, hace poco me obsequiaron un cóndor, gesto que valoré muchísimo.
-¿Cómo es recibido en los distintos países?
-Me sigue asombrando la educación y amabilidad de los europeos, siempre le encuentran una solución a todos los problemas con una sonrisa. Los nórdicos están de vuelta en todo sentido, no necesitan nada más en la vida, son extremadamente respetuosos de las reglas y su calidad de vida es envidiable. Ellos me llaman “Ariel” y siento que me tienen una confianza ciega. Lo mismo me sucede en Austria, Finlandia, Estonia, Lituania y Polonia. Es muy notable la diferencia en el nivel de preocupación con respecto a los argentinos, que nunca estamos relajados y siempre estamos pensando en el dinero, en el día a día. Ejemplo, allá nadie mira el celular mientras está trabajando. Ojo, salvando las distancias, mucho más cerca nuestro, los peruanos también son supremos en educación.
-¿Qué implica organizar un mototour?
-Una logística importante a la que le entrego todo. Nos alojamos en los mejores hoteles del mundo y soy quien, en general, recibe en mano las llaves de todas las habitaciones que vamos a ocupar. Ya me conocen, entonces nos esperan con la alfombra roja, como en el caso de Dinamarca, donde solemos completar un exclusivo hotel boutique de arquitectura victoriana. Más allá de eso, selecciono las rutas adecuadas, los paisajes más hermosos y los restaurantes donde mejor se come, además de las celebraciones, el champagne, las fiestas de recibida y las despedidas.
-¿Cómo se maneja con el idioma?
-Años atrás, nadie mayor a 50 años hablaba otra lengua que no fuera la propia, entonces solían delegar ese trabajo a los jóvenes. Hoy las cosas cambiaron y casi todo el mundo habla español. Es muy gratificante ver cómo salen a recibirnos a la calle con un abrazo.
-¿Cómo nos ven afuera?
-Con admiración, por las grandes figuras deportivas del país: Messi, Maradona, Ginóbili, entre otros... Las bellezas nacionales son mundialmente conocidas: la Patagonia, las cataratas y la Cordillera de los Andes, además de Buenos Aires, una de las grandes capitales del mundo.
Un cumpleaños feliz junto a los Stones
Desde el exclusivo hotel Adlon, en Berlín, a escasos metros de la Puerta de Brandeburgo y vía telefónica con LA NACIÓN, Ariel Giaccaglia se entusiasma con cada uno de sus relatos y cuenta la última gran anécdota que vivió el miércoles 3 de agosto pasado, el día de su cumpleaños.
Precisamente en ese hotel donde suelen alojarse grandes estrellas internacionales (fue también allí donde el 21 de noviembre de 2002 Michael Jackson asomó a su hijo de nueve meses por encima de la baranda), Ariel percibió un movimiento inusual dentro y fuera del establecimiento.
“Había rumores de que en ese mismo hotel estaban alojados los Rollings Stones, en medio de la gira por Europa. Y, claro, la puerta de entrada estaba repleta de fans. Efectivamente, luego los vimos pasar en varias ocasiones por el hall y los pasillos”, relata y asegura que se trató de una singular sorpresa en un día especial.
La historia no terminó allí: esa misma noche, junto a la comitiva de motoqueros que lo acompañaba, salieron a cenar a un restaurante situado a la vuelta del hotel.
“Es un lugar muy tranquilo y cercano. Nos sentamos en la galería y desde allí nos dimos cuenta que estaba Ronnie Wood, el guitarrista, cenando con toda su familia. Nos saludó con una sonrisa, fue muy humilde y educado”, dijo. A los pocos minutos aparecieron sus guardaespaldas y el lugar se llenó de fans.
En ese mismo restaurante, aunque en otra mesa de la galería, también cenaba el baterista del grupo, Steve Jordan, quien luego de la muerte de Charlie Watts, el año pasado, sumó su extenso y brillante currículum a los Rolling Stones.
“Me la pasé filmando videos para mis seguidores haciéndoles creer que esa gente me estaba agasajando por mi cumpleaños”, bromea, para señalar: “Fue una experiencia única y sorprendente”.
Desde allí, el grupo integrado en esta oportunidad por 18 personas (ocho matrimonios y dos hombres solos) realizó el trayecto hacia el norte para llegar, precisamente, a Cabo Norte, Nordkapplataet, un promontorio localizado en la isla de Mageroya, en el norte de Noruega. Su acantilado, de 307 metros de altura, es considerado con frecuencia el punto más septentrional de Europa.
-Ariel, ¿alguna reflexión final sobre este viaje?
-Fue el primero a Europa después de la pandemia, un impase que fue durísimo de digerir. Resultó tan extraordinario y enriquecedor como los anteriores. Siento que tengo el trabajo de mis sueños y el de muchísimas personas más. Gente que, al igual que yo, siente esta misma pasión.
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