El 9 de octubre de 1996, en el marco de la Operación Cielorraso, Guillermo Coppola fue detenido y encerrado; a continuación cuenta, al detalle, un capítulo de su vida que no se ve en la serie “Coppola, el representante”.
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“Pasé de todo en la cárcel de Caseros, pero prefiero contarte una anécdota divertida de entrada. ‘El Embrollo’ era el lugar donde se tenían relaciones sexuales. Venían los internos y me decían ‘mi novia quiere conocerte, ¿por qué no venís?’. Querían presentármelas y compartirlas, poliamor, una locura, jejeje”, arranca Guillermo Coppola con la primera de tantas anécdotas que recordará a lo largo de la charla con La Nación. Ya pasaron más de 27 años del caso que conmocionó a la Argentina y lo colocó tras las rejas desde el 9 de octubre de 1996 hasta el 15 de enero de 1997, cuando recuperó la libertad.
“Te juro que es verdad eso de que tachás los días de a uno con una rayita, fueron 60 en la prisión de Dolores y 37 en Caseros, estuve en ‘la tumba’ como la llaman muy bien a la gayola en la jerga, porque la verdad que ahí te sentís muerto, nada más que estás vivo”, dice.
-¿Cómo resolvió estas situaciones que vivió en ese ‘Embrollo’?
-Me invitaban porque yo era como un mono rojo en la cárcel, llamaba mucho la atención de todos, el caso Coppola era lo máximo. Yo no iba ni en p… Era un patio donde se armaban espacios con sábanas y frazadas. Lo que me divertía era que yo pasaba y con el pie les corría la cortina... La situación que se vivía era como la de una fiesta, iban con los equipos de música, las parejas preparaban tortas, de película. Se lo contaba a Diego (Maradona) cuando me venía a visitar y pasábamos un rato divertido. Nos matábamos de risa.
Guillermo Coppola se entregó el 9 de octubre de 1996 al comisario Emilio Azzaro –fallecido- muy cerca de su domicilio de Avenida del Libertador, que había sido allanado la noche anterior. En el living de su departamento, dentro de un jarrón que todavía conserva, la policía encontró un paquete cilíndrico con 403 gramos de cocaína de escasa pureza, que tiempo después la justicia determinó que fue “plantado”.
De Maradona a Tinelli y Luis Miguel
Primero lo trasladaron a la comisaría de Castelli, donde fue a parar a un calabozo. Su primer baño tras las rejas dispara una nueva anécdota: “Estaba en la ducha y apareció uno de los policías que me habían detenido, un tal Daniel Diamante. Vino y me arrancó la ducha. Quedé desnudo, muerto de frío, viendo cómo el agua chorreaba por la pared porque él había sacado el caño de un manotazo... Me miró desafiante y me empezó a gritar: ‘Ahora estás sopre, chabón. Coppola, acá se te acabaron los privilegios. Se te acabó la joda. Nosotros tomamos de la buena”. Me parecía estar soñando.
A mis compañeros de causa, los otros imputados por narcotráfico, Yayo Cozza, Claudio Coppola y Paco Simonelli, los conocí en el camioncito del Servicio Penitenciario. El juez que no quiero nombrar (por Hernán Bernasconi) iba por todo: quería salir en los diarios para llegar a ser, un día, ministro de Justicia. Ya había detenido también a Gustavo Palmer, al Conejo Tarantini, y en el expediente aparecían nombrados Maradona, Tinelli y Luis Miguel, un delirio total”.
“Yo sabía que iban a ir a allanarme el departamento, por eso le dejé las llaves al encargado. Pensé: ‘Declaro, así no me rompen más las pelotas y me vuelvo a casa’ -explica Guillermo-. Me habían recomendado no entregarme con ese juez (Bernasconi). El comisario Mario Naldi, que lo conocía porque había trabajado a su lado, me decía que no era un tipo normal. ‘No te va a ir bien con él, entregate con Marquevich (Roberto), juez de San Isidro’. Todo esto me lo decía mientras estuve prófugo, que fueron solo unas horas. Yo le respondí: ‘Perdón, me entrego con el que me está buscando’. Pensaba: ‘Este Naldi está equivocado, qué historia le vendieron’. Confié en la Justicia, en un juez federal, nunca creí que este hombre podía ser lo que fue. Mis abogados de ese momento, Gené, Munrabá y Da Rocha, estuvieron de acuerdo. Al final, terminé en un calabozo por pel…”.
“Desnúdese”
Finalmente, Guillermo Coppola se entregó ante Hernán Bernasconi. Después de algunos minutos, luego de completar todos los trámites burocráticos, el juez lo miró fijo y definió su destino en dos palabras:
-Unidad 6.
-¿Qué es Unidad 6?, preguntó Guillermo.
-La cárcel. A ver si usted va a elegir el lugar de detención, fue la respuesta.
Apenas llegó a la prisión, le pidieron que se desnude. Cuenta Coppola: “Me llevan a una oficina, había un escritorio y cuatro personas. El jefe del penal, Rolando Fracchia, me increpa: ‘Sáquese la ropa’. Me quedo en slip y me indica que me saque todo. Le digo ‘perdón, hay dos señoras’. Me responde: ‘No se haga problema, no vinieron a verlo a usted, una de ellas es mi esposa, así que desnúdese’. Así fueron mis primeros momentos preso. Ahí pido permiso, llamo a mi hermano, desesperado, y le digo: ‘Me quiero matar, esto no lo voy a aguantar, tráeme algo que me liquido’. Él me pidió que pensara en mamá y papá, por eso no lo hice. La primera noche estaba decidido a terminar con todo, después me acomodé”.
Recuerda que durmió sobre un colchón lleno de chinches y que amaneció con todo el cuerpo con sarpullido: “Un asco. En Dolores prácticamente no me relacioné con el resto de la población. Estaba aislado en una oficina que la hicieron celda. El primer día, cuando me fui a bañar, el capo del pabellón me ve y me dice: ‘¿Coppola, me dijeron que a vos te gusta ponerte crema después de bañarte’. ‘Me encanta’, le contesté. ‘Guardá un poco que vamos a venir a encremarte nosotros’, me contestó. Por suerte nunca más apareció. Y yo no usé más crema: soy guapo pero no bol…”, completa.
En la prisión de Dolores lo encerraron en una ofician. No quisieron mezclarlo con los otros reclusos porque temían que su vida estuviese en riesgo. Sin embargo, no la pasó nada bien: “Me insultaron desde el primer minuto. Empezó cuando me fui a bañar, porque al resto de los internos los tuvieron encerrados para que no se me vinieran encima. ‘¡Pedazo de pu..., no te la bancás! ¡Ya te vamos a atender, vas a ver!’, me hacían saber a puro grito. Yo intentaba explicarles: ‘Acá no tengo banca, no mando. No pedí que los ‘guarden’ para estar seguro, jamás lo haría. No soy canchero ni guapo... Ojo, tampoco un cagón’. Un poco tenía que mostrarme fuerte, si no te morfaban, te hacían ‘mulo’ (sirviente). Creo que me salvó mi relación con Diego, si no la cosa hubiera sido de otra manera que prefiero no imaginar. Con el correr de los días me fui acomodando: usaba ojotas, joggineta, tenía mi toalla, mi jabón... intenté demostrar que era igual que ellos. Nunca me agrandé, me mimeticé, no me quedaba otra”, relata Guillermo.
Tumberos
El juez federal de Dolores, Hernán Bernasconi, le imputó el delito de “tráfico de estupefacientes”. Tres años más tarde, Guillermo Coppola fue sobreseído. La causa dio un giro de 180 grados y el juez terminó preso, sentenciado a ocho años por asociación ilícita. Los policías que lo acompañaron en la investigación también fueron a parar tras las rejas, cumpliendo condena en la ex Unidad 16, donde se filmaron series como Tumberos y El Marginal, y que el ex representante de Diego Maradona aceptó recorrer junto al fotógrafo Maximiliano Vernazza, imágenes que acompañan esta nota.
Guillermo estuvo detenido a metros de allí, en el tercer piso de la Unidad 1, más conocida bajo el nombre de “Caseros Nueva”, una mole de cemento que tenía veinticinco pisos y fue demolida entre 2004 y 2007 sin apelar a la implosión como se hizo con el Albergue Warnes por los inconvenientes que pudiera provocar por su proximidad al Hospital Garrahan, centro pediátrico de alta complejidad.
Ahora Guillermo Coppola recuerda una situación muy particular que se repitió durante sus 30 días de encierro en Dolores. Por la mañana, después de asearse dedicaba un par de horas a la limpieza de su calabozo. Enceraba el piso, pasaba Blem a una mesita que le habían prestado, limpiaba los barrotes de la ventana, sacudía la cortina... “Hacía lo que se llama una limpieza general cada 24 horas”, define. Pero luego de dejar todo reluciente, llegaba el jefe de la Unidad, Rolando Fracchia. Sigue Guillermo: “Saludaba y entraba en la celda con sus borceguíes llenos de barro. Me ensuciaba todo. Yo me volvía loco, lo insultaba por dentro. Le decía que recién terminaba de limpiar y me contestaba: ‘¿Qué se cree, que está en su casa?’. Me hacía sentir muy mal”.
El día que lo trasladaron a la cárcel de Caseros, Fracchia le dijo: “Llévese el colchón y las almohadas, porque allá no le van a dar”. Entonces Guillermo aprovechó para desquitarse la bronca acumulada: “Le dije de todo. ‘Ahora me viene a dar consejos, después que me hizo las mil y una ensuciándome todos los días el calabozo’. El tipo me miró fijo y me respondió: ‘¡Cuántas veces me insultó! Los guardias me contaban que usted decía ‘Este h… de p… me ensucia la celda apenas la termino de limpiar’. ¿Sabe por qué lo hacía? Porque durante las dos horas que lo volvía a limpiar no se daba cuenta dónde estaba. Cantaba, silbaba... así yo lograba distraerlo’. Al tiempo le llevé un bolso lleno de ropa deportiva de regalo”.
Caseros: “Che Coppola, gato, acá no hay privilegios”
El primer día que llegó al penal de Caseros, el director le ofreció que quedara alojado en el Departamento Médico: “Vas a tener tu cama con colchón, teléfono público para vos... acá estuvo preso Cacho Steimberg”, le dijo. Coppola cuenta que le preguntó: “¿Y el resto de mis compañeros de causa, Yayo Cozza, Paco Simonelli y Claudio Coppola, dónde están?”. La respuesta no se hizo esperar: “Van a un pabellón común. A usted le doy esa posibilidad por si tiene miedo de que le pase algo. La toma o la deja”. Ante semejante planteo, Guillermo contestó: “Si los muchachos no vienen conmigo, no puedo aceptar otra cosa que no sea el pabellón común’.
El mánager del futbolista más importante de la historia sabía lo que le esperaba en prisión: “Unos internos me limpiaron la celda, que estaba toda llena de excremento, era un asco. Yo me puse a llorar, sabía que no tenía que mostrar debilidad, pero la impotencia me llevó a eso. El jefe le aclaró a los muchachos que me había ofrecido un lugar espectacular y yo no había aceptado, eso corrió como rumor y fue positivo para mí. A la mañana siguiente voy al teléfono público, hago la fila y cantan: ‘¡Tercero!’, porque le tocaba al tercer piso, donde yo estaba alojado. Me acerco al teléfono y desde atrás me gritan: ‘Che, Coppola gato, acá no hay privilegios’. Entonces vuelvo a mi lugar de espera. Al minuto y medio el tipo viene con dos facas, tira una al piso, delante mío, y me dice: ‘Arrancá si tenés nafta’. Se armó un círculo para la pelea. Yo estaba tan embroncado que quería que algo me pasara. Pensaba: ‘Si este me clava se termina todo de una vez’. Pateé la faca y le respondí: ‘¿Sabés cuánto hace que se me acabó la nafta?’.
Al preso lo conocían como El Paraguayo: “Empecé a insultarlo con ganas, quería que me matara, pero enseguida nos separaron... Diez minutos después, un preso se acercó a mi celda para decirme: ‘Coppola, al paraguayo lo tienen colgado de un palo’. ¿Qué pasó? Había bajado “Paquinco” (Sergio Caccialuppi, barra de La 12, que estaba con El Abuelo) y lo estaba ahorcando contra una reja. Le dije ‘vos estás loco, déjalo, hijo de p…’. Me contestó: ‘Ahora decís dejalo, no ves que casi te mata, si no te separan, te acuchilla’. Mientras le apretaba el cuello le gritaba: ‘Pedile perdón a Guillote, pedile perdón’. Le digo: ‘Cómo me va a pedir perdón si no puede hablar, tiene la nuez apretada, se la vas a partir’. Después me fui a disculpar porque había como 20 paraguayos y yo lo había recontraputeado porque tenía ese apodo y ofendí a toda la colectividad. Nuevamente había zafé de una muerte segura”.
También hay lugar para el fútbol tras las rejas. Es una manera de escaparle un rato a la realidad, claro que siempre con violencia, algo infaltable en aquella prisión: “Jugábamos en un patio y los que la pasaban mal eran los ‘violetas’ (por los violadores), los mataban a patadas. En un partido provocaron una situación con uno que estaba de arquero. En una jugada va a buscar una pelota al piso y un rival lo empieza a patear. Después lo siguieron pateando todos, hasta los del propio equipo... Terminó internado. Son códigos, los ‘violetas’ la pasan pésimo”.
“Si se te aparecen Los Pitufos, matalos, no lo dudes”
“Cuando llegué a Caseros, el jefe del penal me dio un palo gigante, le pregunté para qué era y me dijo que era para matar a Los Pitufos, que eran unos lacras, piltrafas humanas, tuberculosos, enfermos, consumidos, que bajaban deslizándose por los caños y se te metían por el cuadradito del botón del baño. Quedaban trabados porque les costaba pasar. Andaban con jeringas que decían que estaban infectadas con SIDA, te robaban pastillas, tarjetas de teléfono, ropa... Una locura. El jefe me dijo que me turnara con mi compañero para dormir y que, cuando aparecieran, les pegara fuerte para que quedaran trabados”, describe Coppola. Yo no entendía nada. ‘¿Después qué hago?’, le pregunté. ‘Empújelo con el pie y tírelo al pozo, salvo que prefiera que lo maten a usted’, me contestó. No sabés como taponé ese botón del baño, le puse de todo, cemento, papel, tela, hice un chichón en la pared. Clausuré el inodoro, no andaba nada”.
-¿Tuvo relaciones en la cárcel?
-Sólo en Dolores. En Caseros no, era imposible, le escapaba a ‘El Embrollo’. Tenía visitas, oficiales y no oficiales, me daban un cuartito. Yo estaba en pareja con Sonia Brucki, pero a ella le daba vergüenza, entendés. Entonces buscaba en el ‘banco de suplentes’ y entraba a jugar alguna famosa que tampoco voy a nombrar.
-¿Sufrió algún intento de violación, algo que parece frecuente en las prisiones?
-Haber sido el manager de Diego me sirvió un montón. Hice bromas con eso, pero no me pasó, la verdad, me respetaron y no pregunté por qué, no soy bol…
-A propósito de Maradona, él fue muy fiel con usted, lo visitó muchas veces.
-Un crack, como siempre. Diego estaba indignado porque el juez también le apuntaba a él y no pudo involucrarlo. Me llevó colchón, tele... La primera vez que fue a la cárcel de Dolores no lo dejaron entrar, era mi cumpleaños. Después, cuando logra ingresar, se hace amigo de Fierrito –Carlos Ferro Viera- que estaba preso y tenía mucho manejo dentro del penal, atendía a los que llegaban. A mí Fierrito me ayudó mucho dentro de la cárcel. Cuando me llevaron a Caseros, El Diez quería pasar el 31 de diciembre conmigo. Le pidió permiso al jefe del penal, pero no lo dejó. ‘Si le pego a usted, ¿me mete preso con mi amigo?’, le preguntó. Un genio. Se sentó en la vereda de la cárcel dispuesto a pasar la noche ahí, lo más cerca mío posible. Y yo, desde adentro, tuve que llamar a Claudia para que lo vinieran a buscar. Amigos así no existen más.
-¿Quiénes fueron los amigos incondicionales?
-Mirá, aparte de mi siempre amado Diego, mis abogados, Mariano Cúneo Libarona y Coco Ballesteros, que dieron vuelta la causa, dos titanes. También me acompañó Fede Ribero, que ya no está y lo quiero tanto. Sonia, mi mujer de entonces, María Fernanda Callejón, Coco Basile, Richard Gareca, el Loco Gatti y Nacha, su esposa, Oscarcito Ruggeri, Pablito Cosentino... No quiero olvidarme de los muchachos de La Logia, como yo los llamo, que son mis hermanos, y mi amada familia, fundamental, ponélo con mayúsculas: Cori, mi mujer, su familia, y mis hijas, Natalia, Bárbara, Camila y Elisabetta (se quiebra).
-Imagino que más allá de su sonrisa, siempre lista, muy dentro suyo también debe haber un gran dolor.
-Diste justo en el clavo. Demasiado, por todo lo que padeció la familia, mis chiquitas, el viejo que no me pudo visitar, mi amado hermano que ya no lo tengo, igual que mi querida viejita. ¿Sabés? Yo no quería que la revisaran cuando venía, me volvía loco que la hicieran sufrir, que soportara ese atropello. Ella se aguantaba la maldita requisa. Tenía que bancarse que invadieran su intimidad, ¿me entendés? Todos saben lo que es una requisa para una mujer. Y a mí me mentía, me decía que no la revisaban. “Guillermito, no te preocupes, me dejan pasar”. Esa angustia, ese suplicio, no me lo voy a poder olvidar mientras viva.
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