Para atravesar el dolor, recurrió a una coach emocional y aprendió a meditar. A partir de su experiencia, armó un emprendimiento de viajes motivacionales, en grupo, para mujeres que necesitan explorar sus emociones
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Spoiler: la historia que sigue a continuación termina bien. Los créditos del final ruedan con las cataratas de fondo, con luna llena, mientras la protagonista sonríe, abre los brazos y suena “Volare”, de los Gipsy Kings. Pero como en todo buen cuento, no hay felicidad sin un poco de sufrimiento. Y acá está ella, que sobrevivió para contarlo.
Hace algunos años, tenía trabajo, amor, una hija y amigos. Había comenzado en la tele como productora, corriendo de un lado al otro para que todo resulte perfecto. Su esfuerzo la llevó a estar delante de cámara, a hacerse conocida, a viajar por el mundo y a conseguir las mejores notas. Parecía que todo le salía bien a Noe Antonelli, la periodista viajera que saltó a la fama en el programa de Mariana Fabbiani, cuando consiguió la entrevista más buscada: nada más y nada menos que con el célebre Onur, de la novela turca Las mil y una noches. Estaba embarazada y se animó a subirse al avión y a buscar por todo Estambul al actor del momento. Desde allí, fueron todos éxitos: mundiales de fútbol, coberturas espectaculares, entrevistas difíciles… Sin embargo, un día renunció al programa, cambió de trabajo, se separó, quedó atrapada en la cuarentena y el ciclo televisivo que conducía (Siempre Show, por Ciudad Magazine) se levantó por efecto colateral de la pandemia de coronavirus.
Estaba organizando un viaje a Marruecos y tuvo que cancelarlo. Acababa de terminar una relación de diez años con el periodista Federico Seeber (48), el padre de su hija Juana. Y todo lo que tenía planeado para superar la separación se cayó en pedazos. A los 37 años, tuvo que reconstruirse. Tocó fondo, pero salió. Y ahora, además de su trabajo en el programa de Florencia Peña y en el ciclo que conduce junto a Sergio Goycochea en la TV Pública (Todos estamos conectados), comenzó un proyecto para ayudar a mujeres que están en la misma: viajes motivacionales en grupo. Este fin de semana, debutó con éxito en Iguazú. Treinta mujeres a puro baile, emoción, risas y charlas.
-¿Cómo llegaste a eso? ¿Qué fue lo que te hizo cambiar tantas cosas y replantearte casi toda tu vida?
-Nunca había podido disfrutar de lo que hacía. Siempre estaba esa vorágine, esa ambición de ir por más, de hacer otra cosa, de buscar otro laburo, sumar horas en televisión… Y durante la cuarentena, encerrada y sin trabajo, de repente me di cuenta de todo eso, de que nunca lo había disfrutado. Entonces, dije: voy a ocuparme de disfrutar. Como no se podía viajar, que es lo que más me gusta hacer, no me quedó otra que viajar adentro mío y bucear un poco en lo que me estaba pasando.
-¿Qué hiciste?
-Primero, conocí a una chica que hace una especie de coaching emocional. Ella me dio las herramientas. Porque yo estaba en la búsqueda. A mí me pasaba algo re loco: cada vez que viajaba sentía que era yo, ahí sí sentía que era yo y que disfrutaba. Pero solo me pasaba en los viajes. Entonces, al no poder viajar, dije: ¡no puedo ser yo en ningún momento! Ahí entendí que tal vez cuando uno viaja se libera de ciertos prejuicios, de ciertas exigencias y cosas. Tenía que lograr hacer eso sin viajar, estando acá, en donde vivo. Sabía por dónde iba mi búsqueda, pero no podía canalizarla bien. Yo no era una persona muy espiritual, de meditar, de hacer yoga, de hacer ejercicio… Siempre estaba al palo. Y de a poco entendí que había que sufrir lo que había que sufrir para estar bien después. Y lo hice. Así de simple. Me dediqué a sufrir con ganas.
-¿Cuánto tuvo que ver en ese sufrimiento tu separación?
-Obviamente la separación me puso en otro lugar también, porque uno planea la vida en pareja, en familia, y en el momento en el que una pareja se derrumba, la familia también sufre un cimbronazo. Eso me hizo replantear cómo quiero vivir el amor, cómo quiero vivir la vida, cómo quiero vivir de ahora en más. Siempre tuve ayuda, por supuesto, pero de repente me vi sola teniendo que mantener una casa. Fue un punto de inflexión.
-Estabas encerrada, sin poder salir, sin poder viajar, sin trabajo… ¡No había forma de evadirse!
-Claro. De repente estar todo el día en mi casa, con la cabeza maquinando… Yo que siempre había sido tan autoexigente, de golpe no estaba haciendo nada.
-De afuera siempre se te vio como que tenías todo para ser feliz. ¿Por qué no lo eras?
-O sea, sí hubo cosas que disfruté. Y todo lo que hice me trajo hasta acá, hasta lo que soy hoy. Pero no sentía esa calma que me dio este año, con la que encaré esta nueva versión del disfrute diario. Yo vivía en ese estrés de querer generar cosas, que era una manera de disfrutar. Hoy no elijo más esa manera, hoy la cosa va por otro lado.
-¿Por dónde?
-Entendí que lo primero es la calma mental. Bajar el nivel de exigencia y dejarse llevar más por lo que uno es.
-¿La separación te hizo más libre?
-A mí me gusta mucho la libertad, siempre me gustó, pero paradójicamente toda mi vida estuve en pareja. Desde los 19 años, siempre tuve novio. Entonces pensé: la libertad me encanta, ¿pero siempre necesito a alguien al lado? Y fui descubriendo que llegué hasta acá por mí, no por estar acompañada. Por supuesto, la compañía del amor siempre está buena. A mí me gusta la vida en pareja, me encanta. Pero me cayó la ficha de que todo lo hice sola. Entonces pensé, ahora también voy a poder sola. Me pasó algo raro cuando me separé y es que sentía que mucha gente me tenía compasión. Yo vengo de una ciudad chica, soy de Venado Tuerto, imaginate que en Venado cuando conté que me había separado, la mayoría de la gente me dijo “¡ay, pobre!” Y yo decía “no, pobre no, ¡pobre si no me hubiera separado!” Separarme era lo que necesitaba.
-¿Te influyó esa mirada?
-A mí nunca me importó mucho lo que diga la gente. Por supuesto, escucho todo, pero siempre hago lo que a mí me parece. Pero bueno, entiendo que hay mucho prejuicio también con una mujer sola. Por ejemplo, ahora que estoy bien y se me ve bien, un montón de gente me dice: “debés estar con alguien”.
-¿Estás con alguien?
-Paradójicamente, en este momento, por primera vez, estoy sola. Entonces a algunos les cuesta verte bien y enseguida lo asocian con una pareja.
-Hay mucha presión social con el tema de la pareja.
-Y tampoco es fácil. Hay cosas que pasan, por ejemplo, estás llegando a tu casa de una cena a la noche y estás caminando sola por la calle y decís “che, no tengo a nadie a quién avisarle”. Pero para mí tiene su encanto. No sé si voy a estar sola toda la vida, pero es algo que sentía que tenía que vivir, el hecho de estar sola bien. Porque uno puede estar sola y estar mal porque, por ejemplo, te acabás de separar y bueno, no estás a tope. Pero estar sola y bien es una potencia imparable. Yo creo que el amor verdadero viene cuando uno se siente bien con uno mismo. Todavía no me pasó. No ahora, sí antes, porque el amor llegó a mi vida muchas veces. Pero la verdad es que estoy disfrutando. No tengo ningún apuro.
-¿Te presiona el afuera?
-Me cargan. En la tele me dicen: “che, ¿vos para cuándo?”. Y la verdad es que no siento ninguna presión del afuera, porque además una nunca está sola al ciento por ciento, te vinculás distinto con otra gente. Es como que yo estaba acostumbrada siempre a los noviazgos y de repente hoy vivo otra cosa. ¡Basta de noviazgos! Siempre de novia, de novia, de novia…
-¿Nunca te casaste?
-No me casé, estuve 10 años con Fede, pero sin casarnos.
-Tuvieron una hija, eran una familia.
-Vivimos juntos nueve años, o sea, era como haberme casado prácticamente. Por eso, el duelo llevó tiempo. Pero bueno, un día me sentí bien de nuevo. Aprendí que es necesario dejar transcurrir el dolor y después, bueno, después es todo para arriba.
-¿Nunca te arrepentiste? En el medio de ese dolor, nunca pensaste: ¿para qué me separé?
-No, la verdad es que no. Mi separación no fue una cosa conflictiva, de ahogo, de querer salir. Nosotros nos llevábamos re bien, siempre tuvimos mucho diálogo, siempre charlamos todo. O sea, no es que la estaba pasando mal a ese punto de no aguantar más.
-¿Qué pasó entonces?
-Hay gente que aguanta o resiste la incomodidad. Yo no, yo reacciono. Y reaccioné de todas las maneras posibles estando en pareja. Hasta que de repente un día nos sentamos y dijimos: “bueno, nada, es hasta acá”. Y así fue. Entonces, después, obviamente el dolor estaba, porque yo sufría como una condenada. Fue una de las cosas que más sufrí en la vida. Nosotros nos queríamos, teníamos una hija, crecimos juntos. Es un duelo, literal, un duelo.
-¿Cuánto tiempo pasó desde que te separaste hasta que hiciste tu primer viaje?
-Me separé a fines de 2019 y al toque me fui de vacaciones con mis amigas. Me fui a pasar fin de año. Fue duro estar lejos en Año Nuevo, las Fiestas… ¡Una fecha horrible para separarse! Y después ¡pum! encierro. La pandemia agudizó e hizo que todo lo que estaba mal fuera para abajo. Yo estaba empezando a salir. Me iba a ir de viaje, estaba conduciendo un programa, que era lo que siempre había querido, y de repente todo a cero. Sufrí, pero fue revelador todo ese tiempo. Creo que para todos. No nos quedó otra que hacernos cargo de lo que nos pasaba. Eso para mí fue muy sanador. Algunos lo pueden pensar como un castigo, pero yo lo viví como una oportunidad de realmente detenernos a pensar en lo que no estaba bien, porque en la vorágine, lo vas tapando, lo pasás por alto.
-¿Fue importante tener una coach emocional? ¿O lo podrías haber hecho sola?
-Yo ya estaba ahí, preguntándome cosas. Pero necesité algo que me hiciera darme cuenta cómo arrancar. Y la verdad es que sí fue importante, porque ella me enseñó a meditar, yo nunca lo había hecho. Yo no tenía idea de que con el simple hecho de respirar, mi mente iba a cambiar.
-¿Así fue como armaste estos viajes? ¿Para mujeres que están en una situación parecida?
-Sí. Ya había hecho tres viajes pre pandemia al exterior. Y como ahora estaba complicado eso, empecé a pensar en viajes por la Argentina. Entonces, esos primeros viajes fueron de disfrute y turismo y estos los pensé más como de catarsis, porque me había ido un par de veces con mi hija y me habían servido para eso. Empezamos a organizarlos con Lu Garro, mi coach. Y evidentemente había una necesidad, porque mis viajes anteriores funcionaron muy bien, pero llevaron más tiempo llenarlos. A este que hicimos en Iguazú fue lanzarlo y que explote. A las 24 horas tenía los 25 lugares ocupados. Tuvimos que agregar cinco más y no se pudo más porque no había lugar en el hotel.
-¿Es necesario el sufrimiento para valorar lo bueno que viene después?
-Es que te enseñan que sufrir está mal. Entonces, uno va tapando muchos sufrimientos a lo largo de la vida. Y yo creo que la clave está ahí. Si a mí me hubieran enseñado de chica a sufrir lo que tenía que sufrir, cuándo lo tenía sufrir… Pero no, siempre fue: “no sufras”. Por eso, ahora yo le agradezco al sufrimiento, te juro, porque es lo que te potencia. Un montón de veces, por no sufrir, hice cosas como irme a vivir afuera, irme a conseguir la nota tal porque sentía que si no, no me podía lucir en el programa... Y pienso que si tal vez yo hubiera dicho “che, me está pasando esto”, lo hubiera visto con claridad y lo podría haber sanado. Obviamente tampoco soy una gurú, y cuando me pasan cosas tristes me pongo triste. Pero me digo: “a ver, no es tan triste, es parte de estar triste hoy, mañana se te va a pasar, pasado vas a estar un poco menos peor y a la mierda”. Pero sentite triste porque si no esto queda.
-En tu grupo de amigas, ¿hubo muchas separaciones al mismo tiempo que la tuya?
-No, no. Y tampoco soy una fundamentalista, me parece que si una pareja funciona, está buenísimo. No te voy a negar que a partir de ahora y a esta edad que tengo, pienso el amor de otra manera. No sé si siento que voy a formar otra familia y me voy a casar para toda la vida, me parece que eso ya se terminó. No estoy buscando el príncipe azul que buscamos todas cuando somos más chicas.
-Ya tuviste un príncipe azul.
-Fede era mi príncipe azul, cien por cien. Y te juro que tengo cero rencor, yo recuerdo con mucha alegría todo lo que viví con él porque yo estuve muy enamorada. Hicimos miles de cosas juntos, viajamos por todos lados, tuvimos a Juana, congeniamos en la manera de criarla, lo seguimos haciendo… Por supuesto que no es todo paz y amor. Hay veces que tenemos nuestros roces, pero dentro de los parámetros posibles. Juana fue siempre nuestra prioridad absoluta. Es algo con lo que no negocio, prefiero cualquier cosa antes que ocasionarle, como madre, un problema más a un chico. En eso pensamos lo mismo con Fede, está todo muy hablado, todo muy combinado en familia. Y a él lo recuerdo con felicidad, no me pesa en absoluto, fue súper importante en mi vida, lo es, lo va seguir siendo, lo va a ser siempre.
-¿Al principio de la separación también fue así?
-Lo que pasa es al principio estábamos los dos muy dolidos, muy hechos mierda. Estuvimos muy mal los dos, entonces fue difícil por la tristeza que teníamos. Pero en el trato siempre fue súper respetuoso todo, súper tierno. No hubo ningún momento donde decís: “che desbarrancamos”.
-¿El hizo el mismo proceso que vos?
-Calculo que sí, ¡porque ahora está bastante mejor! Pero es algo tan personal. Uno lo siente, no es que le puede recomendar a otro que viva lo mismo.
-¿Vas a seguir organizando viajes?
-¡Sí! El próximo es a Calafate.
-¿Por qué confían en vos estas mujeres?
-Mirá, a mí me pasa algo raro con las mujeres que viajaron conmigo. Yo siempre me río con mis amigas y digo “les cambio la vida”, parece un poco ambicioso, lo digo en chiste, pero es un poco también lo que ellas me dicen. Hay mujeres que viajaron conmigo que nunca se habían subido a un avión, que nunca habían podido hacer un check in sin su marido al lado. Y de repente estaban ahí, viendo que solas podían hacer un montón de cosas. Yo les transmito mi pasión, las potencio. Me gusta que se den cuenta de todas las herramientas que tienen y lo que pueden conseguir. Ése es mi feminismo.
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