Sergio Aisenstein: "La soledad es una condición humana"
El creador de Nave Jungla, reducto icónico de la noche de los 90 que fascinó a Iggy Pop y Charly García, se confiesa en su biografía
Creció en una casa donde sus padres armaban sesiones espiritistas para hablar con su hermano muerto. Sobrevivió al ataque de un maestro filonazi que casi lo tira por la ventana de una escuela pública. Se enfrentó a dealers, matones portuarios y violadores de yonkis; a la muerte de casi todos sus amigos durante su viaje a Europa escapando de la dictadura. Y volvió hecho un punk. Sergio Aisenstein estuvo cerca de morir o volverse loco varias veces, pero sobrevivió. "A veces me preguntan por qué creo que me salvé yo y no mis amigos. Pero son cosas que no se pueden saber. Tienen que ver con cosas que desconocemos", dice quien, entre tanto, escribía los libretos de El Tren Fantasma, mítico programa de la trasnoche de Rivadavia; y después abrió junto a Chabán el Café Einstein, que concentró el despertar de la bohemia contracultural de fines de la dictadura; y Nave Jungla, un reducto de freaks que dejó su marca en la noche porteña de los 90 y fascinó a Iggy Pop, David Bowie y Charly García. "Son tantas las historias que viví y las conté tantas veces que un día me dije: «Tengo que escribir todo esto». Y acá está", dice sobre Freakenstein, una vida de novela (Planeta), el libro que acaba de publicar contando con estilo beatniksu aventura existencial. "Quise mostrar el hilo conductor de todas las rupturas que viví: con mi familia, con mi barrio, con mi país, con mis amores y conmigo mismo".
-¿La ruptura más difícil fue la primera? ¿Con tu familia?
-Mirá, yo me di cuenta del trauma que habían sufrido mis viejos cuando aprendí a leer y descubrí la existencia de un hermano del que nadie me había hablado. Murió cuando fue a buscar una pelota al cruzar la calle y un coche le destrozó el cerebro. Agonizó en los brazos de mi madre, mirándola a los ojos, mientras ella trataba de poner los trozos de su masa encefálica de vuelta en el cráneo. A partir de ahí y cuando empecé a detectar cosas que eran nocivas para mí o para mi hermana, como que te quisieran poner en el lugar del hermano muerto, es que empecé a tener la necesidad muy firme de irme de mi casa. No por nada a los 17 años ya estaba viviendo solo. Me bancaba con lo que escribía en el Expreso Imaginario, El Tren Fantasma y mis clases de teatro. Aunque después tuve que irme a Europa para escapar de la dictadura. Pero también de mí mismo.
-En ese viaje está el corazón de tu relación con Diana Nylon, artista de culto del underground de los 80. ¿Cómo fue ese amor?
-Fue un amor suicida. Trágico y romántico. Como el de Romeo y Julieta, que tenían 14 y 16 años, duró apenas semanas y fue recordado para siempre. La historia con Diana tuvo el mismo tinte: un amor a todo o nada. Yo soy para vos y vos sos para mí hasta el final.
- Decías que también escapabas de vos. ¿Qué te daba pavor?
- Quedar determinado por normas y reglas que yo creía que estaban perimidas, más allá de que no sólo estaban en la Argentina sino también en el mundo. El ser humano es egoísta, envidioso, posesivo. Es un ángel mezclado con un diablo. Sólo cuando aceptás que sos una persona potencialmente terrible, superacaparadora, belicosa y egocéntrica, y que tenés esa sombra, es que de verdad podés nutrirte de esa fuerza oscura y transformarla. En ese sentido, la globalización y la revolución digital me parece que no ayudan porque están matando las individualidades más locas e inspiradoras. La particularidad de cada uno.
- ¿Y las redes sociales?
- Potencian la soledad. Yo tengo 10 mil amigos en dos cuentas de Facebook más otros tantos seguidores, y hay días que me siento totalmente solo. Y no creo que sea el único al que le pasa. Es cierto que la soledad es una condición humana: todo el mundo se siente solo en algún momento. Estés casado o soltero; tengas muchos amigos o no. Pero las redes lo potencian. Porque al ver todos esos "amigos" ahí en la pantalla pero sin intimidad, sin llegada real, sin intersubjetividad, angustia.
- Hace unos días fue El tetazo. Antes el Ni una menos. ¿Cómo ves esos movimientos y manifestaciones siendo que en los setenta, junto a círculos de amigos artistas, promovías ideas libertarias que también cuestionaban el statu quo?
- Por supuesto que nadie puede estar de acuerdo con que metan en cana a una mina por mostrar una teta, pero nada que ver con nosotros. Éramos ultraindividualistas, no participábamos de ninguna agrupación. Ni tampoco pretendíamos cambiar la sociedad a través de los movimientos de masas. No creíamos que el cambio estuviera en los demás sino en uno mismo. Porque los fantasmas están ahí. Si lográs cambiar los fantasmas de tu mente y de tu vida, inmediatamente vas a poder contagiar el cambio en el que tenés al lado. Por otra parte, la confrontación sólo lleva a más represión. Mirá lo que pasó en Rusia después de la revolución. O en China.
- La "anormalidad" de Nave Jungla, que despabiló la frivolidad de los 90, ¿fue su gran valor?
- Sí. Fue un fenómeno nacional. Mostrábamos la cara humana de lo que nadie quería ver. Y siempre desde el corazón. En La Nave cualquiera bailaba. No importa si no sabías o eras tímido. ¡Si hasta bailaban los enanos! Pasaban cosas loquísimas como, por ejemplo, que viniera gente en muletas y se fuera caminando. Creer o reventar.
- ¿Qué te enseñaron los enanos?
-Uf, un montón de cosas. Y ellos me quieren mucho porque para mí no eran enanos sino freaks. Y como yo también soy un freak nos tratábamos como pares. En La Nave nunca nadie los jodió. Al revés: todo el mundo quería ser amigo de ellos. Y si alguien llegaba a querer maltratarlos, la pasaba mal. Podían ser muy pesados también.
- ¿Cómo era la interacción con los músicos y artistas?
- Cuando vino Iggy Pop quedó trastornado, le fascinó. ¡Y cómo no le iba a fascinar si él mismo era casi un enano! ¿Es muy chico, viste? Me dijo: "Recorrí el mundo y nunca vi una cosa así". Después volvió varias veces de incógnito porque tenía una novia de Mataderos, una morocha divina, metalera, que lo volvía loco.
- ¿Y Charly García?
- Él iba cada tanto. Llegaba con fajos de billetes de dos pesos y entraba tirándolos al aire. Tenía la tara de querer imitar a las estrellas de rock americanas. Ser todo el tiempo el centro de atención. Llegar en limusina. Y en Nave Jungla eso no funcionaba porque las estrellas no eran los famosos.
- ¿Podría volver Nave Jungla?
- Sí. Pero como punto de encuentro de freaks. Me parece increíble no encontrar en Buenos Aires lugares donde puedas escuchar música. Algo que te transforme o te sorprenda. Que te cambie el estado de ánimo. Y me gustaría generar un lugar así.
Nada como un tinto con amigos
Puesto a elegir su bebida favorita, Sergio no duda y elige el vino tinto: "Me gusta especialmente la cepa cabernet. Me pone en un estado de tranquilidad y a la vez creativo". El creador de Nave Jungla y Café Einstein dice que le gusta tomar el vino por las noches y en compañía de amigos.
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