De formación autodidacta, siempre buscó nutrir su interior y lo logró cuando se instaló en Córdoba, aunque jamás imaginó las increíbles oportunidades que encontraría.
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Había sufrido en la escuela. El hecho de estar sentado tanto tiempo, haciendo y estudiando cosas que no le interesaban jugaban en contra de su espíritu rebelde que, desde siempre, había buscado explorar más allá de los límites establecidos por la sociedad y escribir su propio camino. Criado en la localidad de Beccar, partido de San Isidro, en el norte del Gran Buenos Aires, había crecido en una familia de clase media. Con padre abogado y madre directora de escuela, había asistido a un colegio privado de la zona y sus veranos transcurrieron en el club CASI de San Isidro, donde practicaba todo tipo de deportes.
Al finalizar el secundario, se anotó en diferentes carreras universitarias: hizo un año de Ciencias Políticas y luego decidió dejar los estudios. “Entendí que mientras no tuviera un propósito claro de vida, una carrera universitaria me cerraría a lo que yo quería abrir”. Mientras transitaba esa búsqueda, viajó a los Estados Unidos. Allí con una beca casi completa para jugar al fútbol, pasó más de un año y medio en la universidad de Carolina del Norte, en la que tenía casi beca completa por jugar al fútbol allí. Pero pronto comprendió que su camino tampoco estaba en esas latitudes.
Fue entonces cuando Marcos Ferraris (40) comenzó su formación autodidacta. Con 23 años, se asoció a la Bolsa de Comercio de Buenos Aires. Iba cada mañana al recinto a aprender y hacía compras y ventas diarias de opciones. También invirtió en algunas acciones. En esa época también trabajaba en un call center, en el que perfeccionaba su inglés, ya que cada día hablaba por teléfono durante horas con norteamericanos.
“Cuando una empresa quebraba, había suicidios en las oficinas”
“El resultado de pasar tanto tiempo en la Bolsa de Comercio, fue muchísimo más importante que el aspecto económico por el cual había entrado. Observé durante un período largo cómo las emociones de la gente cambiaban según los números que aparecían en las pantallas. También escuchaba las historias de suicidios en las oficinas, cuando alguna empresa quebraba y la acción de repente se iba a pique. Era como si no fueran capaces de controlar lo que pasaba dentro de ellos, pues en algunas personas hasta la vida dependía de los estímulos externos. Recuerdo cómo me impactó ver eso en tanta gente junta. Pasaban de la risa al enojo en cuestión de segundos, gatillados por los números cambiantes en una pantalla”.
Cumplido en ciclo en el call center, entró en una empresa que importaba hardware y al mismo tiempo puso fin a sus días en la Bolsa de Comercio. Si bien quería ganar dinero, no buscaba convertirse en alguien a quien un número le valía su emoción. “El trabajo en la empresa de hardware al principio, como todo lo que es nuevo, fue un desafío. Pero, al corto tiempo se volvió algo mecánico, habitual, y me aburría. Luego del aburrimiento pasé al odio. Estaba en una oficina en la que, por seguridad, era casi blindada. No veía ni un árbol, ni algo parecido a naturaleza. No me gustaba cómo me trataba mi jefe, tenía que hacer cosas que yo hubiese decidido no hacer, y encima iba a pasar años esperando que se cumpliera la promesa de un súpersueldo, que jamás iba a pasar de uno básico”.
Era muy estresante. Se iba a dormir muy tarde porque quería aprovechar el tiempo libre. Cada mañana era angustia y un nudo en la garganta por tener que ir a trabajar. Todo en su interior le indicaba que ya era tiempo de cambiar, pero durante dos años no tuvo el coraje de hacerlo. Lo máximo que hizo en aquel entonces y que le hacía realmente bien, era un ritual de los viernes: tomaba un mapa de la Argentina, cerraba los ojos, apoyaba el dedo índice al azar y, si ese pueblo que su dedo apuntaba, tenía un río cerca, entonces agarraba la mochila y la carpa. Y el sábado muy temprano en la mañana, ese iba a la terminal de Retiro a tomar el primer bus que saliera hacia allí. Iba solo, a un lugar que no conocía, y esos fines de semana eran realmente mágicos, renovadores.
Capilla del Monte: el inicio de la transformación
Hasta que finalmente tomó la decisión. Avisó en el trabajo que renunciaría a los dos meses -el tiempo suficiente para preparar a alguien más y que ocupara el puesto que Marcos dejaría libre, además de juntar el dinero suficiente- y apuntó a un viaje a Capilla del Monte, en Córdoba, Argentina. Dejar el departamento que alquilaba en Almagro fue sencillo. Tenía un amigo que necesitaba ocuparlo, así que solo hubo que arreglarlo con los dueños. La mayor parte de los miembros de mi familia vivía en Estados Unidos y su padre en el sur de Argentina, por lo que no hubo cuestiones familiares de despedida. “Por supuesto que, como en todo cambio que alguien genera en su vida, aparecen siempre opiniones de familiares, amigos, etc…..…. Muchos estaban en contra, pero mi determinación a la hora de irme era completa”.
Solo restaba poner fecha y lanzarse a la aventura. Pero no fue fácil volver a armarse económicamente. En febrero de 2009, sin dinero, y empleado en el turno noche como mozo en un bar de Capilla, conoció a Victoria, su actual compañera de vida. “Ella medía chakras y auras con cierta tecnología muy nueva para ese entonces. Capilla del Monte es un lugar en el que algo como la medición de chakras y auras no es algo fuera de lo común. Allí, todo lo que es alternativo, está antes que lo convencional”.
Pronto advirtieron que compartían el mismo sueño: vivir en la naturaleza y autoabastecerse del huerto propio. Al tiempo de estar juntos generaron la oportunidad de ir a vivir a una hermosa finca, atravesada por un arroyo, en un hermoso vallecito ante el imponente Cerro Uritorco. Comenzaron un período de once años de retiro espiritual. Se ocuparon de alimentar su interior, de transformarse en lo que querían ser. Se deshicieron de miedos, atravesaron limitaciones mentales, y junto con todo ese cambio, comenzaron a ver cómo se transformaba la realidad a su alrededor.
En esos años recibieron un sueldo en dólares a cambio de hacer de ese diamante en bruto -un campo en el que hacía falta muchísimo trabajo y dedicación, la finca en la que se convirtió años después. Recibieron dinero también a cambio de construir la casa en la que vivieron durante ocho de esos once años y donde nacieron sus dos hijos, Julián y Tahiel.
Tuvieron un emprendimiento inmobiliario, armaron una fábrica de plata y oro coloidales, Marcos se volvió un experto en huerto orgánico. Y, cuando eso ya no fue un desafío, se dedicó a estudiar, ensayar y dar forma a un método orgánico con el que agigantar verduras. Y lo logró. Eso no fue todo. Pasaron de tener un auto viejo que casi nunca funcionaba, a disponer de un patrimonio, en conjunto con una socia, de dos campos, dos viviendas en Capilla y varios lotes aledaños. “Pero quiero y pongo especial énfasis en lo que es interno, porque mucha gente suele ir automáticamente a maravillarse con cuestiones externas y eso hace que se pierdan de lo principal: el camino espiritual, que es lo que habilita a que lo externo, la realidad entonces se transforme”.
Entonces llegó el momento de concretar un sueño con mayúsculas: vender todo y viajar por el mundo (ya con dos hijos), enseñando lo más poderoso que, a su entender, se puede enseñar: las herramientas para un viaje espiritual, en el que se dejan morir las partes de personalidad que ya no sirven, y se hace lugar para las nuevas que sí sirven al propósito personal. Lo hacen a través de un sitio web que armaron para ese fin, donde ofrecen sus servicios enciendetufaro.com. También se pueden escuchar sus experiencias y aventuras en el podcast Uncomfort zone de Spotify.
“Se quemó todo menos nuestro campo”
Pero no fue tan fácil. “Surgieron los miedos, las creencias limitantes, la sombra en cada uno y las complicaciones afuera: incendios en toda la zona cordillera de Capilla del Monte y alrededores, pandemia en el mundo y cierre de fronteras, el campo aún no se vendía y no teníamos el dinero para comenzar el viaje. Pero, la decisión estaba tomada. Decidimos vender la camioneta y comprar los pasajes de una vez. Y entonces nos iríamos con muchísimo menos dinero de lo que suponíamos. Nos dimos cuenta de que antes de irnos de Argentina, pero ya habiendo tomado la decisión, brillábamos nuevamente. Estábamos encendidos, llenos de propósito, llenos de vida y energía. No nos echaríamos hacia atrás”.
Los incendios acechaban y Marcos y Victoria temían que se quemara el campo. De todos modos sacaron los pasajes para un vuelo que no se sabía si saldría, pues estaban cancelando casi todos los vuelos debido a la pandemia. Ese mismo día, desalojaron la zona porque venía el fuego.
“Lo que sucedió en realidad fue digno de un cuento mágico: se quemó toda la zona menos nuestro campo, que quedó intacto, verde y hermoso como siempre. Hay muchas versiones de cómo comenzaron. Lo cierto es que, si bien no vi a alguien haciéndolo, la forma en que se desarrollaba, y la cantidad de nuevos focos en zonas muy distantes, al mismo tiempo, da a pensar que fueron completamente adrede. Mi mejor explicación de porqué no se incendió nuestra finca: quien se dirige incesablemente a su propósito, poniendo en juego su deseo, más allá de toda traba o dificultad, es acompañado por el universo. Y suceden las casualidades a las que luego se les atribuyen palabras como suerte. Pero soy un convencido de que lo externo es un reflejo de lo interno”.
El vuelo salió sin problemas, fue uno de los mejores viajes, porque casi no había gente viajando, y los atendieron extremadamente bien en todos lados. El campo aún sigue en venta. Y ellos hace un año y medio viajan por el mundo, enseñando a la gente lo más poderoso que se les puede enseñar: “que el morir y nacer constante es la verdadera transformación personal que produce los cambios que quieren en sus vidas. Desde que salimos de Argentina, lo que ganamos en nuestra nueva forma de vida es libertad. No la libertad que suponíamos antes de salir, que tenía más que ver con algo externo, como conocer nuevos lugares por ejemplo. Se trata de una libertad interior, que empodera a niveles que desconocíamos. Ganamos libertad, seguridad, certeza, claridad, nos sentimos mucho más plenos y capaces que antes”.
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