Se conocieron por Tinder, dos años después se vieron por primera vez y se casaron: “Teníamos que estar juntos”
En medio de la pandemia, Mariana -quien vive en Costa Rica- conoció a Giel -oriundo de Bélgica- en una aplicación de citas; 730 días después dieron el ‘sí, quiero’ y ahora vivirán juntos en Europa
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La pandemia recién comenzaba y transcurrían los primeros días de aislamiento estricto en todo el mundo. El miedo de no entender bien qué sucedía se mezclaba con la voz calma que, bien bajito, susurraba “seguramente no es nada”. Sumado a eso, aún estaba presente la esperanza de de que el encierro duraría poco y que podía ser aprovechado para descansar, ponerse al día con la lectura y hasta -incluso- incorporar un nuevo hobby a la rutina. En medio del caos, las empresas de aplicaciones ofrecieron diversos servicios para que la gente pasara el tiempo y, de paso, ganar algún que otro cliente. Tinder fue una de ellas y, así, habilitó el modo “passport” para todos. La gracia de dicha función es que permite cambiar la ubicación a cualquier parte del mundo y, por ende, el usuario puede interactuar con personas de países remotos. Mariana, encerrada en su hogar en Costa Rica, dejó de lado su desconfianza a las app de citas y se animó a probar. Total... ¿qué era lo peor que podía pasar? Más convencida por sus amigos que por si misma, se la instaló en el celular sin imaginar que era el primer paso en un recorrido que le cambiaría la vida.
Esta es una historia de amor, una tan sorprendente y particular que, con solo un video, logró viralizarse en las redes y ya acumula millones de reproducciones en TikTok. Una que comenzó en un chat de Tinder y culminó en un casamiento exprés, una mudanza de continente y un cambio de vida que muchos verán con ojos cargados de prejuicios. Sin embargo, esto no afectará en lo más mínimo a los protagonistas quienes, en este mismo momento, experimentan su propio cierre de cuento de ‘y vivieron felices para siempre’.
El amor está a la vuelta de la esquina (o a un match de distancia)
Acostada en su cama y ya sin saber cómo matar el tiempo, Mariana Aragón Zoch decidió hacerle caso a sus amigos y probar Tinder. A pesar de que no era propensa a conocer personas de esa manera, el agotamiento de los interminables días que se hacían cada vez más pesados terminó por ganarle. Impulsada más por el aburrimiento que por la curiosidad, se creó un perfil y, para sumarle un toque más emocionante, puso su ubicación en España, bien lejos de su país natal. Una vez listos los arreglos, se dispuso a deslizar el dedo sobre la pantalla mientras analizaba con desinterés los múltiples candidatos.
Este sí. Este no. Este no. Este no. Este sí. Este... quizás. Así estuvo un rato largo hasta que, de golpe, un castaño de ojos claros la hizo frenar en seco. Giel Schepers, de 31 años y oriundo de Bélgica, le dedicaba una estática sonrisa que se sentía cálida a pesar de tener una pantalla y múltiples pixeles de por medio. Después de tomarse unos buenos minutos para pensar, le dio like y resultó ser un match. A más de 10 mil kilómetros de distancia se había desarrollado la misma secuencia.
Las charlas comenzaron con un tono casual. Hablaron del clima, de las diferencias en la comida de cada país, se contaron detalles de sus familias e intercambiaron recomendaciones de películas. Tras medir la compatibilidad con trivialidades, consideraron que era momento de dar un paso más y mudaron la charla a Instagram. Esto, para aquellos que desconocen los códigos de las apps de citas, es un signo de que la cosa va para algo más serio.
Casi sin darse cuenta, las conversaciones dejaron de tener inicio y final. En cambio, el diálogo se extendió por semanas que, como suele suceder, se convirtieron rápidamente en meses. A su vez, los mensajes mutaron a llamadas y videollamadas, que se volvieron parte de su cotidianeidad. “Hablábamos todos los días y siempre sentíamos ganas de contarnos todo lo que pasaba en nuestras vidas. De tenernos cerca”, relató Mariana en diálogo con LA NACION. Y agregó: “Pero (porque siempre hay un pero) de verdad teníamos mucho miedo de la distancia”.
La química que tenían disparaba fogonazos de un continente a otro. Sin embargo, el miedo superó a las ganas y ambos se negaron a formalizar la relación. Porque si no tiene nombre, técnicamente no existe (algo así como “si no lo veo no me puede lastimar”). En cambio, tuvieron una charla en la que definieron que el contexto era demasiado complejo como para salir de la amistad y se conformaron con ese título.
Vuelo sin escalas de la virtualidad a la realidad
Ahora bien... ¿Cómo pasaron de esa relación de amigos que pedía a gritos ser otra cosa a estar casados? De un día para el otro, los contagios comenzaron a descender y algunos gobiernos consideraron que era hora de abrir las fronteras. Sin dejar pasar ni un segundo, Mariana compró un pasaje hacia Bélgica con fecha para diciembre. A pesar de que no tenía la seguridad de que el viaje se efectuara, se aferró a esa porción minúscula de esperanza. “Todo empezó a sentirse más real”, expresó, mientras realiza un veloz repaso por los últimos dos años de su vida.
Tan real que ella se apuró a anotarse a clases de holandés y él, de español. El esperado momento, aquél que anhelaban desde hacía una eternidad, finalmente llegó. Meses de charlas, confesiones en medio de la noche, llantos y risas compartidas culminaron en un emotivo abrazo en pleno aeropuerto. Todos los miedos, las dudas y los nervios desaparecieron en cuestión de segundos. “Desde el momento en el que estuvimos juntos físicamente, todo fluyó muy natural. Llegamos a la casa y dijimos ‘¿por qué tenemos este sentimiento de que nos conocemos físicamente de toda la vida?’”, detalló.
Ese mes que compartieron en persona fue más que suficiente para que reconsideraran los acuerdos que habían hecho en la primera etapa de su relación. “Nos dimos cuenta que no queríamos estar lejos el uno del otro, que teníamos que encontrar la manera de estar juntos y que ya no podíamos seguir poniendo el tema de la distancia como una excusa para no tomar un siguiente paso en la relación que teníamos”, explicó la novia que, sin saberlo, unas semanas después dejaría todo lo que conocía atrás para poder vivir junto al hombre que ama.
Se despidieron con besos bañados en lágrimas y millones de promesas de un futuro juntos. Pero el distanciamiento no duraría mucho. Apenas pisó Costa Rica, Mariana sacó otro pasaje para volver a Bélgica a sorprender a Giel el día de su cumpleaños. Al armar las valijas para este segundo y aún más improvisado viaje, puso todo lo necesario para oficializar un casamiento exprés. Una vez más en suelo belga, la vida de casada estaba apenas a un par de días de distancia.
La canción que inspiró el “sí, quiero”
“Yo creo que nos tendríamos que casar. No importa, nosotros le damos el significado que queremos a este certificado de matrimonio. Esto es lo que finalmente nos permite ponerle fin a nuestra relación a distancia”, disparó Giel una gélida mañana de febrero. No hicieron falta todas las respuestas que pensó para posibles objeciones: Mariana aceptó sin pensarlo dos veces.
Pero, cuanto más se acercaba la fecha, mayor era el miedo que la invadía. Las dudas de dejar atrás todo lo conocido, de animarse a la entrega del matrimonio y a construir un hogar alejada de su tierra natal empezaron a resonar cada vez más fuerte en su mente. Nunca consideró no hacerlo, porque realmente lo deseaba, pero se sentía paralizada.
Wim De Craene escribió “Rozane” en la década de los setenta y la misma se popularizó en una pequeña zona flamenca de Bélgica. Su éxito no fue lo suficientemente grande como para ser considerada un clásico y tampoco para que las estaciones radiales la sumaran a sus repertorios. Para Giel -un apasionado de la música- era un infaltable en sus playlists. Por eso, cuando su relación aún era 100% virtual, decidió compartírsela a Mariana.
A pesar de no entender qué decía, para la joven de 23 años la dulce melodía siempre fue una fuente de paz y de calma. Sin que Giel lo supiera, también la sumó a sus canciones más escuchadas. De manera implícita, el tema se convirtió en un pequeño código interno. Un día, en plena clase de holandés, la costarricense escuchó una frase que logró entender gracias a la letra de “Rozane”. Minutos después de contarle a su novio, este le devolvió la llamada para decirle que, a poco de cortar, entró a un café en donde pasaban el mismo tema. “La canción nunca sale en la radio porque es poco conocida. Fue muy raro”, recordó ella.
Ese episodio aislado cobró importancia meses después cuando, sentados en el auto y a pocos días de casarse, Mariana no pudo evitar expresarle todos sus miedos a Giel. Luego de escucharla, él le aclaró que podían esperar y que no era necesario apresurarse. No había entendido el punto: ella quería pero era el temor el que se interponía.
De golpe, los primeros acordes que acompañan la voz de Wim de Craene empezaron a sonar. Esa canción nacida en la parte flamenca de Bélgica que fue escrita por un artista del underground y que jamás salía en la radio había encontrado el camino para poder expresarles que todo iba a estar bien. Nada podía salir mal si estaban juntos y, efectivamente, estaban listos para dar ese gran paso.
Mientras el ritmo invadía el auto, no pudieron hacer más que quedarse ahí, quietos. Sin decir una palabra, se dieron la mano al mismo tiempo que las lágrimas corrían libremente, mojando todo a su paso. Con ese gesto silencioso sellaron su destino: iban a casarse e iban a vivir juntos sin importar los obstáculos que pudiesen surgir en el medio.
Una ceremonia íntima, un futuro incierto y el miedo que siempre está
Con los miedos ya superados y la mirada puesta en lo que estaba por venir, Giel y Mariana se casaron en una pequeña ceremonia celebrada en Bélgica, apenas unos días después de que se cumplieran dos años de su primera conversación. “Yo quería guardarme este momento solo para nosotros dos, queríamos invertir todas las fuerzas en ese momento que era para nosotros y no estar pensando en las opiniones de los demás”, afirmó con mucha seriedad.
Tanto amigos como familiares celebraron la inesperada unión y si alguien no estuvo de acuerdo, se lo guardó para sí. Ya unidos oficialmente, ahora les queda toda una vida por vivir y compartir. ¿Qué les espera por delante? Por el momento, ella está en Costa Rica para ultimar detalles previos a su mudanza. En julio, se irá a Bélgica y se instalará en Hasselt en donde estará junto a su flamante esposo. Él continuará su trabajo como profesor de educación física mientras ella seguirá su carrera como diseñadora e influencer.
Para 2023 planean tener una segunda celebración, esta vez con la presencia de la familia Aragón Zoch. “Yo estoy diseñando mi vestido y juntos estamos diseñando los anillos”, revela la recién casada, quien dejó en claro que se tomará todo con más calma a partir de ahora.
Dejar atrás a su familia, amigos y su país natal es algo que indudablemente le genera miedo. “Yo creo que es inevitable. Somos seres humanos y esas cosas siempre nos van a pasar por la cabeza cuando hay cambios. Siempre digo que los cambios son para bien, porque sirven para aprender de esa experiencia humana. Son difíciles. Sigo teniendo miedo, pero estoy mucho más tranquila porque he tenido un apoyo inmenso de las personas que amo, de mi familia de Costa Rica y de Bélgica. Y sobre todo de mi esposo, eso me da mucha paz”, contesta, con una enorme sonrisa que se repitió a lo largo de toda la charla cada vez que pudo referirse a Giel con el título de “esposo”.
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