Santa Rita
¿Quiénes eran los santos antes de ser considerados como tales? Primera entrega de una serie sobre los hombres y mujeres que, beatificados oficialmente o por el culto popular, hicieron de su existencia un acto de entrega al prójimo
La vida y la muerte la encontraron un 22 de mayo. Rita, que al nacer ese día de 1381 fue llamada Margarita, murió ese día de 1457 sobre un camastro de paja apisonada que la había contenido, dolorosamente postrada, los últimos cuatro años de su existencia.
Era hija de Antonio Mancini y Amata Ferri, con edades más apropiadas para ser abuelos antes que padres y conocidos como "los pacificadores de Jesucristo" por su gran capacidad de mediación en conflictos vecinales. Rita creció en Casia, un pueblito de montaña de la región de Umbría. No por casualidad, tal vez, el destino de Rita de Casia parecía estar marcado, habida cuenta de que esa región del centro de Italia es la que más santos le ha dado a la Iglesia Católica. De allí eran San Benito, Santa Escolástica, San Francisco, Santa Clara, Santa Angela, San Gabriel, Santa Clara de Montefalco y San Valentín, entre otros.
"En los vitrales de mi iglesia parroquial –dice Robert Ellsberg en su libro Todos los santos – puedo ver a varios de los más grandes santos canonizados. Me pregunto si resultan visibles o si es que forman parte de la arquitectura «religiosa» que se da fácilmente por sentada. Para muchos cristianos, los santos son apenas figuras legendarias –cristianos perfectos– que ejercen poca influencia en sus propias luchas y preocupaciones cotidianas. El hecho de que muchos de estos santos estén con vestiduras religiosas no ayuda demasiado. ¿Qué relación tiene esta gente «especial» con los desafíos de la vida ordinaria en el mundo?"
"La Iglesia los muestra como ejemplos, en algunos casos por su heroicidad", explica Guillermo Marcó, ex vocero de la arquidiócesis de Buenos Aires. "Hay que recordar que la santidad no se da sólo en los heroicos extraordinarios, sino que está lleno de santos ordinarios. Estas son personas muy santas en su vida, pero quizá nadie vaya a hacer nunca un proceso de canonización con ellos. Uno muchas veces piensa en personas que ha conocido en su propia familia, o con las que se ha cruzado en la vida, y a las que nadie les va a llevar adelante un proceso de canonización. Ser santo, en el fondo, es estar con Dios en el cielo. No tendrán una santidad expuesta al público, una veneración pública, pero sí me parece que son testimonio de que se puede vivir el Evangelio en la vida cotidiana."
Fray Contardo Miglioranza, miembro de la Junta de Historia Eclesiástica Argentina, dice que un santo es un amigo de Dios, "modelo e intercesor de los hombres, servidor de los hermanos más humildes, pobres, enfermos o necesitados. Sin embargo, no hay que olvidar la frase de la Madre Teresa: los más pobres no son los que no tienen pan, ni ropa, ni techo ni remedios. Los más pobres son los que no tienen a Dios".
"La santidad –explica Marcó– es lo que Dios obra en cada persona, y una persona es santa en la medida en que se va santificando; no lo hace por su mérito, por su esfuerzo personal, sino que va dejando que Dios obre en él. Entonces ahí hay algo interesante de percibir: cómo uno puede ser santo siendo un padre de familia, no solamente siendo un cura o una monja. Quiere decir que cualquier persona que intente vivir el Evangelio, que intente esforzarse por ser coherente en medio de las dificultades de la vida cotidiana, lo que está viviendo es esa vocación a la santidad que tenemos todos los bautizados. Una vez un periodista le preguntó a Teresa de Calcuta qué pensaba sobre lo que se decía de ella, que era una santa en vida, y ella le contestó: Bueno, yo no veo nada extraordinario en lo que usted me dice, porque ser santo es un deber tanto suyo como mío. Por supuesto que en el caso de ella se vivía como una heroicidad que era digna de admirar. Creo que sería interesante que la Iglesia rescatara más o tanto sacerdotes o religiosas, que son expuestos a veces como modelo de santidad, sino gente común. Por ejemplo, el caso de Enrique Shaw, en la Argentina, un empresario que era un hombre tan bueno… Shaw era presidente de Rigolleau, y cuando se enferma se presentan 250 empleados suyos para donar sangre porque todo el mundo lo consideraba realmente alguien muy bueno. Eso es la santidad. En el fondo, es llevar la bondad a ese grado de crecimiento que no es sólo porque soy bueno, sino porque es por amor a Cristo que uno vive determinados valores y cosas. Por lo menos en la santidad cristiana; porque también hay santidad fuera de la Iglesia. Ghandi, por ejemplo. Dios también tiene su forma de obrar fuera de la Iglesia.”
En rigor, Rita escapa de esa “arquitectura religiosa” que da por sentado que para ser santo hay que vivir como un santo, de principio a fin.
“A pesar de los efectos sobrenaturales con que las leyendas puedan adornarlos –dice Ellsberg–, lo que aparece una y otra vez es su humanidad. Experimentaban dudas, debilidades, soledad y miedo al igual que todos nosotros. Pero, finalmente, sus vidas estaban organizadas alrededor de los principios más elevados: la capacidad humana para amar, para sacrificarse, y la generosidad.”
Rita creció entre guerras y rebeliones, y jamás, ni en su infancia ni en su adolescencia, nadie le puso un libro en sus manos: sus padres, que tampoco sabían leer ni escribir, la empujaron más hacia las iglesias de Casia que hacia las aulas. No había santo, ni mártir, ni héroe, ni altar ni vitrales con imágenes de episodios bíblicos que la pequeña Rita no conociera. En ese mundo sagrado, de símbolos, de repique de campanas, de cantos de salmos y olor a incienso, transcurrió su infancia. Pero no fue por esto que Rita alcanzó la santidad, sino por sus actos, gestos y demostraciones, que la acompañaron hasta el último aliento de vida.
Se cuenta que en una ocasión la madre sorprendió a Rita arrodillada en un rincón de su habitación conversando, al decir de la niña, con sus tres santos preferidos: San Juan Bautista, San Agustín y San Nicolás de Tolentino. Tamaña pasión por la vida de Jesús, la Virgen María y los santos, no podía tener otra consecuencia que inclinarse definitivamente hacia la vida religiosa. Cuando Rita les dijo a sus padres que quería ser monja, ellos, a pesar de haberla moldeado en la fe, pensaron para su hija otro destino: el casamiento.
Fue así como Antonio y Amata eligieron a Paolo Ferdinando, vecino del lugar, como futuro esposo. Ignorantes, no repararon en la historia de Paolo, que resultó ser borracho, mujeriego y abusador. Otras versiones indican que fue otro su esposo.
Rita pagaría muy caro la obediencia ciega a sus padres. Si bien la historia habla de ella como “ejemplo de una admirable esposa, llena de virtud, aun en las más difíciles circunstancias”, lo cierto es que Rita sufrió los golpes brutales de su marido durante los casi veinte años que duró su matrimonio, hasta la muerte de Paolo, asesinado por un grupo de malvivientes.
Tiempo después, Rita descubrió que sus dos hijos –eran gemelos– estaban pensando en vengar el asesinato del padre. Ella temía que los deseos de venganza se concretaran y, “con un amor heroico por sus almas”, le suplicó a Dios que se los llevara antes de permitirles cometer el asesinato. Meses más tarde, ambos murieron producto de una repentina y para la época extraña enfermedad.
Durante el tiempo que duró la agonía de sus hijos, Rita les habló del amor y del perdón. Así, pocos días antes de morir lograron perdonar a los asesinos de su padre.
Sin su esposo ni sus hijos, Rita se entregó a la oración, la penitencia y las obras de caridad. Hacia el año 1411, solicitó ser admitida en el Convento Agustiniano, en Casia, pero no fue aceptada. Milagrosamente, después de orarles a San Juan Bautista, San Agustín y San Nicolás de Tolentino, pudo ingresar allí.
Por siglos, Rita de Casia fue una de las santas más populares de la Iglesia Católica. Y se la conoce como “la santa de lo imposible”, por las duras circunstancias que rodearon su vida. Pero debieron transcurrir quinientos años para su canonización, ordenada por el papa León XIII en 1900.
“La canonización de una persona depende del interés que tenga el Vaticano”, señala Rubén Dri, filósofo y ex sacerdote católico, integrante del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo. “Tradicionalmente, el Vaticano ha tenido mucho cuidado en elevar a alguien a la santidad por querer estar muy seguro del modelo propuesto a la feligresía. Ahí intervienen mucho los intereses que haya en los grupos que componen la Iglesia. Por ejemplo, si se va a canonizar a un salesiano, a un jesuita o a un dominico, se está canonizando, a su vez, una práctica salesiana, jesuítica o dominica. Hay lucha de poderes. La canonización del fundador del Opus Dei, Josemaría Escrivá de Balaguer, ordenada por el papa Juan Pablo II en octubre de 2002, demostró cabalmente que se trata de una política del Vaticano. De hecho, la Santa Sede lo hizo con muchísima rapidez y pasando por arriba de la conducta general que seguía hasta ese momento. E, incluso, desestimando determinados testimonios y considerando otros. Ahora, el juicio que podamos hacer sobre si está bien o está mal hacer política desde el Vaticano, depende del juicio que hagamos sobre la política de la Iglesia. En mi opinión, lo de Escrivá de Balaguer está mal porque yo estoy absolutamente en contra de la política que representa el Opus Dei. Por ejemplo, ¿por qué motivo la Iglesia no trabajó la causa de canonización del obispo Angelelli, cuando evidentemente es un mártir asesinado por la dictadura? La respuesta es porque la política de la Iglesia estaba en contra de la manera como Angelelli llevaba adelante el Evangelio o la Pastoral en su diócesis.”
El cuerpo de Santa Rita de Casia fue conservado en perfectas condiciones por varios siglos. Durante la ceremonia de canonización, la santa se elevó y abrió sus ojos. “Eso pertenece a la leyenda –dice Dri–. Es que la religión y el mito pertenecen a la misma matriz; es decir, la religión es mitológica, el mito es religioso, pero esto no quiere decir que sea falso. Es un tipo de construcción que pertenece al ser humano, porque alrededor de cada símbolo siempre se construyen leyendas e interpretaciones.”
Informe: Agustina White