San Antonio de Padua: por qué se celebra hoy y cuál es su historia
El día de esta religioso se celebra en la fecha de su muerte, ocurrida en el año 1231; quién fue y cuáles son sus milagros más conocidos
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El día de San Antonio de Padua se celebra todos los 13 de junio, en honor de la fecha de muerte de esta figura canonizada por la Iglesia Católica cuya vida transcurrió mayormente en el siglo XIII y estuvo surcada por milagros y una proverbial capacidad oratoria.
Quién fue San Antonio de Padua
El hombre que sería santo nació en 1195 en Lisboa, actual capital de Portugal, bajo el nombre Fernando de Bulloes y Taveira de Azevedo. Hijo de padres nobles, su vocación religiosa era fuerte, y a los 15 años ingresó en la orden de los Canónigos Regulares de San Agustín, en cuya comunidad vivió durante diez años, dos en el convento de San Vicente, fuera de las murallas de su ciudad natal, y ocho en la localidad de Coímbra.
Estos años le dieron el espacio para estudiar las ciencias humanas, bíblicas y teológicas, un privilegio que en aquella época feudal estaba reservada a los religiosos. Esta posibilidad le dio el conocimiento y la cultura por la que más tarde sería famoso, al punto de ser llamado “Arca del Testamento”, por lo versado que era en las Sagradas Escrituras y su capacidad para recitarlas de memoria.
La impresión ante las reliquias de cinco frailes franciscanos asesinados por su fe en Marruecos que fueron llevadas a Coímbra melló en su carácter, y lo llevó a ingresar en dicha orden, fundada en 1209 por San Francisco de Asís. Tenía la intención de ser un mártir de Cristo. En aquella época, muchos cristianos decidían viajar al norte de África y Medio Oriente con la intención de predicar la Biblia, en tierras donde ese culto era perseguido por las autoridades sarracenas o musulmanas. El previsible escarnio -y la probable muerte tras una larga tortura- eran parte aceptada de la experiencia, relacionada con los sufrimientos de Cristo en la cruz.
Al volverse franciscano, adoptó el nombre de Antonio, con el que lo conoce la historia, y en 1220 decidió viajar a Marruecos dispuesto a ser mártir. Sin embargo, al poco de llegar al país extranjero contrajo una fuerte enfermedad, que le impidió predicar y finalmente lo obligó a retornar a su patria.
Pero su destino era distinto a sus planes. El barco en el que debía dirigirse a Portugal naufragó, y Antonio se encontró varado en Sicilia, isla que actualmente forma parte de Italia. Esta ubicación propició un viaje a Asís, cuna de la orden a la que pertenecía. En esta ocasión pudo conocer a San Francisco, que había invitado a todos los frailes de su orden a celebrar el día de Pentecostés de 1221. Fue un encuentro cumbre entre dos de las figuras más queridas de la Iglesia, y en aquel entonces confirmó la vocación franciscana del futuro santo.
Faltaba poco para que las cualidades de este religioso llamaran la atención de sus correligionarios. Luego de visitar Asís, fue invitado al eremitorio de Montepaolo, en la región italiana de Emilia Romaña, para continuar con la práctica de la oración y vivir en dicha comunidad. En el año 1222, las designaciones sacerdotales se realizaban en el pueblo cercano de Forlí, y la casualidad ayudó a revelar la gracia de Antonio: el párroco de la congregación estaba ausente, y le pidieron a él, que era sacerdote, que se encargara de la liturgia. Entonces se reveló su proverbial talento para la oratoria, cuando deslumbró a sus compañeros con su cultura bíblica.
La simpleza con la que transmitía la palabra de Cristo lo llevó a abandonar Montepaolo y emprender los caminos del norte de Italia y Francia, llevando su mensaje religioso a diferentes pueblos y ciudades. A fines de 1223, se lo convocó a enseñar Teología en la Universidad de Bolonia, hoy la más antigua de Europa.
Esta carrera docente era un novedad entre los miembros de su orden, y fue el mismo San Francisco quien lo autorizó con una carta que llegó a nuestros días: “A fray Antonio, mi obispo, el hermano Francisco, salud. Me agrada que enseñes sagrada teología a los hermanos, con tal que, en el estudio de la misma, no apagues el espíritu de oración y devoción, como se contiene en la Regla”.
Su vasta cultura y cercanía con San Francisco también llevaron a que en 1227 fuera nombrado por este Ministro Provincial, a cargo de las congregaciones del norte de Italia. En sus viajes de trabajo a los conventos, conoce la ciudad de Padua, donde se instala entre los años 1229 y 1231, en la comunidad cercana a la iglesia Santa María Mater Domini. También es en esta localidad, asociada hoy a su nombre, donde según algunas fuentes escribió sus conocidos Sermones.
El fin de su vida estaba más cerca de lo que parecía decir su edad, y en 1231 una enfermedad lo aquejó fuertemente. En ese momento se retiró al pueblo cercano de Camposampiero, donde pasó el último período de su vida acostado bajo un nogal, en contacto con los miembros más marginados de la sociedad. Fue entonces que según la tradición se le reveló una figura de Cristo niño, razón por la cual muchos de sus retratos llevan también esta imagen.
Poco después, un 13 de junio de 1231, pidió ser llevado a Padua, pues sentía que no tardaría mucho en morir. Su juicio era cierto. Expiró ese mismo día, a las puertas de la ciudad, luego de exclamar: “Veo a mi señor”. Algunos días después, fue sepultado en la Iglesia de Santa María Mater Domini donde había predicado, y en 1281 fue trasladado a la Basílica de Padua que lleva su nombre y donde actualmente se conservan sus reliquias.
La enorme devoción que manifestaban hacia él sus correligionarios llevó a que su canonización fuera casi inmediata. El Papa Gregorio IX lo convirtió en santo el 30 de mayo de 1232, sólo 11 meses después de la muerte. La fama de su conocimiento atravesó los siglos, y en 1946 la Iglesia lo proclamó “Doctor de la Iglesia Universal”, con el título de Doctor Evangelicus.
Los milagros de San Antonio
Parte de la veneración a San Antonio surge también de los milagros que se le adjudican, que llevaron a que también se lo conociera como “El Taumaturgo” o hacedor de estas acciones consideradas divinas.
Entre sus muchos milagros se destaca lo ocurrido en el funeral de un hombre avaro en la Toscana. Sentado entre los presentes, la inspiración lo llevó a gritar que aquel hombre no debía ser enterrado de manera litúrgica, puesto que no tenía corazón. Su proclama generó un debate entre los presentes, que mandaron a llamar a los médicos para comprobar o refutar sus dichos. Al abrir el cadáver, encontraron la caja torácica hueca, y el corazón apareció luego en la caja fuerte donde el hombre guardaba su dinero.
En otra ocasión, un hombre llamado Leonardo tuvo un ataque de ira que lo llevó a patear a su madre. Arrepentido, le confesó a San Antonio su pecado, a lo que el franciscano respondió: “El pie que golpea a la madre o al padre merecería ser amputado al instante”. Entonces, Leonardo regresó a su casa y, preso del remordimiento, se amputó el pie. Cuando el religioso se enteró, acudió a la casa del hombre y, después de una oración, volvió a unir la pierna al pie amputado e hizo la señal de la cruz.
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