Un enigma impregnado de horror mantiene en vilo a Francia desde 1984: el asesinato de Grégory Villemin, de tan solo cuatro años. Su cadáver apareció flotando el 16 de octubre en el río Vologne del departamento de los Vosgos, al este del país galo. Estaba atado con sogas de pies y manos y un gorro tapaba su cabeza. Esa tarde, alrededor de las cinco, el niño jugaba en la puerta de su casa, mientras Christine, su madre, planchaba en el interior de la vivienda ubicada en la colina de un pueblo más que tranquilo.
Cuando lo llamó y el pequeño no respondió comenzó el dilema. Desesperada salió en su búsqueda, mientras cerca de allí, Michel, el tío de Grégory, recibía una llamada telefónica de una voz masculina y ronca que decía: "Maté al hijo del jefe. Lo arrojé al río Vologne, me vengué". Era la culminación de una andanada de mensajes que venían atormentando a la familia Villemin desde 1981: amenazas, insultos, silencios aterradores y hasta cartas anónimas.
Tan insistentes, que en un día llegaron a recibir 27 comunicaciones intimidatorias tales como: "Van a morir, los asesinaremos"; "él tendrá su ataúd"; "a tu esposa le va a pasar algo. Ya le tendí una trampa, no salió, si no la hubiese violado"; "a tu hijo lo veo con mis binoculares. Un día lo encontrarás estrangulado".
Jean-Marie, el padre de Grégory, atormentado por la repetición de semejante martirio, en una de las tantas respuestas que su mente pudo elaborar le contestó: "Si lo llegas a tocar, te mato". La respuesta funcionó como una especie de premonición en el caso ya que las muertes y el terror empezaron a sucederse...
Horror en serie
Esta negra y truculenta historia fue convertida por Netflix en una miniserie más que atrapante de cinco capítulos que dejan sin aliento, a través del director y guionista Gilles Marchand.
El documental cuenta con imágenes inéditas de la época y testimonios actuales de los protagonistas: la propia familia, investigadores, policías, abogados, gendarmes y periodistas, quienes lograron mantener vivas las intrigas del infanticidio hasta la actualidad.
Apenas arranca, en el film se puede escuchar la voz grabada del homicida, tenebrosa y áspera, que la familia se encargó de grabar por decenas. Luego aparece el padre sollozando por el dolor y conmueve contando que sabe quién es el asesino. "El cuervo", arriesga.
Así lo habían bautizado investigadores y medios de prensa, en alusión al personaje de la película Le Corbeau (1943) de Georges Clouzaut, llamado el Hitchcock francés, que sucede en un pueblo donde empiezan a difundirse una serie de cartas anónimas firmadas bajo el nombre "El Cuervo" que hacen circular rumores y acusaciones muy desagradables sobre sus habitantes.
La familia en la mira
A las nueve de la noche de ese 16 de octubre los bomberos hallaron el cuerpo. Grégory vestía una chaqueta celeste y no tenía signos de violencia ni hematomas, sí una marcada palidez. La autopsia arrojó que murió por asfixia por sumersión. Al otro día, su padre recibía una carta que decía: "Espero que te mueras de tristeza, jefe. Tu dinero no resucitará a tu hijo. Esta es mi venganza imbécil". El cuervo volvía a atacar de la manera más cruel.
"El culpable es parte de la familia", aseguraban los investigadores, con el capitán de la gendarmería Ettienne Sesmat como principal responsable de la pesquisa. Y entonces, los 70 parientes tuvieron que escribir de puño y letra y con ambas manos un texto que fue comparado con los que enviaba el homicida. "Omertá en el caso Grégory", titulaban los periódicos, en referencia al término mafioso del código de honor siciliano que prohíbe informar sobre las actividades delictivas que incumben a las personas implicadas.
Con motivo de la cobertura del caso, Jean Ker, el experimentado fotoperiodista de Paris Match visitó a Bernard Laroche, primo hermano de Jean-Marie, padre de la víctima. Y éste le dijo sin dudar: "Los Villemin pagaron por lo que hicieron, lástima el niño. A mí me usaron. Yo les cortaba leña, se la llevaba, y sólo me pagaban la gasolina del tractor, soy un paria para ellos". No fue todo. Para colmo, el perito que practicó la prueba caligráfica sentenció: "Creo que Laroche escribió los anónimos". Terminó arrestado como el sospechoso número uno.
Laroche se declaró inocente. Dijo que su cuñada, Murielle Bolle, de 15 años, lo había visto regresar del colegio. Ella fue interrogada. Primero ratificó la inocencia de Bernard, pero luego, ante la presión de la gendarmería dijo que su cuñado la había pasado a buscar en auto: "fuimos a un pueblo que no conocía y al rato regresó con un niño. Nos dirigimos a otro lugar, bajó y volvió solo". A cargo del expediente estaba el juez Jean-Michel Lambert, que pese a semejante testimonio, como ya era viernes prefirió dejar todo para el lunes.
Enseguida y sorprendiendo, los hermanos de Murielle convocaron a la prensa. La adolescente desmintió todo. Aseguró que involucró a su cuñado por presión de los gendarmes que la habrían amenazado con enviarla a un correccional si no le decía eso al magistrado. La gente gritaba en las calles "mátenlo". Y el papá de Grégory se mostró sorprendido de que el asesino hubiera sido su primo, pero afirmó: "Si fue él, que se haga justicia. La gente así no debe vivir".
Misteriosamente, el abogado de Laroche, Gerard Welzer, puso en marcha una estrategia para desvincularlo, apuntando directo a la madre del niño. Se presentó ante el juez afirmando que varios testigos la vieron concurrir al correo para enviar una carta al otro día del crimen, sugiriendo que había sido ella quien despachó la misiva que anunciaba la muerte del pequeño, y que por ende, el archifamoso personaje de "El cuervo" era ella.
La gendarmería fue apartada del caso por el juez Lambert, ingresando a la causa la policía judicial. Y el jefe de la Brigada Criminal recién asumido, puso más dudas sobre la madre: "El secuestro no pudo haber pasado en la puerta de la casa. ¿Cómo es eso que el chico jugaba afuera y la madre planchaba adentro? ¿No vigilaba a su hijo de cuatro años?".
Más y más muertes
El magistrado Jean-Michel Lambert era tan influenciable y con mínima experiencia, que lo llevaban para donde querían. Estaba más preocupado por salir en las revistas que por encontrar al asesino. Así las cosas, el 4 de febrero de 1985 liberó a Laroche. Y el 29 de marzo, Jean-Marie, el papá de Grégory, harto de tantos horrores de los investigadores, fue hasta la casa de su primo, lo mató de un escopetazo y fue a parar tras las rejas.
Para colmo crecían las sospechas sobre la madre de Grégory. Y resultó aún peor cuando se supo que estaba embarazada. "Lo hizo para no ir presa", repetían. "¿Bruja o mártir?" se preguntaban los medios. "El monstruo del Vologne", "la más odiada de Francia", la calificaban en el pueblo, que ya la había sentenciado culpable como muestra acabada de una fascinación por el odio y el horror que los mantenía enloquecidos y encantados a la vez.
A principios de julio el juez ordenó detener a Christine: "La noche antes de acusarla lloré", dijo Lambert como si estuviera en una novela. Sus abogados apelaron y once días más tarde recobró la libertad. Se marchó a vivir con su abuela en Petit Mont. El 1º de octubre de 1985 nació Julien. Y junto a su madre fueron tapa de Paris Match. Pese a la libertad, sentía terror de que le quitaran al niño. Deprimida, intentó suicidarse con sobredosis de tranquilizantes.
La maldición del Vologne
El Tribunal de Casación determinó que la causa estaba mal investigada, la calificó de "circo", apartó al juez Lambert y asumió Maurice Simón, respetado y hermético. Trabajó mucho pero pudo hacer poco. Hasta que sufrió un infarto y perdió la memoria. "La maldición del Vologne", auguraba la prensa.
En febrero del ’93 la justicia sentenció que no había cargos contra la madre de Grégory. Y para fines de ese año condenó a cinco años de prisión a Jean-Marie, el padre por matar a Laroche. En 2000 ambos piden reabrir el caso para buscar ADN en la estampilla de la última carta de "El Cuervo" con nulos resultados. Diecisiete años más tarde el expediente volvió a tomar impulso con la acusación de tres personas sospechadas de secuestro: la denuncia fue desestimada.
El juez Lambert, culpable principal de una pésima investigación apareció muerto en su casa de Le Mans con una bolsa de plástico en la cabeza. Dejó una carta explicando que no tenía fuerzas para seguir. Los Villemin se mudaron a las afueras de Paris y hoy tienen tres hijos.
La justicia francesa indemnizó a los padres con 70 mil Euros. Ese fue el precio que pagó por su pésimo desempeño y por no haber encontrado hasta hoy al culpable. Un valor vil.
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