La fragancia, una dimensión etérea del jardín, también se puede planificar. Algunos árboles, cuando florecen, desprenden un perfume inconfundible, masivo, que se dispersa por muchos metros a la redonda, y otros en cambio lo recluyen -y se disfrutan- cerca de la copa.
Entre los árboles con flores excepcionalmente perfumadas hay algunos nativos, como el aromo o espinillo: la Acacia caven. Su fragancia indica que la primavera se está instalando, algo que se aprecia especialmente en las sierras del centro de país, donde sus pompones dorados encienden y transforman el paisaje pardo de fin del invierno. Empieza a florecer cuando todavía no se desplegaron las hojas y tiene un solo inconveniente: sus espinas, que de todas maneras en grandes espacios no son problemáticas.
Del mismo género, aunque de aspecto más lánguido, hay otro árbol nativo perfumado: la rama negra o tusca (Acacia aroma). Se distingue por los largos pedúnculos que sostienen las inflorescencias, también pompones amarillos, y sus hojas doblemente compuestas. Florece en primavera.
Otro árbol nativo que perfuma el aire cuando florece es el Citharexylum montevidensis, la espina de bañado o tarumá, que entre octubre y noviembre despliega sus inflorescencias color crema, poco notables pero con intenso y agradable perfume. Era "el árbol" de la infancia de Guillermo Hudson. Tal era su perfume que, cuando florecía, los vecinos de otras estancias iban de visita a buscar ramitas para perfumar sus casas. Si las flores no son visualmente llamativas, sí lo son los frutos profusos y rojos que aparecen luego. Se considera nativo de la Mesopotamia y de Buenos Aires.
Entre los árboles de floraciones perfumadas cultivados en el país -pero no nativos-, se destacan los ciruelos que, entre fines de agosto y septiembre, cubren su ramaje adusto con una avalancha de pétalos blancos. A los días aún marcados por el invierno, sus flores traen un perfume sutil, medidamente dulce, que llama a las abejas que van saliendo del letargo a buscar alimento.
Otro árbol entrañable es el paraíso o Melia azedarach que, en octubre, se cubre de flores lilas y violetas antes de que las hojas terminen de desplegarse. Suelen ser muy mal podados y por eso es frecuente que tengan fea forma y estén atacados por caries de la madera, a la que son muy susceptibles. Pero hay que verlos y sentir su fragancia en primavera para entender por qué se los llama paraísos. Las complejas florcitas llenan el aire de perfume, con una lejana semejanza al de las lilas.
Los ligustros también son controvertidos. Son invasivos a tal punto que es difícil erradicarlos y su control es problemático en zonas protegidas, como por ejemplo la Reserva de Otamendi donde forman montes. Su amplia capacidad reproductiva, su asociación con los pájaros, donde el traslado de semillas se trueca por el alimento de los carnosos frutos, los hace peligrosos para los ecosistemas. Es posible que no sean árboles para plantar, pero de todas maneras se pueden disfrutar las flores de los que encontramos al paso. Entre noviembre y diciembre, especialmente durante las tardes y las noches, sus pequeñas flores blancas desprenden una fragancia voluptuosa que literalmente llena el aire.
En el punto en que la primavera se va transformando en verano -antes de que éste entre formalmente en el calendario- florecen los tilos y su perfume característico se percibe a cuadras de distancia cuando lo lleva el viento. Sus inflorescencias tienen adosada una bráctea que hace de ala. Cuando se forman los frutos -que no se abren espontáneamente, o lo que es lo mismo, son indehiscentes- se desprende el conjunto, pedúnculo y bráctea incluidos, formando un complejo aparato de vuelo. El más cultivado en el país es Tilia x moltkei, un híbrido entre T. americana y T. petiolaris. Para la misma época florece un lujo antiguo: las magnolias (Magnolia grandiflora), con sus enormes flores de intenso aroma alimonado.
Hacia fin de año también comienzan a florecer las acacias de Constantinopla (Albizia julibrissin), un árbol muy valioso para proporcionar sombra rápida dada la forma de su copa extendida, por lo que es muy utilizado en lugares para estacionar. El perfume joven y dulce de sus flores no se expande cientos de metros por el aire como el de otras especies, pero es una delicia para percibir de cerca.
Los azahares de los citrus tienen un perfume especialísimo, que llena de energía y es más intenso hacia el atardecer y la noche, cuando puede sentirse de lejos. Naranjos, mandarinos, limoneros, en general los cítricos son plantas muy generosas en flores perfumadas. Los pétalos gruesos, con glándulas que producen aceites esenciales (se pueden ver a trasluz) son utilizados en perfumería.
El níspero o Eriobotrya japonica de grandes hojas coriáceas produce, en otoño, inflorescencias piramidales en las que cada florcita blanca y muy perfumada parece estar abrigada por un cáliz afelpado. Y si de climas tropicales hablamos, hay dos arbolitos que no deberían faltar en los jardines. Uno es la Plumeria rubra, que hasta se puede ver en algún jardín protegido en Buenos Aires, con sus flores de pétalos torzados y su perfume a trópico. Florece en tandas lo que dura el tiempo cálido. Y otro es la Dombeya wallichii, amada por las abejas, que en Buenos Aires y a buen reparo, florece en pleno invierno. Hay que acercarse un poco para sentir el rico y extraño perfume con algo de manteca y un dejo dulce.
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