Indomable. Así es la princesa Ana. Jamás, en sus 70 años, permitió que alguien más gobernase su vida. Ni siquiera apuntándole con un arma en la cabeza, durante un intento de secuestro en 1974, lograron quebrar su voluntad. Para muchos, Ana es "la mejor reina que los británicos jamás tendrán". Esta teoría se refuerza con una definición que hizo Felipe de Edimburgo acerca de su hija: "Es valiente, pragmática, brillante e independiente". Además, aseguran que más de una vez lamentó en su círculo íntimo "tristemente, que ninguno de los chicos esté a su altura". De su padre heredó el sentido del humor y la capacidad para decir, espontáneamente, todo lo que pasa por su cabeza.
Si bien ocupa la decimocuarta posición en la línea de sucesión al trono –fue corrida por sus hermanos, hijos y nietos–, para el inconsciente colectivo inglés Ana es "la royal que más trabaja", con más de quinientas presentaciones públicas al año (aunque en 2019 su hermano Carlos la superó por tan sólo quince actos).
Ana heredó el temple de su madre. Hay un suceso definitivo en su vida que refleja su frialdad a la hora de tomar decisiones. El 20 de marzo de 1974, a doscientos metros de Buckingham, un automóvil se cruzó delante de su Rolls-Royce. Del vehículo bajó un joven que llevaba una pistola en cada mano. Acertó tres disparos en el custodio de la princesa (detective Jim Beaton, de Scotland Yard, equipo especial SO14, entrenados especialmente para defender a los royals) y también hirió gravemente al chofer. Abrió la puerta donde estaba Ana, le apuntó en la cabeza y mientras tiraba de su brazo para hacerla bajar del Rolls le dijo: "Quiero que venga conmigo un par de días… y quiero dos millones (de libras). ¿Le importa salir del coche?". Luego se supo que el delincuente padecía de esquizofrenia. Sin moverse de su asiento, la princesa contestó: "No es probable (la expresión que usó fue "not bloody likely")… ¡y no tengo dos millones de libras!". Un ex boxeador que pasaba por ahí redujo al secuestrador a las trompadas, lo que Isabel II agradeció con dos gestos contundentes: le entregó la Medalla de Jorge y pagó la hipoteca de su casa.
Ana visitó a los heridos en el hospital y lamentó la rajadura de su vestido: "Estaba furiosa con este hombre que mantuvo un tira y afloja conmigo. Agarró mi vestido, uno azul, mi favorito, que yo misma había hecho especialmente para mi luna de miel… Perdí mi trapo", dijo.
ÍCONO DE ESTILO
Viste como quiere. Llegó a la tapa de Vogue en los años 70, cuando alcanzar la portada de "la biblia de la moda" era un privilegio reservado para las modelos. Ostenta el extraño récord de ser la primera princesa en usar minifalda. Prácticamente no compra ropa. Es presidenta de la Asociación de Moda y Textil del Reino Unido y, según ha confesado, "rara vez compro algo que no haya sido fabricado en el Reino Unido". Tiene debilidad por el Harris tweed, el tejido centenario escocés, la única tela con denominación de origen en el mundo.
Ana comenzó a reciclar sus trajes cuando la austeridad no estaba de moda entre royals. Tiene prendas que le duraron más de cuatro décadas, lo que hace que su estilo pueda definirse como "atemporal". En febrero de 2020 asistió a la Semana de la Moda de Londres por primera vez para entregar un premio. Apareció con un traje de sastre color esmeralda que había usado en más de una oportunidad, aunque todas las crónicas hicieron foco en que llegó en metro. Edward Enninful, editor del Vogue británico, no tiene dudas: "Ana es un verdadero ícono de estilo y comenzó a involucrarse con la moda sostenible antes de que el resto de nosotros supiera lo que eso significaba".
Prefiere los zapatos cómo dos antes que los tacos altos. Y desde hace varias décadas usa el mismo peinado. Ana no vio The Crown, pero sabe que en la ficción es representada por la actriz Erin Doherty. "El otro día leí un artículo donde quien hace de mí hablaba sobre cuánto tiempo les lleva peinarla como yo me peino. Y yo pensaba: ¿Cómo es posible que tarden tanto? O sea, yo lo hago en 10 o 15 minutos", contó asombrada.
LOS AMORES DE ANA
El gran amor de la princesa, su verdadera pasión, son los caballos. Alguna vez dijo su padre, Felipe de Edimburgo: "Si algo no come heno, no le interesa". No es casualidad que Ana haya conocido a los hombres que marcaron su vida en caballerizas, pistas de equitación o alrededor de una cancha de polo.
Una de las tramas principales de The Crown, en su tercera temporada, es la relación entre la princesa Ana y su primer novio, un oficial de la armada llamado Andrew Parker Bowles, compañero de equipo de polo del príncipe Carlos. Mantuvieron un romance breve pero muy intenso. Sin embargo, al mismo tiempo que seducía a Ana, Parker Bowles mantenía una relación "más formal" con Camilla Shand, quien luego se convertiría en su mujer y adoptaría el nombre con el que la conocería el mundo: Camilla Parker Bowles.
Aquí se desprende un nuevo hilo narrativo, una trama más conocida por el público: mientras alentaba a su flamante marido en las canchas de polo, Camilla se enamoró del príncipe Carlos y fue su amante durante los quince años que duró su matrimonio con la princesa Diana. Contra todos los pronósticos, la historia de amor entre el heredero del trono y su amante cerró con broche de oro en 2005, con boda y celebración oficial. En definitiva, hoy Ana tiene como cuñada a la mujer que le disputó a su primer amor. Sin embargo, mantiene una gran amistad con Andrew Parker Bowles, a tal punto que lo eligió como padrino de su hija, Zara Phillips.
Ana conoció a su primer marido en una exposición de caballos, en 1968. El capitán Marc Phillips (71) era un jinete experto, que despertaba una enorme admiración entre los amantes de la equitación. A su lado, la princesa alcanzó sus mejores marcas deportivas: en 1971 ganó el circuito europeo de salto (la BBC la eligió como "personalidad deportiva del año") y en 1976, en Montreal, se convirtió en la primera integrante de la familia real en competir en los Juegos Olímpicos. Marc Phillips, por su parte, se había alzado con una medalla de oro en Múnich 72.
Se casaron el 14 de noviembre de 1973 en la Abadía de Westminster. La ceremonia fue televisada para todo el mundo. Entonces Diana Spencer no estaba en el mapa de los Windsor y Ana era la royal más admirada en Gran Bretaña: gozaba de una popularidad incluso mayor a la de su madre. Tuvieron dos hijos, Peter (42) y Zara (39). En un acto de rebeldía que aún hoy sorprende, Ana rechazó los títulos que Isabel II ofreció para sus hijos. Tampoco aceptó que recibiesen el tratamiento de "Su Alteza Real". Hace meses, en una entrevista con Vanity Fair, la princesa ratificó su decisión: "Creo que era más cómodo para ellos, y también creo que la mayoría de la gente estará de acuerdo en que los títulos no conllevan sólo ventajas. Así que creo que hice lo correcto", dijo.
El legado que recibió Zara de sus padres fue la pasión por los caballos. Uno de los momentos más emocionantes en la vida de Ana es cuando le colocó la medalla de plata a su hija, en los Juegos Olímpicos de Londres, tras obtener el segundo puesto en el Concurso Completo de Equitación por Equipos.
SU "MOMENTO TABLOIDE"
El matrimonio entre la princesa y el capitán duró dieciocho años, mucho más que la felicidad de la pareja y su vida de casados. Pero el divorcio no era opción en palacio. Vivieron rodeados por rumores de infidelidades. Finalmente, en 1985, su historia de amor comenzó a escribirse con letras de escándalo: Mark Phillips tuvo una hija extramatrimonial con una profesora de arte neozelandesa, aunque esperó hasta conocer el resultado de las pruebas de ADN para reconocer a la niña y darle su apellido. Desde 1991, es oficial: Zara y Peter Phillips tienen una medio hermana en Auckland, llamada Felicity Tonkin Phillips.
Durante años, Ana libró una feroz batalla intramuros por su independencia. En febrero de 1989 logró que la Casa Real emitiese un breve comunicado anunciando el final de su matrimonio: "Su alteza real, la princesa Ana, y su esposo el capitán Mark Phillips han decidido separarse en términos acordados entre ellos mismos. No hay planes para un futuro divorcio", decía. Pero no le permitían romper el vínculo legal que los unía como "marido y mujer".
La princesa real rehízo su vida en la clandestinidad. Primero se la relacionó con un escolta, Peter Cross, y luego con el actor Anthony Andrews. Nadie sabía con precisión sobre su intimidad hasta 1988, cuando cuatro cartas robadas de su escritorio en Buckingham aparecieron en la redacción de The Sun. El tabloide no las publicó, las entregó a Scotland Yard, pero de alguna manera todos en Inglaterra supieron que la princesa, pese a estar casada, tenía un candidato que le escribía las esquelas más románticas. La identidad del autor pronto trascendió al público: se trataba de un oficial de marina llamado Timothy Lawrence, primero caballerizo y luego edecán de la reina Isabel II, cuatro años más joven que la princesa, a quien solía frecuentar en concursos de equitación.
Ana también aportó su "granito de arena" para que 1992 fuese el "Annus Horribilis" de su madre. Tras mucho cabildeo, cuatro años después del escándalo de las cartas, cuando el mundo sabía que su matrimonio era apenas un papel firmado, la princesa –con la venia de palacio– se divorció de Mark Phillips. Aquella primera ruptura en Buckingham allanó el camino para que sus hermanos, los príncipes Carlos y Andrés, también terminasen sus matrimonios poco más tarde. Ese mismo año, el 12 de diciembre, Ana y Tim se casaron en una ceremonia celebrada por la Iglesia de Escocia, que permite el matrimonio para divorciados, frente a toda la familia real. Aún hoy siguen juntos. Mark Phillips, por su parte, volvió a casarse y tuvo una nueva hija a la que llamó Stephanie. Luego dejó a su segunda mujer para irse con una amazona norteamericana mucho menor.
"NO INTENTEN REINVENTAR LA RUEDA"
Ana es miembro activo de sesenta y cinco organizaciones militares. Tras el Megxit "heredó" también el título de capitán general de la Marina Real Británica que dejó vacante Harry, su sobrino, en su intempestiva salida de Inglaterra. Es la primera mujer en la historia inglesa en ocupar semejante posición.
En su entrevista para Vanity Fair, la princesa Ana habló de compromiso y tradiciones. Fue entonces cuando disparó una definición que muchos interpretaron que estaba dirigida a Harry y Meghan, los duques de Sussex: "Al día de hoy, todo el mundo quiere hacer las cosas de una forma distinta y yo he llegado a un punto en el que sólo pienso: ‘Por favor, no intenten reinventar la rueda’. Ya hemos pasado por esto, algunas cosas no funcionan. A lo mejor deberían volver a lo básico (…). Creo que la nueva generación probablemente no entiende lo que yo hacía en el pasado y lo a menudo que lo hacía. Lo cierto es que rara vez miramos atrás, a quienes nos precedieron, para ver lo que hicieron o en qué dirección fueron", dijo. A buen entendedor, pocas palabras.
LOS 70 EN PANDEMIA
Ana dice que se siente "bastante inútil" encerrada en su casa de Gatcombe Park, en el noroeste de Londres, rodeada por 300 hectáreas, que recibió como regalo de Isabel II por su primera boda. Allí organiza, cada verano, el Festival of British Eventing. Se trata de una fiesta campestre dedicada a la familia que tiene como acto central un concurso de equitación. En Gatcombe es donde los fotógrafos suelen captar las imágenes más familiares de la princesa, corriendo detrás de sus cuatro nietos: Isla (8) y Savannah (9) Phillips, hijos de Peter; y Mia (6) y Lena (2) Tindall, hijos de Zara.
Durante el confinamiento, Ana aprendió a lidiar con la tecnología. Incluso, hay un video en el que le enseña a su madre a usar Zoom. Sin embargo, prefiere la vida al aire libre: "Me cuesta mucho entender por qué la gente se queda atrapada por las pantallas y los aparatitos. De verdad, la vida es muy corta. Hay cosas más interesantes que hacer. Supongo que esto me pone a la altura de los dinosaurios". Luego aclara, por si hace falta, que no es ella quien escribe en sus redes sociales.
Para celebrar sus 70 años, la Casa Real ordenó a la escultora inglesa Frances Segelman hacer un busto de la princesa. Ana fue tres veces a su atelier y posó una hora en cada oportunidad. Pero se negó rotundamente a quedar inmortalizada con una tiara en la cabeza. "No es necesario, no quiero verme así", se excusó amablemente.
Ana no ve cerca el retiro. Dice que tiene buenos ejemplos para no abandonar la vida pública: sus padres siguen activos con más de 90.
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