Por qué muchos insultos tienen como protagonistas a las mujeres y qué hacer al respecto
"Para hacer eso hay que tener huevos", dije y me frené. No, no tengo huevos, tengo ovarios. "El ovario también es un huevo por lo ovalado, ¿o no? ¡Nosotras también tenemos huevos!", me respondió mi prima. Ahí nomás nos pusimos a pensar en nuestro idioma y dónde y cómo estamos representadas las mujeres en los insultos.
Como toda feminista me encuentro con muchos conflictos a la hora de insultar y es un problemón porque me encanta la puteada para descargar, así que con esta nota busco desarmar la cuestión de la manera más prolija, adecuada y fundamentada que pueda porque, a vuelo de pájaro, la respuesta a la pregunta de dónde y cómo estamos representadas las mujeres en nuestros insultos es clara: en el peor de los lugares.
Hijo de puta, la concha de tu madre, la concha de tu hermana y la concha de la lora, la puta que te parió, puto, chupame la pija, traga leche, hijo de un camión de putas, trolo. Y podría seguir pero creo que quedó claro.
Así como sucedió con lo del colectivo, aclararé que entiendo que hay muchísimas cosas en las que ponerse a trabajar antes que en pensar en nuestro idioma y cómo nos comunicamos pero, a su vez, creo que no hay nada más importante que nuestras ideas y ellas, todas, se forman con palabras.
Poema al patriarcado
La profesora de español y traductora, Tamara Mathov, se refiere al tema: "Muchas personas repiten que da lo mismo nombrar las cosas de una manera u otra, incluso algunos argumentan que estos debates desvían la atención de los problemas ´reales´. Pero a nadie le sorprende que las empresas inviertan millones en el nombre o el eslogan perfecto. El mercado entendió el poder del nombre, pero como sociedad continuamos negándolo".
¿Pero qué significan estas (no) inocentes expresiones? Para algunas referencias y significados hablé con el historiador Felipe Pigna que me explicó alguno de estos insultos que, sostiene, vienen del castellano y del español clásico. "Algunos tienen una profunda raíz machista y clasista. Por ejemplo hijo de puta, descalifica a una persona frente a la proclamada dificultad de identificar al padre dado el oficio de la madre. Es un ´poema´ al patriarcado. Alguien que no tiene padre está condenado a una vida desgraciada, al no reconocimiento. Algo similar sucede con la concha de tu madre, aludiendo a una supuesta promiscuidad y maldiciendo desde el origen a la persona. Es distinto el caso de la concha de tu hermana que tiene un obvio tufillo violatorio", explica el historiador.
Por su parte, Mathov agrega: "Insultamos refiriéndonos a todo aquello que no pertenece a la esfera de lo humano (burro, ganso, potus), que nos da vergüenza porque muestra nuestra animalidad (mierda, sorete), y, finalmente, a todo lo que no responde al humano hegemónico, que siempre es hombre adulto, blanco y heterosexual. Acá entra la segregación de minorías: los inmigrantes, las clases populares, las personas con discapacidad, y finalmente las mujeres, o, mejor dicho, lo feminizado, porque incluso los insultos que parecen sólo sexuales refieren a la penetración y al falo: forro, malcogido, chupámela. Una lógica de poder activo-pasivo, donde lo pasivo es siempre femenino. En el fútbol, por ejemplo, se dice "nos los cogemos" y entonces resulta evidente que el problema están en ser pasivo y penetrado".
El extraño filtro
A su vez, la traductora Carolina Travesaro, con quien ya había charlado sobre el idioma y la importancia o no de su modificación a medida que la cultura también se transforma, entiende que: "La única razón por la cual esto sucede es obviamente por el machismo que prevalece en la sociedad en general, y en nuestra sociedad (Argentina) en particular, no tiene otro motivo más que ese. La homofobia y la misoginia están presentes en todo el lenguaje y en todos los ámbitos a tal punto que quienes no compartimos esos valores nos vemos varias veces repitiendo cosas que no tienen que ver con lo que pensamos".
Es cierto también que la puteada es la forma más naturalizada de comunicarnos, quejarnos o exteriorizar sensaciones fuertes. Digo, cuando gritamos "hijo de puta", no estamos particularmente criticando a la madre de quien recibe el insulto, pero aún así, la madre está ahí, presente y no sólo aparece sino que es, a su vez, la culpable de que ese sujeto en cuestión, exista. "Por un lado es difícil desarraigar ciertos insultos porque tienen un impacto ilocucionario difícil de lograr con otras palabras, y realmente creo genuino el argumento de que no se está buscando agredir a la mujer en sí, pero si no se comienza a condenar esas expresiones, van a permanecer fosilizadas y el cambio que buscamos empujar no va a ser visible. No niego que va a ser difícil porque la sociedad argentina todavía está muy enraizada en la heteronorma", sostiene Traversaro.
"Los insultos sexistas están completamente naturalizados, los decimos casi sin darnos cuenta, de hecho, hay más consenso en que es incorrecto decir ´negro´ o ´mogolico´ que decir ´puta´", comenta Mathov y agrega: "Sin ir más lejos, aunque existen, el fútbol censura los insultos xenófobos pero naturaliza los homofóbicos. Muchas veces a la palabra ´negro´ le sigue una aclaración desafortunada ´de alma´, porque el hablante registra un problema en el insulto y pone en evidencia que la palabra no es una etiqueta cualquiera, sino que la elige a pesar de sus implicancias. Sin embargo, insultos como ´hijo/a de puta´ pasan con naturalidad en casi cualquier contexto de habla informal".
Con tu madre sí, pero jamás con tus muertos
Hay algo que aseguran lingüistas y quienes trabajan con el idioma y es que el machismo en el español no es principalmente por su contenido sino más bien por su uso. "Susana Guerrero Salazar (Profesora de Lengua en la Universidad de Málaga y presidenta de la Asociación de Estudios Históricos sobre la Mujer) dice: ´La lengua española no es machista, como no es racista, ni homófoba. Es el uso que hacemos de ella lo que determina el carácter del discurso. Es una herramienta y, como tal, podemos utilizarla bien o no. Por tanto, reflexionar sobre la lengua desde la perspectiva de género sirve para aprender a evitar los usos sexista", nos explica Traversaro.
Pero si hay mucha resistencia a cambiar el idioma, imaginemos a algo tan arraigado y que se escupe en momentos de ira como la puteada, tan clásica, tan nuestra, tan típica de los propios inmigrantes europeos. "No hay entre nosotros insultos de la calidad de los italianos o los españoles que se meten con los muertos de cada uno, ´me cago en tus muertos´ o ´mortacci tuoi´ por ejemplo, somos más machistas en eso", sostiene Pigna.
¿Hay salida?
Con todo este panorama, me surge una pregunta: ¿es el feminismo quien logrará que estas expresiones tan naturalizadas, cambien? Pigna cree que hay avances y que habrá cambios aunque no a corto plazo, "creo que el idioma es una de las bases de la cultura y por eso es más lento, pero aún así me parece que todo se modificará porque tiene a eso".
Por su parte, Mathov, más esperanzada, entiende que muchas veces usamos las palabras como si fueran etiquetas inofensivas, pero que "de a poco somos más los que nos preocupamos por lo que decimos y cómo lo decimos. Al principio puede parecer artificial y nos arrepentirnos a media palabra, entonces en vez de decir ´la puta madre´ balbuceamos alguna cosa como ´la pu-mierda´, pero a la larga podemos deshacernos de palabras que perpetúan cosmovisiones anacrónicas".
Al respecto, Carolina Travesaro también cree que el cambio sucederá tarde o temprano, pero le da más poder a las modificaciones que suceden casi de manera natural. "Aunque el Diccionario de la Real Academia Española hizo desaparecer algunas de las acepciones machistas más denostadas en su última edición, todavía hay muchísimas referencias sexistas y palabras discriminatorias. Guerrero Salazar, igual que otros expertos en lengua, defiende que la solución para terminar con este problema no es eliminarlas de golpe del diccionario: ´los cambios lingüísticos no deben obedecer a imposiciones, sino a la marcha natural de las lenguas vivas que, como tales, se adaptan a los cambios sociales. Por ello, han surgido tantas feminizaciones (bombera, arquitecta, médica, etc.), cambios de significados en las palabras (alcaldesa ya no es la mujer del alcalde, ni jueza la mujer del juez) que dan cuenta de la nueva manera en que estamos las mujeres en la sociedad. Pero si zorra se emplea con un significado despectivo, el diccionario no puede obviarlo, aunque debería poner una marca en la palabra que indique su uso despectivo. Otra cosa son las acepciones que se mantienen y que ya están desfasadas. Esas sí que deberían suprimirse".
Insultar es parte de nuestra cultura y manera de comunicarnos, la costumbre nos tira abajo a muchísimas feministas cantidades de ideas que sostenemos y militamos diariamente. Entendiendo que en esta sociedad, la palabra puta significa mujer que disfruta de su sexualidad, cuando te escuchás diciéndolo como un insulto, sucede un pequeño cortocircuito. Pero frenar, corregir, entender de dónde viene, por qué decimos lo que decimos, es una manera de cuestionar no sólo cómo hablamos sino lo que odiamos, lo que nos produce, en el fondo y aunque sea inconsciente, asco. El insulto es, en general, peyorativo y son esas palabras claves, en este caso, para entender el estatus social de los géneros.
"En un momento en el que el debate feminista prevalece, es importante reivindicar que el lenguaje evolucione y deje en desuso las palabras que alimentan las diferencias entre hombres y mujeres. Si el diccionario es un reflejo de la realidad y del lenguaje de sus hablantes, podemos empezar por ´tener ovarios´, usar ´zorra´ para destacar lo inteligente que es una mujer sin importar con quién se acueste o desafiar el ingenio e inventar una correspondencia femenina para palabras que no la tienen, como hombría o caballerosidad", finaliza Travesaro.
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