Cuarentena. Permitirse no hacer nada. ¿Una misión imposible?
Leer un libro por día, hacer yoga todas las mañanas, tomar todos los cursos online que siempre quisimos... El imperativo de productividad reina en el aire y, en plena pandemia, parece imposible darse permiso para no hacer nada y hasta aburrirse. Numerosos posteos desde cuentas de salud mental, influencers e incluso figuras feministas proclaman por estos días que esto no se trata de un concurso de productividad. "Mucho se está hablando en estos días del impacto que el confinamiento obligatorio tendrá sobre la economía. Pero también puede resultar legítimo preguntarnos si el distanciamiento social y la interrupción generalizada de actividades repercutirán de alguna manera sobre la relación que mantenemos con algo tan o más importante: el tiempo. Extrañamos la rutina laboral presencial, pasamos horas en las redes sociales, organizamos rutinas de ejercicio físico y hasta cantamos en los balcones. Nos cuesta aceptar aquello que llamamos no hacer nada", explica Hernán Dalessio, profesor de la Licenciatura en Gestión de Medios y Entretenimiento de UADE.
Y es que no hacer nada, algo que parece ir contra la ética laboral actual, pareciera el trabajo más costoso. Sobre todo cuando consideramos que la actividad, ya sea en formato de empleo o de producción creativa/artística, es algo que aparte de ingresos se ha vuelto un demarcador identitario, de estatus social y hasta de reconocimiento público.
¿Manuales para aprender a no hacer nada? A esto hemos llegado, aunque pueda parecer absurdo. Ante el imperativo productivo de época y la dificultad para que no nos carcoma la culpa ante no estar haciendo algo, escritores, filósofos y figuras públicas reflexionan sobre la necesidad de vaciar nuestras agendas –y cerebros– como nueva estrategia de supervivencia del siglo XXI.
Jenny Odell, autora del libro How to do nothing: resisting the attention economy publicado el año pasado, sugiere algo todavía más controversial que no hacer nada: pensar esta inactividad como una forma de autocuidado. ¿Activismo del "hacer nada"? "En una situación en la que cada momento se ha vuelto pertinente para sobrevivir, e incluso cuando estamos dedicados al ocio estamos bajo evaluación numérica vía likes en FB e IG, constantemente chequeando nuestra performance, monitoreando el desarrollo de nuestra marca personal, el tiempo se vuelve un recurso económico que no podemos justificar sea gastado en nada. Es una inversión sin retorno. Es simplemente muy costoso", dispara Odell.
Un tema recurrente
Otros títulos y autores que hacen foco en lo mismo a través de diversas estrategias de recorte y detox digital, minimalismo existencial o contemplación según el caso son Claudia Hammond con "The Art of Rest, How to Find Respite in the Modern Age", Cal Newport con "Digital Minimalism" o Anne Helen Petersen, quien escribió el viralizado artículo de Buzzfeed "Cómo los millennials se convirtieron en la generación del burnout", con su futuro libro Can’t Even: How Millennials Became the Burnout Generation.
Otro gran tema que surge en relación al uso del tiempo, el ocio y la productividad en cuarentena, es entender cómo impactan las lógicas del "hacer" (y "ser") según el género. ¿Se espera lo mismo de las mujeres que de los hombres en este período? ¿Cómo las actuales consideraciones sobre lo que es trabajo productivo dejan afuera tareas esenciales de cuidado y protección?
"Sin dudas uno de los fenómenos que más sobresale en el contexto de esta pandemia es la crisis de cuidados que existía previamente a esta situación de emergencia, pero que se ve agudizada por la necesidad de compatibilizar en el mismo espacio físico el trabajo reproductivo y de cuidados de forma superpuesta. La diferenciación entre vida/trabajo productivo que ya estaba bastante desdibujada, se ve completamente desdibujada y ninguna de las dos exigencias se ve disminuida, sino que es necesario cumplir con todas las exigencias como si nada sucediera. Y dado que las tareas de cuidados en Argentina, y el mundo, se encuentran distribuidas de modo desproporcionado, recayendo más sobre las mujeres, es evidente que este contexto las sobrecarga aún más", aporta Danila Suárez Tomé, doctora en Filosofía y parte de Economía Feminista.
Esto sin olvidar la gran cantidad de hogares monomarentales que existen en donde hay una cantidad inmensa de mujeres que crían solas y sostienen económicamente su hogar al mismo tiempo. Además a todo esto se le suman los usuales mandatos sobre el físico y la belleza hegemónica que parecieran traccionar aún más ante la aparente disponibilidad de tiempo en cuarentena, cuando la comida se vuelve uno de los principales gratificadores (una de las consecuencias lógicas del encierro es el aumento de masa corporal): "Hacé ejercicio, no engordes, bajá de peso, cuidate". Las mujeres sienten una exigencia adicional.
¿Y qué decir del siempre omnipresente Netflix? "Si bien nos quejamos siempre de no tener tiempo, cuando al final podemos obtenerlo, no sabemos qué hacer con él. Creo que esto tiene mucho que ver con que el tiempo de ocio se vio cooptado por la industria del entretenimiento. Con lo cual todo el tiempo que disponemos a la no productividad en nuestras vidas cotidianas, lo llenamos con consumos del mercado del entretenimiento. Esto no es tiempo de ocio, sino tiempo de consumo. No incentiva la creatividad o la reflexión, sino el mercado de consumo", agrega Tomé.
¿Acaso lo más disruptivo que podemos hacer hoy sea precisamente valorar esos espacios de hacer nada tanto como los productivos? "Mucho más osado es hacer una enérgica defensa del no hacer nada, pero nada en serio– sugiere Valentín Muro, filósofo y autor del newsletter Cómo funcionan las cosas (comofuncionanlascos.as)–. Echarse a mirar una serie, sin tener prendida esa parte del cerebro que lo registra todo en vistas de algo más, leer un libro sin prestar mucha atención, armar un rompecabezas o prenderse un cigarrillo en el balcón a escuchar los aplausos cada noche a las nueve. Pero en un contexto en el que cada día es una aventura nueva hacia lo desconocido, en tanto no tenemos ejemplos de una emergencia sanitaria global en un mundo hiperconectado de la dimensión que ahora enfrentamos, quizá sea bueno también darse el espacio para cuestionar las prioridades", concluye.
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