Pensamientos tóxicos: por qué es necesario “bajarle el volumen” a esas ideas negativas
Existen pequeñas acciones que se pueden realizar en el día a día con el fin de restarle atención a los pensamientos que echan raíces en la mente transformándose en creencias
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Hoy quiero invitarte a reflexionar sobre los pensamientos tóxicos y los pensamientos nutritivos. Muchas personas creen que, cuando los pensamientos aparecen, no tenemos control sobre ellos. Es como si la mente se convirtiera en un volcán.
Se sabe que los pensamientos que se repiten echan raíces en la mente transformándose en creencias. Se trata de “creencias nucleares”, verdades que se hacen realidad como una profecía autocumplida. Este tipo de pensamientos repetitivos se lexicalizan en frases tales como: “No puedo”, “Ya estoy grande”, “Es muy difícil”, “No lo voy a lograr”.
Surgen constante y espontáneamente, sea que lo queramos o no, y se terminan instalando como creencias. Dichas creencias comienzan a dispararse, a modo de flechas, como ideas que aparecen automáticamente. La persona está haciendo algo y, de repente, tiene este pensamiento: “Eso es imposible para mí”, o, “Nadie me ayuda y la soledad duele”.
Los pensamientos automáticos, a su vez, generan emociones y conductas que tenemos la sensación de que nos controlan.
¿Qué podemos hacer al respecto?
Cuando aparece un pensamiento automático, preguntarnos: “¿Esto es verdad? ¿Qué fundamentos tiene esta creencia? ¿De dónde vino este pensamiento?”. ¿Es útil para mí, para mi pareja, para mis hijos?”. Es decir, generar una especie de debate socrático donde nos cuestionamos esas ideas que consideramos verdades absolutas.
En la mayoría de los casos, intentamos luchar contra los pensamientos tóxicos y lo único que logramos es que, por la fuerza de la ansiedad que disparan esos automatismos, estos se instalen aún con mayor intensidad.
Lo aconsejable es dejar de buscar el interruptor para apagar esos pensamientos que nos torturan y, en lugar de eso, probar bajarles el volumen. ¿Qué implica esto? Fundamentalmente no luchar contra ellos, sino simplemente dedicarnos a realizar alguna actividad: preparar un café o un mate, doblar la ropa, leer o mirar una película, limpiar, chequear las redes sociales, etc.
Esta es una forma práctica de disminuir, al menos un poco, el volumen a esos pensamientos que, por repetición, se nos instalan como automáticos. Las pequeñas acciones harán que esas ideas vayan perdiendo fuerza.
Y luego, deberíamos escoger voluntariamente tener pensamientos nutritivos. Es decir, que nos hagan bien a nosotros y a los demás. “Lo justo, lo bueno, lo puro, lo honesto”, decía el gran apóstol Pablo, “en esto pensad”.
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