Existen pocas cosas más placenteras que el instante en el que abrimos una bebida bien helada y a acá te contamos cómo se hacen las populares latitas.
Por Cecilia Acuña
El futuro quizás nos depare una heladera repleta de latas de aluminio y no solo de gaseosas y cervezas, tal vez en presentaciones de litro y medio. Se trata de un metal que puede reciclarse en forma indefinida a partir de los restos derivados de su utilización en diferentes procesos industriales, como la fabricación de las latitas, que consumimos desde hace décadas y que se encuentran entre los envases más sustentables del mundo.
Hablamos de una calidad muy específica de aluminio que permite contener refrescos sin contaminarlos en el tiempo. Ball, la compañía internacional líder en esta industria, tiene una enorme planta instalada en el Parque Industrial de Burzaco, pero trae las bobinas de dicho metal del exterior.
El itinerario de una lata comienza con el debobinado de los dos kilómetros de aluminio que vienen en cada rollo. Cada una de las etapas del proceso incluirá lubricantes para evitar que el metal se quiebre. Una vez extendido, se prepara para enfrentar la fuerza de 150 toneladas de una prensa que trabaja las 24 horas los 365 días del año. Con cada subida y bajada, la prensa golpea, corta la lámina y genera un copo que es el origen de la lata. El copo tiene un diámetro y un espesor mayor al de la lata final, porque luego atraviesa un proceso de estirado con prensas horizontales que trabajan con cerca de 120 litros de aceite por minuto que se dedican a extender el material y a formar el característico fondo.
A través de un complejo sistema de cintas transportadoras, las latas pasan por un suelo subterráneo hacia una lavadora industrial que aplica agua y productos químicos para dejar el producto listo para su posterior etapa de pintura, con el diseño propio de cada marca que se aplica como un esténcil. Una de las instancias críticas del proceso de fabricación es la aplicación de un barniz interno, inocuo y sanitario que evita que las bebidas corroan el aluminio.
Recién al final se forma el cuello con su correspondiente pestaña. Las latas se venden con las tapas –que se traen desde Brasil– por separado y se empacan en pallets de plástico. Un minucioso control de calidad evita anomalías en cada una de las 2.000 latas que se fabrican por minuto.
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