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Estaba perdido, deambulaba sin rumbo en una de las principales avenidas de la ciudad de Córdoba capital. Era cachorro, sus patas y sus dientes hablaban de su edad pero también de un pasado en la calle. Hasta ese momento, sobrevivía -como podía- con lo que le daban de comer en dos estaciones de servicio.
“Mi marido fue a cargar nafta y ahí lo vio. Pensó que tenía altas probabilidades de ser atropellado. Así que lo subió al auto. Pero, en cuanto lo puso en marcha, el perro se tiró por la ventana. Lo volvió a subir y esta vez se aseguró de que no pudiera escapar. Así llegaron los dos al negocio que teníamos en ese momento”, recuerda Luciana Bonzón.
“Ya está, dejalo que se quede”
En cuanto pudieron mirarlo con detalle, advirtieron que el animal estaba lastimado y parecía enfermo. Lo llevaron de inmediato al veterinario, quien constató que el perro tenía fiebre y cursaba un cuadro respiratorio complicado. Decidieron que lo mejor era dejarlo internado. Luego de dos días de incertidumbre, finalmente le dieron el alta y Luciana lo llevó a su casa. “La idea era que terminara de rehabilitarse para poder darlo en adopción. En ese momento ya teníamos otros dos perros y se nos complicaba sumar un tercero a la manada”, asegura.
Pero el destino tenía otros planes para el travieso Fernando, como lo habían bautizado. Habían pasado más de veinte días desde el rescate, El perro estaba francamente recuperado y el matrimonio había acordado que lo llevarían a una campaña de adopción para que la gente pudiera conocerlo. Pero esa tarde, una serie de imprevistos demoraron la llegada al lugar donde los habían citado. “Ya está, dejalo que se quede en casa”, le dijo su marido a Luciana. “Que le haga compañía a los otros”. Y así fue que empezó un nuevo capítulo en la vida de esta familia.
Sillones rotos, cuchas destrozadas y problemas en la convivencia
Todo parecía marchar sobre ruedas. Pero, al poco tiempo, los problemas comenzaron a aparecer. Las peleas entre Fer y el otro macho de la casa se hacían cada vez más fuertes. Rompían todo lo que estuviera a su alcance. Incluso llegaron a explotar un sillón y destruir las cuchas en las que dormían.
Luciana, que era entonces docente de primer grado, decidió que era un buen momento para comenzar el curso de educación canina que tenía en mente hacía unos meses. Asistió religiosamente a cada una de las clases. Puso en práctica lo aprendido y nuevamente todo volvió a la calma. “Pero había algo en Fer que no terminaba de mejorar. Suponemos que había ocurrido alguna situación en su pasado que lo llevaba a mostrarse agresivo con otros perros. Necesitábamos trabajar en eso”.
“Lo descubrimos cuando le pusimos el pretal”
Correr fue la herramienta que finalmente encontraron para sacar al cachorro adelante. “Lo descubrimos la primera vez que le pusimos el pretal. Fer era atlético, rápido y estaba sumamente concentrado. El deporte te hace descubrir habilidades innatas en muchos perros que son muy difíciles de encontrar en otro contexto”, asegura Luciana. Así, entrenar, participar en carreras, mantenerse activo y con un objetivo se convirtió en una parte esencial de la vida de Fer y sus humanos.
No fue solamente el perro el que sacó provecho de la actividad física. Hacía más de 18 años que Luciana llevaba una vida sedentaria. “Al principio lo hacíamos como actividad recreativa pero nos fuimos enganchando todos. Y así también conocimos el equipo de entrenamiento del que formamos parte, que se llama CanRun Canicross. Fer ama correr. Cada vez que ve el arnés o cuando nos ponemos las zapatillas, él sabe que va a salir. Es un incentivo para todos”. De a poco se animaron a pruebas cada vez más competitivas. Sumaron a las salidas la bicicleta y se entusiasmaron con la disciplina, mejor conocida como bikejoring.
De una estación de servicio a atleta de mundial
El esfuerzo, el compromiso y la alegría con la que Luciana y Fer corren los llevaron a clasificar para el Mundial de Dryland (IFSS World Championship Dryland Sweden) que se realizó en 2021 en Suecia. El binomio formó ese año parte del seleccionado que representó a la Argentina en las frías tierras europeas.
“Se me pone la piel de gallina de solo pensar que estuvimos en un mundial representando a nuestro país. Eso fue gracias al vínculo que supimos construir juntos, como equipo, sin pensar en tiempos ni podios, solo en el disfrute. Siento que Fer me eligió, que era el perro que tenía que estar conmigo, que me llevó a amar el deporte, que juntos estuvimos en lugares increíbles, que es el perro con el que más vínculo tuve en mí vida y que nunca hay que subestimar lo que un perro callejero puede hacer por uno, por él y por otros”.
No fue fácil llegar hasta ese país. Detrás de cada perro y humano hubo muchísimo trabajo, esfuerzo y dedicación. “Aprender a salir a entrenar cuando hace frío o muy temprano cuando hace calor, salir aún cuando no tenés ganas pero tu perro te lo pide, enseñarles a ellos cuándo seguir, cuándo frenar, cuándo doblar a la derecha o la izquierda no sucede por arte de magia, sino con trabajo”.
Ya pasaron más de dos años de aquella maravillosa experiencia que transformó la vida de una familia multiespecie. Hoy son nueve los perros que conviven con Luciana, su marido Lucas y su hija. Tan reveladora fue la llegada de Fer a sus vidas y tan movilizador la incorporación del deporte como estilo de vida, que Luciana renunció a la escuela donde trabajaba y hoy ejerce la docencia desde otro lugar. Brinda educación canina para familias y además capacita a futuros educadores caninos.
Por su parte, Fer dejó también las competencias de lado y hoy disfruta del deporte desde un costado recreativo. El año pasado, antes de retirarse, obtuvo el tercer puesto en Scooter Latinoamericano en categoría mixta. Esa fue la última carrera de Fer y Luciana juntos. “Corremos juntos, sin presiones, ni tiempos ni pretales. Calculan que tiene unos diez años actualmente y quieren darle tiempo de calidad para que disfrute su vejez con alegría y se mantenga en forma. Él es mi amigo más fiel. Fer, mi compañero de aventuras, el que me llevó a dónde jamás hubiera creído”.
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