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Después de dos años, finalmente estuvo lista para empezar su nueva vida. Todo había comenzado en el momento en que abrió sus ojos y conoció lo que el mundo al que había llegado tenía para ofrecerle. En ese instante, la cachorra fue sumada a un sistema de estimulación temprana que permite detectar a aquellos animales que tienen un carácter totalmente equilibrado, ni extremadamente dominante pero tampoco de temperamento bajo.
Lisboa cumplía con los requisitos que sus cuidadores buscaban y, una vez que fue destetada, se incorporó a su familia sustituta. En ese hogar transitorio permanecería un año para realizar tareas de socialización e interactuar con todos los estímulos posibles que encontraría, en un futuro, como guía de una persona ciega. Sí, ese era el importante trabajo al que ella estaría destinada.
Un lazo para todala vida
Finalizada esa etapa, Lisboa regresó a la escuela donde había dado sus primeros pasos. Realizó allí seis meses de entrenamiento básico y seis meses de entrenamiento específico. Desde salir a caminar marcando los obstáculos de la vía pública como rampas, sillas, escaleras hasta usar un transporte público o realizar una actividad física, son muchas las tareas cotidianas en las que los perros guía colaboran.
Mientras duró su entrenamiento, en forma simultánea, los profesionales de la Escuela de Perros Guía Argentinos, evaluaron los perfiles psicológicos de los posibles candidatos para formar un binomio con Lisboa. Ese lazo une a perro y humano durante ocho años -en los que el animal presta servicio-. Al cabo de ese tiempo de estar juntos, el perro guía es jubilado para descanso y el humano recibe un nuevo guía, que cumple las funciones del anterior. De todos modos, como se genera un hipervínculo entre el jubilado y el humano, el perro permanece en la casa y comparte su vida con el nuevo integrante.
“Conocemos el perfil de los candidatos, las actividades que realiza y si cumple con una serie de requisitos fundamentales. Entre ellos, haber realizado la rehabilitación en orientación y movilidad y no tener perros en su domicilio. También nos aseguramos de que la persona podrá brindar al perro guía todas las condiciones de hábitat y los cuidados veterinarios según los protocolos de la escuela. Una vez que se tiene el perfil del usuario en claro, se presentan los perros que se puedan acoplar a sus requerimientos y tipo de perfil. Siempre, entre todos, hay uno de ellos que muestra su empatía con el usuario y ahí comenzamos las tareas de adaptación mutua”, explica Carlos Botindari, director de la Escuela de Perros Guía Argentinos (EPGA) que cuenta con el apoyo de Royal Canin y es liderada por el Club de Leones La Colonia perteneciente a Lions International.
El par perfecto
Y en esa búsqueda resultó que Camila Gorosito, una joven de 25 años, era la compañera ideal para Lisboa. Nació en González Catán, donde vivió hasta los 18 años. En ese momento se independizó y se mudó a la ciudad de Buenos Aires. Su vida es activa. Practica deporte desde chica, estudia psicología en la Universidad Maimónides y es la primera chef ciega del país.
Nació con microftalmia, sus ojos no se habían desarrollado completamente. Durante su infancia practicó goalball, un deporte para personas ciegas o con baja visión que se inventó después de la Segunda Guerra Mundial como rehabilitación para los veteranos.
Motivada por su mamá, se animó a intentar cosas nuevas. Su hermano y sus tíos le inculcaron el amor por el fútbol, veía los partidos con ellos y así fue creciendo su pasión por el deporte. Practicó atletismo desde los 13 años. En 2017, cuando tenía 20 años, comenzó a jugar fútbol. Participó dos años en la Selección Nacional de fútbol para personas ciegas, Las Murciélagas, desde 2019 hasta principios de 2022 y actualmente juega en un equipo de Avellaneda.
Camila ha sido independiente toda su vida. Usó el bastón verde, para personas con baja visión, hasta los 15 años, cuando perdió la vista totalmente y, tuvo que cambiarlo por uno blanco. Eso no la detuvo para sostener sus actividades: cocinar y preparar viandas, asistir a la facultad e ir a entrenar. En el momento del encuentro de humanos con perros guía, en octubre de este año, Camila y Lisboa tuvieron una conexión instantánea. “Cuando la llamé salió corriendo y me saltó encima. Lisboa cumple un rol muy importante en mi vida, me acompaña y me guía, ella es mi ojos. El impacto fue súper positivo y conectamos desde el primer día”.
Plaza, caminatas y espacios compartidos
Desde entonces viven juntas en el barrio de Floresta. Camila explica que, antes de la llegada de Lisboa, una de las actividades que más inconvenientes le presentaba era trasladarse sola por zonas muy concurridas o por veredas de bares con mesas y sillas. “Cuando uno se encuentra con esos objetos, los choca de frente y sin aviso. En ese momento hay que decidir qué hacer. El perro toma esas decisiones por su cuenta y esquiva las mesas o a las personas distraídas que caminan por la calle”.
Tampoco podía ir a plazas de la ciudad o alrededores. Esos espacios no suelen tener las referencias necesarias para que ella se sienta segura. Desde la llegada de Lisboa eso cambió. “Ahora me animo y le pido que busque un banco para que nos sentemos a disfrutar del aire libre y el sol”.
Puertas adentro, la adaptación fue sencilla para la perra. Pronto encontró sus lugares preferidos y los que le aseguran una visión 360° de los espacios de la casa por los que se mueve Camila para no perderla nunca de vista. “Lisboa es especial en muchos sentidos. Es la perra perfecta para todo lo que yo hago. Tiene carácter y sabe lo que quiere y lo que yo necesito. Eso me ayudó a mí a ser más firme e imperativa en mis pedidos y me permitió empezar a desenvolverme con más seguridad”.
“Es imposible que arranque el día sin una sonrisa”
El día arranca temprano para ellas. “El despertador suena a las 6.30 de la mañana en casa. Y en ese preciso instante Lisboa se acerca a la cama para asegurarse de que me levante. Para eso me llena la cara de besos. Imposible que arranque el día de mal humor. Es un gesto hermoso de parte de ella. La saco a hacer pis y caca y volvemos a casa para desayunar y prepararnos para salir”.
A continuación toman dos colectivos diferentes para llegar al club donde Camila entrena. Allí Lisboa la espera mientras la joven se ejercita junto a su equipo. “Los días de mucho calor me aseguro de que se mantenga fresca y tome agua. Cuando termino, le saco el arnés para que ella pueda tener un rato de esparcimiento y pueda jugar con Delfo, el perrito del lugar con quien entabló una hermosa amistad”.
Ya de regreso en casa, almuerzan, Camila se ducha y, si le sobran algunos minutos, descansan un rato juntas. Luego se preparan para salir una vez más, esta vez con destino a la facultad. Lisboa duerme mientras su humana toma sus clases y aprovecha el recreo para hacer pis y caca y caminar un poco por la vereda. Por la noche, cenan y se acuestan temprano para poder descansar las horas que el cuerpo necesita.
La comunicación entre Camila y Lisboa no es solo verbal. La tensión del arnés, los gestos, los movimientos del cuerpo de la perra y las caricias construyen un lenguaje propio que hace que el vínculo entre ellas sea único y especial. “Sé que nunca más voy a estar sola. Lisboa siempre va a estar a mi lado. Es la mejor compañera de vida”.
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