El Dorado y la noche en los 90, un manual de historia y cultura pop para millennials:
En Hipólito Yrigoyen, a metros de la Avenida 9 de Julio y en el centro del corazón de los 90, estaba El Dorado, tan under como glamoroso. Detrás de unas cortinas de terciopelo rojo había música, comida, contracultura viva. Cristian Peyon, cantante de la mítica Amor Indio, era uno de los dueños y Sergio De Loof, el creador del concepto. Fue la primera disco que contrató drag queens, entre otros hitos.
Marcó a la generación que usó el hedonismo como choque contra el discurso frívolo y consumista de los 90.
Casi todo lo importante pasaba entre Constitución, San Telmo y el Centro. Con El Dorado como uno de los puntos de referencia, esa zona marcó a la generación que usó el hedonismo como choque contra el discurso frívolo y consumista de los 90. Los petit hoteles abandonados, que hoy son hostels o departamentos reciclados, eran donde se celebraban las fiestas más memorables y fueron marco de las primeras raves porteñas.
Desde Pablito Ruiz hasta Andrés Calamaro, pasando por los lúmpenes del barrio, eran concurrentes habituales en El Dorado. Los fines de semana había recitales de bandas de culto y techno o disco con DJs. Los que sabían qué era lo bueno iban los miércoles a vivir la noche en busca de placeres y los raros eran esos que al día siguiente tenían que ir a trabajar temprano.
Sergio De Loof, alma mater de El Dorado
Diseñador de moda, videasta, estilista, escenógrafo, pintor, artista plástico y artífice creador de espacios míticos, Sergio De Loof llevó de paseo por la contracultura a toda una generación.
Estudió en la Escuela de Bellas Artes, pero adquirió su perfil estético en los cottolengos de Pompeya. Los desfiles con pibes de su barrio del conurbano profundo llegaron al Goethe, al Malba y a la Bienal de San Pablo.
Ideó, consiguió inversores, construyó, pintó y decoró espacios que fueron referencia de las movidas artísticas más interesantes de los 90. Ahora está enfocado en su faceta de artista plástico.
El circuito De Loof
- Ave porco: En Corrientes al 1900, ambientada con una decoración kitsch y un cerdo con alas colgando del centro del techo, era una disco con todas las de la ley, pero también había teatro, desfiles, plumas, lentejuelas, movida. Cerró el 31 de diciembre de 1999 una noche de fiesta en la que el público pudo desarmar la barra y, como si fuera un pedazo del Muro de Berlín, llevarse un pedazo a su casa.
- Morocco: Estaba a una cuadra de El Dorado. Los dueños eran Ignacio Cubillas y Diana Ruibal, pero el concepto fue de Creación. Una disco de dos pisos que latía eclecticismo. Convivían el glamour con lo under y lo vip con lo freak. En plena fiesta menemista se podía ver a Susana Giménez, pero también a Renata Schussheim. Ya Humberto Tortonese, Babasónicos y políticos sushi.
- Bolivia: Era un bar, pero también una comunidad. En México al 300, iluminado casi completamente con velas, el local ideado por Sergio De Loof albergaba tribus modernas. En medio de la penumbra, se iluminaba la noche con pelucas, tacos, pelos batidos, alguien que tiraba el tarot y platos económicos como polenta y guiso para aguantar el vino de damajuana.