“No lo creíamos posible”. La marca de carteras que funciona en una villa y tiene de clientas a Valeria Mazza y Juliana Awada
En el corazón del barrio Costa Esperanza, en San Martín, un grupo de vecinos fabrica unas carteras de cuero que se volvieron un éxito en poco tiempo
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La casa tenía piso de tierra y techo de chapa cuando Antonio Leguizamón, Rosalina Caballero y sus dos hijos mayores empezaron a producir las primeras mochilas. Cada mañana, el matrimonio levantaba su cama, la dejaba a un costado, y extendían al lado de la máquina de coser todos los materiales: lonas con estampados para las mochilas escolares y cueros sintéticos de diferentes colores para las carteras de las mujeres. Los materiales y las telas no eran de calidad, reconocen hoy. Pero la costura, los moldes y la prolijidad eran dignos de una primera marca.
El oficio lo transmitía Leguizamón. Había trabajado 16 años en una marroquinería, en Avellaneda, que producía carteras de cuero para marcas como Albanese y Blaquè. Viajaba cinco horas por día, entre ida y vuelta, hasta que un día se cansó y decidió emprender su propio negocio junto a su familia. A la marca la llamaron por el nombre de su barrio, Costa Esperanza, un asentamiento humilde en el partido de San Martín.
“Empezamos en 2017, con un montón de modelos. Nos los colgamos en los brazos y salíamos a vender por el barrio, puerta por puerta. Pero nos costaba un montón vivir de eso. Los vecinos también eran pobres, entonces nos compraban en cuotas o a pagar en unos días y casi no veíamos la ganancia”, recuerda Rosalina. Al mismo tiempo, ella manejaba -y aún maneja- un comedor para niños, a un costado de su casa.
Fue a través del comedor que su familia consiguió la ayuda necesaria para que el negocio se convirtiera en el éxito que es hoy. “En julio de 2019, vinieron al comedor los de Opisu -Organismo Provincial de Integración Social y Urbana-. Cuando me preguntaron a qué me dedicaba, les mostré unos modelos y les encantó. Y nos contactaron con la ONG Construyendo”, cuenta Caballero.
Al principio, ella y su marido no confiaron en la propuesta. Estaban tan acostumbrados a recibir promesas de políticos que visitaban el barrio y después no volvían que prefirieron no ilusionarse. Mariana Bagó, una de las encargadas en la organización, les entregó un modelo de cartera de trazos simples y un trozo de cuero, y les pidió que probaran hacer una muestra. “Mi marido me miraba y me decía: ‘¿esto va a tener éxito? Ni forro tiene” -dice Caballero, entre risas-. Y ahora es el modelo que más vendemos. Ya nos compraron más de 3000 de esas”.
Su primer gran éxito fue la feria COAS de las Naciones, en La Rural, a fines de 2019, a la cual accedieron gracias a Construyendo. “No quisimos fabricar mucho por miedo a no vender. Llevamos 27 carteras para los 10 días, ¡y terminamos vendiendo 150! Nos tuvimos que poner a producir rapidísimo, porque en cada día de feria nos quedábamos sin stock. Además, nos pagaban de contado, algo que nunca nos había pasado. Me pasé la feria entera llorando”, recuerda Caballero. Bajo la marca Esperanza, su empresa familiar empezó a romper sus propios récords de venta de mes en mes. Hoy, con ya 10 empleados del barrio, siguen creciendo. El año pasado, vendieron 3000 productos, y esperan poder superar ese número en un futuro.
Durante su corta historia como empresa, Esperanza vendió carteras y otros productos, como cinturones y mochilas, a famosos como Iván de Pineda, Valeria Mazza y Juliana Awada. También fueron contratados para confeccionar regalos empresariales. La semana pasada, por ejemplo, vendieron 60 carteras con llavero para Artear, de Canal 13.
“No pensé que era posible llegar a esto”, dice Antonio, emocionado, desde el living, donde la familia recibe a LA NACION con café y galletitas surtidas. Su casa ya no tiene piso de tierra, sino porcelanato imitación madera. Hace poco, pudieron renovar la cocina, que parece hecha a nueva. También agregaron metros de construcción: además de las dos habitaciones donde antes dormían los seis miembros de la familia, ahora hay dos más.
“Fuimos mejorándola de a poco”, cuenta Caballero. A un costado de la casa, conectado por una puerta, está el taller. Un grupo de vecinos, la mayoría mujeres jóvenes, cosen las bolsas del packaging y pegan las distintas partes de las carteras, mientras Antonio corta con un molde los rollos de cuero. “Para esta semana tenemos 30 pedidos, dice Melina (19), que lleva la cuenta de los clientes y sus direcciones en un cuaderno, con una caligrafía impecable.
No solo la casa cambió en los últimos años, ellos mismos también han progresado, sostiene Caballero. “Melina, mi hija, está manejando todo: contesta los pedidos de la página de Instagram, ordena las ventas, las ganancias. Es re ordenada y exigente. Ariel (21), su hermano, trabaja acá y a la tarde se va a la universidad. Estudia radiología, se está por recibir”, cuenta su madre, orgullosa. Ella, por su parte, se ocupa de las entregas, que se hacen por delivery, y de la compra de la materia prima. “Es difícil conseguir un buen cuero como el que usamos. Por ahí te pasás todo el día visitando proveedores y volvés sin nada. Los cierres, ganchos y apliques también son complicados de conseguir, porque solo compramos los mejores”, suma.
La calidad de los materiales y el contenido que se publica en sus redes son definidos por Construyendo. La organización también trabaja a la par con otras marcas. Su principal objetivo es fortalecer emprendimientos socio-productivos de personas que viven en barrios vulnerables bonaerenses, generando así mayor empleo en la zona e impulsando una cultura del trabajo. EsperanZa es su “joyita”, afirman. De los emprendimientos que acompañan, es el que mayor éxito tiene.
En los últimos años, asegura Rosalina, la cultura del trabajo ha ido desarrollándose cada vez más dentro del barrio. “Acá, a la vuelta, hay un taller donde hacen sillas y tapizados. También hay otro vecino acá cerca que tiene su taller mecánico”, cuenta. Caballero cree que tanto sus vecinos como su propia familia fueron inspirados por el Padre Adolfo Benassi.
“Él llegó al barrio hace 10 años y cambió mucho. Visita casa por casa, está todo el tiempo con la gente, atento a sus necesidades. No se le escapa nadie. Desde que llegó, empezó a haber emprendedores. A nosotros también nos inspiró. Es como un padre que nos guía. De hecho, ahora cumple 50 años y todo el barrio está preparando un festejo sorpresa. Él ya se enteró, igual”, dice, entre risas.
EsperanZa logró superar la pandemia. Los primeros meses no pudieron trabajar debido a la cuarentena. En ese tiempo, se dedicaron exclusivamente al comedor. Luego, comenzaron a reinventarse: “Hacíamos barbijos, muchísimos. También camisolines para hospitales. Hasta que poco a poco todo volvió a funcionar”, recuerdan. Este año, con la esperanza puesta en seguir aumentando su producción, tienen un nuevo proyecto: cambiar las máquinas del taller, lo cual implica una gran inversión.
“Nuestro emprendimiento también inspira al barrio. Los que trabajan acá están felices, nos queremos mucho. Les queda cómodo trabajar acá porque, como trabajan por hora y están cerca de la casa, pueden ir a llevar a los hijos a la escuela, después buscarlos. Sino tendían que contratar a una niñera. Muchos otros vecinos nos dicen: ‘¿no tienen un puesto de trabajo libre?’. Pero tampoco podemos contratar a todos. La verdad es que recibimos mucho apoyo de la gente, de nuestros vecinos. Nos vienen a felicitar, siempre nos desean que sigamos adelante”, dice Rosalina, orgullosa.
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