Las Hermanas de María de Schoenstatt son “dueñas” y responsables del sanatorio, que tiene los más altos índices de calidad y que modificó los protocolos para terapia intensiva en el país
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La hermana Mercedes llegó a Sanatorio Mater Dei en 1979. “Recién salida del noviciado”, agrega. Es Licenciada en Enfermería y participa en el Comité de Ética en Investigación de la Academia Nacional de Medicina. Entre otras habilidades, tiene el don de saber contar. “Le conté esta historia a Mirtha Legrand mientras esperaba su turno con un kinesiólogo. Cada tanto venía el médico y Mirtha le decía ‘venga después que me está contando la hermana’ (ríe). Me acuerdo que ella me decía: ‘Yo me casé enfrente, en San Martín de Tours (nota de la redacción: en mayo de 1946), y acá no había nada. Se empezaba a construir. Yo le decía a mi marido ¿qué van a hacer ahí?’. Porque si usted ve las fotos de la inauguración, al lado del hospital no había nada, era un terreno baldío donde estacionaban los autos”, recuerda.
Un viaje transatlántico
La historia del Mater Dei comienza a fines del siglo XIX, en algún lugar del Atlántico, entre Inglaterra y los Estados Unidos. En misa de la mañana, en un buque de pasajeros, las hermanas de la comunidad irlandesa The Little Company of Mary conocen a una pasajera argentina, Margarita Money de Morgan, que viajaba con su hija. Aquel encuentro es el rastro más remoto del sanatorio.
Continúa Mercedes, una de las 96 Hermanas de María de Schoenstatt en la Argentina: “Cuando el barco llegó a los Estados Unidos, la chica enfermó. Su madre llamó a las monjas que había conocido en el viaje, que eran enfermeras, para que la cuidasen. La cuidaron ‘de veinte’, pero la chica murió igual. La señora construyó un hospital en su memoria, en San Antonio de Areco, donde tenía tierras, y llamó a las hermanas de La Pequeña Compañía para que lo manejasen. Fue tan insistente que las convenció. Las primeras hermanas se instalaron en el país alrededor de 1913. En poco tiempo pusieron en marcha el hospital María Clara Morgan. Pero dos años después se dieron cuenta de que no tenían posibilidades de crecimiento allí, ya que no tenían vocaciones (N. de R.: a las aspirantes a monjas, con vocación de consagrar su vida a Dios). Antes de marcharse, entregaron su hospital a otra comunidad religiosa que tuviera una veta parecida, las hermanas de San Camilo. El edificio aún existe, pero ya no es hospital: las hermanas de San Camilo, que tienen esta doble misión de cuidar a los enfermos y a los ancianos, lo transformaron en una residencia para personas mayores”.
Las hermanas de La Pequeña Compañía se mudaron a Buenos Aires, donde pensaron que encontrarían más recursos y vocaciones. Armaron su primer hospital porteño en un petit hotel sobre la actual Avenida Del Libertador, a la altura de Lafinur. Pero al poco tiempo, gracias a donaciones de la comunidad irlandesa, compraron el predio de la calle San Martín de Tours. Sobre el terreno pelado, porque no había ni una casa, construyeron un edificio de cuatro pisos que fue bendecido por el Cardenal Santiago Copello el 13 de octubre de 1953.
Permanecieron en el país hasta 1975. En 22 años tuvieron una sola vocación, ‘sister’ Antonieta. Como quedaban muy pocas hermanas, casi todas mayores, la dirección decidió retirarse de la Argentina. Antes debían definir qué harían con el sanatorio.
Hicieron una especie de convocatoria a todas las comunidades religiosas para ver quién quería continuar su obra. Ninguna se mostró interesada. Las hermanas de San Camilo respondieron, agradecidas, que ya tenían suficiente con el sanatorio de Areco. Otras se excusaron diciendo que se dedicaban “a la Educación”. Desde la sede de las Hermanas de María de Schoenstatt, en Florencio Varela, fueron contundentes: ‘No, gracias. No gerenciamos ningún hospital en el mundo. Trabajamos como enfermeras, pero no nos hacemos cargo de ninguna institución’, argumentaron.
“Insistieron tanto que las superioras de nuestra comunidad vinieron a conocer el sanatorio. ‘¿Y ahora? ¿Qué les parece?’, les preguntaron. ‘No, menos todavía. ¿Qué vamos a hacer en semejante monstruo? Es demasiado grande para nosotras’, respondieron. Desde nuestra casa Madre, en Alemania, apoyaron la decisión: ‘No gerenciamos sanatorios en ningún lugar del mundo’”, insiste la hermana Mercedes.
La voz de Dios
Entonces, en medio de tanta confusión, actuó la Divina Providencia. La hermana Úrsula había comenzado a transcribir las conferencias que dio el padre Josef Kentenich durante sus visitas a la Argentina. El fundador del Movimiento Apostólico de Schoenstatt había fallecido poco antes, en 1968, y querían pasar en limpio su mensaje, que había sido escritos en alemán y con letra de taquigrafía. De pronto, Úrsula descubrió que en una de esas conferencias, el fundador dijo, palabras más o menos, ‘me gustaría que nuestra comunidad en Buenos Aires tuviese un sanatorio, un colegio y una universidad’. En ese momento no tenía ninguna de las tres cosas.
“Cuando encontraron aquél texto, escribieron a Alemania para contarle a los responsables de la Dirección General. Claro, desde allá respondieron: ‘Si lo pidió el fundador y ahora justo nos están ofreciendo un hospital… ¿no será una voz de Dios? Hay que ver cómo hacer esa transición, porque nosotras no tenemos dinero’. Este edificio tenía cuatro pisos, porque el quinto lo hicimos nosotras. Tenía un montón de personal, más de 300 personas. Hablaron con las hermanas de La Pequeña Compañía y les preguntaron por las condiciones. ‘Si ustedes se quedan, les donamos el edificio. Lo único que les pedimos es que paguen las cuentas que están en rojo’. El sanatorio estaba en una situación económica muy comprometida. El administrador propuso convocar a los acreedores y se comprometió a ayudarnos a arreglar las cuentas. Así, el 15 de septiembre de 1975, nos hicimos oficialmente cargo del sanatorio. Nosotras lo tomamos como una fecha providencial, porque el 15 de septiembre es también el fallecimiento de nuestro fundador”.
Mater Dei... ¿Día de la madre?
El cambio de “dueños” derivó en un obligado cambio de nombre. La hermana Teresa, licenciada en Comunicación Social, actualmente a cargo de la Dirección de las Hermanas del sanatorio, explica: “El nombre que tenía el sanatorio era exactamente el de la otra comunidad, La Pequeña Compañía de María. Tuvimos que buscar otro. Pensamos en ponerle Schoenstatt, pero nos dimos cuenta de que iba a ser muy difícil para la Argentina. Schoen significa ‘hermoso’ y statt quiere decir ‘lugar’. Schoenstatt es, justamente, un ‘hermoso lugar’, donde está el santuario en Alemania.
Pensamos en un atributo de la Virgen. ¿Y cuál es el principal atributo de María? Fue tan privilegiada por ser madre de Dios... Entonces lo bautizamos Mater Dei, que quiere decir Madre de Dios en latín. Al principio hubo quienes pensaban que era un nombre en inglés que, mal pronunciado, quería decir ‘Día de la Madre’. Así nos hicimos fama de maternidad, cuando somos un sanatorio con todas las especialidades. Además, le tuvimos que pedir permiso a la clínica Mater Dei de La Plata donde, casualmente, habían trabajando antes nuestras hermanas”.
Cuando las Hermanas de Schoenstatt empezaron su gestión, 300 personas trabajaban en Mater Dei. Hoy tienen más de 1100 empleados directos y 150 camas de internación.
Religiosas y profesionales
En general, las hermanas de Schoenstatt, acá y en el resto del mundo, después de recibir los hábitos, estudian una carrera universitaria. Están consagradas a Dios y son profesionales. Hay muchas enfermeras, pero también médicas, contadoras, licenciadas en comunicación o administración de empresas. “En Alemania tenemos una hermana que es jueza”, añade Mercedes.
Las 96 hermanas de María de Schoenstatt en la Argentina están distribuidas por todo el país. Ocho viven en el quinto piso del Mater Dei. Allí, el día comienza a las 5 de la madrugada. “A esa hora tenemos oración personal y tratamos de celebrar misa a la mañana, para empezar el día con la fuerza de Jesús en la eucaristía. Desayunamos juntas y después cada una va a su ámbito. A las 7 de la mañana, el turno noche nos pasa las novedades de los pacientes internados”, cuenta la hermana Teresa.
La hermana Marleen es la más antigua en el sanatorio. Tiene 86 años. Nació en Alemania y en 1965 fue enviada a misionar a Buenos Aires. Su primer trabajo en el país fue colocar inyecciones a domicilio. Iba de casa en casa en una moto Vespa. Durante 40 años, dirigió la enfermería (”y prácticamente todo el sanatorio”, aseguran) de Mater Dei en el turno noche.
Las hermanas de Schoenstatt tienen una espiritualidad específica. Continúa Teresa: “La base de nuestra espiritualidad está en una consagración total a la Virgen. Tenemos una alianza de amor donde yo le entrego mi corazón a la Virgen, con todos mis intereses y mis preocupaciones, y la Virgen me entrega su corazón y también todos sus intereses. Y su mayor interés es que todos encuentren a Jesús, ¿no?”.
Desde su fundación, Mater Dei estuvo dirigido por una religiosa. En 2015, por primera vez, decidieron delegar la responsabilidad en un director profesional, el licenciado Enrique Camerlinckx.
Humanidad, la mejor medicina
Hay dos hechos insoslayables en la historia de Mater Dei que tuvieron impacto directo en la medicina argentina. “Fuimos el primer sanatorio del país que permitió que los pacientes en terapia intensiva pudiesen estar acompañados durante las 24 horas”, recuerda con mucho orgullo la hermana Mercedes.
El segundo hito sucedió hace apenas tres años, cuando comenzó la pandemia de covid-19. Cuenta Camerlinckx: “Seguíamos todos los protocolos y veíamos que los pacientes morían en soledad. Entonces las hermanas me dijeron: ‘Acá no vamos a dejar que los pacientes se mueran solos’. Y armaron un equipo de contención, con psicólogos y psiquiatras, con el equipo de terapia intensiva, y permitieron que los pacientes graves con covid pudieran recibir alguna visita. Con todas las medidas de seguridad, que no sabíamos si alcanzaban. Esto se hizo desoyendo una ley que decía, en otras palabras, que nadie podía acercarse a un paciente con covid. La bandeja de comida se tenía que dejar en la puerta... ¡Un disparate! Fue tan exitoso lo que hicimos y generó una tranquilidad tan grande en la comunidad que después el Ministerio de Salud nos copió el protocolo. Ahí volvimos a tomar conciencia de que el principal atributo del Mater Dei es el acompañamiento. Que la enfermedad no se cura solo con técnica quirúrgica, sino que la contención es clave para cualquier tratamiento”.
El sueño de la expansión y los tan necesarios benefactores
Mater Dei es, legalmente, una asociación civil sin fines de lucro. Su mayor beneficio tributario es que no paga el Impuesto a las Ganancias. “Pero no tenemos ganancias -dice Camerlinckx-. Solo con lo que cobramos de las prepagas y por ventanilla, sería imposible seguir trabajando. La calidad cuesta plata, no queremos bajar los indicadores de satisfacción. Mater Dei no depende de ninguna prepaga, no nos llegan derivados de ninguna obra social. La gente viene porque nos elige. Es un sanatorio de mucho prestigio, que pone el foco en la calidad y la satisfacción del paciente”, dice Camerlinckx.
El sanatorio se sostiene, principalmente, con la ayuda de sus benefactores. Se trata de un grupo de 1200 personas, entre los que están algunos de los empresarios más importantes del país, que donan todos los meses o en campañas específicas. Incluso, en el sitio web del sanatorio, en un lugar destacado, hay una botón que dice “¿Cómo donar?”.
Detalla Camerlinckx: “Tenemos un evento anual, que no es de recaudación típico, sino que es de fidelización. Una vez al año hacemos una comida en Puerto Madero, donde nos donan el lugar. Vendemos mesas a los proveedores e invitamos a los benefactores, para presentarles la campaña anual. Este año estuvimos con el reequipamiento, que requirió juntar dos millones de dólares. Por otro lado, tenemos un proyecto grande, a 10 años, para modernizar la infraestructura del sanatorio. Acá al lado tenemos una casa, donde funciona la guardia de pediatría, que había donado Eduardo Eurnekián hace 9 vaños. Donde está esa casa vamos a construir una torre de 8 pisos que se va a ir integrando a la infraestructura del sanatorio. Es una obra por demás compleja ya que hay que hacerla con el sanatorio funcionando. La primera etapa, solamente, requiere 10 millones de dólares. Afortunadamente contamos con otra donación de la Fundación Corporación América, de Eduardo Eurnekian y familia, que la hace mensualmente. En breve queremos hacer la licitación, la idea es a partir de marzo comenzar la construcción de toda esta etapa de modernización del sanatorio”.
“No te dejan morir”
Dos de los tres deseos de Josef Kentenich, el fundador, ya fueron cumplidos por las hermanas de Schoenstatt en Argentina: tienen su sanatorio, Mater Dei, y un colegio en San Cristóbal, Mater Ter Admirabilis.
La historia de Mater Dei se puede contar de mil maneras. También a través del testimonio de sus pacientes, conmovedores y llenos de gratitud. Mirtha Legrand, que participó en la última cena de fidelización, atravesó distintos momentos de su vida en el sanatorio. Frente a los benefactores, tomó el micrófono y a sus espléndidos 96, concluyó: “En este sanatorio no te dejan morir”.
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